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29 de octubre de 2012

CANCIONES





1

«Huyen las nieves, viste yerba el prado,
enriza su copete el olmo bello;
humilla el verde cuello
el río, de sus aguas olvidado;
para sufrir la puente,
murmura de sus ojos la corriente.

Muda a veces la tierra, triste y cano
mostró en blancura el rostro igual al cielo.
Desechó, ufano, el hielo;
vistió el manto florido del verano;
mostrónos su alegría,
en brazos de horas, el hermoso día.

El que altivo luchaba con la tierra
y, aunque fuerte, temía entre sus brazos,
da apacibles abrazos
al alto roble que templó su guerra;
y, siendo tan violento,
sólo es ladrón en flores, de su aliento.

Muestra el fértil otoño, caluroso,
el escondido rostro en fruto y flores,
envidian sus colores
en arco el iris, en su carro hermoso
el dueño del Oriente:
afrenta el hielo la risueña fuente».

Esta verdad dijeron, cuando daba,
celos, deshecha el alma en triste llanto
por tu ausencia, entre tanto,
que mi dicha tu olvido disfrazaba,
para engañarme, en perlas:
salió el alma a los ojos para verlas.

Mas la esperanza firme, por ser mía,
así altiva responde a su tirano:
«Vuelve el invierno cano,
volverás, Celia, cual la escarcha fría:,
en su verdad espero,
si a manos antes de mi fe no muero».


2

Baña el cansado rostro, caluroso,
en el soberbio mar el sol, y, triste,
celos y agravios viste
el viudo prado y viudo cielo hermoso,
y, por gemir enojos,
trocara en lengua sus dorados ojos.

De su tierno escuro temerosas,
son cárcel de sí mismas, enojadas,
las flores, encerradas
entre sus verdes brazos, y, llorosas,
niegan su blando aliento,
por no darle a la noche envuelto en viento.

Los laureles, que alzados requebraban
con amorosa voz el alto cielo,
prestan lenguas al suelo,
y endechas lloran los que amor cantaban:
y, por su dueño ausente,
llanto es la risa de la hermosa fuente.

La blanca Aurora con la blanca mano
abre las rojas puertas del Oriente;
ofrece, firme ausente,
las lágrimas lloradas, verde, el llano,
que él medio heló al verterlas
y entre esmeraldas las guardó por perlas.

Desata, alegre, el placentero gusto
la dulce voz del ruiseñor pintado;
lamenta en delicado
acento el mando de la noche injusto,
y, firme en su congoja,
ya en voz es ave, ya en color es hoja.

El álamo, que fue a la temerosa
vid, de la noche escura amparo y guarda,
trepa, alegre y gallarda,
a ver del claro sol la luz hermosa,
y por la nueva dada,
le corona la frente levantada.

La tristeza que el cielo, el ancho prado,
pasa sin sol; el gusto y alegría
con que recibe el día,
al verse de sus rayos coronado,
mi pecho, ¡oh Celia!, siente:
en tu presencia, vivo; muerto, ausente.


3

Crece a medida de mi ausencia amarga,
que es de mi fe la basa, su fiereza,
con mi amor firmeza,
más fuerte y alto mientras más se alarga.
¡Ay!, soberbio gigante
el cielo mide, un tiempo tierno infante.

De mis dulces memorias oprimido,
corre al soberbio mar más presuroso
Guadalete quejoso
dure tanta memoria en tanto olvido,
y, de la fe admirado,
huye, no corre ya, de mi cuidado.

Antes, del tiempo, la cerrada pluma
corte a sus filos negará, rendida;
la mar embravecida
antes no escribirá con blanca espuma
contra la nave airada
la sentencia en sus olas fulminada;

antes, cuando el sol sale más hermoso,
dejará de envidiar tu rostro bello,
y el cristalino cuello,
de su carro el Aurora, presuroso,
y las discretas flores
lo mejor de su ser en tus colores,

que deje el pecho tan dichosamente
de adorar esos ojos soberanos
y ofrecer con sus manos
su laurel, aunque humilde, a aquesa frente;
y a mí, el que he merecido,
Guadalete, por firme, entre su olvido.


4

¡Oh tú, detén el paso presuroso!
Ciego, cual yo me vi, deténle ruego,
antes que afirmes por tu mal lloroso
y alimenten tus lágrimas tu fuego;
acorta el paso, y sólo aquesto advierte:
te sobra tiempo de buscar tu muerte.

Antes que entregues ciego a un mar airado
cuanto manso le ves, tu navecilla,
y trueques de ti, ay triste, ay desdichado,
por su engañoso golfo aquesta orilla,
aconséjete, ¡oh Mopso!, aquesta entena
y aquesta quilla que aun le viste arena.

Mira esta rota entena, que ofrecía
en sus brazos desprecio al mayor viento,
mira la fuerte proa, con que abría
de su engañoso humor el elemento,
vestir de ejemplo aquestas playas solas,
y de desprecio y burla aquellas olas.

Mira la jarcia, freno con que pudo
regirse mientras, cuerda, sufrió freno,
atestiguar, aunque testigo mudo,
lo que yo te aconsejo y lo que peno;
mira esta tabla, deste ramo asida,
ministro de mi muerte y de mi vida.

Mi vestidura apenas ha dejado,
humedecida gracia a mi ventura,
reliquias triste del humor salado,
aun de su bien y el mío no segura;
colgar la ves y allí temblar su daño,
opuesta al claro sol del desengaño.

Cual tú, hermoso mar de hermosos ojos
hallé; dichosa se llamó mi suerte,
vistieron su bonanza sus enojos;
sus enojos también la misma muerte,
y della y dellos escapó mi vida,
amarga, apenas desta tabla asida.

Esta entena que ves, la coronada
playa, de las astillas de mi leño;
la jarcia, en esas peñas abrazada:
testigo mío, ejemplo tuyo enseño;
dichoso tú, si en desventura ajena,
sabes joven, buscar la tuya buena.

Hija de noble selva, cual presume
tu nave altiva y fuerte, fue la mía;
mas este anciano tiempo que consume
cuanto miras, la trujo al postrer día:
y a ti, cual trujo a mí, si aquesta mudo
ejemplo, a su poder no te es escudo.

Aunque mudo, te habla, y el violento
enemigo, que buscas, espantoso,
en lenguas, te dirá del fuerte viento,
mi verdad y tu engaño lastimoso:
que poco servirá llorar la tierra
a quien un sordo mar y cielo encierra.

Mi ejemplo, la razón, mi triste llanto
cuanto saben te dicen y has oído.
Sigue tu bien, tu mar, si bien es tanto,
que, si en él entras, con razón perdido
serás; ¡y, bien dichoso, si alguna haya
rota concede beses esta playa!


5

Sosiega, ¡oh claro mar!, el ancho velo,
muestra el rostro amoroso,
seguro que esta vez te envidia el cielo.
Goza blando reposo,
mientras mi dueño hermoso,
siendo sol en tus ondas da a los cielos
su rostro envidia y tu sosiego celos.

Sosiega las espumas, codiciosas
de robar a la esfera
los Peces que las hacen más lustrosas,
goce tu vista fiera
urca altiva y velera,
que una pequeña barca sufre apenas,
sin tan gran dueño, el lastre de mis penas.

Si por besar sus plantas, bullicioso,
muestra tu cristal ceño,
(¡cuánto puede el temor!) aunque celoso,
cuando el terreno isleño
besare el pie a mi dueño,
extendiendo sereno, ¡oh mar!, tus lazos,
le robarán sus besos tus abrazos.

¡Ay, cuánto fue cruel el que primero
aró el campo salado!
¡Ay, cuánto, ay cuánto fue de puro acero!
Teme el pecho abrasado,
de un risco fue engendrado,
pues no gimió también su osado intento,
de miedo el triste, si de enojo el viento.

¿Con qué rostro temió la cana muerte
aunque más espantoso?
¿Con qué rostro miró su altiva suerte?
¿Quién no temió furioso,
tal, el mar proceloso,
pues subiera sin fin su osado vuelo
a no impedillo con su frente el cielo?

¡Oh, duro pecho aquél, oh duros ojos
no anegados en llanto,
pues no temieron ser tristes despojos
ya, hechos, del espanto,
cuando miraron tanto
morador escamoso beber fiero,
y vista hambrienta, aun al veloz madero!

Mas ya mis quejas veo han suspendido
sus enojos al viento;
y en lazos de cristal claro, extendido,
se muestra el que violento
buscó en el cielo asiento,
y ya la playa, que azotaba airado,
blando regala, abraza sosegado.

Y a ti, ¡oh sereno mar!, que ya süave
gozas sosiego y calma,
en nombre mío, de mi dueño y nave,
recebirás por palma
desta cordera el alma,
que, a tu blando sosiego agradecida,
la desnuda mi mano de su vida.

Luis Carrillo de Sotomayor

24 de octubre de 2012

POEMA DE LA CITA ETERNA




Lo saben nuestras almas,
más allá de las islas y más allá del sol.
El trópico, en sandalias de luz, presto las alas,
y tu sueño y mi sueño se encendieron.

Se hizo la cita al mar... tonada de mis islas,
y hubo duelo de lirios estirando colinas,
y hubo llanto de arroyos enloqueciendo brisas,
y hubo furia de estrellas desabriéndose heridas...
Tú, y mi voz de los riscos, combatían mi vida.

Se hizo al mar tu victoria, sobre palmas vencidas...

Fue paisaje en lo inmenso,
una imagen de mar casi riachuelo,
de río regresando,
de vida, de tan honda, atomizándose.
Y se dio cita eterna la emoción.

El mar, el verdadero mar,
casi ya mío... el mar, el mar extraño
en su propio recinto...
el mar
ya quiere ser el mar sobremarino...

El mar, tonada entretenida de mis islas,
por traerse una flor de la montaña,
se trajo mi canción en un descuido,
mi canción más sencilla,
la canción de mis sueños extendidos.

Sobre el mar, sobre el tiempo,
la tonada, la vela...
La cita eterna, amado,
más allá de los rostros de las islas que sueñan.

En el pecho del viento van diciendo los lirios,
que en el pecho del mar dos auroras se besan.

Julia de Burgos

19 de octubre de 2012

ALMA VENTUROSA





Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.

Tu alma, sin comprenderlo, ya sabia. . .
con tu rubor me ilumino al hablarte,
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.

Fue silencio y temblor nuestra sorpresa,
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un jubilo tan blando,

que nuestros labios suspiraron quedos . . .
y tu alma estremecíase en tus dedos
como si se estuviera deshojando.

Leopoldo Lugones

14 de octubre de 2012

POEMA ANIVERSARIO




Hoy hace un año, justamente un año.
Y llueve como entonces en el atardecer.
Y es una lluvia lenta, tan lenta que hace daño,
porque casi no llueve ni deja de llover.

Mi pena es una pena sin tamaño,
en el tamaño triste de un nombre de mujer,
aunque la gente pasa sin saber que hace un año,
y aunque la lluvia ignora que llueve como ayer…


Jose Angel Buesa

9 de octubre de 2012

ATENTADO CONTRA LA CREACION




¿ Qué están haciendo con la creación?
los gurús de la clase dirigente;
marionetas  de grupos de presión
que les sostienen financieramente
y que ordenan  la sobre explotación
aunque la perjudiquen gravemente.

Y al provocar su furia incontrolable
con este proceder que es deleznable;
tiembla y tiene razón la madre tierra
haciéndonos saber que está furiosa,
porque el humano en abusar se emperra
de su hospitalidad, que es generosa.

Eolo con el filo al mundo aterra,
de su temible espada gaseosa
y el mar embravecido no tolera,
que quieran imponerle la frontera.

Los ríos de sus cauces se hacen dueños
y arrastran cuanto encuentran a su paso,
ahogando en un instante muchos sueños
por culpa de quienes no hicieron caso,
fueran grandes, medianos o pequeños,
del curso que tuvieron, error craso.

Es cierto; que las penas las padecen
los que sin duda menos lo merecen.


José María Criado Lesmes

4 de octubre de 2012

CIVILIZACION



Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.

Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
frío de la piña rebanada
sobre el plato de la ca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.

Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.

Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír -en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...

Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo
se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.

Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!

Jaime Torres Bodet