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12 de octubre de 2008

LA VIOLACION DE LUCRECIA-SEGUNDA PARTE




A este punto, sus ojos, son los del basilisco.
Se yergue vacilante y hace una breve pausa, en tanto,
ella, retrato de la piedad más pura, como una corza,
presa, en las garras de un grifo, implora en un desierto,
donde no existen leyes, al infame que ignora la piadosa clemencia
y no obedece más que su voz traicionera.

Mas si una nube negra amenaza este mundo
y oculta entre su sombras los picos de las cumbres,
surge una suave brisa del vientre de la tierra
que arroja de las cimas el tenebroso humo,
e impide al dividirlos su eminente caída.
Así, su nerviosismo, retrasa sus palabras,
mientras Orfeo toca y Plutón parpadea.

Mas el gato nocturno en esto se entretiene
con el débil ratón debajo de su pata.
La insoportable escena calma su sed de buitre,
sima voraz que queda vacía en la abundancia.
Oye dulces plegarias que el corazón no admite
el permisible acceso a la más leve súplica.
La lujuria es impía y el llanto la endurece.

Los implorantes ojos de Lucrecia se fijan,
en los pliegues austeros del rostro de Tarquino.
Su modesta elocuencia se mezcla con suspiros,
la cual da más encanto a su breve oratoria.
Confunde con frecuencia los tiempos y el lugar
y en medio de una frase, se interrumpe su voz
y vuelve a repetir de nuevo su oratoria.

La mujer le conjura al poderoso Júpiter,
al linaje, al honor y al voto de amistad,
al repentino llanto y al amor de su esposo
a las leyes humanas y a la fe más común.
Por el Cielo y la Tierra, por el poder de ambos,
que por Dios se retire a su prestado lecho
y que pueda su honor calmar este delirio.

Aun le dice Lucrecia: «No pagues tu hospedaje,
con un acto tan negro como el que te has propuesto,
ni embarres a la fuente que te dio de beber,
ni rompas lo que nunca tendrá restauración.
Renuncia a tu propósito, antes de usar tu flecha,
que no es buen cazador, aquel que tiende el arco
para herir una gama si está el coto cerrado.

Si mi esposo es tu amigo, abstente de tocarme,
tu fuerza hará tu bien si logras dominarte:
Yo soy frágil y débil, no me tiendas tu lazo;
que tu rostro es sincero, por Dios, no me defraudes.
A torrentes mi aliento se esfuerza por huir.
Si alguna vez un hombre, se conmovió ante el llanto,
yo lo haré con mis lágrimas, suspiros y lamentos.

Reunidos todos ellos en turbulento océano,
baten tu corazón que te advierte el naufragio
y trata de ablandarlo con sus olas continuas,
pues, las piedras dispersas, se convierten en agua.
¡Oh, si no eres más duro que el mismo pedernal,
fúndete ante mis lágrimas y sé caritativo!
Que la piedad traspasa cualquier puerta de hierro.

Te creía Tarquino y en mi hogar te hospedé.
¿Usurpaste sus formas para así deshonrarlo?
Me quejo ante la corte celestial y su Dios,
de que dañas su honor y principesco nombre.
No eres lo que aparentas y si tú eres el mismo,
no aparentas quien eres, un dios, un soberano,
pues los reyes y dioses, gobiernan sobre todo.

¡Cómo se extenderá tu infamia en la vejez,
si florecen tus vicios antes de ser maduro!
Si por un mal capricho cometes un ultraje,
¿cuál será tu osadía cuando al fin te coronen?
Recuerda que ninguna acción si es deshonrosa,
si la hace un mal vasallo, jamás podrá borrarse
y el mal que hacen los reyes no se puede enterrar.

Te amaré en este acto, tan sólo por temor
y un monarca feliz, por amor se respeta,
has de ser transigente con el vil ofensor,
cuando te culpen reo de parecido ultraje.
Sólo por este miedo te debes retirar,
que un príncipe es espejo, escuela y el buen libro
donde el súbdito aprende a leer y ser hombre.

¿Y has de ser tú la escuela que enseñe la lujuria
y permitas lecturas de tus infames actos?
¿Has de ser el espejo que al verte nos descubra
la fuerza del pecado y el aval de la culpa
y que en tu nombre tenga el de honor disculpa?
Prefieres el desprecio al inmortal elogio
y hacer de tu prestigio una vieja alcahueta.

¿Tienes poder? En nombre del Dios que te lo ha dado,
guía a tu corazón por senderos de paz,
no desvaines tu espada en pro de la ignominia,
que te ha sido prestado para otros menesteres.
¿Cómo podrás cumplir tus deberes reales,
si el pecado te acusa de haber sido modelo
donde aprendió a pecar y tú fuiste su guía?

Medita solamente que circo vil sería,
contemplar tu presente en otro ser humano.
Las faltas de los hombres rara vez se les muestran;
que ahogan parcialmente sus propios atropellos
y esta falta sería en tu juicio, sentencia
mortal para tu hermano. ¡Arropados de infamias
están los que desvían sus ojos de sus yerros!

A ti, claman mis manos, al cielo levantadas,
no a tu voraz lujuria confidente y osada:
Imploro el llamamiento de tu real destierro.
Déjale que regrese y olvida tus infamias,
que tu honor verdadero aplastará el deseo
y limpiando la niebla que te cubre los ojos,
al ver tu situación, te apiadarás de mí.»

«¡Termina!» exclama él, «mi indomable marea
se crece en los obstáculos y nunca retrocede.
La luz débil se extingue, mas la hoguera persiste
y hasta el cielo se encarga de acrecentar su llama:
Los arroyos le pagan a su salado rey,
dándole el agua dulce, una deuda diaria.
Aumentan su caudal, mas no alteran su gusto.»

«¡Tú eres!» ella exclama, «un mar rey soberano.
Mira como descargan en tus olas sin límites,
lujuria, deshonor, vergüenza y mal gobierno,
intentando manchar tu océano de sangre.
Si estos males menores trastornan tu virtud,
se encerrará tu mar en un seno de lodo
y ya jamás el lodo podrá en ti disiparse.

Reinarán tus esclavos y tú serás su siervo,
hundirán tu nobleza dignificando al vil,
tú infundirás su vida y ellos serán tu tumba.
Tú serás su vergüenza y ellos tu propio orgullo.
Las cosas más pueriles no ocultan la grandeza.
El cedro no se comba ante el pequeño arbusto,
que este se seca y muere en la raíz del cedro.

Deja pues, que tu mente, sierva de tu poder...»
«¡Basta ya!» grita él, ciego, «por Dios que no te escucho,
cede ante mi deseo o mi odio brutal
de pasión revestido, desgarrará tus carnes
y una vez que lo haga, te llevaré en mis brazos
al miserable lecho de tu humilde lacayo,
para hacerlo tu amante en tu infame destino.»

Después, pone su pie sobre la roja antorcha,
que la luz y el obsceno son eternos rivales,
y el crimen si se oculta en la cegada noche,
suele ser más tiránico cuando es menos visible.
Toma el lobo a su presa. La fiel cordera grita,
hasta que con su lana ahoga sus lamentos,
sepultando sus gritos entre sus dulces labios.

La sábana camera con su albura la cubre.
El trata de afisiar sus piadosos lamentos,
refrescando su rostro en las lágrimas castas
de tan púdicos ojos, rojos por el dolor.
¡Qué la lujuria infame manche lecho tan puro!
Si con llanto pudiera limpiar aquellas manchas,
Lucrecia, eternamente, estaría llorando.

Ella perdió una cosa más rica que la vida
y él quisiera perder la infamia que ha ganado
y este pacto forzado, engendra nueva lucha
y a este fugaz placer, meses de gran dolor
y el deseo se torna en un frío desdén
al quedar la pureza, despojada de todo.
La ladrona lujuria es más pobre que nunca.

Como el saciado galgo o el halcón satisfecho,
incapaz por su olfato o inútil para el vuelo,
persiguen lentamente o dejan escapar,
la presa que a su instinto le parece un deleite,
así, está el mal talante, del saciado Tarquino.
El manjar delicioso se le está indigestando
y su torpe vivencia devora su deseo.

¡Oh, crimen repugnante de cavernosa mente,
que sumerge y ahoga el apacible sueño!
El apetito ebrio vomita lo ingerido,
antes que considere su propia repugnancia.
Mientras lujuria impera, ninguna exclamación,
dominará su ardor ni reprime el deseo,
hasta que su insistencia caiga como un rocín.

Con lacias y con flacas y pálidas mejillas,
ojos y ceño grave y el paso quebradizo,
agotado el deseo, contenido y humilde,
como un pobre mendigo se queja de su estado.
Mientras se jacta el cuerpo, la virtud y el deseo,
luchan y se rebelan, mas si el vil se derrumba
el rebelde culpable suplica su perdón.

Esto es lo que sucede a este noble romano,
que gastó con su ardor el logro de su intento,
porque ahora pronuncia, contra sí esta sentencia:
De aquí a la eternidad me hallo deshonrado
y el templo de mi alma se haya profanado
y en sus ruinas congrega legiones de inquietudes,
que inquieren ¿cómo está? la ultrajada princesa.

Ella dice: «Mis súbditos en mala insurrección
han echado por tierra el curso sacrosanto

y por su mortal falta, reducido a servicio
a su inmortalidad, haciendo de ella esclava
de una muerte viviente y una pena perpetua;
a quien con su presencia, siempre tuvo ganados,
su voluntad imponen antes que su mandato.»

Con estos pensamientos a través de la noche,
es cautiva vendida que perdió en la ganancia,
arrastrando la herida que nunca sanará,
la cicatriz eterna que ya no admite cura,
que a su víctima deja vencida en el dolor.
Ella soporta el peso, que él, dejó a sus espaldas
y la carga por siempre de un alma pecadora.

Como un perro ladrón abandona la estancia
y ella como una oveja, queda allí palpitante,
él refunfuña y odia el acto y su pecado
y ella loca desgarra con su uñas sus carnes.
El huye horrorizado con un sudor culpable,
ella está maldiciendo tan horrorosa noche,
él corre y se reprocha tras el fugaz deleite.

El parte de la alcoba cual reo penitente
y ella se queda aislada, náufraga y sin consuelo,
él en su prisa anhela la luz de la mañana
y ella ruega no ver, jamás, la luz y dice:
«Porqué el día descubre las faltas de la noche
y mis ojos sinceros, no han aprendido nunca,
a encubrir las afrentas con su astuta mirada.

Ellos creen que otros ojos, no verán otra cosa,
que la misma desgracia que ellos mismos contemplan
y quieren siempre estar yaciendo entre tinieblas
y así guardar oculto su secreto pecado.
Por que si están llorando revelan su ultraje
y como el agua roe el acero, en mi cara,
grabarán sin remedio la vergüenza que siento.»

Así se queda ella contra la paz y el sueño
y condena sus ojos a una eterna ceguera.
Llama a su corazón, golpeándose el pecho,
para que salga a fuera, donde pueda encontrar,
algún seno más puro donde guardar su alma.
Frenética de pena, exhala así su mal
contra la indiscreción de la invisible noche.

«¡Oh, noche criminal, imagen del infierno!
¡Sombrío protocolo, notario de vergüenza!
¡Escena de tragedias y crímenes horribles!
¡Encubridor del caos y aya del pecado!
¡Ciega y turbia alcahueta! ¡Albergue de la furia!
¡Vil socavón de muerte! ¡Silente delatora
con la muda traición y el raptor de virtudes!

¡Odiada y negra noche, vaporosa y brumosa!
Ya que eres la culpable de mi incurable crimen,
reúne tus tinieblas y busca el nuevo alba
y haz guerra contra el curso del ordenado tiempo
y si tienes poder, para que el sol escale
hasta su mediodía antes de que aparezca,
teje con negras nubes el oro de su testa.

Corrompe la humedad el aire matutino
y sus inhalaciones hace ponerse enfermo
a la pureza viva y al soberano sol,
antes que alcance el astro su meridiana cúspide
y ponga en sus vapores las brumas más espesas,
y en sus filas veladas se ahogue la luz del sol,
y en vez de mediodía sea una noche eterna.

Fuera Tarquino, Noche, en lugar de su hijo,
mancharía a la reina de plateadas luces,
sus lucidas doncellas, también por él violadas,
no osarían mostrarse al seno de la Noche.
De este modo tendría mi dolor compañero
y un amigo en la pena, comparte los dolores,
que orando el peregrino hace breve el camino.-

Ahora no tengo a nadie que se azore conmigo,
que se cruce de brazos e incline al cabeza,
que se tape la cara y oculte su vergüenza;
sino que debo sola sentarme a padecer,
sazonando la tierra con mis salados llantos,
mezclando mis palabras con lágrimas y penas.
Sepulcral monumento de mi eterno lamento.

¡Oh, noche horno del odio y de espesos vapores,
que este celoso día no contemple mi cara
y que tu negro manto que todo lo oscurece
oculte el impudor que me ha desfigurado!
¡Conserva firme el acto de tu poder sombrío,
porque todas las faltas hechas en tu reinado,
puedan quedar a un tiempo en tu sombra enterradas!

¡Que el día no me tome con sus resoluciones!
Que la luz en mi frente me mostrará grabada,
la historia de mi dulce castidad derrotada,
el roto juramento del sacro matrimonio
y hasta el torpe iletrado, incapaz de leer
lo escrito en esos libros para su aprendizaje,
descubrirá mi sucia violación en mis ojos.

El aya al dulce niño le contará mi historia
y espantará su llanto nombrándole a Tarquino.
El orador corriente, para ataviar su verbo,
asociará mi oprobio con el vil de Tarquino.
Y el juglar en las fiestas cantando mi infortunio,
cautivará al oyente con mágica palabra:
Como el vil me ultrajó y yo al fiel Colatino.

Deja que mi buen nombre, mi impalpable prestigio,
quede sin mancha en nombre de mi amor, Colatino:
Si mi honor se convierte en tema de disputa,
llegará lo podrido a otro tronco distinto
y un injusto reproche le asignarán a él,
siendo tan inocente de este pecado mío,
como yo era de pura, para el fiel Colatino.

¡Oh, mi oculta esperanza! ¡Invisible desgracia!
¡Llaga que no se siente! ¡Intima cicatriz!
La vergüenza en la frente, mi Colatino lleva,
y Tarquino podrá leer desde bien lejos,
que fue herido en la paz y no lo fue en la guerra.
¡Cuántos seres soportan los vergonzosos golpes
que sólo saben ellos y el vil que los ha dado!

Si tu honor, Colatino, radicaba en mi honra
de mí, en violento asalto, ha sido arrebatado.
Mi miel está perdida y yo abeja holgazana
en mi panal no guardo el fruto del verano,
robado y saqueado por injuriante hurto.
En tu frágil colmena se ha metido una avispa,
consumiendo la miel que par ti guardaba.

Aun así soy culpable de tu honor naufragando,
sin embargo, en tu honor, agasajé a Tarquino
-viniendo de tu parte no podía negarme-
pues desdeñarlo fuera de mala educación.
Además se quejaba del cansado viaje
y hablaba de virtud. ¡Oh, maldad imprevista,
cuando ella es profanada por semejante diablo!

¿Por qué invade el gusano el virginal capullo?
¿O incuban los cuclillos en nido de gorrión?
¿O envenenan con fango los sapos a las fuentes?
¿O el dictador se oculta en el pecho más noble?
¿Por qué violan los reyes sus propias ordenanzas?
Será que lo perfecto nunca es tan absoluto,
que no admita impurezas o algo lo contamine.

El anciano que guarda en su cofre su oro,
plagado de calambres, de gota y de dolores
y apenas tiene ojos para ver su tesoro,
que semejante a Tántalo siempre está desmayado
y es inútil granero su ambiciosa cosecha,
no alcanzará otro gozo con su inmensa ganancia
que saber que no hay oro que cure sus dolencias

Así pues, la riqueza, ya de nada le sirve
y la deja al cuidado del ojo de sus hijos,
los cuales, abusando, piensan rápidamente
que su padre era débil y ellos mucho más fuertes,
para guardar sin prisa su bendita fortuna.
El deseado dulce, en ácido se torna,
desde el mismo momento que lo llamamos nuestro.

Impetuosas ráfagas van con la primavera,
hierbas malignas, mezclan, sus raíces con flores,
suele silbar la víbora donde cantan los pájaros,
lo que engendra virtud, la iniquidad devora.
No poseemos bienes que al fin nos pertenezcan,
pues el fatal azar o la oportunidad
acaba con su vida o altera sus valores.

¡Oportunidad! ¡Oh! ¡Enorme es tu pecado!
Tú eres la que ejecuta la traición del traidor,
tú guías a los lobos que atrapan los corderos
y al que piensa el delito le das hora y lugar,
tú maltratas la ley, la razón y el derecho
y en tu soberbia celda, donde nadie lo ve,
escondes el pecado que atrapa al alma incauta.

Haces a la vestal violar su juramento,
avivando la llama de su temperatura,
ahogas la honradez y matas la verdad.
¡Provocadora indigna! ¡Conocida alcahueta!
Tú siembras el escándalo y rompes el elogio.
¡Corruptora traidora, ladrona desleal,
tu miel se vuelve hiel y tu risa dolencia!

Tus secretos placeres conviertes en venganza,
tus festines privados en públicos ayunos,
tus lisonjeros títulos en despreciables nombres,
tu azucarada lengua en amargo sabor,
tu vanidad violenta no puede persistir.
¿Cómo puede ocurrir, vil Oportunidad,
que siendo tan nociva tanta gente te busque?

¿Cuándo serás amiga del suplicante humilde
y le lleve tu mano donde está lo que pide?
¿Cuándo darás la hora del fin de las penurias?
¿O liberas el alma del pobre encadenado?
¿O dará al enfermo el bálsamo que sane?
El pobre, el impedido, están clamando
tu ayuda, mas no encuentran esa Oportunidad.

El paciente se muere mientras duerme el doctor,
el huérfano desmaya y el opresor se sacia,
la lujuria está en fiesta mientras llora la viuda,
la prudencia se goza mientras la pus se extiende.
No concedes tu tiempo a la filantropía,
la cólera, la envidia, el rapto, el asesino,
escoltan como pajes tus horas más atroces.

Si virtud y verdad necesitan de ti,
siempre existen mil peros para obtener tu apoyo:
Te compran los favores mas no paga el pecado,
que se lleva de balde hasta tu complacencia,
de oírle y concederle aquello que te pida.
Mi pobre Colatino, pudiera haber llegado
en vez de ser Tarquino, mas tú le retuviste.

Por eso eres culpable de asesinato y robo,
culpable de perjurio, culpable de soborno,
culpable de traición, falsedad e impostura,
culpable de ese odio llamado vil incesto
y culpable, también, tu propia inclinación
de todo asesinato pasado o venidero,
desde la Creación hasta el Juicio Final.

Tiempo desfigurado, compinche de la Noche,
ágil sutil correo del horrible cuidado,
devorador de imberbes, doble falso del gozo,
vil asno del pecado, la trampa y la virtud,
que proteges la muerte y matas lo que existe.
¡Oh, vil Tiempo, escúchame, injurioso y traidor!
Sé reo de mi muerte por serlo de mi crimen.

¿Por qué. Oportunidad, esclava, has traicionado,
las horas que me diste para el feliz descanso
y destrozas mi dicha y me has encadenado
a una fecha sin tiempo y a este dolor perpetuo?
Debe el Tiempo inmolar los odios enemigos,
destruir los errores que engendra la opinión
y no gastar la dote de mi lecho legítimo.

Es la gloria del Tiempo calmar enemistades,
revelar falsedades y a la verdad dar brillo,
dar el sello del Tiempo a las cosas más viejas,
ser celador de día y de noche guardián,
maltratar al injusto hasta que entre en razón,
arruinar los palacios reales con sus horas
y cubrir con su polvo las torres más doradas.

Llenar los monumentos de carcoma y de ruina,
alimentar olvidos con todos los ocasos,
borrar antiguos textos y variar su lectura,
desplumar a los cuervos de sus alas más viejas,
secar al viejo roble y nutrir sus raíces,
llenar de orín el hierro forjado más antiguo
y hacer girar la rueda de la veloz Fortuna.

Mostrar a las abuelas las hijas de sus hijas,
hacer del niño un hombre y hacer del hombre un niño,
matar al fiero tigre que vive de la muerte,
domar al unicornio y al salvaje león,
mofarse del astuto y dejarlo timado,
gozar al labrador con la buena cosecha,
y destruir las piedras con la lluvia más fina.

¿Por qué causas el mal en tu peregrinaje,
si no puedes volver atrás y repararlo?
Ceder sólo un minuto en el tiempo de un siglo,
te donaría miles y miles de amistades,
dando prudencia al banco que presta al mal deudor.
¡Vuelve atrás una hora de esta terrible noche,
para en esta tormenta, evitar el naufragio!

Tú, lacayo inmortal de la perennidad
a Tarquino en su fuga, detén con un percance;
inventa más allá de cualquier duda oculta,
algo por lo que jure contra esta noche infame,
deja que espectros cieguen sus impúdicos ojos
y que el cruel pensamiento de su villana acción
transforme cada árbol en un demonio informe.

Atiende su descanso con agobios constantes,
aflígele en su cama con postrados gemidos,
abrúmale las horas con accidentes graves
y cuando gima y clame no escuches sus lamentos,
lapídale hasta el alma con las piedras más duras
y las tiernas mujeres le pierdan con su amor
y le traten lo mismo que al tigre más salvaje.

Haz que el mismo se arranque sus rizados cabellos,
haz que sus ojos odien al mirarse a sí mismo,
haz que se desespere del alivio del tiempo,
haz que como un esclavo viva con su miseria,
haz que pida y que implore las sobras del mendigo
haz que vea al más pobre que vive de limosnas,
negarle con desdén los mendrugos que tira.

Haz que sus más amigos sean sus enemigos
y a los alegres locos mofarse cuando pasa.
Haz que note que es lento el paso de las horas,
cuando el dolor aprieta y que ágiles y cortos
sus tiempos de locura, sus horas de placer
y así que tenga siempre, su crimen innombrable,
tiempo para el lamento de haberlo derrochado.

¡Oh, Tiempo, eres tutor, de lo bueno y lo malo,
enséñame a insultar a tu alumno del crimen!
¡Deja que ante su sombra pierda el juicio el ladrón
y él busque a cada instante la hora del suicidio!
Sus manos miserables deben ser su verdugo,
porque, ¿quién es tan vil que quiera hacerse cargo
de ser ejecutor de tan infame esclavo?

El es tan miserable que aun viniendo de un rey,
mancha sus esperanzas con sus viciosos actos:
Cuanto más en el hombre, más poder tiene aquello,
que conquista su odio o su veneración.
Cuanto más jerarquía, mayor es el escándalo,
si el cielo está nublado la luna no se ve,
mas la estrella pequeña se oculta donde quiere.

Puede bañar el cuervo sus alas en el fango
y al volar con su lodo, pasar sin ser notado,
mas si el cisne en su albura deseara lo mismo,
la mancha quedaría en sus alas de plata.
Ciega noche es el paje y el rey glorioso día,
cuando vuela el mosquito no se nota su vuelo,
pero todos los ojos se fijan en las águilas.

¡Fuera inútil palabra, servidoras de tontos!
¡Sones defectuosos, debilitados árbitros!
Ocupad vuestro tiempo en aulas y senados,
discutid donde estúpidos se divierten hablando.
Al temor del cliente servir de mediadoras.
Para mí estas razones, me son polvo de paja,
pues mi caso está fuera del amparo legal.

En vano insulto a coro a la Oportunidad,
al Tiempo, al vil Tarquino, a la lúgubre Noche,
en vano armo estos pleitos contra mi propia infamia,
en vano he rechazado mi confirmada pena,
este humo de palabras, no me hace ningún bien
y el único remedio que puede darme cura,
es derramar mi sangre odiosa y corrompida.

¡Oh, mano! ¿Por qué tiemblas oyendo este decreto?
Hónrate con librarte de esta infame vergüenza,
pues, si muero, mi orgullo, contigo vivirá,
mas si a esto sobrevivo, vivirás en mi infamia.
Puesto que no pudiste defender a tu dueña
temiendo desgarrar al criminal rival,
mátate y mátala, por así haber cedido.»

William Shakespeare