CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

31 de agosto de 2018

EL MONTE Y EL RIO




 En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río. 

Ven conmigo.

 La noche al monte sube.
El hambre baja al río
.
 Ven conmigo.
 
Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo. 

No sé, pero me llaman
y me dicen « Sufrimos». 

Ven conmigo
.
Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
 te está esperando, amigo». 

Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo  de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
 pero vendrás conmigo.     


Pablo Neruda

30 de agosto de 2018

AUDACIA






Basta de timidez. La gloria esquiva
Al que por miedo elude la pelea
Y con suspiros lánguidos rastrea,
Acogido a la sombra de la oliva.


Sólo una tempestad brusca y altiva
Encumbra la pasión y la marea,
¡Y en empinados vórtices pasea
El abismo de abajo en el de arriba!


¡Oh rebelde¡ ¡Conquista la presea;
goza de la hermosura inebriativa
y horror a los demás tu dicha sea!


Arrostra por la gracia la diatriba,
¡Y en empinados vórtices pasea
El abismo de abajo en el de arriba!


Salvador Diaz Miron

29 de agosto de 2018

FALSA ELEGÍA


Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos cuenta;

Así nos acabamos.

Nada es. Nada está.
Entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los vivos.


Rosario Castellanos

28 de agosto de 2018

ANTE UN CADÁVER





¡Y bien! aqui estás ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.

Aqui donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.

Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo sólo enunciado nos espanta.

Ella que tiene la razón por lema
y que en tus labios escuchar ansía
la augusta voz de la verdad suprema.

Aquí está ya... tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada mas! dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida
se acercarán a ti, y en su mirada
te mandarán la eterna despedida.

Pero, ¡no!... tu misión no está acabada,
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia, y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es sólo el molde en que tomamos
nuestra forma, la forma pasajera
con que la ingrata vida atravesamos.

Pero ni es esa forma la primera
que nuestro ser reviste, ni tampoco
será su última forma cuando muera.

Tú sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno
que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano,
irás del vergel a ser testigo
en el laboratorio soberano;

Tal vez, para volver cambiado en trigo
al triste hogar donde la triste esposa
sin encontrar un pan sueña contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa
verán alzarse de su fondo abierto
la larva convertida en mariposa;

Que en los ensayos de su vuelo incierto
irá al lecho infeliz de tus amores
a llevarle tus ósculos de muerto.

Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores,

en cuyo cáliz brillará escondida
la lágrima tal vez con que tu amada
acompañó el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada,
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males
allí acaban la fe y el sentimiento.

Allí acaban los lazos terrenales,
y mezclados el sabio y el idiota
se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el ánimo se agota
y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo
del antiguo organismo se apodera
y forma y hace de él otro organismo.

Abandona a la historia justiciera
un nombre sin cuidarse, indiferente,
de que ese nombre se eternice o muera.

El recoge la masa únicamente,
y cambiando las formas y el objeto
se encarga de que viva eternamente;

La tumba sólo guarda un esqueleto
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas; pero nunca muere.

Manuel Acuña

27 de agosto de 2018

ECHEVERRIA






I


Era esa pampa 
dilatada y sola, 
sin otra vida que la vida aquella
que hace rodar la ola
y girar en los cielos una estrella;
Sin más palabra, que la voz vibrante
del buitre carnicero,
el alarido de la tribu errante,
y el soplo del pampero. 


Faltaba el alma a la extensión vacía
a los vientos del llano,
un rumor cadencioso, una armonía
que sólo brota el corazón humano.


Su lumbre derramaba
El sol, siguiendo su fatal camino;
La luna, su destello soñoliento;
pero al cielo faltaba
un astro, el astro del amor divino,
y a la tierra el fulgor del pensamiento.


Sentir, pensar... Suprema, única vida;
para la sed del alma, ¡única fuente!
Sobre la tierra, que a vivir convida,
¿Bastarnos puede, acaso,
un astro que se eleva del oriente
y se oculta en silencio en el ocaso?


Nada dice al espíritu
la noche taciturna,
encorvando su bóveda sombría
como una inmensa urna
sobre la tierra desmayada y fría,
si en la sombra lejana
de sus antros sin nombre,
no destella la mente soberana
y no palpita el corazón del hombre.


El vuelo de las aves,
de la laguna el musical ruido,
las mil voces suaves
que el viento imprime al pajonal dormido
¡Ah! ¡Todo ese concierto
en vano resonaba,
porque allá, sin un eco, se apagaba
en los profundos senos del desierto!



II



Llegó por fin el memorable día
en que la Patria despertó a los sones
de mágica armonía;
en que todos sus himnos se juntaron
y súbito estallaron
en la lira inmortal de Echeverría.


Como surgiendo de silente abismo,
el mundo americano
alborozado se escuchó a sí mismo
el Plata oyó su trueno;
la Pampa, sus rumores;
y el vergel tucumano,
prestando oído a su agitado seno,
sobre el poeta derramó sus flores.


Desde la hierba humilde,
hasta el ombú de copa gigantea;
desde el ave rastrera que no alcanza
de los cielos la altura,
hasta el chajá que allí se balancea
y, a cada nube oscura,
a grito herido sus alertas lanza;
todo tiene un acento
en su estrofa divina,
pues no hay soplo, latido, movimiento,
que no traiga a sus versos el aliento
de la tierra argentina.




III



Una tarde sintió dentro del pecho
esa fuerza expansiva 
que hace parezca el horizonte estrecho
de la ciudad nativa;
y tendido en el lomo rozagante
del potro pampeano,
campos y campos devoró anhelante
y allá en la sombra se perdió del llano.



La noche era tranquila;
en la faz del desierto
clavaban las estrellas la pupila,
con esa mezcla de ansiedad y pena
con que miramos en la tierra a un muerto.


¿Qué hablaron al poeta
esos murmullos de la noche en calma,
del carrizal nacidos,
que cantan al pasar en los oídos
y lloran en el alma?
¿Qué historia la contaron?
¿Qué dolorosa y fúnebre quimera,
que sus ojos en llanto se empañaron
y detuvo del potro la carrera?


¡Era que oyó el gemido
de un pecho desgarrado, 
un grito por tres siglos repetido
y de nadie escuchado
¡Era que de su lira generosa
cayó en la cuerda viva,
como gota de lluvia, luminosa,
la lágrima infeliz de la cautiva!



IV


En vano entre sus toldos el salvaje
esclavizó a María:
En sus sueños geniales el poeta,
en el distante aduar, la presentía.
Para él nació; para su gloria fueron
aquellas formas armoniosas, bellas;
esos ojos que lágrimas vertieron
hasta empaparle el corazón con ellas.


El reflejo en su espíritu doliente
su historia sin ventura;
él la siguió, como paterna sombra,
por la vasta llanura;
él hizo que las gotas de su llanto
en las almas sensibles se volcaran,
y los ojos enjutos
de todo un pueblo a humedecer llegaran.


Rosa temprana en un erial caída,
él recogió sus hojas una a una.
Entregadas ¡oh Dios! Por la fortuna
a todas las tormentas de la vida;
y en las cadencias de su verso alado,
dulce, insinuante, musical, sereno,
vino y vertió su aroma delicado
de nuestra patria en el materno seno.


Desde entonces hay cantos de ternura,
rumor de besos en la Pampa inmensa
hay un alma que piensa,
una fibra que late a cada paso;
y derrama su lumbre perdurable
el astro hermoso que la vida encierra,
el astro del amor, puro, inefable,
que no rueda al ocaso,
que no empañan tormentas de la tierra.



V


¡República Argentina, madre mía!
¡Felices ¡ah!, los que tu sien miraron
de frescos lauros coronarse un día!
¡Los que tu suelo estéril fecundaron
con sangre de sus venas,
y anillo por anillo, las cadenas
de la oprobiosa esclavitud trozaron!


Para aquellos heroicos corazones
era música grata,
del Pacífico al Plata,
el solemne tronar de tus cañones.
Sólo a ellos fue dado
contemplar esa mágica belleza
con que, rotas las brumas del pasado,
se levantó tu juvenil cabeza;
sólo a ellos, beber en el reguero
de viva luz, que derramó en tu frente,
de Moreno, la mente,
de San Martín el inflexible acero. 


¡Con qué íntimo gozo,
tus hijos, fuertes en su amor profundo,
te colocaron en excelso asiento
para mostrarte independiente al mundo,
independiente y libre...
libre no, que era esclavo el pensamiento!


El filo de la espada
cortar puede los lazos
que a un pueblo oprimen de otro pueblo en brazos;
mas aquellos que inerte
el alma dejan a merced extraña,
que hasta el rayo de sol en que se baña
le dan quebrado por ajeno prisma,
como el diamante con su propio polvo.
Sólo se cortan con el alma misma.


Y Echeverría los cortó. Su mente
hirió como una espada,
de resplandores acerados llena,
las viejas ligaduras
que la conciencia de la Patria, atada
tuvieron ¡ay, a la conciencia ajena!


¡Y fue la libertad! ¡Y el pensamiento
tomó las alas del nativo cóndor 
para escalar audaz el firmamento;
para arrojar de la región del rayo,
en páginas de fuego,
el Dogma excelso que, inspirado en Mayo,
fue norma y guía de la Patria luego!



VI


Profundas melodías
vagaban en la atmósfera serena,
como el fúnebre acento de la quena
que sollozaba en los antiguos días
dulces cantos de amor, que eran al alma
claridad y rocío:
El triste desengaño, el negro hastío,
La esperanza risueña...
¡Ah! ¡Todo ese universo
revivió en los Consuelos, y su verso
se apoderó de la mujer porteña!


Él las dijo al oído
tantos sueños de amor, que el alma encienden;
tanto vago secreto,
de esos que ellas aprenden 
como las aves a construir su nido,
que aún su nombre es amado
como un recuerdo de amorosa historia,
cuya doliente evocación consuela;
y aún llevan, en ofrenda a su memoria,
ornando sus hechizos,
la cándida diamela
que él, con sus manos, enlazó a sus rizos.



VII



Llegó el tiempo fatal, llegó la hora
en que de nubes se cubrió y de duelo
la faz tranquila del hermoso cielo
que vio de Mayo la primera aurora.
Como fiera traidora
que avanza oculta en tempestad sombría,
la libertad rasgando y el derecho,
la garra de la infame tiranía
¡De Buenos Aires se clavó en el pecho!...


¡Adiós, sueños de amor! ¡Adiós hermosas
que a la sien del poeta 
ofrenda hicisteis de tejidas rosas!
Él todavía, la mirada inquieta
vuelve a vosotras, de la nave ingrata
que lo lleva al destierro y a la muerte
sobre las olas del airado Plata.


¡Se ausentó para siempre! Solitario
quedó... su corazón, pues no cabía
en su íntimo santuario,
otro amor que su patria, ni otro cielo
que aquel sublime y grande,
que se dilata del platino estuario,
en arco inmenso, hasta la sien del Ande.


Brotó de su alma, en su postrera noche,
una lágrima ardiente,
de bendición para la patria ausente
para el tirano, de viril reproche;
y herido al fin por la implacable saña
del destino, se hundió como los astros,
dejando en torno luminosos rastros,
¡en el sepulcro de la tierra extraña!


¡Oh injusticia! ¡oh dolor!... Patria de Mayo,
¿dónde están del poeta los despojos? 
¿Brilla en su tumba de tu sol el rayo?
La misma luz que acarició sus ojos?
¿Duerme, madre, en tu seno
el hijo tuyo, el corazón valiente,
el que ni en llanto humedeció ni en sangre
el vivo lauro que ciñó a tu frente?


¡No, que el cantor de la llanura, yace
de su pueblo olvidado!...
Ayer no más, trayendo las cenizas
del héroe invicto, del primer soldado,
llena de pompa y luz y movimiento,
rozando aquella tumba solitaria
pasó la nave; y su estertor profundo,
hizo temblar la copa funeraria
de los cipreses, en dolientes coros,
al huir gallarda a la natal ribera,
¡revolviendo los hélices sonoros
y suelta al aire la triunfal bandera!


¡Quedó esa tumba abandonada!... Empero,
¡él fue también libertador; guerrero
de la lucha más noble! -La Cautiva,
que el sentimiento nacional exalta
y su estandarte victorioso ondea,
es como Maipo y Ayacucho y Salta,
¡el triunfo de una idea! 


¡Poetas! ¡De la Patria es nuestra lira,
la inspiración sagrada
que en sed de gloria, al ideal aspira!
Y si queremos de los hijos nuestros
tan sólo una mirada,
no de frío desdén, do noble orgullo,
venid, y entrelazadas nuestras manos,
¡sigamos esa estrella, que nos guía!
¡Lancémonos nosotros, sus hermanos,
por la senda inmortal de Echeverría!

Buenos Aires,


Rafael Obligado

26 de agosto de 2018

DONES FATIDICOS




Palma, no te enorgullezcas
de superar en altura
a los laureles y almendros
sobre cuyas copas triunfas.
La tempestad se avecina,
y cuando el rayo fulgura,
las frentes menos enhiestas
son las que están más seguras.

No te ensoberbezcas, rosa,
porque brillas y perfumas,
y en el jardín y en el prado
reinas, excedes y ofuscas.
Esmalte y aroma en flores
son signos de desventura...
Manos vendrán que te arranquen
o insectos que te destruyan.

Dulce planta de la selva,
cantor que esponjas la pluma
y abres el pico y exhalas
chorros de perlas de música.
No te envanezca el gorjeo,
calla: los hombres lo escuchan,
y trinos aprestan redes
al ave que los modula.

Tierra, no envidies al astro
que te calienta y fecunda,
y que surgente o occiduo
prodiga el oro y la púrpura.
Tamaña magnificencia
nace de inmensa tortura...
El resplandor de un incendio
¡te vivifica y alumbra!

Cuán caro pagas, espíritu,
¡el nimbo que te circunda!
Tener ingenio y renombre
es tu verdadera culpa.
De rencores a tu gloria
es cómplice la fortuna,
y pereces lapidado
con montañas de imposturas.

Salvador Diaz Miron


25 de agosto de 2018

UN LAPIZ



Por diez centavos lo compré en la esquina  
y vendiómelo un ángel desgarbado;  
cuando a sacarle punta lo ponía  
lo vi como un cañón pequeño y fuerte.

Saltó la mina que estallaba ideas  
y otra vez despuntólo el ángel triste.  
Salí con él y un rostro de alto bronce  
lo arrió de mi memoria. Distraída
lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas,  
resecas flores, tubos colorantes,  
billetes, papeletas y turrones.
Iba hacia no sé dónde y con violencia  
me alzó cualquier vehículo, y golpeando 
 iba mi bolso con su bomba adentro.


Alfonsina Storni

24 de agosto de 2018

OJOS NIDOS





Para mi madre

Entre el espeso follaje
De una selva de pestañas
Hay dos nidos luminosos
Como dos flores fantásticas.
¡Nidos de negros fulgores!
¡De oscuras vibrantes llamas!


Y allá: dentro de esa selva
De follaje negro, espléndido,
En el fondo de esos nidos
Como flores de destellos,
¡Agita sus ígneas alas
El ave del Pensamiento!


Delmira Agustini

23 de agosto de 2018

EN LA MUERTE DE RAFAEL NUÑEZ





El pensador llegó a la barca negra;
y le vieron hundirse
en las brumas del lago del Misterio
los ojos de los Cisnes.


Su manto de poeta
reconocieron, los ilustres lises
y el laurel y la espina entremezclados
sobre la frente triste.


A lo lejos alzábanse los muros
de la ciudad teológica, en que vive
la sempiterna Paz. La negra barca
llegó a la ansiada costa y el sublime


espíritu gozó la suma gracia;
y, ¡oh Montaigne!, Núñez vio la cruz erguirse,
y halló al pie de la sacra Vencedora
el helado cadáver de la Esfinge.




III



Por un momento, ¡oh Cisne!, juntaré mis anhelos
a los de tus dos alas que abrazaron a Leda,
y a mi maduro ensueño, aún vestido de seda,
dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.


Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
Por un instante, ¡oh Cisne!, en la obscura alameda 
sorberé entre dos labios lo que el Pudor me veda,
y dejaré mordidos Escrúpulos y Celos.


Cisne, tendré tus alas blancas por un instante
y el corazón de rosa que hay en tu dulce pecho 
palpitará en el mío con su sangre constante.


Amor será dichoso, pues estará vibrante
el júbilo que pone al gran Pan en acecho
mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.




IV


¡Antes de todo, gloria a ti, Leda!
Tu dulce vientre cubrió de seda
el Dios. ¡Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
flauta y cristales, Pan y la fuente.
¡Tierra era canto; Cielo, sonrisa!


Ante el celeste, supremo acto,
dioses y bestias hicieron pacto.
Se dio a la alondra la luz del día,
se dio a los búhos sabiduría,
y melodía al ruiseñor.
A los leones fue la victoria,
para las águilas toda la gloria,
y a las palomas todo el amor.


Pero vosotros sois los divinos 
príncipes. Vagos como las naves, 
inmaculados como los linos, 
maravillosos como las aves.


En vuestros picos tenéis las prendas 
que manifiestan corales puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas 
que arriba indican los Dioscuros.


Las dignidades de vuestros actos, 
eternizadas en lo infinito,
hacen que sean ritmos exactos,
voces de ensueño, luces de mito.


De orgullo olímpico sois el resumen, 
¡oh blancas urnas de la armonía! 
Ebúrneas joyas que anima un numen 
con su celeste melancolía.


¡Melancolía de haber amado,
junto a la fuente de la arboleda,
el luminoso cuello estirado
entre los blancos muslos de Leda!



Ruben Dario