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16 de octubre de 2019

EL PASTOR Y EL FILOSOFO




De los confusos pueblos apartado
 Un anciano Pastor vivió en su choza, 
 En el feliz estado en que se goza
 Existir ni envidioso ni envidiado.
 No turbó con cuidados la riqueza
A su tranquila vida,
 Ni la extremada mísera pobreza
 Fue del dichoso anciano conocida.
Empleado en su labor gustosamente 
 Envejeció; sus canas, su experiencia 
Y su virtud le hicieron, finalmente,
 Respetable varón, hombre de ciencia.
 Voló su grande fama por el mundo;
 Y llevado de nueva tan extraña
 Acercóse un Filósofo profundo
 A la humilde cabaña,
 Y preguntó al Pastor: 
Dime, ¿en qué escuela 
 Te hiciste sabio?
 ¿Acaso te ocupaste
 Largas noches leyendo a la candela?
¿A Grecia y Roma sabias observaste?
 ¿Sócrates refinó tu entendimiento 
¿La ciencia de Platón has tú medido 
O pesaste de Tulio el gran talento
O tal vez, como Ulises, has corrido 
Por ignorados pueblos y confusos
 Observando costumbres, leyes y usos?


 Ni las letras seguí, ni como Ulises 
Humildemente respondió el anciano,
 Discurrí por incógnitos países. 
Sé que el género humano 
En la escuela del mundo lisonjero 
 Se instruye en el doblez y la patraña.
 Con la ciencia que engaña
 ¿Quién podrá hacerse sabio verdadero?
 Lo poco que yo sé me lo ha enseñado
Naturaleza en fáciles lecciones:
 Un odio firme al vicio me ha inspirado, 
 Ejemplos de virtud da a mis acciones.
 Aprendí de la abeja lo industrioso,
 Y de la hormiga, que en guardar se afana,
 A pensar en el día de mañana. 
Mi mastín, el hermoso
Y fiel sin semejante, 
De gratitud y lealtad constante 
 Es el mejor modelo,
 Y si acierto a copiarle, me consuelo. 
 Si mi nupcial amor lecciones toma,
 Las encuentra en la cándida paloma.
 La gallina a sus pollos abrigando 
 Con sus piadosas alas como madre, 
 Y las sencillas aves aun volando,
 Me prestan reglas para ser buen padre.
 Sabia naturaleza, mi maestra,
 Lo malo y lo ridículo me muestra
 Para hacérmelo odioso.
 Jamás hablo a las gentes 
Con aire grave, tono jactancioso, 
 Pues saben los prudentes 
Que, lejos de ser sabio el que así hable, 
 Será un búho solemne, despreciable. 
 Un hablar moderado, 
Un silencio oportuno
 En mis conversaciones he guardado. 
 El hablador molesto e importuno
 Es digno de desprecio.
 Quien escuche a la urraca será un necio. 
 A los que usan la fuerza y el engaño 
 Para el ajeno daño, 
Y usurpan a los otros su derecho, 
 Los debe aborrecer un noble pecho.
 Asnanse con los lobos en la caza,
 Con milanos y halcones, 
Con la maldita serpentina raza, 
 Caterva de carnívoros ladrones.
 Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados
 Ni aún merecen tener esos aliados.
 No hay dañino animal tan peligroso
 Como el usurpador y el envidioso.
 Por último, en el libro interminable 
 De la naturaleza yo medito; 
En todo lo creado es admirable:
 Del ente más sencillo y pequeñito 
 Una contemplación profunda alcanza
 Los más preciosos frutos de enseñanza.


Tu virtud acredita, buen anciano 
 El Filósofo exclama, 
Tu ciencia verdadera y justa fama. 
 Vierte el género humano 
En sus libros y escuelas sus errores; 
 En preceptos mejores 
Nos da naturaleza su doctrina.
 Así quien sus verdades examina 
 Con la meditación y la experiencia,
 Llegará a conocer virtud y ciencia.


Felix Maria Samaniego