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22 de agosto de 2011

DECIMAS


1

A un primer movimiento de amor

Apriétame de manera
cierto pensamiento mío,
que cuanto más lo desvío,
se introduce y apodera.
¿Qué no hará, si persevera
en seguir su competencia?
Y más si mi resistencia
acude a paso tan lento;
que pierde el merecimiento
la contraria diligencia.

Aunque (por decir verdad)
tan agradable se ofrece,
que atropellarlo parece
villanía y crueldad.
Terrible severidad
es esta de la razón;
que arme a un tierno corazón
contra el hijo natural.
Luego, si resiste mal,
no le cause admiración.

No hago todo lo que puedo,
y no puedo más hacer;
que a la gloria de vencer
tengo cobrado gran miedo.
Es mengua, yo lo concedo;
mas si con fuerza lo evito,
doile vigor infinito,
porque, al fin, he descubierto
que cuanto más lo divierto,
crece porque lo ejercito.

Que como al alma acompaña
este apacible importuno,
en viendo descuido alguno,
valiéndose dél, la engaña.
Y de tal gloria me baña
infundido por el seno,
que no le tuvo tan lleno
de Apolo alguna Sibila
como cuando en mí distila
su dulcísimo veneno.

Retrátame en la memoria
de Amarilis la belleza,
ya que no hay naturaleza
que resista a tanta gloria;
mas si queda esta vitoria
(por resistida) imperfeta,
acude con nueva treta
eficaz y poderosa,
y píntamela piadosa,
que es con lo que me sujeta.

Al fin, viene a ser deseo
esto que me hace la guerra,
que derribado por tierra,
cobra fuerzas como Anteo.
Del aprieto en que me veo
(pues nunca inferior me vi),
yo solo la causa fui;
porque no fuera Dios fiel
si le hubiera dado a él
mayores fuerzas que a mí.


2

Cuando la razón tenía
mis afectos concertados,
le fueron tiranizados,
y, a mi ver, sin tiranía;
porque Amor, que pretendía
ser dueño del corazón,
le mostró a Filis acción
tan apacible y tan fiel,
que ya no ha dejado en él
ni un átomo a la razón.

Y luego que a la obediencia
de Filis tuvo rendidos
con los fáciles sentidos
los de mayor excelencia,
en lo puro de mi esencia
(a cuya luz no se atreve
ni una nubecilla leve)
le dedico el vivo altar,
donde se humana a aceptar

el culto que se le debe.
En esta región secreta
no tiene el engaño parte,
ni la adulación ni el arte
que a la fortuna respeta;
de la sencillez perfecta
(diosa en esta esfera) alcanza
mi decoro su alabanza,
porque, a merecer atento,
ejercita el sufrimiento,
y no escucha a la esperanza.

Generosa la pureza
se entraña aquí en las acciones,
por quien acepta sus dones
otra no vulgar nobleza;
que como Naturaleza
en lo esencial siempre es una,
no son de importancia alguna,
para premiar voluntades,
las falsas desigualdades
que introdujo la fortuna.

Y así con esta igualdad
(aunque a la humana licencia
pone Filis reverencia
y horror su divinidad),
las alas de mi verdad
por los claros aires pruebo,
donde, con ejemplo nuevo,
propicio al sol me asegura,
en cuya luz limpia y pura
con felicidad me elevo.

Por fértiles, ya no pueden
caber sus efectos dentro
en mi fe; y así, del centro
que los atesora exceden;
y él, aunque más raros queden,
cuanto menos exteriores,
muestra en ellos sus favores,
atónito de que pudo
llevar con silencio mudo
finezas tan superiores.

Mas si en el estéril seno
es Amor quien los cultiva,
cierto es que dél se deriva
fruto de sazón tan lleno.
Así con humor ajeno
crecen pimpollos altivos
que en infelices olivos
ingirió industriosa mano,
y el árbol se mira ufano
de los ramos adoptivos.


3

Burléme (yo lo confieso)
de tus cadenas, Amor,
mas no merecí el rigor
que padezco en ellas preso.
A mi exceso (si fue exceso)
excede el de tu venganza,
pues ya en mi nueva mudanza
no sólo pruebo su furia,
sino que adoro la injuria
de tu perdida esperanza.

Si te ha ofendido la historia
de mi desdeñosa edad
(demás que su libertad
fue materia de tu gloria),
nunca es mayor la vitoria
que el esfuerzo del vencido;
y tú sabes que lo he sido,
no desarmado ni huyendo,
pues me hallaste resistiendo
valiente y apercebido.

Y ambos podemos por esto
fundar justa competencia:
tú en mi grande resistencia,
yo en lo mucho que te cuesto;
pues para rendirme has puesto,
contra mi libre opinión,
la más alta perfeción:
armas con cuyo poder
te fuera fácil traer
los dioses a tu prisión.

El resplandor de unos ojos,
donde tus flechas enciendes,
a cuya deidad suspendes
los enemigos despojos;
allí entre tus dardos rojos
gimen corazones vivos,
que padecen por altivos
los efetos de tu ira;
y porque Cloris los mira,
se precian de tus cautivos.

Tú allí, pues tanta noticia
tienes de mi esfuerzo, advierte
que estimar al cauto y fuerte
no es piedad, sino justicia.
Verás cómo en tu milicia
las finezas que yo enseño
(que siendo de mejor dueño
no he de mostrar menos brío),
si cuando arde el hierro frío,
arde más que el seco leño.

Mas, ¡ay!, que en plazos tan largos
esta esperanza risueña
(aun cuando los desempeña)
obra efectos más amargos.
Así con los ojos de Argos
el pavo al sol desafía,
y cuando más lozanía
muestra en las plumas lucientes,
triste y con ojos prudentes,
encoge su gallardía.

No trate desta manera
tu esperanza a quien la sigue,
sino es para que castigue
al que sus glorias espera;
pues cuando más verdadera
y constante nos parece,
recibimos las que ofrece
los que en su fe confiamos,
y al fin velando soñamos,
y el desengaño enmudece.


4

Silvia, dos arcos te ha dado
para tus cejas Cupido,
de ébano son (no bruñido
dices tú, sino aserrado);
mas ni el marfil transformado
en el honor de tu frente
recibe sombra indecente,
ni el de las pestañas graves
turba en tus ojos suüaves
la serenidad luciente.

Antes sus flechas envía
con esos arcos Amor,
y el vecino resplandor
es su aljaba o su armería.
En ellos la diestra impía.
de rendir no satisfecha,
las puntas de oro pertrecha
de cierto rigor tan vivo,
que es ya un rayo vengativo
el cuento de cada flecha.

Ese casto ardor sereno,
que el alma en tus ojos puso,
hierve en las flechas infuso,
de clemencia y de ira lleno;
que ambas fuerzas desde el seno
tu ardiente luz les inspira,
cuando a su instancia las mira,
para que obre más estragos
la clemencia con halagos
que con desdenes la ira.

Que el golpe de un desdén claro,
aunque atormente, no injuria,
pues no es descortés la furia
que nos previene al reparo.
Mas ¿quién prevendrá un tan raro
género de rendimiento,
si lo advierte el mismo acento
que halaga con la bonanza,
animando la esperanza
con mengua del sufrimiento?

Así el favor nos oprime,
Silvia, en tu vista risueña
más que cuando nos desdeña
desde su altivez sublime.
¿Quién no yace, o quién no gime
a tu libre condición?
Tragedia es y adulación,
que, en fe de sí misma, atiende
a la crueldad, que pretende
que la llamemos razón.

Di que es crueldad; no la dores;
que la razón no ha de hacer
ministro al mismo placer
del mayor de los rigores.
Como áspid entre las flores,
nos da la muerte escondida,
para que asalte la vida,
cuando en tu gracia inhumana
se entretiene más ufana
y menos apercebida.

Silvia, no más; considera
si es bien que luego comiences
a conservar lo que vences,
porque tu gloria no muera.
Caiga la piedad severa,
con que ha tanto que fulminas
desde esas luces divinas;
que no es gloriosa vitoria
la que encomienda su gloria
al horror de unas rüinas.


5

A una dama que le tiró una naranjilla con agua de azahar

Dulce señora, no hallar
fiel vuestra bala quisiera,
pues siendo verde y de cera,
me previene a no esperar;
porque escondéis el azar
en lo hueco de lo verde,
para que por él me acuerde
que, con esperanza vana,
cuanto en lo exterior se gana,
en lo sustancial se pierde.

Bartolome Aregensola