La madre está de pechos
a la ventana,
viendo caer la nieve
lenta y callada.
Todo blanquea;
cabañas y rediles,
campos y breñas.
No teme que a la cuna
del tierno niño
lleve cuajados copos
el viento frío...
¡Ay, pobre madre!
Aquella cuna encierra
sólo un cadáver.
Por eso miran tanto
sus ojos fijos
de la nieve y el viento
los remolinos...
Por eso exclama
con doloridos ayes:
¡Hijo del alma!
¿Por qué no murió un día
de primavera
como flor que a los cielos
vuelve su esencia?
¡Ay, cuántos pájaros
fueran con él gozosos
aleteando!
¡Oh! ¡Pero en esta tarde,
solo y sin guía,
luchando con las nubes
y la ventisca,
mi pobre ángel
irá muerto de frío
por esos aires!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Es ya la media noche...
Sigue nevando...
La madre abriga al ángel
en su regazo...
De la ventana
voló en su busca al cielo...
Ha muerto helada.
Pedro Antonio de Alarcon