Guaraguao,
que giras en círculos negros
de hondas espirales.
Guaraguao largo y obscuro,
guaraguao largo y obscuro
de garras de corvos puñales,
y pico azuloso y duro de sierra,
guaraguao largo y obscuro
de alas imperiales...
¡Guarda en el pecho potente
tu instinto de guerra
y el rayo de la ira
en tus ojos fatales,
que tú eres lo único
que puede curar nuestros males
lo único agresivo y fiero
que tiene nuestra pobre tierra!
Asalta
y destruye los nidos del monte:
Cubran tus ecos triunfales
las líricas quejas del manso sinsonte
y tus alas de luto
las tumbas de los ideales.
Tú sólo eres fuerte
en estos días infaustos
del miedo y el oro,
del miedo y el oro
tan lívidos como la muerte.
El trino sonoro
ha muerto en el bosque latino.
Ha muerto la negra bravura
en el circo y el foro...
El tribuno pide su salario.
El loro su comida en la jaula.
Paciente y cansino no embiste en la lidia,
arrastrando su coyunda el toro...
Cada cual busca su yugo y su parva.
El épico gallo, el gallo divino,
pica al insecto saltante del polvo que escarda
y en el corral sólo erige las corneas espuelas,
que es ya su destino morir,
no en la lucha, sino en las cazuelas.
A lo largo de nuestro camino,
como los murciélagos muerden
en los árboles muerde a los corazones
muerde la envidia a las almas,
los canes aúllan
y están los ratones royendo las palmas.
Tenía el cordero sangre de leones
y se lo llevaron nuestros batallones...
¿Quién te salva ahora, país en conquista,
de tantos felinos y tantos leones
si queda en el suelo plegado
y rendido el pendón del Bautista?
Guaraguao,
que llenas de sombra los lindes del cielo,
desciende en tu velo
de hondas espirales
y el pendón levanta y en tu pico aferra,
que tú eres el único que cura nuestros males!
Jose de Diego