1
Al Santísimo Sacramento
Guardan a un señor preso con preceptos
rigurosas los guardas diligentes;
mas en el pan le esconden los parientes
un papel y le avisan los secretos.
Tal guardan los sentidos indiscretos,
examinando cosas diferentes;
mas, escondido Dios en accidentes,
avisa al alma presa sus conceptos.
Bien que a Cristo no vemos ni sentimos,
mas la fe certifica con su sello
que en Pan se pasa al alma por la boca.
Creer manda otras cosas que no vemos,
y aquí creer nos mandó contra aquello
que ven los ojos y la lengua toca.
2
Soneto a Jesucristo en la Cruz
Desplegar como un velo en los coluros
el que, sin cabo, cielo se dilata,
y de llama, hermosamente ingrata,
armar sus campos de cristales puros,
cimientos a la tierra abrir seguros
donde el viento sus plumas desbarata,
hacer al mar, que en perlas se desata,
de floja arena inaccesibles muros,
pequeña gloria fue de tu potencia;
mas que, de puro amor, te hagas hombre,
Dios mío, por morir por tu criatura,
no es mucho que a los ángeles asombre,
ni los hombres, que ignoran tu clemencia,
lo tengan por escándalo y locura.
3
Soneto a la Ascensión del Señor
Jesús, mi amor, que en una nube de oro,
engendrada del llanto de tu ausencia,
al Cielo te trasladas en presencia
del, si alegre, dichoso, santo coro,
mi corazón se va tras su tesoro;
tras Ti se va con alta diligencia,
y yo te sigo en dulce competencia,
con codiciosa vista y triste lloro.
¿Cómo oirás, oh mi bien, el llanto mío,
si vas adonde nunca entró la pena?
¡Bien que en tus manos llevas mi memoria!
Lejos yo, cual mis ojos, hechos río,
el fuego templan que en mi pecho suena,
templaré mis querellas con tu gloria.
4
Soneto a la Virgen Nuestra Señora,
caminando a Egipto
Mira desde una laja de la roca
el águila ondear el fuego claro;
y el nido con piadoso desamparo
deja, sus hijos salva, el cielo toca.
También do el sol se ignora, en tierra poca
hunde el tesoro el mal seguro avaro,
que teme de la cueva, aunque es su amparo,
no suenen sus secretos en su boca.
Así guardas el Hijo y el tesoro,
Ave María, Virgen codiciosa,
con presta mano y peregrina planta.
Así del dulce nido, así del oro
te obliga, oh sabiamente recelosa,
piedad divina y avaricia santa.
5
Soneto por el llanto de Nuestra Señora
y de San José al niño perdido
Pastor a cuya gloria me levanto,
zagala, honor de aquestas selvas bellas,
en lágrimas bañáis las nobles huellas:
¿que un cordero perdido lloráis tanto?
Lloras, María, y tu precioso llanto
suben para su lumbre las estrellas;
y lloras tú, Joseph, cuyas querellas
son de los aires ornamento santo.
Más de una voz el aire desordena
del uno y otro pecho atribulado,
que a Jesús llama entre mortal gemido.
Mas de aqueste dolor nace otra pena,
viendo que, cuando más hayáis llorado,
no igualará el dolor al bien perdido.
Pedro Espinosa