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23 de noviembre de 2012

LIBRO SEGUNDO CANTO QUINTO






I

Desleída en las tintas de la aurora,
La luz se disolvió de las estrellas;
La risa de los cielos
Ha despertado el himno de la tierra.
El ombú solitario de las lomas,
La copa verde apenas balancea;
El sauce besa al río,
Y el talle esbelto cimbran las palmeras.
Su carnoso ropaje verdinegro
Sacude el canelón de las riberas;
La flor del camalote,
Morada y blanca, en la corriente juega
Como gotas de sangre que sonríen,
Las margaritas rojas se despiertan;
Despiertan las azules
Y esas hijas sin nombre de la yerba,
De un amarillo y blanco deslumbrantes,
Que en el campo se cuentan
Como las claras noches de Diciembre
Se cuentan en el cielo las estrellas.
Todas las hojas brillan; una savia
Joven y turbulenta
Circula por las cañas y los juncos,
Da ternura a los brazos de la yedra,
Desabrocha las flores de los talas,
Del guaviyú y la ceiba,
Y alegra el corazón de los palmares,
Y los estambres húmedos revienta.
Los cardos, agrupados o dispersos,
Levantan las cabezas
Con sus coronas frescas y azuladas
Sobre el tallo espinoso descubiertas;
Y cual ropas tendidas por la noche
A secar en la arena,
Desparramados vense entre espadañas
Flamencos y gaviotas y cigüeñas:
De dos en dos dispersos y pesados,
O en obscuras hileras,
Se posan en la` orilla los chajaes
Lanzando a ratos su estridente queja;
Pasea cadenciosa entre los juncos,
Con su rítmico andar, la garza esbelta,
O asoma entre ellos el nevado cuello
Mientras abre el biguá sus alas negras;
Y corren por la arena de la playa
Esas aves pequeñas
De largas patas y afilados picos
Que en su base sutil se balancean,
Cual si intentaran emprender el vuelo
Y de ello desistieran,
Para correr de nuevo por la orilla
Allí dejando sus ligeras huellas.
Como vapor un tanto sonoroso
Que en el espacio ondea,
Los pájaros, como arpas que la aurora
De las ramas descuelga,
Dan el cantar del día
Que en temblorosa ebullición se eleva:
Nadan en luz las notas
Y el alma de la luz palpita en ellas.
El día las recoge
Y las ajusta al ritmo de una idea,
Y así elabora el salmo indescriptible
Que eleva a Dios, al despertar, la tierra.
Las islas van brotando lentamente
Del seno de las nieblas
Disueltas en la luz; los horizontes
A través de los árboles se alejan.
La claridad naciente va ganando
Colinas y laderas;
Tras ella el sol dispara victorioso,
A través de los aires, sus saetas.

II

¿Quién no siente en el alma
La fresca sensación de la belleza,
El dulce descansar de los sentidos
El instintivo amor a la existencia?
¿Quién no siente en los labios
Las sonrisas serenas
En que la luz y la quietud del alma
Y el escondido amor se transparentan,
Y esas lágrimas puras
De luz y encantos llenas,
Que humedecen los ojos sin dejarles
De llanto ni dolor la amarga huella?

III

El: Tabaré el cacique
A quien las sombras cercan,
Y a sus pies se retuercen en abismos
Y en tempestades a su frente ruedan.
Vedlo. Es el indio puro;
Es el charrúa de la frente estrecha;
Su sangre afluye al pómulo saliente,
Su labio tiembla, su pupila humea.
La lucha sostenida
En la noche anterior ruda y suprema;
Las armas asestadas a su pecho,
Que aun cree astilla entre sus manos yertas.
Todo lo encona el alma,
Todo en ella despierta
El instinto dormido, el ansia viva
De libertad, de destrucción y guerra.
Como del fondo obscuro del abismo
Vuelan las aves negras
Del fondo de su alma se levantan
Las fierezas ingénitas,
Que cruzan por sus ojos
En el suelo clavados, y reflejan
En ellos repentinas llamaradas
Que en sus pupilas encendidas tiemblan.
En vano de sus labios
Solícito pretende el Padre Esteban
Oír una palabra que revele
Un eco al menos de su lucha interna;
En vano a las memorias
Que otras veces al indio conmovieran
Ha llamado en su ayuda
Para tocarle el corazón con ellas:
La mano del recuerdo
Esa arruga del ceño no despliega,
Ni separa esos dedos que serpientes
Enroscadas semejan.
Oye gritos de muerte y de victoria,
Silbidos de saetas,
Aullidos de una guerra inextinguible
Que su enconado pensamiento atruenan,
Ya la sangre charrúa
Sólo siente en sus venas,
Pero asoma a sus ojos azulados
El alma de la dulce Magdalena.
Y la mortal congoja
Del indio se apodera,
y la lucha de un átomo con otro
Se renueva potente en sus arterias,
Y silba en sus oídos,
Y estruja su cabeza,
Y afluye al corazón, y en él estalla,
Y se difunde por su ser violenta.

IV

Doña Luz suplicaba
Al noble capitán que, ensimismado,
Escuchaba a su esposa, con los ojos
Clavados, sin mirar, en el espacio.
Sólo he visto en ese hombre
Un misterio infeliz, un ser extraño;
No hallo peligro en él; mas... tú lo quieres.
Tabaré partirá, dijo Gonzalo.
-¡Partirá! -dijo Blanca;
¿Y a dónde ha de ir el indio desgraciado?
¿Qué será de él en el desierto bosque,
Enfermo y solo? ¡No hagas tal, hermano!
¿Y qué mal nos ha hecho?
¿Por qué así abandonarlo?
El pobre Tabaré no nos ofende...
¿Qué vais a hacer? ¿Es una fiera, acaso?
-Blanca; tu siempre niña;
Le dijo Doña Luz. ¡Qué! ¿Están pensando
Que son capaces de pasiones buenas
Esos seres, nacidos para esclavos?
¿Piensas, Blanca, que anoche
No meditaba un crimen ese bárbaro,
Cuando en las altas horas felizmente
En vela le encontraron los soldados?
-Un crimen! No, por cierto.
¡Un crimen, Tabaré! ¿Qué estás hablando?
Tú no has oído como yo, al charrúa;
Si lo oyes, Luz, ya no podrás odiarlo.
Oh! No arrojéis al indio.
Lanzarlo para siempre!... Es inhumano!
Llamad al Padre Esteban; que él os diga
Si Tabaré el charrúa es un malvado.
-¡Oh! ¡El Padre, el Padre Esteban!
De masa de indios quiere hacer cristianos!
Inocente ilusión! El no imagina...
No puede ser! Arrójalo, Gonzalo.
Si aun crees que no es culpable
Después que anoche se le halló velando,
No le hagas mal; pero, por Dios, arrójalo,
Dale la libertad; no lo veamos.
Mientras él está aquí, tú bien lo sabes,
En mi lecho sentado
Siempre el insomnio, con la faz de ese indio,
Introduce sus dedos en mis párpados...

...........................

V

Tabaré entró sombrío...
Don Gonzalo, que solo lo esperaba,
Busca al mirarlo entrar, mas busca en vano
Del indio la mirada,
Que chispea en el fondo
De la órbita ceñuda, como llama
Que con espesa obscuridad en lucha,
Se extingue, reaparece y se dilata.
¿Por qué el indio charrúa
Fue sorprendido anoche por la guardia?
¿Qué buscaba a esas horas?
¿Qué intento lo llevaba?
El indio queda Inmóvil en su sitio
Con la cabeza baja.
Repite su pregunta Don Gonzalo,
E igual respuesta: el prisionero cana.
El jefe continuó: -Cuando el cacique
Rompió ante mí su lanza
En señal de amistad, le di la mía;
¿No he sido fiel a la amistad jurada?
Diga el indio charrúa si el cristiano
A sus promesas falta...
¡Conteste Tabaré! ¿Qué es lo que intenta?
Todo es en vano: el prisionero calla.
-En cambio, el indio amigo
En la alta noche por el pueblo vaga;
Y en la sombra revela de su frente
Que en su espíritu hay sombras, sombras malas.
¿Qué plan revuelve en ellas?
¿Nada en su abono que decirnos halla?
¡Raza maldita! ¿No es capaz entonces
De amor y gratitud? ¿Todo es venganza?
Una terrible lucha
De Tabaré en el alma se desata,
Y como el eco de la lucha interna
Suena un ronco gemido en su garganta;
Pero calla. Temblor imperceptible
Discurre por su carne. Onda del alma
Llega a su cuerpo enfermo, como mueren
Las olas en la playa.
Compasivo, sin odio,
El capitán al indio contemplaba;
Mas recordando el ruego de su esposa,
-Pues bien, -gritó, con expresión airada,
Ya que el indio charrúa
Nuestra amistad rechaza,
Vuelva a sus bosques a enconar sus flechas,
Vuelva a buscar las fieras sus hermanas.
El español no quiere
Violar un punto la amistad jurada;
Pero verá en el indio a su enemigo,
Al eterno enemigo de su raza.
Vaya libre a su selva,
Pues no hay amor ni gratitud en su alma;
Pero jamás donde el cristiano aliente
Torne a posar la sigilosa planta.
... ... ... ... ... ... ... ...

Don Gonzalo partió. Quiso en el labio
De Tabaré asomar una palabra;
Alzó la frente... ¡y la inclinó de nuevo!
Mudo y sombrío abandonó la estancia.

Juan Zorrilla de San Martin