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23 de agosto de 2018

EN LA MUERTE DE RAFAEL NUÑEZ





El pensador llegó a la barca negra;
y le vieron hundirse
en las brumas del lago del Misterio
los ojos de los Cisnes.


Su manto de poeta
reconocieron, los ilustres lises
y el laurel y la espina entremezclados
sobre la frente triste.


A lo lejos alzábanse los muros
de la ciudad teológica, en que vive
la sempiterna Paz. La negra barca
llegó a la ansiada costa y el sublime


espíritu gozó la suma gracia;
y, ¡oh Montaigne!, Núñez vio la cruz erguirse,
y halló al pie de la sacra Vencedora
el helado cadáver de la Esfinge.




III



Por un momento, ¡oh Cisne!, juntaré mis anhelos
a los de tus dos alas que abrazaron a Leda,
y a mi maduro ensueño, aún vestido de seda,
dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.


Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
Por un instante, ¡oh Cisne!, en la obscura alameda 
sorberé entre dos labios lo que el Pudor me veda,
y dejaré mordidos Escrúpulos y Celos.


Cisne, tendré tus alas blancas por un instante
y el corazón de rosa que hay en tu dulce pecho 
palpitará en el mío con su sangre constante.


Amor será dichoso, pues estará vibrante
el júbilo que pone al gran Pan en acecho
mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.




IV


¡Antes de todo, gloria a ti, Leda!
Tu dulce vientre cubrió de seda
el Dios. ¡Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
flauta y cristales, Pan y la fuente.
¡Tierra era canto; Cielo, sonrisa!


Ante el celeste, supremo acto,
dioses y bestias hicieron pacto.
Se dio a la alondra la luz del día,
se dio a los búhos sabiduría,
y melodía al ruiseñor.
A los leones fue la victoria,
para las águilas toda la gloria,
y a las palomas todo el amor.


Pero vosotros sois los divinos 
príncipes. Vagos como las naves, 
inmaculados como los linos, 
maravillosos como las aves.


En vuestros picos tenéis las prendas 
que manifiestan corales puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas 
que arriba indican los Dioscuros.


Las dignidades de vuestros actos, 
eternizadas en lo infinito,
hacen que sean ritmos exactos,
voces de ensueño, luces de mito.


De orgullo olímpico sois el resumen, 
¡oh blancas urnas de la armonía! 
Ebúrneas joyas que anima un numen 
con su celeste melancolía.


¡Melancolía de haber amado,
junto a la fuente de la arboleda,
el luminoso cuello estirado
entre los blancos muslos de Leda!



Ruben Dario