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13 de marzo de 2011

ROMANCES




A una señora dama de palacio, un día que salió en la procesión de las Palmas

1


Salió dividido el sol
en dos azules estrellas;
y, contra la ley del día,
se vio un oriente en dos puertas.

Otras luces se adelantan,
mas, en fe de mal opuestas,
con sobornos de inferiores
compraron fama de apuestas.

Hanme dicho que la pinte
los que no pudieron verla,
que a los demás en cenizas
informó de su belleza.

Tan blanca hermosura anima
que, engañada ya la abeja,
busca en su rostro las flores
que ha conocido en las selvas.

En la fuerza de sus ojos,
a pesar de desatenta,
iba cobrando el descuido.
trofeos de diligencia.

Aunque muchas la acompañan,
va sola; y, aunque se queda
después que pasaron otras,
dicen que va la primera.

Cuantas palmas se adelantan
su ardiente victoria ostentan,
y van llevando los triunfos
que ha ganado su belleza.

Ninguno a sus manos fíe
el remedio de sus flechas,
porque espira entre sus manos
cuanto en sus ojos enferma.

En su boca breve y grave
risueño el clavel impera
los vasallos más en orden,
cabal población de perlas.

En luces de ardiente nácar
su tez la rosa desprecia,
donde la nieve, no a copos,
a mariposas se quema.

El candor de sus mejillas
más que la púrpura reina,
porque la color quebrada
se llama hermosura entera.

Este atrevido dibujo
hizo a su beldad ofensa,
en un disanto a quien daba
altivas señas de fiesta.




Conocimiento de un riesgo superior, que aun es osadía el temerle

2

Cómo me huelgo, pastores,
de que haya sabido el alma
cómo se pagan delitos
de mirar deidades altas.

De todo un sol mariposa,
su fuerza sufren mis alas.
Ni tanta luz me da vida,
ni tanto fuego me mata.

Pena padezco sin culpa,
por más que osado me llaman,
pues nadie evita los golpes
que vienen sin amenaza.

Piadosos, curar me quieren
algunos con la mudanza.
Sin duda ignoran que el mundo
no tiene más de una Anarda.

La muerte civil remedio
es de pena tan hidalga,
porque quien amando muere
es ladrón de su constancia.

Quien la ausencia me acredita
déme poder, si le alcanza,
para que yo no me lleve
adonde quiera que vaya.

El desengañar mi pena
será desacreditarla,
que desengaña primero
aquel que se desengaña.

Nada que esperar me queda,
sino no esperar en nada.
A la muerte estoy, y tengo
en la muerte mi esperanza.




Bosquejo de una dama de muchos méritos

3

Aquí de Antandra, pastores,
pero no me socorráis,
que en quien muere tan dichoso
es grosera la piedad.

Si os admira ver que vivo,
medid con una deidad
la muerte que nace de ella;
veréis la muerte inmortal.

Mi pluma os dirá su riesgo.
¡Oh qué tarde os le dirá!
Adonde más que el aviso
sabe el golpe madrugar.

Valentía en el donaire,
despejo con gravedad,
la vista dé -mueran luego-,
el gusto dé -vivan más-.

Los ojos que por valientes
dicen con dulce ademán,
todos los pares de Francia
se rindieron a este par.

Dos albas sus manos son,
pues fuera infelicidad
en esfera de dos soles
haber un alba no más.

Hiere tan sutil su ingenio
como si antes el mirar
dejase vida a las voces
de un encanto celestial.

Esta es la copia de Antandra;
líbreme el cielo del mar,
que menos osadas plumas
su venganza fueron ya.




Hallándose en su amor obstinado a muchos desengaños

4

Pastor mal afortunado,
diligente pero necio,
si en mieses de desengaños
no has cogido un escarmiento

¿hasta cuándo solicitas
malagradecido suelo?
Coge (una vez advertido)
por lo medrado lo cuerdo.

El peinado afán del surco
cese ya, que tantos riesgos
ya no serán sacrificios,
sino cóleras al tiempo.

Con máscara de favores
te han salido los desprecios,
si sabes tomar el vaso
a dar vida en el veneno.

¡Ay de mí!, tan anegado
que me ha de sobrar el puerto,
pues ya el bajel en que bogo
es una tumba con remos.

Es un águila de lino,
crespa lisonja del viento,
desde donde, a luz de rayos,
lo hermoso de un sol contemplo.

De cuya insanable herida
no he de curarme; que temo,
después de intentarlo en vano,
hacer malquisto al remedio.



Retrato de una dama que, por bella y entendida, se equivocaba lo insigne

5

Anarda va de retrato;
no es valor, sino licencia,
que de plumas de tus alas
se arme un pincel que te ofenda.

Así el águila, que el sol
escala al viento, desprecia
plumas que las flechas vistan,
porque ha de burlar las flechas.

Es natural su hermosura,
mas tanto el milagro ostenta
que nos muestra milagrosa
la misma naturaleza.

En su rostro a luces tantas
el jazmín templado anhela,
que ya la nieve alevosa
de otro elemento se precia.

En sus cabellos sutiles
retrató sus agudezas;
los cabellos imagina
y los pensamientos peina.

En la que llaman nariz
pincel natural ostenta
los primores de quien sabe,
con venturas de que acierta.

Hace su cuello al cristal
nuevo linaje de ofensa;
a competencias le admite
y a victorias le desprecia.

Para dibujar sus manos,
no halló caudal la azucena,
porque se vino al examen
aun sin vanidad de apuesta.

Su ingenio, mayor que rayo,
vive en su divina esfera,
pues con prodigios avisa
y sin estruendos penetra.

Desde que escuchó su canto,
dice la admirada aldea
que no canta, mas porfía,
ya el ruiseñor en las selvas.

Robó su ingenio y su gala
el mayorazgo a las feas,
a tiempo que a las hermosas
quitó el tributo de necias.

Ésta quiso ser la copia,
zagales, de una belleza
que hizo de mis osadías
lo que el sol de las estrellas.




Deposición amante de su rendimiento

6

Cautiváronme dos ojos,
como Dios hizo un Argel
y, sin tener ley alguna,
quieren que guarde su ley.

Hicieron de mí sus rayos
lo que el áspid del clavel,
la esfinge del caminante
y el segador de la mies.

Dos años ha que los vi,
que nací, mejor diré,
pues se empieza de la dicha
más que del tiempo el nacer.

Tan otro soy del que fui
que, admirado alguna vez,
me pregunto por mí mismo
y no me sé responder.

Pero estése la piedad
donde quisiere el desdén,
que un premio tiranizado
es lisonja de una fe.

Eslabones arrastrando,
pienso frecuentar sus pies
por ver si obligo deidad
la que no puedo mujer.

Y, mirando las cenizas
en que se volvió mi ser,
dirán los escarmentados:
«No Troya, aquí Antandra fue.»




A una dama que, queriendo ser tercera de otra, enamoró a un hombre

7

Bien el corazón, señora,
mi cuidado le dijo
que andaba por ser mi muerte
quien me sirvió de peligro.

Quiero estimaros, mi riesgo,
el primer agradecido,
que el beneficio agradece
si es la muerte el beneficio.

Quisisteis en otros ojos
ensayarme de rendido;
quien para vos los amaba
mereciera en el delito.

Si acaso unir procurasteis
dos corazones distintos,
ya os acusan los efectos
de alevosa en tal oficio.

En ajenas perfecciones
me habéis, cual áspid, herido,
que, oculto en nube de rosas,
vierte secretos hechizos.

Seguro, por vos expuse
el pecho a fáciles tiros;
que vive seguro en otros
quien nace a daños divinos.

Permitirme vos el pecho
a incendio menos activo
os dirán que ha sido riesgo,
pero yo le llamo arbitrio.

Quien os miró mal pudiera
durar, si no es que el martirio,
por dulce, dejase al pecho
con presunciones de vivo.

Última siempre experiencia
seréis de nuestros sentidos,
y en la esfera de los necios
sólo no tendréis cautivos.

Gabriel Bocangel y Unzueta