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16 de abril de 2012

SUEÑO EN COLOR CEREZA



¡Cuántas veces habríamos soñado con nuestro primer beso! Era algo que nunca, desde que nos conocimos, nos habíamos planteado como algo inminente o cercano, muy por el contrario, lo habíamos soñado, sin decírnoslo, como un instante para el que nuestras almas debían haberse conocido lo suficiente como para que el tiempo pudiera detenerse, sin extraños, junto a nuestras bocas y a nuestros corazones…

Sucedió entre las cuatro paredes de un cuarto desconocido, en nuestro sueño veníamos de pasear en silencio, cogidos de las manos como adolescentes, los dedos enlazados, habíamos caminado temblorosos, seguramente embriagados por el olor dulzón de la cercana arboleda y con los sentidos azuzados por la ausencia de conocimiento de nuestros cuerpos, cuando ya nuestras almas caminaban juntas desde hacía largo trecho. Me mirabas, Sueño, con los ojos vencidos, sin voluntad pero llenos de deseo, te sujeté con uno de mis brazos, suavemente me estaba enroscando a ti y apreté tu talle con decidida, pero irrenunciable, delicadeza…

Vi aproximarse tu cara con una rapidez y una decisión que no esperaba, aunque la deseaba. Por un momento habías perdido tu velada timidez y me mirabas desde la profundidad de tus ojos vidriosos, aunque profundamente limpios, llenos de promesas y de esperanzas. Echabas hacia atrás tu cabello, elevabas el cuello que me lo ofrecías como propuesta de entrega y cerraste los ojos dejándome hacer…

Tenías los labios trémulos y azulados por la emoción, la boca redonda y absorbente y los míos decididos a poseerte desde la dulzura confundida con el deseo. Fue un beso largo, profundo, dominador, dialogante y entregado. Me reconocí a mi mismo que nunca antes había besado así, con esa eternidad, con esa pérdida de la noción del tiempo. El agua de las dos bocas se desbordó remontándose hasta el último rincón de nuestros labios para vaciarse en el otro como un dulce e irrenunciable veneno. Desde la profundidad del beso, noté en mi espalda un estremecimiento, desconocido hasta este momento, y que me recorrió los sentidos haciéndome cerrar los ojos para recrearme en el abandono mutuo de nuestros cuerpos.

Sé que los dos nos sentimos felizmente vacíos, como si el cuerpo de cada uno se hubiese transmutado al del otro. Sé que los dos tuvimos la sensación de que ese beso iba a marcar una fecha, para siempre inolvidable, en nuestras vidas. La seguridad de que después de ese beso comenzaría una nueva existencia para los dos, de que nunca nos íbamos a lograr despegar del recuerdo de estos labios posesivos y acariciantes que, por ambas partes, tenían un marcado sabor a vainilla, limones dulces y canela en una extraña mezcolanza llenas de voluptuosidades, asechanzas y entrega sin posibilidad de retorno.

Cuando abrimos los ojos los dos sabíamos que, mientras nos besábamos, habíamos perdido la posesión de nuestros cuerpos y el dominio de las voluntades que se habían resignado, ante lo inevitable, como el náufrago que baja sin resistencia entre las olas con la sensación de no llegar nunca al fondo.


Cuando salimos de aquellas benditas cuatro paredes que habían cobijado nuestros gemidos, nuestras ausencias y nuestra entrega. Cuando volvimos a recibir el soplo de aire fresco de la tarde y nos miramos, desde la adolescencia que había anidado en nuestros corazones, te miré, te sonreí, apreté mi mano sobre la tuya, me acerqué hasta tu oído y te dije con una voz trémula que, a veces, pienso es ajena a mi voluntad…

- “Sueño, quiero que, desde el sabor de este beso, me cuentes un cuento”.
- “¿Cómo lo quieres…? “, preguntaste desde el remolino de turbaciones que te invadían tras nuestro primer beso.

- Sintiendo más mía que nunca la bandera amarilla de mi hogar de los sueños, la cubierta del Nueva Fidelidad, me dejé mecer por el recuerdo dulzón de tus labios y te pedí…”Cuéntame un cuento lleno de besos que nunca antes hayas entregado a ninguna boca…”




Diego Lopa Garrocho