CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

27 de noviembre de 2012

SUEÑO EN COLOR NARANJA







                  Había sido una noche gloriosamente  inacabable, juntos habíamos caminado por los senderos irrepetibles de nuestros cuerpos, estaba comenzando la amanecida y, desde los claroscuros del alba, nuestros ojos desnudaban sin pudor los sentimientos del otro.

                 Me detuve en los del Sueño mientras contaban,  en silencio, la vieja historia de un lejano antepasado que había vivido buscando un amor prometido desde el mismo instante en que salió de la vagina de su madre, al parirlo entre los verdes silencios de la selva   Hijo de una india y de un colono alcoholizado supo, con su primer llanto, que solo se redimiría cuando encontrase una mujer de su propia familia con quién purificar la descendencia.

                 Acuciado por su estrella, desde muy niño, se marchó a caminar por los senderos de su propia historia y vagó, durante años,  por caminos atravesados por los pantanos, se movió entre zancudos, víboras y pajarracos siempre buscando la familia de su padre donde, según le había dicho se madre antes de morir consumida por las fiebres de los malos espíritus, moraba una hermosa prima, hija de antepasados que, deteniendo los años, soñaba con la salvación de la estirpe mientras esperaba pacientemente  su llegada.    De generación en generación se había transmitido la creencia de que solo la mezcla de estas dos sangres hermanas, a la vez joven y vieja, salvaría los destinos de su familia.

           Atravesó campos llenos de una vegetación voraz que ya había crecido nuevamente cuando apenas había acabado  de cortarla, durmió en rincones acunados por claros de luna entre el chillido eterno de las aves del trópico, pero siempre guiado por la certeza de que encontraría ese otro mundo, en forma de barco varado entre árboles, donde reposaría de años enteros caminando solo con el rumbo que le marcaban sus sentimientos.

          Cuando aquella tarde, preñada por las lluvias de Agosto, avistó los viejos mástiles, doblados por el peso del tiempo, sintió como su corazón le gritaba que había llegado hasta el puerto donde podría reposar por vez primera desde que salió, siendo un niño, de los chozos donde había nacido.   Avanzó con los latidos del corazón acelerados y la vista fija en el  porche, que era la cubierta de la casa hecha barco, allí pudo ver a una niña sonriente, los ojos verdes y las pecas alumbrando su rostro. Apretó el paso sintiendo el pulso desbocado.  Conforme se acercaba, la figura se fue diluyendo, el cielo se oscureció en momentos y sintió un mal viento en el rostro que le heló el corazón…

       Al llegar hasta ella, encontró una anciana vestida de negro esperando, sin duda, su llegada profética.  Acercó su mano para tocarla y la figura se diluyó en una nube de polvo que el viento se llevó entre remolinos preñados de sortilegios.  Desorientado, y con los ojos muy abiertos, se sentó en la escalinata junto a la mecedora vacía sin saber muy bien que o a quién podría esperar…

          En ese momento el Sueño pareció dudar, le acaricié dulcemente sus manos para que abriese los ojos y volviese a nuestra realidad…     Lo hizo, me sonrió y me dijo:   “Amor mío, la vida es como los sueños preñados de búsquedas lejanas e imposibles, por eso, cuando en cualquier esquina de tu camino encuentres al amor de tu vida, cógelo, dale la mano, cierra los ojos y vívelo sin pensar lo que pueda durar, porque cada instante de ese amor valdrá siempre más que toda una vida de monotonías…“

       Se dejó rodear por mis brazos y reposó su cabeza en mi hombro mientras me decía…

        - Con esta historia que te acabo de entregar, quiero que me construyas un cuento, con final feliz,  para no olvidarlo jamás...
        - La acaricié desde mi cercanía y le pregunté:   ¿Cómo quieres que te lo cuente…?
        - Perdida en la inmensidad de nuestra ternura, sombreada con nuestra cercana bandera amarilla, me susurró tiernamente…  

“Cuéntamelo como nunca antes jamás se lo hayas contado a nadie…” 

Diego Lopa Garrocho       

23 de noviembre de 2012

LIBRO SEGUNDO CANTO QUINTO






I

Desleída en las tintas de la aurora,
La luz se disolvió de las estrellas;
La risa de los cielos
Ha despertado el himno de la tierra.
El ombú solitario de las lomas,
La copa verde apenas balancea;
El sauce besa al río,
Y el talle esbelto cimbran las palmeras.
Su carnoso ropaje verdinegro
Sacude el canelón de las riberas;
La flor del camalote,
Morada y blanca, en la corriente juega
Como gotas de sangre que sonríen,
Las margaritas rojas se despiertan;
Despiertan las azules
Y esas hijas sin nombre de la yerba,
De un amarillo y blanco deslumbrantes,
Que en el campo se cuentan
Como las claras noches de Diciembre
Se cuentan en el cielo las estrellas.
Todas las hojas brillan; una savia
Joven y turbulenta
Circula por las cañas y los juncos,
Da ternura a los brazos de la yedra,
Desabrocha las flores de los talas,
Del guaviyú y la ceiba,
Y alegra el corazón de los palmares,
Y los estambres húmedos revienta.
Los cardos, agrupados o dispersos,
Levantan las cabezas
Con sus coronas frescas y azuladas
Sobre el tallo espinoso descubiertas;
Y cual ropas tendidas por la noche
A secar en la arena,
Desparramados vense entre espadañas
Flamencos y gaviotas y cigüeñas:
De dos en dos dispersos y pesados,
O en obscuras hileras,
Se posan en la` orilla los chajaes
Lanzando a ratos su estridente queja;
Pasea cadenciosa entre los juncos,
Con su rítmico andar, la garza esbelta,
O asoma entre ellos el nevado cuello
Mientras abre el biguá sus alas negras;
Y corren por la arena de la playa
Esas aves pequeñas
De largas patas y afilados picos
Que en su base sutil se balancean,
Cual si intentaran emprender el vuelo
Y de ello desistieran,
Para correr de nuevo por la orilla
Allí dejando sus ligeras huellas.
Como vapor un tanto sonoroso
Que en el espacio ondea,
Los pájaros, como arpas que la aurora
De las ramas descuelga,
Dan el cantar del día
Que en temblorosa ebullición se eleva:
Nadan en luz las notas
Y el alma de la luz palpita en ellas.
El día las recoge
Y las ajusta al ritmo de una idea,
Y así elabora el salmo indescriptible
Que eleva a Dios, al despertar, la tierra.
Las islas van brotando lentamente
Del seno de las nieblas
Disueltas en la luz; los horizontes
A través de los árboles se alejan.
La claridad naciente va ganando
Colinas y laderas;
Tras ella el sol dispara victorioso,
A través de los aires, sus saetas.

II

¿Quién no siente en el alma
La fresca sensación de la belleza,
El dulce descansar de los sentidos
El instintivo amor a la existencia?
¿Quién no siente en los labios
Las sonrisas serenas
En que la luz y la quietud del alma
Y el escondido amor se transparentan,
Y esas lágrimas puras
De luz y encantos llenas,
Que humedecen los ojos sin dejarles
De llanto ni dolor la amarga huella?

III

El: Tabaré el cacique
A quien las sombras cercan,
Y a sus pies se retuercen en abismos
Y en tempestades a su frente ruedan.
Vedlo. Es el indio puro;
Es el charrúa de la frente estrecha;
Su sangre afluye al pómulo saliente,
Su labio tiembla, su pupila humea.
La lucha sostenida
En la noche anterior ruda y suprema;
Las armas asestadas a su pecho,
Que aun cree astilla entre sus manos yertas.
Todo lo encona el alma,
Todo en ella despierta
El instinto dormido, el ansia viva
De libertad, de destrucción y guerra.
Como del fondo obscuro del abismo
Vuelan las aves negras
Del fondo de su alma se levantan
Las fierezas ingénitas,
Que cruzan por sus ojos
En el suelo clavados, y reflejan
En ellos repentinas llamaradas
Que en sus pupilas encendidas tiemblan.
En vano de sus labios
Solícito pretende el Padre Esteban
Oír una palabra que revele
Un eco al menos de su lucha interna;
En vano a las memorias
Que otras veces al indio conmovieran
Ha llamado en su ayuda
Para tocarle el corazón con ellas:
La mano del recuerdo
Esa arruga del ceño no despliega,
Ni separa esos dedos que serpientes
Enroscadas semejan.
Oye gritos de muerte y de victoria,
Silbidos de saetas,
Aullidos de una guerra inextinguible
Que su enconado pensamiento atruenan,
Ya la sangre charrúa
Sólo siente en sus venas,
Pero asoma a sus ojos azulados
El alma de la dulce Magdalena.
Y la mortal congoja
Del indio se apodera,
y la lucha de un átomo con otro
Se renueva potente en sus arterias,
Y silba en sus oídos,
Y estruja su cabeza,
Y afluye al corazón, y en él estalla,
Y se difunde por su ser violenta.

IV

Doña Luz suplicaba
Al noble capitán que, ensimismado,
Escuchaba a su esposa, con los ojos
Clavados, sin mirar, en el espacio.
Sólo he visto en ese hombre
Un misterio infeliz, un ser extraño;
No hallo peligro en él; mas... tú lo quieres.
Tabaré partirá, dijo Gonzalo.
-¡Partirá! -dijo Blanca;
¿Y a dónde ha de ir el indio desgraciado?
¿Qué será de él en el desierto bosque,
Enfermo y solo? ¡No hagas tal, hermano!
¿Y qué mal nos ha hecho?
¿Por qué así abandonarlo?
El pobre Tabaré no nos ofende...
¿Qué vais a hacer? ¿Es una fiera, acaso?
-Blanca; tu siempre niña;
Le dijo Doña Luz. ¡Qué! ¿Están pensando
Que son capaces de pasiones buenas
Esos seres, nacidos para esclavos?
¿Piensas, Blanca, que anoche
No meditaba un crimen ese bárbaro,
Cuando en las altas horas felizmente
En vela le encontraron los soldados?
-Un crimen! No, por cierto.
¡Un crimen, Tabaré! ¿Qué estás hablando?
Tú no has oído como yo, al charrúa;
Si lo oyes, Luz, ya no podrás odiarlo.
Oh! No arrojéis al indio.
Lanzarlo para siempre!... Es inhumano!
Llamad al Padre Esteban; que él os diga
Si Tabaré el charrúa es un malvado.
-¡Oh! ¡El Padre, el Padre Esteban!
De masa de indios quiere hacer cristianos!
Inocente ilusión! El no imagina...
No puede ser! Arrójalo, Gonzalo.
Si aun crees que no es culpable
Después que anoche se le halló velando,
No le hagas mal; pero, por Dios, arrójalo,
Dale la libertad; no lo veamos.
Mientras él está aquí, tú bien lo sabes,
En mi lecho sentado
Siempre el insomnio, con la faz de ese indio,
Introduce sus dedos en mis párpados...

...........................

V

Tabaré entró sombrío...
Don Gonzalo, que solo lo esperaba,
Busca al mirarlo entrar, mas busca en vano
Del indio la mirada,
Que chispea en el fondo
De la órbita ceñuda, como llama
Que con espesa obscuridad en lucha,
Se extingue, reaparece y se dilata.
¿Por qué el indio charrúa
Fue sorprendido anoche por la guardia?
¿Qué buscaba a esas horas?
¿Qué intento lo llevaba?
El indio queda Inmóvil en su sitio
Con la cabeza baja.
Repite su pregunta Don Gonzalo,
E igual respuesta: el prisionero cana.
El jefe continuó: -Cuando el cacique
Rompió ante mí su lanza
En señal de amistad, le di la mía;
¿No he sido fiel a la amistad jurada?
Diga el indio charrúa si el cristiano
A sus promesas falta...
¡Conteste Tabaré! ¿Qué es lo que intenta?
Todo es en vano: el prisionero calla.
-En cambio, el indio amigo
En la alta noche por el pueblo vaga;
Y en la sombra revela de su frente
Que en su espíritu hay sombras, sombras malas.
¿Qué plan revuelve en ellas?
¿Nada en su abono que decirnos halla?
¡Raza maldita! ¿No es capaz entonces
De amor y gratitud? ¿Todo es venganza?
Una terrible lucha
De Tabaré en el alma se desata,
Y como el eco de la lucha interna
Suena un ronco gemido en su garganta;
Pero calla. Temblor imperceptible
Discurre por su carne. Onda del alma
Llega a su cuerpo enfermo, como mueren
Las olas en la playa.
Compasivo, sin odio,
El capitán al indio contemplaba;
Mas recordando el ruego de su esposa,
-Pues bien, -gritó, con expresión airada,
Ya que el indio charrúa
Nuestra amistad rechaza,
Vuelva a sus bosques a enconar sus flechas,
Vuelva a buscar las fieras sus hermanas.
El español no quiere
Violar un punto la amistad jurada;
Pero verá en el indio a su enemigo,
Al eterno enemigo de su raza.
Vaya libre a su selva,
Pues no hay amor ni gratitud en su alma;
Pero jamás donde el cristiano aliente
Torne a posar la sigilosa planta.
... ... ... ... ... ... ... ...

Don Gonzalo partió. Quiso en el labio
De Tabaré asomar una palabra;
Alzó la frente... ¡y la inclinó de nuevo!
Mudo y sombrío abandonó la estancia.

Juan Zorrilla de San Martin

19 de noviembre de 2012

ESTA TERNURA





Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.

Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.

Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.

Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?

Julio Cortazar

15 de noviembre de 2012

CONFIDENCIA






En fragante mudanza el limonero
destaca tu rubor.
Tú no sabes, amiga, pero hueles
a limonero en flor.
En un tronco caído una avecilla
le hizo casa al amor.
Tú no sabes, amiga, pero anidas
lo mismo en mi dolor.
Del arroyo una fría pedrezuela
me trajo el pescador.
Guardé la piedra en mi cerrada mano,
y sentí su frescor.
La harina del molino me empolva el alma
la harina de tu amor.
En el monte encontramos uva crespa
y una flor y otra flor;
Cada flor con tu aroma y cada uva
con tu mismo sabor.
Con su fresco algodón venda la piedra
el musgo trepador.
También es como el musgo tu ternura
en mi piedra interior.
Por el camino baja suavemente
un lugareño son.
Así también, amiga, tu palabra
baja a mi corazón.

Jose Pedroni

11 de noviembre de 2012

ROMANCES






1

Villamediana a una dama en El Escorial

En este sitio frailesco
donde es escuela de ardor,
más es menester, señora,
remedio que tentación;
porque se levanta un hombre
-no es mentira, voto a Dios-
más rebelde que un peñasco,
más erguido que un pendón.


2

Romance satírico a la cazuela de la comedia

En la cazuela del mundo
todos somos pepitoria,
mas en la de la comedia
lo son las mujeres solas.
Más sin gusto el cocinero
le tiene las tardes todas:
quien lo ha probado lo dice,
quien no lo sabe, no lo oiga.

Porque si aquí son enteras,
son las cabezas las mozas,
y las viejas las costillas,
nada carne y todo costras;

las flacas son los alones,
mucho hueso en carne poca,
y en su sudor derretidas
son la manteca las gordas.

Los pescuezos desvaídos
son las muy largas y angostas;
la pimienta las taimadas,
y las mollejas las bobas;

las feas que se aderezan
son especias que sazonan,
por sí solas desabridas
y aderezadas, gustosas.

La sangre cuajada son
todas las necias hermosas,
y en ser un manjar del limbo
-ni bien pena, ni bien gloria-
las afeitadas son salsa
adonde cualquiera moja.

Con perejiles las unas
y con mostazas las todas,
en el portero apretador,
para dar fin a la historia,
es el cucharón de palo
porque las revuelve a todas.


3

Francelisa, la más bella
ninfa que pisó cristal,
y sobre coturnos de oro
lleva su tributo al mar,

doliente y correspondida
de Amarilis en el mal,
ella sabe por qué llora
y cuán llorosa estará.

Primas son y las primeras
flores que dio Portugal:
una, formación de estrellas;
otra, de rayos no más;

lo que rubrica la perla,
la siempre luz orïental,
tensa imagen del Aurora
y sol que amanece ya.

Rojos anima claveles
en los dos labios que más
bella afrenta de las perlas
el Amor supo celar.

De sí mismo dé sus flechas,
pues las que al arco da
hebras son finas que Clori
apenas sabe envidiar.

El aliento que respira
quintaesencia es del azahar;
abriles y mayos pisa
con su animado cristal.

Si con dos luceros mira
-que aun no se dejan mirar-,
qué no rinde, qué no vence,
y qué no conquistará.

Presa tiene a Francelisa,
y ella en sus brazos está;
el peligro de sus brazos
de mi muerte lo sabrá.

Con rayos el sol
a cuya lumbre jamás
habrá libre corazón,
habrá exenta libertad.

Dulces son de Amor cadenas,
y aun dellas no liberal,
en la mezcla de los ojos
donde es dulce el espirar.

Cuanto dice y cuanto hace
es peligroso ademán,
el buen aire es su retrato,
si se puede retratar.

La que en su norte es estrella
y no de lumbre polar,
sino de la luz más fija
que venera nuestra edad;

es la suya en pocos años
muchos siglos de beldad,
hermosura con veneno
y peligro que adorar.

Que se le huye y que vive
y que se deja alcanzar,
que no envidie el escarmiento,
que no desprecie el afán.

Por ella llora Amarilis,
por ella llorando están
cuantos saben entender,
cuantos supieren mirar.

Francelisa, agradecida,
o teniendo que pagar,
con su hermosísima prima
dio celos y aun quizá más;

pues para sacar de Amor
misterio que oculto está,
hoy le faltará el deseo
y mañana le sobrará.

Discursos son de la envidia
en la culpa de un mordaz,
Francelisa y Amarilis
magna conjunción es ya.


4

Más de una ley tiene Amor
hecha por el que no guarda,
y de glorias que promete
breve plazo desengaña.

La que tenebrosa noche
pasó prometida clara
muchos me prestó luceros
para ver luz que me falta.

Cuántas el no fijo norte
me hizo ver luminarias,
tenebrosas para mí,
puesto el sol de mi esperanza;

en cuyas dudosas sombras,
no injusta queja acompaña
de la deidad más dormida
el ansia más desvelada.

Así pasé de un olvido
noche en mal que tarde pasa,
prestando papel el viento
a quejas que al viento daba.

Una prometida puerta,
con mil lágrimas bañada,
resistió de mis suspiros
y de mis ansias la llama.


5

A un borracho

Entró a hacer la razón
Gil Toribio en la taberna,
y en vez de hacer la razón
Toribio quedó sin ella.

Era el divino Toribio
un ángel en la pureza,
y en ser de espíritu puro
es divino por esencia.

Cual ángel cayó Toribio,
que, aunque de vino, humos eran,
y así luego lo derriban
humos contra la cabeza.

Así que cayó Toribio,
ya por demonio se cuenta;
y es el Toribio tan diablo
que hasta las paredes tienta.

Los ojos tiene enramados
Toribio, y es cosa cierta
que el ramo de los ojos dice
que hay allá dentro taberna.

De seda estaba vestido
-que hay monas que visten seda-,
y aunque se quedó vestido,
no hay duda que en cueros queda.

Sus ojos vasos de vidrio
por de fuera vino enseñan,
y aunque estén encarnizados,
más cuero que carne muestran.

Un mal le dejó de gota
jarro que sin gota queda,
que otros renquean por gota
y él por azumbres renquea.

Y como en cueros nació
y en cueros morir espera,
para más conformidad
en cueros vivir desea.

Siempre tuvo alma devota,
siempre a lo que Dios enseña
humilde su pecho inclina,
la medida lo gobierna.

Aborreció el agua en vida,
y en la muerte es cosa cierta
que para morir en paz
se reconcilió con ella.

Juan de Tassis

7 de noviembre de 2012

LA HUERTA





Por la teja inclinada de las rosas techumbres
descienden en silencio las horas... El bochorno
sahúma con bucólicas fragancias el contorno
ufano como nunca de vistosas legumbres.

Hécuba diligente da en reparar las lumbres...
Llegan por el camino cánticos de retorno.
Iris, que no ve casi, abandona su torno,
y suspira a la tarde, libre de pesadumbres.

Oscurece. Una mística Majestad unge el dedo
pensativo en los labios de la noche sin miedo...
No llega un solo eco, de lo que al mundo asombra,

a la almohada de rosas en que sueña la huerta...
Y en la sana vivienda se adivina la sombra
de un orgullo que gruñe como un perro a la puerta.

Julio Herrera y reissig

3 de noviembre de 2012

LA NOCHE INESPERADA




I
Subo la escalinata a pasos lentos
y llego a un corredor de alta techumbre.

Hay una puerta abierta. Hay otras puertas
que a amplias alcobas blancas dan acceso.

Voy hacia el comedor, en cuya estufa
se vio brillar un día una centella.

(Se hizo de noche de repente: el cielo
se derrumbó entre rayos y relámpagos,

y ante nuestro estupor, zigzagueante,
de la estufa surgió la enorme chispa).

De esto hace mucho tiempo. Lo recuerdo
mientras contemplo la espaciosa sala:

las vigas negras sobre el techo blanco,
los cuadros y los muebles impasibles;

el ventanal que, inmenso, de cristales
lucientes, es el marco de un bellísimo

paisaje: el lago azul, los cerros verdes,
y, en la calle, un lapacho que se alza

con su fiesta de flores amarillas,
más doradas que el sol que las enciende.

II
Estoy solo. No se oye más que el trino
de pájaros bermejos en los patios.

Y cruzo el comedor porque sospecho
que afuera, junto al pozo enjalbegado,

me esperan; que este día recupero
la dicha de otro día muy lejano.

Debajo de la pérgola no hay nadie;
y, solitario, el pozo duerme mudo,

con un círculo negro allá en su fondo.
Regreso al comedor, miro hacia el lago,

pero no veo el lago, ni los cerros,
sino una niebla gris que avanza lenta.

Ya no cantan los pájaros bermejos.
Bajo la escalinata como huyendo

de no sé qué peligro. Y de repente
me encuentro aquí, en la noche inesperada,

ajeno ya a aquel mundo, mientras suenan
dobles acompasados en las sombras.

Hugo Rodriguez Alcala