CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

29 de septiembre de 2012

EL CANTO DE LAS PIEDRAS


Hay un sitio en las costas de Aguadilla
al pie de una montaña de granito
y a poco trecho del lugar bendito
en que duermen los muertos de la Villa

un sitio entre las rocas, do se humilla
la onda que bate al duro monolito,
y es perenne el rumor y eterno el grito
que se oye en toda la escarpada orilla.

Cuando, al sordo fragor del oleaje,
allí las tempestades se quebrantan,
vibra más fuerte el cántico salvaje:

el himno de las piedras, que levanta
las que su nombre dieron al paraje...
¡porque en mi pueblo, hasta las piedras cantan!

Jose de Diego

24 de septiembre de 2012

NEGRO SIN ZAPATOS

Hay en tus pies descalzos graves amaneceres.
(Ya no podrán decir que es un siglo pequeño.)
El cielo se derrite rodando por tu espalda:
húmeda de trabajo, brillante de trabajo,
pero oscura de sueldo.

Yo no te vi dormido... Yo no te vi dormido...
aquellos pies descalzos
no te dejan dormir.

Tú ganas diez centavos, diez centavos por día.
Sin embargo,
tú los ganas tan limpios,
tienes manos tan limpias,
que puede que tu casa sólo tenga
ropa sucia,
catre sucio,
carne sucia,
pero lavada la palabra: Hombre.

Manuel del Cabral

19 de septiembre de 2012

TAMANGO



Con un pedaso'e cuero,
un tiento y una lesna,
te idió en alguna chacra
la mano'e la pobresa,
pa qu'hicieras más blandos los terrones
y menos bruto el sol que arde'n las melgas.

Sos un calsao humilde y sin historia
lo mesmo qu'el paisano que te yeva.
Naciste pa tranquiar, porfiado y guapo,
siempre atrás de la reja,
que v'aliñando surcos, y más surcos
en su dir y venir, d'estreya a estreya.

Tal ves la bota'e potro,
con toditas sus mentas,
no tuvo nunca ese coraje tuyo,
cayao y aguantador com'una piedra,
qu'inoran las vigüelas y la fama
porque anda siempre hundido entre la tierra.

Tu destino es igual qu'el de tu dueño:
un destino apagao y sin leyendas,
que no va más ayá del rancho negro
and'encajó su marca la miseria,
y ande hasta los gurises
se han olvidao de réirse, a juersa'e penas.

Entendés más de cayos que de sangre,
más de silencios que de ruido'e guerras,
y mostrás cascarón de barro escuro
en lugar de estreyudas nasarenas:
por eso es que tu nombre
no cabe en las payadas noveleras.

Tamango, sos lo mesmo
qu'el sufrido paisano que te yeva:
un humilde coraje sin historia,
amansador d'heladas curuyeras,
que se gasta tranquiando entre los surcos
ande hundió su destino la pobresa.

Serafin J. Garcia

14 de septiembre de 2012

LA CALLE DE "XICOTENCATL"


(A mi muy querido amigo Ramón Murguía)


Cuando al formidable empuje
de la justicia del pueblo,
el joven príncipe Hapsburgo
subió al cadalso en Querétaro,

al recoger su cadáver
sobre el memorable cerro
en cuyas peñas abruptas
saltó en astillas un cetro,

se ordenó que embalsamaran
los inanimados restos,
por si en la tierra nativa
les daban tumba sus deudos.

Y era de mirarse el cuadro
grave, imponente y siniestro,
que por su humilde grandeza
no olvidan los que lo vieron.

Sobre la bruñida plancha,
tendido el desnudo cuerpo,
plumón de cisne en lo blanco,
marmórea estatua en lo yerto;

abierta la barba rubia
en dos gajos sobre el pecho;
cual turquesas empañadas
los tristes ojos abiertos.

Surcando azulosas venas
la frente de marfil terso,
mostrando en ligeros surcos
congelado el pensamiento.

Lacio tocando la piedra
el áureo escaso cabello,
alisado en otros años
por manos que están muy lejos.

Rojas, profundas heridas
dispersadas en el pecho,
por donde entraron las balas
y se escaparon los sueños.

Inertes los largos brazos,
como abandonados remos,
y en las manos insensibles
algo crispados los dedos.

En las piernas las señales
de haber mantenido el cuerpo
largas horas sobre el ágil
corcel de los campamentos.

Y en el extraño conjunto
despertando los recuerdos
de Rubens, cuando pintara
a Cristo desnudo y muerto.


II

En una ciudad que ha sido
por muchos meses el centro
de encarnizados y horribles
combates a sangre y fuego,

por más que sobró pericia
no abundaron elementos
para sin tacha ninguna
ungir el cadáver regio,

y a reparar menoscabos
trajéronlo pronto a Méjico,
sobre los frescos escombros
del ya desplomado imperio.

En tierra de Moctezuma
el príncipe entró de nuevo,
no sobre augusta carroza,
sino encerrado en un féretro.

De nuestra ciudad las llaves
ninguno le dio a su encuentro,
ni su retorno anunciaron
los heraldos palaciegos.

En las sombras de la noche,
por rudas tablas cubierto,
sin ser por nadie esperado
y sin visible cortejo,

entró en vetusta capilla
el ataúd, pobre y negro,
y en tosca mesa de pino
quedó en solemne aislamiento.

Una lámpara que ardía
toda la noche en el templo,
lanzaba sobre la caja
su fulgor amarillento,

y en las elevadas bóvedas,
como tristes agoreros,
con sus fúnebres graznidos
se quejaban los mochuelos.

Las místicas esculturas
semejaban con su aspecto
dolientes que acompañaran
la soledad de aquel cuerpo.

Sobre el ataúd cernían
su augusto, impalpable vuelo,
los fantasmas de otros mundos
que en otros siglos vivieron:

Carlos Quinto, con sus pompas
de un sol sin ocaso dueño,
surgió con su egregia Corte
para velar a su nieto.

La noble María Teresa
con sus infinitos duelos,
en la frente del Hapsburgo
depositó helado beso.

Sola estaba la capilla,
solo el misterioso féretro,
solos los tristes altares
de aquel recinto severo,

y dentro de aquella caja,
solo y rígido durmiendo
un soñador de treinta años
fatua luz de un breve imperio.

Allá detrás de los mares
solo el castillo risueño
que el Mediterráneo baña
con ondas de azul sereno.

Sola, en el antiguo mundo,
loca de amargura y duelo,
la esposa joven y hermosa,
que en vano espera a su dueño:

y fuera de la capilla,
en una calle de Méjico
que de San Andrés se llama
y donde estaba aquel templo,

la indolente muchedumbre,
sin pensar en el rey muerto,
elevaba los cantares
de un rey inmortal: el pueblo.

Al par que mamá Carlota
se cantaban los Cangrejos,
y alzando hosanna a Juárez
daban vivas a Escobedo.

Era muy negra la noche,
era muy lúgubre el viento,
la ciudad aun no salía
de los espasmos del miedo.

Y allí estaba aquel cadáver,
limpia la faz, roto el pecho,
como una lección terrible,
como un inmortal ejemplo,

de que la ambición engaña,
de que deslumbra el ensueño
y de que fue una tragedia
lo que se llamó un imperio.

Yo era muy joven, muy joven,
y el corazón en mi pecho
lloraba la dura ausencia
de mi único Dios terreno;

de mi padre, que ni un día
mientras que tuvo un aliento,
dejó, con honda amargura,
de llorar por aquel muerto.


III

El sabio a quien encargóse
el nuevo embalsamamiento
era del ilustre Juárez,
al par que amigo, su médico.

No bien con expertas manos
ligó los inertes miembros,
dejó, por secar las vendas,
suspendido al aire el cuerpo.

Pendiente de los dos hombros
en un arco de aquel templo,
y con los ojos de esmalte
retando al abismo negro,

solo quedó el soberano,
rígido como de acero,
con olorosos barnices
mojando a sus pies el suelo.

Y cuentan que en una noche
a Juárez dijo su médico,
más bien que en tono de súplica
en son de dulce consejo:

"No quiero encerrar al príncipe
para siempre en otro féretro
antes de que, de mi brazo,
vayáis vos a conocerlo.

Y Juárez cedió a la oferta,
y esa noche, en silencio
llegó al misterioso sitio
conversando a paso lento.

Dos lámparas encendidas
mal alumbraban el templo,
y en la penumbra del fondo
se destacaba aquel muerto.

Aviváronse las luces
y bañó un fulgor intenso
el rostro color de cera,
los ojos color de cielo.

Juárez se acercó impasible
en holgada capa envuelto,
sin dar señales ningunas
de angustia o desasosiego.

Y de pie frente al cadáver
clavó en él sus ojos negros
y se lo quedó mirando
con su semblante de hierro.

Un diálogo sin palabras
se entabló en aquel momento
entre el rey ajusticiado
y el justiciero de un pueblo.

Una parvada invisible
de profundos pensamientos
de la frente de aquel vivo
voló a la frente del muerto.

Mas no se turbó su rostro,
ni sus labios se movieron,
ni cruzó por sus pupilas
rayo de placer o duelo.

Y después de haber estado
contenplándolo en silencio
"Ya lo vi -dijo en voz baja,
el vendaje aun no está seco".

Y tomando por el brazo,
cual de costumbre a su médico,
sin hablar de aquella escenna
salió de allí a paso lento.

...............

La eternidad insondable
quedó atrás en el templo
y ella oyó el diálogo mudo
de aquel vivo v aquel muerto.


IV

Pasados breves los meses
y a sus patrios lares vuelto,
el príncipe infortunado,
sin corona y sin aliento

conmemorando su muerte
en junio, en el mismo templo,
congregarse a llorarlo
no pocos de sus adeptos.

Escándalo semejante
despertó en aquellos tiempos
tempestad de desazones
y amargos resentimientos.

Y en masónico banquete,
en un solsticio de invierno,
frente del ilustre Juárez,
y ante un auditorio inmenso,

un liberal de renombre
y de carácter enérgico,
adalid de la Reforma
y hombre de acción y talento,

pidió, sin temor a nadie,
que se derribara el templo
poniendo manos a la obra
en aquel mismo momento;

y dos horas no pasaron
sin que con extraño estruendo
las piedras se desgranaran
del muro al golpe del hierro.

Derribada la capilla,
se abrió la calle que hoy vemos
"de Xicotencatl" llamada
en honor de un héroe egregio.

Juan de Dios Peza

9 de septiembre de 2012

RETAMAS




I

Yo no sé si hacen versos las letras
que escribo con lágrimas,
al pensar que, en mi dulce Borinquen,
este bello jirón de la patria
(acaso de un sueño
como sombra vana)
la esperanza gentil del colono
se pierde entre sombras y entre olas amargas.

Para estos renglones que escribo temblando,
ni busco, ni cuento, ni elijo palabras;
esta vez la retórica aguarde,
que la verdad pasa.

Y son estas rimas tan tristes y alegres
saetas de fuego o briznas de escarcha,
que abrasan los labios
o enfrían el alma.


IV

Con las ropas en bello desorden,
la frente marmórea de rizos poblada,
balbuciendo los trémulos labios
confusas palabras,
un niño dormía
soñando en la patria.

¡Oh! qué hermosa, riente y espléndida,
altiva y heroica, viril y gallarda
la veía surgir de las ondas
rugientes y bravas,
con su veste de espumas cubierto,
el torso de ninfa, las formas de estatua!

Corrieron los años:
El niño, en su tierra, creció como un paria:
vio la fusta estallar implacable
del siervo en la espalda;
mirar pudo en el rostro del César
sonrisas de lástima;
la sangre, rebelde,
subió a sus mejillas en brusca oleada;
y después... en sus noches de insomnio,
evocando a la ninfa soñada,
¡qué mezquina, qué pobre, qué triste
solía mirarla!

¡Ay! el sueño... ¡qué dulce y alegre!
La verdad... qué desnuda y amarga!

Por eso el mancebo
pensando en la patria,
sintió muchas veces sus ojos marchitos
llenarse de lágrimas.


VII

N0 hay remedio: doblad la rodilla:
bajad la cabeza,
y sufrid que os oprima y estruje
la planta del déspota
si los amos esgrimen la fusta
que estalla soberbia.
¡Ah! ¡Silencio! En los trémulos labios
ahogad la protesta
porque aún reina en el mundo a
la ley de la fuerza.

Vuestro arado, los surcos rompiendo,
rotura la tierra:
trabajáis sin descanso, y el fruto
de ingrata faena
a sus amplios arcones sin fondo
el fisco se lleva.
Entre tanto en la choza de bálago
morís de miseria.
Continuad vuestra obra: la exige
la ley de la fuerza.

¿Os envuelve tal vez, implacable,
la inicua sospecha?
¿Os injurian los falsos escribas?
¿Os abre sus puertas,
como un monstruo sediento y maldito
la ergástula negra?
Esperad y sufrid ¿qué remedio?
Quien sufre y espera,
podrá un día romper en pedazos
la ley de la fuerza.


XIII

¡Qué calma tan honda!
¡Qué paz tan profunda!
¡Qué solemne quietud la que reina
por esas alturas!

No ocurren sucesos;
se pasan los días,
Sin que un soplo revuelva los mares
de nuestra política.

Silencio tan triste
enerva el espíritu:
¿Es acaso esta tierra un inmenso
sepulcro de vivos?


XIV

Yo no sé si don Pablo, el pontífice,
estudia afanoso política práctica,
leyendo incansable con ansia creciente
mis pobres retamas.

Pero sé que le gustan de veras,
y que pierde con ellas la calma:
que a veces encierran en tosca envoltura
verdades amargas.

Señor conde: los condes que buscan
impresiones alegres y gratas,
con probar un acíbar como éste
se mueren de rabia.


XVI

¿El pueblo se divierte?
Dejadle divertir,
Si olvida sus angustias
¿qué más podéis pedir?

¡Que se agite en alegres verbenas,
que ahogue sus penas
apurando el licor del placer!

¡Que se anegue en la báquica orgía,
si siente algún día
los amargos recuerdos de ayer!

~¿Que el desaliento invade
nuestra gentil ciudad?
¿Que en ella hunden la garra
los buitres sin piedad?

¡Bah! No importa. Que goce: que cante;
y altares levante
a la risa, a la danza al amor.
No le queda otra cosa: la fiesta;
la lánguida orquesta;
de las copas el dulce rumor.

La decadencia viene:
la vais palpando ya,
el pueblo, antes altivo
degenerado está.
¿No observáis en su frente marchita
la huella maldita
que la idea dejara al partir?
Ese pueblo salvarse no quiere.
Si cae, si muere,
es que anhela caer y morir.


XXXV

A noche, mientras ardía
la caseta de consumos,
describiendo tantas curvas
como una barca sin rumbo
aproximóse a nosotros
un Demóstenes presunto
y nos obsequió galante
con este bello discurso:

-¿Ven ustedes esas llamas?
Hay muy cerca un río enjuto,
que es, enfrente del siniestro,
un sarcasmo y un insulto.

Pues yo tengo en el estómago,
-y jamás lo disimulo-
un incendio más terrible,
sin cenizas y sin humo,
que se burla de las bombas
y desdeña el acueducto.

Y este fuego no se apaga
ni con todo el ron del mundo.


XXXIX

Poetas y artistas:
romped la paleta y el plectro gentil;
empuñad el arado: es preciso
salvar el país.

Escritores: la pluma acerada
tirad con desdén;
no busquéis en la justa gloriosa
el triunfo soñado y el noble laurel.


Otra cosa el país os demanda;
la semilla en el surco arrojad:
la labor del espíritu huelga;
romped con las picas el suelo feraz.

¿Que el país retrocede? No importa.
Sembrad el tabaco: plantad el café.
Este pueblo no es Roma ni Grecia:
Si cae, que caiga. Dejadle caer.

Matad los periódicos;
tirad al arroyo el dulce laúd:
no debemos sonar con la gloria;
aquí sólo es dable sonar con la cruz.

Si nada tenemos que valga gran cosa
olvidemos el plectro gentil
de ese modo tan sólo se puede
salvar el país.

Luis Muñoz Rivera

4 de septiembre de 2012

INSOMNIO



Cuán largas son las horas
de sufrimiento!
Cuán tristes son las noches
de los enfermos!

Por el día, los ruidos
y el movimiento;
el calor de los rayos
de un sol de fuego,
y la brisa que pura
restaura el pecho;

El jugar de los niños,
siempre contentos,
El estar en la casa
todos despiertos,
la abundancia de vida
y el bien ajeno,
Sobre los propios males
extiende un velo.

Mas cuando el sol se oculta,
y en el silencio
acrecienta las penas
insomnio eterno,
y cruzamos el mundo
de los recuerdos
amargando el presente
goces que fueron;

Cuando sólo se escucha
rugir el viento;
el reló perezoso
marcando el tiempo,
y el respirar forzado
de nuestro pecho.

Cuando no hay en la casa
risas ni juegos;
Cuando todos dormidos
parecen muertos
y cuando ya la aurora luce
en el cielo,
corona de zafiros,
manto de fuego,
y a la luz de la vida
y el movimiento
el mundo se despierta
feliz, risueño,
el reposo buscamos,
y sobre el lecho
se desploma el rendido
mísero cuerpo,

Los que pasáis la noche
placer bebiendo,
en el baile y la orgía,
teatro y concierto,
el espíritu alegre,
robusto el cuerpo,
que ignoréis siempre, siempre,
pido en mi ruego,

¡Cuán largas son las horas
de sufrimientos!
¡Cuán tristes son las noches
de los enfermos!

Jose Gautier Benitez