Y no hay alcobas
ni sueños dorados.
Ni quedan ya arrullos,
ni luces temblorosas.
Quizás alguna nube
de hojarasca,
algún regusto a ceniza.
Qué extraño, amor,
saberte infinita
sobre los campos de trigo.
Adamascas la paz
de mi leve aposento
y, por un momento,
te he sabido.
Reina en mí
la mentira espesa.
Felipe Servulo