Soñaban con la Escocia de tus ojos
verdes, los grandes lagos amarillos;
y engarzó un nimbo de esplendores rojos
la sangre de la tarde en tus anillos.
En la bíblica paz de los rastrojos
gorjearon los ingenuos caramillos,
un cántico de arpegios tan sencillos
que hablaban de romeros y de hinojos.
¡Y dimos en sufrir! Ante aquel canto
crepuscular, escintiló tu llanto...
Viendo nacer una ilusión remota,
callaron nuestras almas hasta el fondo...
y como un cáliz angustioso y hondo
mi boca recogió la última gota.
Julio Herrera y Reissig