Azulados y negros y pequeños.
Sus ojos son el fruto del Endrino.
Belleza que se esfuma como un sueño,
Al áspero sabor y cruel espino.
Sus labios, de morados a rosáceos,
Como la flor de Malva, palidecen.
Tan lejos de aquel brillo de Topacio,
En su propia mudez…desaparecen.
A las hojas de Dalia se asemejan
Sus manos, que al abrazo se resisten.
Y a la lluvia, su rostro bello y triste.
Y al olvido, su sombra que se aleja.
Sabe Dios, cuanto la quise un día.
Como sabe también…que todavía.
Luciano Cavido