Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo,
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
la perfección que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.
Vertical desde el mármol no miraba
la frente que se abría en loto húmedo.
En chillido sin fin se abría la floresta
al airado redoble en flecha y muerte.
¿No se apresura tal vez su fría mirada
sobre la garza real y el frío tan débil
del poniente, grito que ayuda la fuga
del dormir, llama fría y lengua alfilereada?
Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.
El espejo se olvida del sonido y de la noche
y su puerta al cambiante pontífice entreabre.
Máscara y río, grifo de los sueños.
Frío muerto y cabellera desterrada del aire
que la crea, del aire que le miente son
de vida arrastrada a la nube y a la abierta
boca negada en sangre que se mueve.
Ascendiendo en el pecho solo blanda,
olvidada por un aliento que olvida y desentraña.
Olvidado papel, fresco agujero al corazón
saltante se apresura y la sonrisa al caracol.
La mano que por el aire líneas impulsaba,
seca, sonrisas caminando por la nieve.
Ahora llevaba el oído al caracol, el caracol
enterrando firme oído en la seda del estanque.
Granizados toronjiles y ríos
de velamen congelados,
aguardan la señal
de una mustia hoja de oro,
alzada en espiral,
sobre el otoño de aguas tan hirvientes.
Dócil rubí queda suspirando
en su fuga ya ascendiendo.
Ya el otoño recorre las islas
no cuidadas, guarnecidas
islas y aislada paloma muda
entre dos hojas enterradas.
El río en la suma de sus ojos anunciaba
lo que pesa la luna en sus espaldas
y el aliento que en halo convertía.
Antorchas como peces,
flaco garzón trabaja noche y cielo,
arco y cestillo y sierpes encendidos,
carámbano y lebrel.
Pluma morada, no mojada,
pez mirándome, sepulcro.
Ecuestres faisanes ya no advierten
mano sin eco, pulso desdoblado
los dedos en inmóvil calendario
y el hastío en su trono cejijunto.
Lenta se forma ola
en la marmórea cavidad que mira
por espaldas que nunca me preguntan,
en veneno que nunca se pervierte
y en su escudo ni potros ni faisanes.
Como se derrama la ausencia
en la flecha que se aísla
y como la fresa respira hilando su cristal,
así el otoño en que su labio muere,
así el granizo en blando espejo
destroza la mirada que le ciñe,
que le miente la pluma por los labios,
laberinto y halago le recorre junto a la fuente
que humedece el sueño.
La ausencia, el espejo
ya en el cabello que en la playa
extiende y al aislado cabello pregunta
y se divierte.
Fronda leve vierte
la ascensión que asume.
¿No es la curva corintia
traición de confitados mirabeles,
que el espejo reúne o navega,
ciego desterrado?
¿Ya se siente temblar
el pájaro en mano terrenal?
Ya sólo cae el pájaro,
la mano que la cárcel mueve,
los dioses hundidos entre la piedra,
el carbunclo y la doncella.
Si la ausencia pregunta
con la nieve desmayada,
forma en la pluma, no círculos
que la pulpa abandona sumergida.
Triste recorre-curva ceñida
en ceniciento airón-
el espacio que manos desalojan,
timbre ausente y avivado azafrán,
tiernos redobles sus extremos.
Convocados se agitan los durmientes,
fruncen las olas batiendo en torno
de ajedrez dormido, su insepulta tiara.
Su insepulta madera blanda
el frío pico del hirviente cisne.
Reluce muelle: falsos diamantes;
pluma cambiante: terso atlas.
Verdes chillidos: juegan las olas,
blanda muerte el relámpago en sus venas.
Ahogadas cintas
mudo el labio las ofrece.
Orientales cestillos
cuelan agua de luna.
Los más dormidos
son los que más se apresuran,
se entierran, pluma en el grito,
silbo enmascarado, entre frentes y garfios.
Estirado mármol como un río
que recurva o aprisiona
los labios destrozados,
pero los ciegos no oscilan.
Espirales de heroicos tenores
caen en el pecho de una paloma
y allí se agitan hasta relucir
como flechas en su abrigo de noche.
Una flecha destaca,
una espalda se ausenta.
Relámpago es violeta si alfiler
en la nieve y terco rostro.
Tierra húmeda ascendiendo
hasta el rostro, flecha cerrada.
Polvos de luna y húmeda tierra,
el perfil desgajado en la nube que es espejo.
Frescas las valvas de la noche
y límite airado de las conchas
en su cárcel sin sed se desbancan los brazos,
no preguntan corales
en estrías de abejas y en secretos
confusos despiertan recordando
curvos Brazos y engaste de la frente.
Desde ayer las preguntas
se divierten o se cierran
al impulso de frutos polvorosos
o de islas donde acampan
los tesoros que la rabia esparce,
adula o reconviene.
Los donceles trabajan en las nueces
y el surtidor de frente a su sonido
en la llama fabrica sus raíces
y su mansión de gritos soterrados.
Si se aleja, recta abeja,
el espejo destroza el río mudo.
Si se hunde, media sirena al fuego,
las hilachas que surcan el invierno
tejen blanco cuerpo
en preguntas de estatua polvorienta.
Cuerpo del sonido el enjambre
que mudos pinos claman,
despertando el oleaje en lisas llamaradas
y vuelos sosegados,
guiados por la paloma que sin ojos chilla,
que sin clavel la frente espejo es de ondas,
no recuerdos.
Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel
no siempre ardido
el abismo de nieve alquitarada
o gimiendo en el cielo apuntalado.
Los corceles si nieve o si cobre
guiados por miradas la súplica
destilan o más firmes recurvan
a la mudez primera ya sin cielo.
La nieve que en los sistros no penetra,
arguye en hojas,
recta destroza vidrio en el oído,
nidos blancos, en su centro
ya encienden tibios los corales,
huidos los donceles en sus ciervos de hastío,
en sus bosques rosados.
Convierten si coral y doncel rizo
las voces, nieve los caminos
donde el cuerpo sonoro se mece
con los pinos, delgado cabecea.
Mas esforzado pino,
ya columna de humo tan aguado
que canario en su aguja
y surtidor en viento desrizado.
Narciso, Narciso.
Las astas del ciervo asesinado son peces,
son llamas, son flautas,
son dedos mordisqueados.
Narciso, Narciso.
Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes
las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo
sin estrías, racimo de palomas
ocultas en la garganta muerta:
hija de la flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en la ola,
nube en el desgaire,
espuma colgaba de los ojos, gota marmórea
y dulce plinto no ofreciendo.
Chillidos frutados en la nieve,
el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo
en labio derramada,
abre un olvido en las islas,
espadas y pestañas vienen
a entregar el sueño, a rendir espejo
en litoral de tierra y roca impura.
Húmedos labios
no en la concha que busca recto hilo,
esclavos del perfil
y del velamen secos el aire muerden
al tornasol que cambia su sonido
en rubio tornasol de cal salada,
busca en lo rubio espejo de la muerte,
concha del sonido.
Si atraviesa el espejo hierven
las aguas que agitan el oído.
Si se sienta en su borde o en su frente
el centurión pulsa en su costado.
Si declama penetran en la mirada
y se fruncen las letras en el sueño.
Ola de aire envuelve secreto
albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es
del recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfín
en llamas secas y hojas lloviznadas.
Chorro de abejas increadas muerden
la estela, pídenle el costado.
Así el espejo averiguó callado,
así Narciso en pleamar fugó sin alas.
Jose Lezama Lima