¡Conque de tus recetas exquisitas,
Un Enfermo exclamó, ninguna alcanza!
El médico se fue sin esperanza,
Contando por los dedos sus visitas.
Así desengañado,
Y creciendo por horas su dolencia,
De este modo examina su conciencia:
En todos mis contratos he logrado,
No lo niego, ganancia muy segura;
Trabajé en calcular mis intereses:
Aumenté mi caudal en pocos meses,
Más por felicidad que por usura.
Sin rencor ni malicia
Hice que a mi deudor pusiesen preso:
Murió pobre en la cárcel, lo confieso;
Mas, en fin, es un hecho de justicia.
Si por cierto instrumento
Reduje una familia muy honrada
A pobreza extremada,
Algún día leerán mi testamento.
Entonces, muerto yo, se hará patente,
En la tierra lo mismo que en el cielo,
Para alivio de pobres y consuelo,
Mi caridad ardiente.
Una Visión se acerca y dice:
Hermano,
La esperanza condeno
Del que aguarda a morir para ser bueno.
Una acción de piedad está en tu mano:
Tus prójimos, según sus oraciones,
Están necesitados:
Para ser remediados
Han menester siquiera cien doblones.
¡Cien doblones!
No es nada.
Y si, porque Dios quiera, no me muero,
Y después me hace falta ese dinero,
Sería caridad bien ordenada?
Avaro, ¿te resistes?
Pues al cabo
Te anuncio que tu muerte está cercana.
¿Me muero?
Pues que esperen a mañana.
La Visión se volvió sin un ochavo.
Felix Maria Samaniego