La tímida mañana se enternece,
Al ver sobre tus manos a la luna.
Tus manos, me recuerdan a una cuna
En donde un frágil niño se adormece.
Lo observo con delicado detalle.
Con el ojo de un dios que nunca miente;
Tu pecho, la antesala de tu vientre.
Tu vientre; ese inmenso y alto valle.
Morada que el destino me reserva,
Para aguardar el instante preciso,
En que ya presto de un final feliz,
Con sabia voluntad (fiel a Minerva)
Y la ilusión de Dante y de Beatriz,
Me entregue finalmente al Paraíso.
Luciano Cavido