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25 de enero de 2022

MINIMAMENTE Y ESENCIAL



Mínimamente y esencial, quería 
su hora de amor.
Como Dios la suya de creación, 
como Luzbel la suya 
de maldad.
Única, que le configuraría, recién, 
definitivo. Terminar de hacerse, 
clausurar ese estar abierto, 
y arriesgado a cualquier 
final.


Todavía inmaduro, todavía 
mera línea de puntos en proyecto, 
todavía
con la indecisa sustancia del origen, 
con su boca y sus ojos
sin timón de gustar, y sin imagen, 
su hora de amor.


Actual, tardío ya, casi, necesitaba 
de esa clara razón contra su absurdo, 
ese color de: sí, para saberse, 
ese tono de sí, para escucharse, 
ese dolor de si, para sentirse. 


Más que a su sangre, en hondo 
ser y gesto, dentro y fuera de carne, 
precisaba
inscribirse con su señal de hombre 
inextinguible en la memoria 
larga del transcurso. 


Desatado a total, alto y rebelde, 
cada molécula suya de sentido,
cada aurora de anuncio y de presagio, 
eran su hambre y su sed, y eran su aliento 
de probarse latiendo en el espejo.



Imprescindible, ningún paso a confín 
sería trazado, ni el sonido transmitiría 
su presencia, 
ni la caricia movería sus alas 
sobre la piel caliente, ni lograría sin ella, 
desprendido, el aroma maduro de verano;
su hora de amor.


Mínimamente y esencial, que unan 
agua y cántaro exacto.
Anda implacable de negación, su barca 
encallada, inconmoviblemente.

Porque si era suya, 
si con esa promesa lo empujaron a latir, 
a crecer y a perpetuarse.
Si fue esa su primera visión indescifrada 
y, resignadamente, indescifrable.


Si con esa luminaria lejana deslumbraron 
su pupila, todavía de pez.
Si tras ella fue que adivino y hundió a vida 
hasta lucha y derrota, y hasta credos 
y puños, inservibles.


Si en su alforja, sobre la crin caliente 
del chasquido, junto a pan de nutrir, 
fue él de mareo, 
el de estallido a muerte, sin morirse, 
y el amuleto breve, de gozar.


Desde germen informe a exuberancia, 
todo en él era selva, ya impaciente de fieras 
y de nidos, y de garras y cantos, 
y de muertes.


Se sentía, rudo atleta de cumbres, engañado, 
en un tren de juguete, y seducido
con un cuento de hadas, 
increíble.


Lima viva gastando su costado, 
polvo propio mordiéndole la boca, y asfixiado
su grito, como un ave, aterida y sepulta 
bajo miedos.


Todavía inconcluso y ya en regreso, su calculado 
declinar previsto, en el total 
derrumbamiento grande.


Epicentro y montaña sacudida, tierra roja 
de cráteres, inescrutable corazón del fuego, 
su estallada, fundamental angustia, 
voz de volcán y llanto,
que le cumplan.


Trunco mástil sin ala, paso ciego de andar 
in encontrado, y un borroso contorno 
ese paisaje, vano de hombres, panorama de pájaros
Y piedras, y de árboles muertos, 
y su tumba.


Densa atmósfera inerte, dibujada, de impotencias 
y añicos. Tentativa de asir, y la imposible 
elusión de presencias permanentes, 
tenaces, como guardias.


Híbrida estancia, 
carne, sueño, mortajas, apetitos, 
hora nutrida a saciedad y hartazgo, y todavía, 
sin conducta de muerte bajo el beso, 
y sin labios, sin dientes 
sin saliva, sin la azarosa alternativa; luces, 
sombra y luces, y sombra, y luz de nuevo. 


Única suya de clamor, la hora 
no de gulas ni triunfos, no del arca, ni el mando, 
no el poder, no la gloria. 


Imperioso, piramidal y ya sobre el bramido, 
su exigencia de pie, jugado a todo,
todo a cambio, memorias y futuro,
y su grito:
que deshaga, derrumbe y desmenuce, la fantasmal 
hechicería de mundos, y que borre y apague, 
asfixie y muera, la esotérica alquimia de cerebro, 
y disperse a preantes, rancio caos de orden, 
y libere ese enclaustrado ser, de hacer en hombre 
en la sola, omnipotente hasta deidad y única,
hora de amor, su hora.



Matilde Alba Swann