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11 de agosto de 2020

A CINTIO



V

Nesciunt quid faciunt.S.
 LUC., cap. 13, v. 34.



¡Ay! ¡De mi triste juventud, oh Cintio,
Cual se arrastran inútiles los días
Y sin placer! Un tiempo, de la gloria
La brillante fantasma su amargura
Con esperanzas halagó mentidas:
Tal centella, fugaz, artificiosa,
Lanzada entre las sombras de la noche, 
Al inocente rapazuelo alegra
Y sus lágrimas calma mientras brilla:
Muere, y el lloro torna. Con su magia
Poderosa, invencible, la Hermosura
Colmó también mi corazón un tiempo
De aquel sumo gozar por quien los Dioses
El bien hadado Olimpo abandonaban
Y humanos seres a adorar venían.
Mas ¡ay de mí! la apetecida Gloria
Burla mi afán, y el cáliz del deleite,
¿Creyéraslo? comienza a serme amargo.


¿De qué, Cintio, sirvió que esa existencia
Del hondo caos la quietud dejase?
¿Y a qué mi puro espirtu sucias carnes
Vestir, y por veredas retorcidas
De bandidos sembradas y de monstruos
Buscar la patria y primitivo origen?
Amapola de vida momentánea
La frente saca de la tierra un punto;
Viene el arado del gañán, la troncha,
Y deja de existir. Gota lanzada
Del matinal rocío en la corriente
Del Orinoco, a las inmensas ondas
¿De qué sirve? Arrastrada a la par dellas,
Irá a morir sin pro y desconocida.
Breves y oscuros de la tierra al seno
Así mis días correrán llevados:
Sobre mi huesa la espinosa zarza
Como antes crecerá, y el viajero
Proseguirá sin percibir mis huellas:
No más profunda estampa del nocturno
Favonio, que pasó en callado vuelo,
Repara en su vergel la zagaleja.


Pero, ¿qué importa? ¿Y piensas tú que envidio
La suerte yo de aquellos que ufanoso
Para divinizar el propio fango
El mortal a los cielos encarama?
¡Oh Cintio! en su memoria embebecida,
No hace nada, la mente, sus ruidosas
Acciones recordaba, y yo el hinojo
Iba casi a doblar para adorarlos;
Cuando «¡Detente! en cariñoso acento
Mi Genio me gritó: detén y escucha.
Irremediable enfermo, trabajado
De antiguos males es el mundo, y busca
Medicamento en vano a sus dolencias.
De su dolor en el angosto lecho,
Manando pobre y la razón furiosa,
Se agita, se carcome, se consume
Revolcándose: ya en blasfemia impía
Con labio inmundo al Eternal insulta;
Ya humilde, arrepentido, prosternado
Demanda su piedad: ora a la fuerza
Se abandona del mal sin esperanzas,
Ora la ciencia de mentidos sabios
Invoca... ¡Oh sin ventura! a luengo agudo
Padecer condenado, del momento
Que inobediente de su Dios el hombre
Fue al mandato primero, hasta el instante
En que a la nada la creación tornando,
Dirá la voz del Infalible: Basta.
Ve aquí la eterna ley, y contra della,
De esa estúpida chusma envilecida
(Que por un pan de oprobio el honor suyo
Vende y su vida miserable) el vicio,
La ignorancia y maldad es tan inútil
Como del Macedonio las victorias,
Los sueños de Platón, y el celebrado
Pensamiento de aquel, que a los Planetas
Hizo danzar a guisa de la poma
Que sus narices aplastó cayendo.
Dijo, y finió sus últimas razones
Con risa estrepitosa: yo aturdido,
Bien fuese de dolor o de despecho,
Bien de placer, humedecido el rostro
Con el llanto sentí que derramaba.



Manuel de Cabanyes