Himno al supremo ser
De tinieblas y sombras rodeada
con un cetro de fúnebre tristura,
domina sobre el reino de la nada
una noche larguísima y oscura,
Sin ningún ser, color, ni movimiento,
sin voz, sin ningún eco ni sonido,
sin un soplo de vida ni un aliento
por el estéril ámbito de olvido.
Es un caos de horrores y de espanto
y solo vagar puede en ese abismo
aquel tres veces justo y también santo,
que fue en la eternidad, y será el mismo.
Lanza sobre esa noche soñolienta
su mirada de plácidos amores,
que toda la ilumina y trasparenta,
convirtiendo en cristales sus vapores;
y con velocidad la errante sombra
pasmada de una ley desconocida,
se oprime al replegarse, como alfombra
que en largo funeral se vio extendida.
Nace la virgen luz, reina brillante,
que ocupa un éter límpido y sereno,
con cetro y con diadema de diamante,
y abrocha con un sol su casto seno.
Y ese sol es gigante de grandeza,
es un joyel de amor y de alegría,
con que tu grande autor, Naturaleza,
marca de creación el primer día.
No gastarán tu joya inestimable
los siglos con el roce de sus alas,
su eterna juventud infatigable
será el mejor adorno de tus galas.
Solo cuando, tu término llegado,
quiera Dios que desmayes y sucumbas,
esqueleto de un sol todo eclipsado
te debe acompañar entre las tumbas.
Sobre tus vastos túmulos desiertos
será final antorcha, que apagada
dará un humo a tus sombras y a tus, muertos,
el humo primitivo de tu nada.
Reinan por el zafir de los espacios
mil globos y otros mil con un fin solo,
fanales de los célicos palacios,
que encienden doble llama en doble polo;
y aquel que los adorna y los produce
les marca su distancia y armonía,
y a todos con el dedo los conduce
puestos en escuadrón, siéndoles guía.
Mas del gran luminar corriendo el coche
los rayos va entibiándoles su dueño,
y en tus horas balsámicas ¡oh noche!
serán brillante aureola del sueño.
¡Oh luz pura que has nacido
del fulgor de su mirada,
como virgen preparada
para espléndido festín,
que disipas de ese caos
las nieblas y horror profundo,
fijando la edad del mundo,
bendice al Señor sin fin!
¡Oh sol, cuna de diamantes,
rey de nítidos destellos,
sin rival entre astros bellos,
que apaga tu hermosa sien
joyel del Omnipotente
sacado de su tesoro,
minero fecundo de oro,
bendice al Señor también!
¡Oh Cielos, morada y templo
del artífice que os ama,
cuyas obras son de llama
coronadas de esplendor:
Páginas donde su nombre
se halla escrito con estrellas
que son polvo de sus huellas,
bendecid al Criador.
Del sol de topacio
la luz se dilata
por todo el espacio
con rayo de plata:
la bóveda toda
reviste su giro
con traje de boda,
color de zafiro:
su seno que crece
revela la nube,
la brisa la mece,
la brisa la sube;
o en tiendas flotantes
de rojo amaranto
con varios cambiantes
divide su manto;
o al sol se evapora
su espuma delgada,
del astro que adora
de amor abrasada;
o es leve cortina
que cubre la cuna
dó un ángel reclina
su rostro de luna;
o es nave ligera
que altiva se ufana,
flotando en la esfera
con velas de grana.
De un astro pretende
saber otro luego,
quien es el que enciende
sus piras de fuego;
quien es causa eterna,
quien reina y en donde,
quien rige y gobierna;
y el otro responde:
Que es Dios, que es la vida,
principio y autor,
virtud escogida,
la gracia cumplida,
luz, dicha y amor.
Sentado sobre, el trono de la aurora
extiende por los ámbitos profundo,
el Eterno su vista criadora
de soles, y de cielos, y de mundos.
Y aparece la tierra suspendida,
como por atracción, de su mirada;
de mares, como fajas, circuida,
y en sus polos muy bien anivelada
aparecen sus montes cual gigantes
que guardan sus recónditos mineros
de precioso metal y de diamantes,
en cárcel de peñascos altaneros.
Unos su pico elevan orgulloso,
y otros visten sus cumbres y su falda,
do bulle el arroyuelo sonoroso,
del nítido color de la esmeralda.
Y algunos cual tiranos inclementes
que han de burlar los soplos de huracanes,
muestran con arrogancia duras frentes
ceñidas con diadema de volcanes.
Tiende el valle su alfombra de verdura,
la colina su término le sella,
y dó nace una brisa que murmura
nace una leve flor que es hija de ella.
El remanso que forma fuente fría
remeda sombras trémulas, vergeles;
miente nubes de hermosa pedrería,
y sauces que desmayan en doseles,
aves que se columpian en las ramas,
insectos que festejan a las rosas,
de celajes de púrpura las llamas,
y ornatos de elegantes mariposas.
El espumoso mar ocupa un centro,
y aunque amaga su furia turbulenta
con la tierra chocar en rudo encuentro,
sobre linde arenosa desalienta.
Y es como ardiente esclavo, que nacido
para lucha feroz y bramadora.
Con un lazo de flores detenido
besa el nevado pie de su señora.
Se duerme en las bahías y desmaya.
Se despierta en los golfos peligrosos,
y tumbos bullidores en la playa
levanta con mil juegos ingeniosos.
Lame risueños ismos y arenales,
y es rey que de mil islas se enamora,
y les rinde tributo de corales
y de perlas y de ámbar que atesora.
Le pagan claros ríos homenaje,
y algunos tan subidos en orgullo,
que sienten el humilde vasallaje
y mueren con un hórrido murmullo.
Mil aves que se visten del tesoro
que tiene abierto Dios para sus galas,
émulos de la púrpura y el oro
revelan los matices de sus alas;
entonan dulces cantos a porfía,
y celebran del mundo el nacimiento
con el primer ensayo de armonía
que, por llegar a Dios, penetró el viento.
Bebiendo luz, el águila pasea
del éter el Océano extendido.
Ocupada tal vez de altiva idea
de morar en el sol y de hacer nido.
Se espacian los cuadrúpedos veloces;
ruje el fiero león de noble raza,
y el mundo no distingue entre mil voces
otra de mayor brío y amenaza.
El río que dormía sosegado
llena el caimán de espuma vacilante,
y tiembla el árbol duro que ha tocado
con Mole ponderosa el elefante.
Extendiendo el pavón sus plumas bella,
copia con delicada miniatura
un cielo de simétricas estrellas,
único en elegancia y hermosura.
Son los cedros y palma, altaneras
colosos de las auras que los mecen
los cipreses, pirámides ligeras,
que todas las distancias embellecen
y las plantas acuáticas nacidas
en medio de las fuentes y las olas,
enseñan con pudor, medio escondidas,
en urnas de cristales sus corolas.
¡Oh tierra de luz vestida,
con su aliento fecundada
por su mano regalada
con un Cielo y un Edén;
que de vida y hermosura
tantos gérmenes contienes,
y gozas de tantos bienes,
bendice al supremo bien!
¡Oh mar de onda fugitiva,
sonrosada, azul y verde,
que en tu inmensidad se pierde,
y otra toma su color;
que como a risueña virgen
que destinas a. tu boda,
abrazas la tierra toda,
bendice al supremo autor!
Circula y se eleva
por todo paraje
la savia, que lleva
frescura y ramaje.
Y el céfiro leve
que vaga y murmura
con alas de nieve
por toda espesura
derrama rocío,
que es llanto de aurora.
Y hermoso atavío
de rama sonora.
Con galas distintas
ostentan las llores
penachos y cintas
de vivos colores;
coronas radiantes.
Y gasas delgadas,
festones, turbantes
y tazas doradas;
capullos cubiertos
con gran simetría,
y senos abiertos
al aura y al día.
Las unas se afanan
por ser solas ellas,
las otras hermanan
corimbos de estrellas;
desmayan algunas,
las otras asoman,
y brillan las unas,
las otras asoman.
Y en fin leve nube
de esencias combinan,
que al Cielo se sube,
que a Dios la encaminan.
En fuentes hermosas
que en lluvias de perlas
inundan las rosas,
que nacen por verlas,
contempla el insecto,
zumbando en la rama,
su talle perfecto
su cuerpo de llama;
y el bosque y el prado,
vergel y montaña,
y arroyo cercado
de verde espadaña,
mar, ríos y suelo
con voz de alegría,
dan himnos al Cielo,
formando armonía.
Y al ave que canta
preguntan las aves,
quien dio a su garganta
los trinos suaves;
quien es causa eterna,
quien reina, y en donde,
quien rige y gobierna;
y el ave responde:
Que es Dios, que es la vida,
principio y autor,
virtud escogida,
la gracia cumplida,
luz, dicha y amor.
A dominio tan vasto y halagüeño
con trono de magnífica grandeza,
no quiso el Hacedor, el sumo dueño,
que faltase tu rey, Naturaleza.
Y el hombre, el soberano de tus seres,
compendio de ti misma y tu portento,
en medio del Edén de los placeres
fue criado por Dios, y de su aliento.
Diole un alma profunda que midiera
toda la creación que era reciente,
y para que su patria conociera,
al Sol y a su cenit le alzó la frente;
y habiendo puesto el mundo por santuario
dó brillase la gloria de su nombre,
destinó para místico sagrario
el corazón magnánimo del hombre.
Mas deja separar, hombre criado,
mis ojos del Edén de ruiseñores,
no sea que tropiece en tu pecado,
que es un áspid oculto entre las flores,
y el himno que dirijo al que te cría
se interrumpa con ayes de quebranto,
y venga a concluir en elegía
toda mi inspiración, todo mi canto.
Juan Arolas