Mis hombros son vastos y hondos precipicios,
Que se yerguen tarde, cuando ya el vacío,
Me observa cayendo hacia el negro río,
Donde caen las sobras y los desperdicios.
Cruzo derrotado el umbral del hospicio.
Ese que me brindas y que yo he aceptado.
Hacia él me arrastro con pasos helados,
Pero es tan inútil tanto sacrificio.
Al mirar tu mano hacia mí extendida,
Una extraña queja trepa a mi garganta.
Sorda, mustia, hueca, vana, inexistente.
Que acaso responde, displicentemente,
Al tenaz llamado de mis noches tantas.
¿Dónde estabas, dime... Vida de mi Vida?
Luciano Cavido