CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

30 de enero de 2013

COPA CON ALAS






Una copa con alas: quién la ha visto
Antes que yo? Yo ayer la vi! Subía
Con lenta majestad, como quien vierte
Óleo sagrado: y a sus dulces bordes
Mis regalados labios apretaba:—
Ni una gota siquiera, ni una gota
Del bálsamo perdí que hubo en tu beso!

Tu cabeza de negra cabellera
—Te acuerdas?— con mi mano requería,
Porque de mi tus labios generosos
No se apartaran.—Blanda como el beso
Que a ti me transfundía, era la suave
Atmòsfera en redor; la vida entera
Sentí que a mí abranzándote, abrazaba!
Perdí el mundo de vista, y sus ruidos,

Y su envidiosa y bárbara batalla!
Una copa en los aires ascendía
Y yo, en brazos no vistos reclinado
Tras ella, asido de sus dulces bordes
Por el espacio azul me remontaba!—

Oh amor, oh inmenso, oh acabado artista:
En rueda o riel funde el herrero el hierro:
Una flor o mujer o águila o ángel
En oro o plata el joyador cincela:
Tú sòlo, sòlo tú, sabes el modo
De reducir el Universo a un beso!

Jose Marti

23 de enero de 2013

LA PEDRADA





I

Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,

el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lágrimas me ciegan,
y me hiere la ternura...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana,
donde había unos cristianos
que vivían como hermanos
en república cristiana.

Me enseñaron a rezar,
enseñáronme a sentir
y me enseñaron a amar;
y como amar es sufrir,
también aprendía a llorar.

Cuando esta fecha caía
sobre los pobres lugares,
la vida se entristecía,
cerrábanse los hogares
y el pobre templo se abría.

Y detrás del Nazareno
de la frente coronada,
por aquel de espigas lleno
campo dulce, campo ameno
de la aldea sosegada,

los clamores escuchando
de dolientes Misereres,
iban los hombres rezando,
sollozando las mujeres
y los niños observando...

¡Oh, qué dulce, qué sereno
caminaba el Nazareno
por el campo solitario,
de verdura menos lleno
que de abrojos el Calvario!

¡Cuán süave, cuán paciente
caminaba y cuán doliente
con la cruz al hombro echada,
el dolor sobre la frente
y el amor en la mirada!

Y los hombres, abstraídos,
en hileras extendidos,
iban todos emcapados,
con hachones encendidos
y semblantes apagados.

Y enlutadas, apiñadas,
doloridas, angustiadas,
enjugando en las mantillas
las pupilas empañadas
y las húmedas mejillas,

viejecitas y doncellas,
de la imagen por las huellas
santo llanto iban vertiendo...
¡Como aquellas, como aquellas
que a Jesús iban siguiendo!

Y los niños, admirados,
silenciosos, apenados,
presintiendo vagamente
dramas hondos no alcanzados
por el vuelo de la mente,

caminábamos sombríos
junto al dulce Nazareno,
maldiciendo a los Judíos,
«que eran Judas y unos tíos
que mataron al Dios bueno».


II

¡Cuántas veces he llorado
recordando la grandeza
de aquel echo inusitado
que una sublime nobleza
inspiróle a un pecho honrado!

La procesión se movía
con honda calma doliente,
¡Qué triste el sol se ponía!
¡Cómo lloraba la gente!
¡Cómo Jesús se afligía...!

¡Qué voces tan plañideras
el Miserere cantaban!
¡Qué luces, que no alumbraban,
tras las verdes vidrïeras
de los faroles brillaban!

Y aquél sayón inhumano
que al dulce Jesús seguía
con el látigo en la mano,
¡qué feroz cara tenía!
¡qué corazón tan villano!

¡La escena a un tigre ablandara!
Iba a caer el Cordero,
y aquel negro monstruo fiero
iba a cruzarle la cara
con un látigo de acero...

Mas un travieso aldeano,
una precoz criatura
de corazón noble y sano
y alma tan grande y tan pura
como el cielo castellano,

rapazuelo generoso
que al mirarla, silencioso,
sintió la trágica escena,
que le dejó el alma llena
de hondo rencor doloroso,

se sublimó de repente,
se separó de la gente,
cogió un guijarro redondo,
miróle al sayón la frente
con ojos de odio muy hondo,

paróse ante la escultura,
apretó la dentadura,
aseguróse en los pies,
midió con tino la altura,
tendió el brazo de través,

zumbó el proyectil terrible,
sonó un golpe indefinible,
y del infame sayón
cayó botando la horrible
cabezota de cartón.

Los fieles, alborotados
por el terrible suceso,
cercaron al niño airados,
preguntándole admirados:
-¿Por qué, por qué has hecho eso?...

Y él contestaba, agresivo,
con voz de aquellas que llegan
de un alma justa a lo vivo:
-«¡Porque sí; porque le pegan
sin hacer ningún motivo!»


III

Hoy, que con los hombres voy,
viendo a Jesús padecer,
interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy
aquellos niños de ayer?

Jose Maria Gabriel y Galan

2 de enero de 2013

EL INDIO TRISTE





(Leyenda mexicana)

Es media noche; la luna
irradia en el firmamento;
y riza al pasar el viento
las ondas de la laguna.

En el bosque secular,
y entre el tupido ramaje,
turba el pájaro salvaje
la quietud con su cantar.

Y entre los contornos vagos
del horizonte, a lo lejos
brillan cual claros espejos,
al pie del monte, los lagos.

Yace en paz, sola y rendida
de Tenoch la ciudad bella,
parece que impera en ella
la muerte más que la vida.

Y no es ficción, es verdad;
que fue tan triste su suerte
que la orillan a la muerte
el luto y la soledad.
Su esplendor está apagado
de la guerra al terremoto;
el gran huebuetl está roto
y el teponaxtle callado.

No alumbra el teocal, la luz
del copal de suave aroma,
porque el teocal se desploma
bajo el peso de la cruz.

No cubren mantos de pluma
los cuerpos de altivos reyes;
tiene otro Dios y otras leyes
la tierra de Moctezuma.

Y ante este Dios y esta ley
que transforman su recinto
sólo al César Carlos Quinto
reconoce como rey.

¡Cuántos heroicos afanes!
¡Cuántos horribles estragos
han visto bosques y lagos,
ventisqueros y volcanes!

Está el palacio vacío
sin pompas ni ricas galas;
desiertas se ven sus salas
su exterior mudo y sombrío.

Y zumba en su derredor
del viento la aguda queja,
como un suspiro que deja
honda impresión de dolor.

Es el profundo lamento
de una raza sin fortuna:
¡la sangre que en la laguna
flota y se queja en el viento!

Por eso duerme rendida
de Tenoch la ciudad bella,
como si imperase en ella
la muerte más que la vida.

II

Frente a la anchurosa plaza,
cerca del teocal sagrado
y del palacio olvidado
que pronta ruina amenaza,

donde con riqueza suma
viviera, en tiempo mejor,
Axayacatl el señor
y padre de Moctezuma,

en corta y estrecha calle
desde la cual, el que pasa
mira fabricar la casa
del alto marqués del Valle.

Así en la noche sombría
como en la tarde callada
y al fulgor de la alborada
con que nace el nuevo día,

en toscas piedras sentado
y con harapos vestido,
entre las manos hundido
el semblante demacrado;

un hombre de aspecto rudo,
imagen de desventura,
siempre en la misma postura,
y como una estatua muda,

inclinada la cabeza,
allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
de la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿Qué medita?
¿Qué dolor su alma destroza
que ni llora, ni solloza,
ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
tanta tristeza ignorada,
que la gente acostumbrada
clama al verlo: "¡el indio triste!"

Le conocen por tal nombre
en el pueblo y la nobleza,
y dicen: es la tristeza
que tiene formas de hombre.

A nadie llegó a contar
su tenaz dolor profundo;
siempre triste lo vio el mundo
en aquel mismo lugar;

tal vez fue algún descendiente
de los nobles mejicanos,
que al ver en extrañas manos
y en poder de extraña gente

la nación que libre un día
vivió con riqueza y calma
sintió en el fondo del alma
horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
viendo a su nación cautiva,
fue la expresión muda y viva
de la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
en igual sitio sentado,
y allí pobre y resignado
de su tristeza murió.

Su desconocida historia
al vulgo pasma y arredra,
y en tosca estatua de piedra
honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
que al tiempo nada resiste,
y "Calle del Indio Triste"
esa calle se llamó,

sin poder averiguar
con ciencia ni sutileza
la causa de la tristeza
del indio de aquel lugar;

pero en nuestro hermoso valle,
y en nuestra mejor ciudad,
pasan de edad en edad
ese nombre y esa calle.

Juan de Dios Peza