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8 de octubre de 2018

EPITALAMIO



 Recuerdas cuando  
en invierno llegamos a la isla?

 El mar hacia nosotros levantaba  
una copa de frío.

En las paredes las enredaderas  
susurraban dejando  
caer hojas oscuras  
a nuestro paso.

Tú eras también una pequeña hoja  
que temblaba en mi pecho.

El viento de la vida allí te puso.

En un principio no te vi: no supe  
que ibas andando conmigo,  
hasta que tus raíces  
horadaron mi pecho,  
se unieron a los hilos de mi sangre,  
hablaron por mi boca,  
florecieron conmigo.

Así fue tu presencia inadvertida,  
hoja o rama invisible  
y se pobló de pronto  
mi corazón de frutos y sonidos.
Habitaste la casa  
que te esperaba oscura y encendiste 
las lámparas entonces.

Recuerdas, amor mío,  
nuestros primeros pasos en la isla: 
las piedras grises nos reconocieron,  
las rachas de la lluvia,  
los gritos del viento en la sombra.
 Pero fue el fuego nuestro único amigo,  
junto a él apretamos  
el dulce amor de invierno  
a cuatro brazos. 

El fuego vio crecer nuestro beso desnudo  
hasta tocar estrellas escondidas, 
 y vio nacer y morir el dolor como una espada rota  
contra el amor invencible.  

Recuerdas,  oh dormida en mi sombra,  
cómo de ti crecía  el sueño,  
de tu pecho desnudo  
abierto con sus cúpulas gemelas hacia el mar, 
hacia el viento de la isla  
y cómo yo en tu sueño navegaba  
libre, en el mar y en el viento  
atado y sumergido sin embargo 
 al volumen azul de tu dulzura. 

Oh dulce, dulce mía,  
cambió la primavera  
los muros de la isla. 

Apareció una flor como una gota  
de sangre anaranjada,  
y luego descargaron los colores  
todo su peso puro. 

El mar reconquistó su transparencia,  
la noche en el cielo destacó sus racimos  
y ya todas las cosas susurraron nuestro nombre de amor, 
piedra por piedra  
dijeron nuestro nombre y nuestro beso. 

La isla de piedra y musgo  
resonó en el secreto de sus grutas  
como en tu boca el canto,  
y la flor que nacía entre los intersticios de la piedra 
con su secreta sílaba  
dijo al pasar tu nombre  
de planta abrasadora, 
 y la escarpada roca levantada  
como el muro del mundo  
reconoció mi canto, bienamada,  
y todas las cosas dijeron  
tu amor, mi amor, amada,  
porque la tierra, el tiempo, 
el mar, la isla,  la vida, la marea,  
el germen que entreabre  
sus labios en la tierra, la flor devoradora,  
el movimiento de la primavera, 
 todo nos reconoce.  

Nuestro amor ha nacido  
fuera de las paredes,  
en el viento, 
 en la noche,  
en la tierra,  
y por eso la arcilla y la corola, 
 el barro y las raíces  
saben cómo te llamas,  
y saben que mi boca  
se juntó con la tuya  
porque en la tierra nos sembraron juntos 
 sin que sólo nosotros lo supiéramos  
y que crecemos juntos  
y florecemos juntos 
 y por eso cuando pasamos,  
tu nombre está en los pétalos de la rosa 
que crece en la piedra,  
mi nombre está en las grutas.  

Ellos todo lo saben,  
no tenemos secretos,  
hemos crecido juntos  
pero no lo sabíamos.  

El mar conoce nuestro amor, las piedras  
de la altura rocosa saben que nuestros besos florecieron  
con pureza infinita, 
como en sus intersticios una boca  
escarlata amanece: 
así conocen nuestro amor y el beso  
que reúnen tu boca y la mía en una flor eterna.  

Amor mío,  
la primavera dulce,  
flor y mar, nos rodean.  

No la cambiamos 
 por nuestro invierno, 
 cuando el viento  
comenzó a descifrar tu nombre 
que hoy en todas las horas repite,  
cuando las hojas no sabían 
 que tú eras una hoja,  
cuando las raíces no sabían que tú me buscabas  
en mi pecho. 

Amor, amor, 
 la primavera  nos ofrece el cielo,  
pero la tierra oscura  es nuestro nombre,  
nuestro amor pertenece 
 a todo el tiempo y la tierra.
  
Amándonos, mi brazo  
bajo tu cuello de arena,  
esperaremos cómo cambia la tierra y el tiempo  
en la isla,  
cómo caen las hojas  
de las enredaderas taciturnas,  
cómo se va el otoño  
por la ventana rota.  
Pero nosotros  
vamos a esperar 
 a nuestro amigo,  
a nuestro amigo de ojos rojos,  
el fuego, 
 cuando de nuevo el viento  
sacuda las fronteras de la isla  
y desconozca el nombre  
de todos, 
 el invierno 
 nos buscará, amor mío,  
siempre,  
nos buscará, porque lo conocemos, 
 porque no lo tememos,  
porque tenemos  con nosotros  
el fuego para siempre.  

Tenemos la tierra con nosotros  
para siempre,  
la primavera con nosotros  
para siempre, 
 y cuando se desprenda de las enredaderas  
una hoja  tú sabes, amor mío,  
qué nombre viene escrito  
en esa hoja,  
un nombre que es el tuyo y es el mío, 
 nuestro nombre de amor, un solo  
ser, la flecha  
que atravesó el invierno, 
 el amor invencible,  
el fuego de los días,  
una hoja  que me cayó en el pecho,  
una hoja del árbol  de la vida  
que hizo nido y cantó,  
que echó raíces, 
 que dio flores y frutos.  

Y así ves, amor mío,  
cómo marcho  por la isla,  
por el mundo,  
seguro en medio de la primavera,  
loco de luz en el frío, 
 andando tranquilo en el fuego,  
levantando tu peso  
de pétalo en mis brazos,  
como si nunca hubiera caminado  
sino contigo, alma mía,  
como si no supiera caminar sino contigo, 
 como si no supiera cantar  
sino cuando tú cantas.   


Pablo Neruda