CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

31 de enero de 2012

LIBRO SEGUNDO CANTO TERCERO


I

Ahí va... callado, cual lo miran siempre
Discurrir por el pueblo:
Extraño, taciturno. El indio loco
Los soldados le llaman; pero, al verlo
Pasar entre ellos pálido, absorbido,
Lo miran en silencio,
Lo siguen con los ojos y, mostrándose
Al salvaje entre sí, dicen: ¿Qué es esto?
-¿Qué dices tú?
-Que es loco rematado
A estar a lo que veo.
-Rematado, bien dicho; ved sus ojos;
Ese indio tiene barajado el seso.
-Moscardón que no gruñe se me antoja
En sus mudos paseos.
-¡Y Parece que sufre!
-¡Ca! Esa gente
No es capaz de dolor... ¡Muere en silencio¡
Ved qué pálido está, que desmayado.
Sus pasos son inciertos:
Parece que su cuello no pudiera
De la cabeza soportar el peso.
-Es que algo habrá perdido, y anda siempre
Buscándolo en el suelo.
-¡Y también en el aire!
-¡Cierto! El loco
Suele buscar en él pájaros negros.
-¿Y si os dijera que ese insano duerme
Con los ojos abiertos?
-Oiga!
-Como os lo digo. Lo he observado
Más de una noche, Y me asustó su aspecto.
Si parece un cadáver que nos mira!
-¿,Tendrá el diablo en el cuerpo?
-Todo es posible. Si en las altas horas
Vais a observar los indios allá dentro,
Entre el grupo cobrizo allí entregado
A su profundo sueño.
Siempre tropezará vuestra mirada
Con los ojos diabólicos despiertos.
Son los de ese indio: no se cierran nunca;
Sentado. inmóvil, yerto.
Lo veréis siempre, hasta en la medianoche,
Tal cual lo estamos ahora mismo viendo.
-Loco, no hay más
O poseído acaso.
-Qué dices? ¿Le hablaremos?
-Háblale tú Que entiendes de latines
A ver si te contesta.
-No lo creo.
Un mes hace que vive entre nosotros
Ni su voz conocemos. -¿No será mudo?
-No; con el anciano
Ha hablado alguna vez, según entiendo.
-Vedlo, allá va; cuando en aquella loma
Aparezca el lucero,
Frente a nosotros pasará de vuelta;
Puedes salirle entonces al encuentro.
-Pero háblale con tino, con mesura:
Cuida de no ofenderlo;
Sabes que el capitán tiene ordenado
Que al Señor Don Charrúa no irritemos.
-¿No es aquélla la hermosa Doña Blanca?
-La misma. El prisionero
Va a pasar a su lado.
-¡Ved qué hermosa,
Qué hermosa está con esos ojos negros!

II

Tabaré sigue; se detiene a veces
Cuál si escuchara atento
Y se hunde su mirada en los espacios,
O vaga en torno suyo con recelo.
Inclina nuevamente la cabeza,
Y sigue a paso incierto,
Como el que va temiendo a cada instante
Ser sorprendido por oculto riesgo.
Blanca lo observa; sigue de¡ charrúa
Los tristes movimientos;
Espera la ocasión de ver sus ojos,
Pues sabe que algo ha de encontrar en ellos.
Pero es en vano; el prisionero pasa
Sin mirarla jamás, nublando el ceño,
Y, al cruzar frente a ella, se apresura
Y se aleja temblando, casi huyendo.
Es que cierra los ojos, y no obstante,
Ve la imagen de Blanca entre los velos
De una aurora confusa, imperceptible,
Que ilumina el nacer de sus recuerdos.
¿Es ella la que flota en su pasado?
¿Es la blanca visión de sus ensueños?
A una mujer tan blanca corro aquélla
Oyó cantar los cánticos maternos.
El indio siente, confusión ignota;
Vacila, tiene miedo,
Busca a la niña, y huye al encontrarla
Huye de la ilusión y del misterio.

III

Así pasaba Tabaré aquel día
Frente a la virgen que, con dulce acento,
¡Vaya el indio con Dios! ¿Por qué así corre?
Dijo por fin, ¿le infundo algún recelo?
El se detuvo sin alzar la frente,
Cual llamado a lo lejos;
Cual si la voz tardara largo espacio
En ir desde el oído al pensamiento.
Y allí fijo quedé, como tocado
Por un conjuro; trémulo
Como el corcel que en su carrera escucha
El bramido del tigre, en el desierto.
Así como una piedra
Al fondo del abismo descendiendo
Despierta temerosas resonancias,
Voces lejanas, quejas y lamentos,
La voz de la española
Descendió al alma del salvaje enfermo,
Y en ese abismo despertó la vicia,
La queja, el grito del dolor y el tiempo.
El indio alzó la frente: miró a Blanca
De un modo fijo, iluminado, intenso.
Había en su actitud indescifrable
Terror, adoración, reproche, ruego.

IV

“-Tú hablas al indio! ¡Tú, que de las lunas
Tienes la claridad!
Por que lo hieres con tu voz tranquila,
Tranquila como el canto del sabía?
Si tienes en los ojos, de las lunas
La transparente luz
¿Por qué tu alma para el indio es negra,
Negra como las plumas del urú?
¿Por qué lo hieres en el alma obscura?
¡Deja al indio morir!
¡Tú tienes odio negro para el indio,
Para el triste cacique guaraní".
Blanca sintió una lágrima en los ojos
Y una amargura insólita en el pecho:
-Yo no tengo odio para ti, charrúa;
Dijo el cacique con acento ingenuo.
Las pupilas azules del salvaje
Brillaban asombradas; en sus nervios
Vibraba el alma. Tabaré sentía
El abismo sonar en su cerebro.
Habla por vez primera a la española:
Sus palabras, sin orden ni concierto,
Brotan de entre sus labios como informe
Tropel de sombras, luces y reflejos.
“-¡Oh, sí! Yo sé que acechas
Mis horas de dolor:
Sé que, remedas alas de jilgueros
Donde yo estoy.
Yo sé que tú el secreto
Conoces de mi ser,
Y sé que tú te escondes en las nieblas...
Todo lo sé!
Que gimes en el viento,
Que nadas en la luz,
Que ríes en la risa de las aguas
Del Iguazú;
Que miras en las altas
Hogueras del Tupá.
Y en lunas del fuego fugitivas
Que brillan al pasar.
Tú como el algarrobo,
Sueño das a beber;
Y das la sombra hermosa que envenena
Como él ahué.
Yo, temiendo tu sombra,
Tiemblo y huyo de ti,
Y tú en el despertar de mis memorias,
Vas tras de mí.
Mis nervios que eran fuertes,
Fuertes cual ñandubay,
Blandos como el retoño más temprano
Del ombú están...
No ha pasado una luna
Después que yo te vi;
Mira cómo está enfermo el indio bravo
Sólo por ti!”
La súplica, el reproche,
La imprecación, el ruego,
Se sucedían en la voz del indio
Y en su ademán nervioso y altanero;
El, que se había alejado
Con la frente inclinada sobre el pecho,
Como impulsado por interna fuerza,
Hacia la niña se volvió de nuevo;
La miró un breve espacio
Y señaló su rostro con el dedo,
Cual sí del fondo obscuro de su alma
Envuelto en luz brotara un pensamiento.
“-Era así como tú... blanca y hermosa;
Era así.. . corno tú.
Miraba con tus ojos, y en tu vida
Puso su luz;
Yo la vi sobre el cerro de las sombras
Pálida y sin color;
El indio niño no besó a su madre...
¡No la lloró!
Les avisnas de fuego de las nubes,
Ellas brillaron más;
Pero el hogar del indio se apagaba,
Su dulce hogar.
Han pasado mas fríos que dos vmw
Mis manos y mis pies...
Solo en las horas lentas yo la veo
Como cuerpo que fue.
Hoy vive en tu mirada transparente
Y en el espacio azul. ..
Era así como tú la madre mía,
Blanca y hermosa... ¡Pero no eres tú!
Por ocultar el llanto
Que, sin mojar sus párpados, acerbo
Como lluvia de hiel, se derramaba,
Y empapaba del indio los recuerdos,
El infeliz charrúa,
En convulso y mortal desasosiego,
Se alejaba sombrío, y se volvía
A la española en ademán violento:
-Así como tu mano,
Blanca como la flor del guayacán
Es la que he visto en la batalla siempre
Mi sudorosa frente refrescar.
La misma mano blanca
De mí desnudo pecho separó
El rayo que arrojaban tus hermanos,
Más rápido que el vuelo del halcón;
La he visto entre sus dedos
Romper la flecha que a esconder llegó
En mis venas el sueño de las sombras,
Ese pálido sueño del dolor...

........................

Pero... ¡no era la tuya!
Era otra aquella mano, ¿no es verdad?
¡Dile al charrúa que esos ojos tuyos
No son los que en sus sueños ve flotar!
Dile que no es tu raza
La que vierte esa tenue claridad
Que en el alma del indio reproduce
Aquella luz de su extinguido hogar;
Aquella luz que el astro de los muertos
Nunca sabrá copiar,
Más pura que el reír de las mañanas,
Y el llorar de las tardes, ¡mucho más!
Oh! no: tú eres la sombra,
Tú no vives la vida como yo;
¿Por qué has de arrebatarme mis recuerdos
Y vestirte ante mí de su dolor?
¡Déjame! ¡'No me sigas!
¿No sientes? ¿No lo ves?
¡El corazón del indio está muy negro!
¡Triste como la sombra del ahué!

V

Con movimiento brusco
Se ha separado de la niña el indio,
Volviendo la cabeza, cual si huyera
Temiendo la agresión de un enemigo.
Un eco amargo y triste
Quedó de Blanca en el absorto oído.
Tabaré atravesó entre los soldados
Ninguno lo detuvo en su camino.
Blanca siguió con pena
Con los ojos al indio fugitivo.
Aquel extraño ser en sí tenía
La atracción de lo obscuro del abismo.

VI

En ese estado en que, movida el alma
Por fuerza superior, en lo infinito
Medita, sin consciencia de sus actos,
Como otro yo, de nuestro ser distinto;
Y conoce los seres del ambiente
En que vaga desnuda dé sentidos,
Sin traernos, de vuelta de su viaje,
Nada que de otros mundos nos da indicios;
Y al despertar la sensación de nuevo,
Rompe de un sueño el transparente hilo;
Quedó la niña, hasta que oyó a su espalda
Que alguien decía: -¿Qué te hablaba el indio?
-¿El indio? ... Nada. ¿En qué estaba pensando?
¡Ah! Luz, no te había visto
¿Qué me dijiste? ... Ahora lo recuerdo:
Nada, nada me dijo.
Y agregó Doña Luz: -¡Pero aquí, hablando
Lo hemos visto contigo!
Y Blanca: -¿Sabes, Luz, que ese salvaje
Amó a su madre? El mismo me lo ha dicho.
-¿Y no le temes, Blanca?
-¡Temerlo! Puede ser. Lo que al oírlo
Mi espíritu sintió, fue un algo raro,
Muy semejante al miedo de los niños

........................

Con terror, la mirada
Clavó en su hermana Doña Luz.
-¿Qué ha visto
O creído advertir en sus pupilas?...
Le aconsejó que huyese de aquel indio.

Juan Zorrilla de San Martin

30 de enero de 2012

ROMERIA


Pasamos juntos. El sueño
lame nuestros pies qué dulce;
y todo se desplaza en pálidas
renunciaciones sin dulce.

Pasamos juntos. Las muertas
almas, las que, cual nosotros,
cruzaron por el amor,
con enfermos pasos ópalos,
salen en sus lutos rígidos
y se ondulan en nosotros.
Amada, vamos al borde
frágil de un montón de tierra.
Va en aceite ungida el ala,
y en pureza. Pero un golpe,
al caer yo no sé dónde,
afila de cada lágrima
un diente hostil.

Y un soldado, un gran soldado,
heridas por charreteras,
se anima en la tarde heroica,
y a sus pies muestra entre risas,
como una gualdrapa horrenda,
el cerebro de la Vida.

Pasamos juntos, muy juntos,
invicta Luz, paso enfermo;
pasamos juntos las lilas
mostazas de un cementerio.

Cesar Vallejo

28 de enero de 2012

EL BAILE DEL RIN


Por este joven que baila
me castigo en un convento
y la niña que se vaya
al séptimo regimiento.

Para qué le digo más.

Por este joven que baila
se me hace agüita la boca
y se me hace que la cabra
estuviera media loca.

Para qué les digo más.

Pásame el pañuelo,
toca la guitarra,
déjame tranquila
pa´zapatear el rin, ja, ja.

Por este joven que baila
yo me voy a la Argentina
y la niña que se quede
todo el año en la cocina.

Para qué les digo más.

A este joven que baila
yo lo tomo en matrimonio
y a la cabra que la tome
para mujer el demonio.

Para qué les digo más.

Pásame el pañuelo...
Para este joven que baila
promesas de mil amores
y luego pa´ la chiquilla
porotos con chicharrones.

Para qué les digo más.

Si alguno se ha molestado
que me lo diga de frente,
los castigaré bailando
hasta que boten los dientes.

Para qué les digo más.

Pásame el pañuelo...

Violeta Parra

26 de enero de 2012

PORQUE HE PENSADO EN TI


Porque he pensado en ti, todo es hermoso:
se vuelve el aire, luz resplandeciente;
Dios en cada rosal está presente
y el mundo tiene un mágico alborozo.

Porque he pensado en ti, por eso gozo
con el rumor y el agua de la fuente,
con el cielo infinito y transparente
y pienso con amor: ¡todo es hermoso!

El viento es suave música al oído.
Los pájaros son alas del verano.
El árbol se hace blando con el nido.

Los ojos brillan más. Mi pecho sabe
que el coraz6n no de existir en vano
y entre mi mano el universo cabe.

Dora Castellanos

24 de enero de 2012

NOCTURNO DE AMOR

A Manuel Rodríguez Lozano




El que nada se oye en esta alberca de sombra
no sé cómo mis brazos no se hieren
en tu respiración sigo la angustia del crimen
y caes en la red que tiende el sueño.

Guardas el nombre de tu cómplice en los ojos
pero encuentro tus párpados más duros que el silencio
y antes que compartirlo matarías el goce
de entregarte en el sueño con los ojos cerrados
sufro al sentir la dicha con que tu cuerpo busca
el cuerpo que te vence más que el sueño
y comparo la fiebre de tus manos
con mis manos de hielo
y el temblor de tus sienes con mi pulso perdido
y el yeso de mis muslos con la piel de los tuyos
que la sombra corroe con su lepra incurable.

Ya sé cuál es el sexo de tu boca
y lo que guarda la avaricia de tu axila
y maldigo el rumor que inunda el laberinto de tu oreja
sobre la almohada de espuma
sobre la dura página de nieve

No la sangre que huyó de mí como del arco huye la flecha
sino la cólera circula por mis arterias
amarilla de incendio en mitad de la noche
y todas las palabras en la prisión de la boca
y una sed que en el agua del espejo
sacia su sed con una sed idéntica

De qué noche despierto a esta desnuda
noche larga y cruel noche que ya no es noche
junto a tu cuerpo más muerto que muerto
que no es tu cuerpo ya sino su hueco
porque la ausencia de tu sueño ha matado a la muerte
y es tan grande mi frío que con un calor nuevo
abre mis ojos donde la sombra es más dura
y más clara y más luz que la luz misma
y resucita en mí lo que no ha sido
y es un dolor inesperado y aún más frío y más fuego
no ser sino la estatua que despierta
en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto.

Xavier Villaurrutia

22 de enero de 2012

LA ACACIA


1

Me llamó, me llamaba.
Miré en el fuego y no se consumía.
Lo anegó el agua, y era más sencillo
que el agua.
En el aire fue aire, y en la tierra
fue a veces la sonrisa o el mudable
resplandor de los astros.
Rompe el amor
la seriedad de la mañana como
la piedra ahuyenta la siesta del remanso.
Abate el bosque familiar sus ramos
y, cerrados los ojos, nos tendemos
sobre la tumba... ¿Aquí acaba la búsqueda?
No nos florece el corazón, ni cambia
el color del olvido.
La noche prohibida
devasta el trigal, tala los frutales,
sofoca con su velo la armonía
de las constelaciones. Ya se acerca
la aurora, sorteando
por la acera los cubos de basura:
ilesa vida abajo, intacta
entre las ruinas. Duerme
el cuerpo disponible
en su tronzado lecho de Procustes.
No rozará la luz
al prometido de la muerte,
ni se contagiará la muerte de blancura...
Yo sólo soy el hombre que presencia
mi vida, fijo los ojos en
el guardián del jardín.
Fueron éstas las cartas
que me correspondieron en el primer reparto.
Pero alguien hay que está
viviéndome, y respira al lado mío
el aire que me sobra.
Vendrá un día
en que yo seré el otro
y viviré lo que ahora para él vivo.
Hoy toda dicha posible quizá sea
habitar en la estéril esperanza.
Ah, si la hubierais visto... Si una tarde,
sentada en la ribera, la hubierais encontrado
ajena a su vibrante melodía
bajo la tarde, cerca de la acacia;
si a los pies del muro
encalado y los zócalos azules
os hubiese mirado de repente
a los ojos; si el soportal y el arco,
la verde lluvia, el ánfora y la yerba
indignos de ella os hubieran parecido;
si hubieseis visto el tiempo
que sorbe el corazón a las toronjas
ceñirse sin dañarla su cintura...

2

Ah, si la hubierais visto,
quizá comprenderíais.
Traía el mes de mayo entre los ojos.
Iba por mayo, libre
como un olor, liviana,
desnuda como el agua, y su andar era
lo mismo que una rosa desbordante.
Iba alumbrando mirtos y gardenias;
redimía la noche con su gozo,
y sólo su presencia -os lo aseguroaderez
ó un jardín que no se acaba.
Su cuerpo era salvaje como un río,
huidizo como un río, cuya fuerza
se renueva a medida que transcurre.
Qué abandono tan íntegro: nada hubo
comparable a su entrega,
pues es casi imposible que los lirios silvestres
se abandonen así por los taludes.
Confieso que en la alcoba yo le daba
ricos nombres de pájaros exóticos,
y que ella misteriosa sonreía
como sonreiría una flor imposible.
Bien sé que, al leer esto, los censores
rasgarán sus opacas vestiduras;
pero quiero deciros que ella fue
un jazmin blanco en el follaje oscuro,
e innumerables sus caricias
igual que el mar, igual que las hojillas
que presta abril sin tino a los retoños,
y un sabor a esperanza le mojaba los besos
de cañaduz y menta a media noche...
Era tan bella que quizá el amor
no se atrevió a elegirla como víctima.
Acaso ya entendáis por qué ahora estoy
ciego como los ojos de quien a nadie aguarda;
de qué cielo he caído, de qué alado
astro, y este dolor en que me pierdo.
Ya no podrán mis versos otras tardes
de orilla a orilla atravesar las aguas
inconstantes. No hay esparcidas vides
en los viñedos,
y el ruiseñor anida
en la negra rama enramada del silencio.
Por eso, si lo sabeis, decidme,
¿cabe bajo la tierra
un corazón enamorado?
Pues ya comprenderéis, amigos mios,
que este amor es sin duda
una historia muy triste.

3

En soledad remota
lo que fue regocijo habita y muere.
Sólo encendido un frío fuego queda
de espaldas a la noche, y suplicantes
símbolos arduos nueva vida piden.
Pero hoy el corazón tengo anegado
de ayer, y un árbol silencioso
me cobija, sin frutos y sin hojas.
La hora de las llamas
transcurrió, amargo viento,
sin consumir del todo la esperanza.
En la acacia cantó la primavera,
mordió el amor la boca del deseo,
triunfó la sangre, bella y derrotada,
manchando la traición de los jardines.
Ya he aprendido que tiene el blanco abril
su flor, y agosto su abundancia.
Sé que el mar es eterno todavía
y sé otras cosas; pero el corazón
se me ahoga en el pozo del recuerdo.
Todo estuvo en la acacia, todo estuvo...
Ahora es la acacia el árbol del silencio.

4

Rasgó el amor, en sueños, sus ropas arrogantes
y el incipiente fruto confió a la mirada.
Lo infinito se hizo pormenor de repente;
sugestiva la tarde, como un huerto cerrado.
Es hora de adornarse con la roja dalmática
y de buscar la dicha a toda cosata.
La dura náusea fue el único camino
de la estancia recíproca, del júbilo
imperioso. Hoy es todo
un alegre navío engalanado...
Alzar los ojos de felicidad
es no encontrar confines,
tan sólo verdes ríos
navegados entre juncias y hosannas.
Aquello que está lejos siempre es mar...
Son demasiadas muertes para una sola vida.
En el pequeño valle
fácilmente adormecido:
la yerba se vive adormecido:
la yerba medra y brilla,
las hojas se renuevan.
Bastan los juveniles remeros violando
la esternidad efímera del agua
y el presentimiento de la mansa ribera.
Basta la sazonada cargazón de la nave
que los fluviales bueyes embelesada guían.
¿Con qué fin extender en cruz los brazos
y levantar los ojos y la frente inspirados?
Alguien hay que madura la caricia,
dócil a abril y abierto a la hermosura.
Ni el temor de escribir sobre la arena es justo ahora,
pues el rocío no se pierde en vano
ni el matiz d ela menuda flor cae en el olvido...
Sé que se va la luz sendero arriba,
pero también a oscuras y en silencio se ama.

5

Pálida el alma va de tanta espera
por los oteros, tanta ciega espera
que hace languidecer el césped y la herida
de labios entreabiertos.
Pálida el alma rinde
a un vacío sociego sus deseos,
pero la unánime turba de las lomas
un nuevo afán le enciende,
y el alma sigue, vendimiando espinos.
Porque el momento es éste, qué gozosos
el valle renaciente a la esperanza
y el ave azul veloz de la mañana.
Porque el instante es este de los atrevimientos,
jubilosos los aires se proclaman
mensajeros, y erige el sol dorada monarquía
entre los pinos y la baja tarde.
Denme rosas de olor que solloce
pálida el alma ya de tanta espera.
Consumado el presagio, como un eco
larguísimo se anuncia el doble paso
de su ternura y mi enternecimiento.
El sonoro silencio, como un trémulo
cañaveral, el índice en los labios,
impera; el ágil álamo edifica
su atención, y suspira la espadaña,
flor pensativa del arroyo;
se desnuda la brisa de armonías;
en sí medita el agua su milagro;
el sueño, consumado, y la enramada,
muda se ofrecen... Y el amor nos llega.


6

Hoy se queman los antiguos recuerdos
en una atardecer de antiguas llamas.
Voces que no entendemos nos advierten
de lo que no entendemos y nos mata,
mientras la luz a su cubil retorna
póstuma y delicada.
¿Qué hacer teniendo manos todavía?
¿Esperaremos otra vez el alba,
o dejaremos que la luna venga
a llenarla de nuevo de fantasmas?
Hoy la ciudad parece, con la lluvia,
una mano cerrada.
El ayer reverdece en la memoria
debajo de la acacia,
y el beso que nos dieron a su sombra
los albios nos abrasa.
Quién abriera paisajes
donde olvidar el alma...
Hay flores en el aire
que olvidan dar fragancia:
va envejeciendo mayo
y son ya todo filo las espadas.
Corazón nos hirieron, nos hirieron.
Ya no nos queda nada
que dar, que recibir, que arrebatarnos.
Hemos oído tantas
frases de amor aque ahora
se nos desploma sorda la esperanza...
Hoy se queman los últimos recuerdos
y se dicen las últimas palabras.


7

Miro hacia atrás y veo
la rosa innumerable.
¿Qué flor, única, acaso
sucederá mañana?
Abro ventanas y
súbitos miradores: nada encuentro
sino el tiempo acechante.
Se aproxima el esposo
por caminos de cera
y la lámpara está
apagada hace mucho.
Hay labios que suspiran
al quebrarse las luces:
unos labios ardientes malheridos
por besos que no son los que esperaba.
¿Es que sólo es posible abrir los brazos
y entrar en el silencio?
En una aguda noche me acuchilla
el seminal perfume de la acacia.
Paso al jardín y digo:
.Aquí basta el recuerdo:
me sentaré debajo de este árbol;
renovaré la historia..
Pero el agua no es fiel. Desaparece,
y queda abierta, muda,
fría, la piedra de los surtidores.
Hubo música aquí, y halagos hubo...
No se inventa un recuerdo,
ni la mano ni el arma
pueden nunca inventarse.
Miro hacia atrás y veo
repetirse las rosas.
¿Cómo saber cuál era?
Porque yo busco la última
flor, la que permanece
a pesar de las flores.
Y ahora al volver la cara veo aún
el sitio donde voy
y la rosa que busco.
Desde la antigua rama
el sabio abejaruco me advirtió
a través de la sangre: .Hallarás
al destino dormido
en anillo de fuego. Amor y muerte
son sus manos. Desiste..
Pero amaneció el día
de las consumaciones.
Ya me quemo. Ya está
clareando la tiniebla.
En tanto que haya muerte habrá esperanza.



8

Miró a mi corazón y dijo: .Aquí.
Aquí hay sitio bastante.,
y apaciguó el amor sus estorninos
sobre mis tristes olivares.
Ensanchó salas, avenidas,
la herida seca de los cauces:
desconocido quedó todo
por los pasillos familiares.
Qué cánticos de luz. Qué aromas claras.
Qué danza próxima y distante.
Cómo saltaba y florecía
por las enredaderas de la sangre.
Florecía. Saltaba. Florecía
de nuevo. Su sabor teñía el aire.
Alteradas, las ramas prometieron
redondear en fruitos el instante.
¿Qué luna allí no hubiese concurrido?
¿Qué ruiseñor callara allí delante?
Ojos palparon, bocas acechadas.
Las roncas manos jadeantes
alzaron triunfos de jazmín
sobre los hombros del más frágil.
El tallo se olvidó lo quie sabía
porque aprendió la flor lo que no sabe.
Oh, inesperado. Oh, anhelado.
Cuando es vivir más importante,
la lengua quiere gritar: .¡Vivo!.
(Cerrad los ojos y olvidadme.
No envilezcáis ni la alegría
de ayer, ni la tristeza que ahora hace
ponerse el sol. Todo es sagrado;
todo es fecundo y adorable.)
Porque no brotan flores de la piedra
y en Betel vence siempre el Ángel,
tañe el amor su lira de oro
a un universo irremediable.
Mudos los labios del que sepa;
muda su voz. Que sólo canten
los que en las manos tienen rosas
y siembran rosas y las pacen.
¿De qué vale la rosa imaginada
cuando hablan rosas a millares?
Yo miro manos, miro pechos,
miro relámpagos, paisajes,
nardos donde la aurora se posaba:
miré un jardín interminable.
Creció la miel que no razona
en la aridez de mis canchales.
Abrió ventanas matutinas
a relucientes pleamares...
Ya no. Ya no. Ya no encontramos
para seguir causa bastante.
Lo que ha de morir, muera; lo que ha
de pasar sin llevarnos, pase;
lo que va hacia la noche, que se oculte;
que nop despierten al cadáver.
Vaya la rosas con su olor a cuestas,
el recuerdo, conmigo, y yo con nadie.
Repetiré, repetiré la dicha
que canté sonriendo, eterna, antes.
Miente la sed de quien se queda;
la verdad es de aquel que parte.
Miró a mi corazón .miraba-: .Aquí.
Aquí hay sitio bastante..
Y de un hachazo derrocó
el olivo más alto de la tarde.

Antonio Gala

20 de enero de 2012

EL SOÑADOR


Le aserraron el cráneo;
le estrujaron los sesos,
y el corazón ya frío
le arrancaron del pecho.

Todo lo examinaron
los oficiales médicos
mas no hallaron la causa
de la muerte de Pedro;

de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
como el espacio azules
y como el mar acerbos.

¡Oíd! Cuando yo muera,
cuando sucumba, ¡oh, médicos!
ni me aserréis el cráneo
ni me estrujéis los sesos,

ni el corazón ya frío
me arrebatéis del pecho,
que jamás hasta el alma,
llegó vuestro escalpelo.

Y mi mal es el mismo,
es el mismo de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
y como el espacio azules
y como el mar acerbos.

Pedro Bonifacio Palacios

18 de enero de 2012

PAZ


Este cuarto pequeño y misterioso
tiene algo de silencio funerario,
y es una tumba, el lecho hospitalario
donde al fin mi dolor halla reposo.

Dormir en paz, en un soñar interno,
sin que nada a la vida me despierte.
El sueño es el ensueño de la muerte,
como la muerte es un ensueño eterno.

Cerrar a piedra y lodo las ventanas
para que no entre el sol en las mañanas
y, olvidando miserias y quebrantos,

dormir eternamente en este lecho,
con las manos cruzadas sobre el pecho,
como duermen los niños y los santos.

Francisco Villaespesa

16 de enero de 2012

SELENE


Medallón de la noche con la imagen del día
Y herido por la perla de la melancolía;
Hogar de los espíritus, corazón del azul,
La tristeza de novia en su torre de tul;

Máscara del misterio o de la soledad,
Clavada como un hongo sobre la inmensidad,
Primer sueño del mundo, florecido en el cielo,
O la primer blasfemia suspendida en su vuelo...

Gran lirio astralizado, copa de luz y niebla,
Caricia o quemadura del sol en la tiniebla;
Bruja eléctrica y pálida que orienta en los caminos,
Extravía en las almas, hipnotiza destinos...

Desposada del mundo en magnética ronda;
Sonámbula celeste paso a paso de blonda;
Patria blanca o siniestra de lirios o de cirios,
Oblea de pureza, pastilla de delirios;

Talismán del abismo, melancólico y fuerte,
Imantado de vida, imantado de muerte...
A veces me pareces una tumba sin dueño...
Y a veces... una cuna ¡toda blanca! tendida de esperanza y de ensueño...

Delmira Agustini

14 de enero de 2012

A UNA ACTRIZ


Intérprete feliz del pensamiento.
ángel que brillas en la gloria humana,
ciñéndole a tu frente soberana
la espléndida corona del talento.

Heroína del noble sentimiento,
no me admira el laurel que te engalana;
porque sé que en la tierra mexicana
el genio tiene su mejor asiento.

Sigue de gloria con tu sueño santo
y conquista renombre sin segundo
en la futura edad, que yo entretanto,

al aplaudirte con afán profundo,
diré orgulloso en atrevido canto:
nada envidias, ¡oh patria!, al Viejo Mundo.

Antonio Plaza

12 de enero de 2012

UN CUENTO DE LAS OLAS

A Celmira Jurado




¿Quién no ha visto en las orillas
del hermoso Paraná,
esa banda, siempre verde,
siempre móvil del juncal?

En las horas de la siesta,
cuando todo duerme en paz,
en las cuerdas de esa lira
van las olas a cantar.

Almas buenas y sencillas,
venid todas, y escuchad
lo que dicen esas olas
en el arpa del juncal.

Cuando el delta en muda calma
bajo el sol de Enero está,
y el silencio es más sensible
porque arrulla la torcaz,

Ellas cuentan una historia
que repiten sin cesar,
una historia en que hay un nido
y un cantor del Paraná.

Sucedió que en varios juncos
reunidos en un haz,
con totoras y hojas secas
hizo nido un cardenal.

¡Con qué orgullo miró el ave,
bajo el sol primaveral,
sobre el agua movediza
columpiándose, su hogar!

Una rama de un seíbo,
inclinada hacia el raudal,
le dio sombras, flores rojas...
cuanto un árbol puede dar.

Y extendiendo hasta aquel nido
largo vástago un rosal,
fue en sus bordes, la mejilla
de una rosa a reclinar.

¡Qué contenta estaba el ave!
¡Qué prodigio musical
era entonces su garganta!
¡Qué inquietudes y qué afán!...

Pasó el tiempo. En el estío
los polluelos no son ya
tan pequeños, y hasta suelen
breves trinos ensayar.

Pero el río fue creciendo,
fue creciendo más y más,
y hubo un día en que una ola
saltó al seno del hogar.

¡Qué aleteos bulliciosos
les produjo el golpe audaz!...
siempre ha sido de la infancia
festejar la tempestad.

Recio viento de los llanos
una tarde hirió la faz,
con el choque de sus alas,
del soberbio Paraná;

Y las olas, irritadas,
empinándose a luchar,
en espuma convirtieron
su serena majestad.

¡Cómo duermen los pequeños
mientras brama el huracán
y las ondas los salpican
con su polvo de cristal!

Se vio el nido estremecerse,
y a su empuje, vacilar,
mas sus crestas no alcanzaron
a la altura del juncal.

Pues si el río fue creciendo
cada día más y más,
él también fue levantando
sus varillas a la par.

Almas buenas y sencillas
que en la tierra hacéis hogar,
elegidlo con la ciencia
del pintado cardenal.

Rafael Obligado

10 de enero de 2012

PATRIOTA


Con las ropas en bello desorden,
la frente marmórea de rizos poblada,
balbuciendo los trémulos labios
confusas palabras,
un niño dormía
soñando una patria.

Oh! ¡qué hermosa, riente y espléndida,
altiva y heroica, viril y gallarda
la veía surgir de las ondas
rugientes y bravas,
con su veste de espumas cubiertos
el torso de ninfa, las formas de estatua!

Corrieron los años;
el niño, en su tierra, creció como un paria;
vio la fusta estallar implacable
del siervo en la espalda;
mirar pudo en el rostro del César
sonrisas de lástima;
la sangre, rebelde,
subió a sus mejillas en brusca oleada;
y después... en sus noches de insomnio,
evocando a la ninfa soñada
¡qué mezquina, qué pobre, qué triste
solía mirarla!

¡Ay! el sueño... ¡qué dulce y alegre!
La verdad... ¡qué desnuda y amarga!
Por eso el mancebo
pensando en la patria,
sintió muchas veces sus ojos marchitos
llenarse de lágrimas.

Luis Muñoz Rivera

6 de enero de 2012

MENSAJE LIRICO

(A S. M Grecia L.)




La nota más pulcra que duerme en mi lira,
¡oh! dulce Regina, Princesa de Amor,
el sueño quebranta, despierta y suspira,
por ser en tus manos de nácares, flor.

Permita ¡oh! Señora, que llegue a tu regio
palacio de perlas, de oro y marfil,
el eco melifluo del mágico arpegio,
que a ti da mi lira, Princesa gentil.

Tu mano es de nácar, divina Señora,
tu frente divina, de nácar también;
de un rayo de luna y un beso de Aurora
surgiste del cáliz de un lirio al nacer.

Federico Bermúdez y Ortega

4 de enero de 2012

NOCTURNO DIFUNTO

A la memoria de mi padre



En vida nunca pude llevarme con mi padre.
Cuando este murió, la muerte, milagrosamente,
le dio vida dentro de mi corazón.

Desde que despojado de tu cuerpo
te escondiste en el aire,
yo siento mi existencia más honda en el misterio,
como si mis manos, alargadas por las tuyas
inmensas en el cielo,
en levantado avance
ya tocaron la astronomía sin fin...

Estoy como en los ríos
que a pesar de correr sumisos a su cauce,
por su mortal marino abocamiento
también están ligados
a las aguas del mar donde se acendran.

Por la ventana que al morir dejaste
abierta en la penumbra,
he podido mirar
mi aventajada muerte
persiguiendo tus huellas espaciales,
y tengo la certeza de que me estoy rodando
indeteniblemente
en el hambre del vaso universal,
igual que el humo libre que la atmósfera atrae
y no puede, aunque quiera, regresarse a su lumbre.

Estoy seguro de que cada día
mi sangre que te busca, se evapora
ganando altura transformada en nubes,
y parte de mí
ya vuela en el espacio, emparentada.

Desde tu muerte, siento que te guardo
como un lucero íntimo
que medita en la noche de mi entraña,
disuelto como el azúcar en el orbe líquido
y que, muchas veces, te denuncias asomando
tu espiritual dulzor en mi saliva amarga.

Desde que tu voz, por el silencio amortaja,
dejó de hablar para encender palomas
sobre el árbol del viento, en que cantan
con insepultos ecos
la profunda madurez
del idioma flotante de tu ausencia,
yo palpo -al escuchar-
el molde vivo que en el aire horada
tu falta de materia, que es ternura
siempre en acecho que acaricia y roba.

Yo creo que tu cósmico deleite
es atraerme a tu pasión de vuelo,
a tu girar errante,
porque ya tu misión es recoger
esta fracción de ti que aún perdura
en el fluvial ramaje de mis venas.

No puedo definir dónde te encuentras,
pero sí te adivino circundante
en un arribo de alentada fuga,
que exacerba mis ansias en un filial apego
al resplandor sin luz de tus imanes.

¡Qué plenitud vacía
te dibuja en el fondo de mis ojos
que no te ven, pero que sí me permiten
que hasta la fuente de mis sueños bajes
y quedes a su impulso vinculado!

¡Cuánto tiempo de estar solo y contigo
habitándome a solas,
como la llama al fósforo en el letargo,
o a la uva, el espíritu del vino!

Yo soy una ambulante sepultura
en que reposa tu fugitiva permanencia
que me va madurando, lentamente,
hasta que mi energía entumecida
se adiestre en vuelo que recobre estrella.

Inmerso en mi conciencia desarrollas
un pensante silencio que se atreve
a conversar sin mí. Yo lo descubro
reviviendo recuerdos en mi oído:
es como el nacimiento de sollozos
que se produce cuando el agua cae
sobre la carne viva de las brasas.

Al derribarse tu estatura en polvo
formaste la marea
del vislumbre mortal que me obsesiona,
y no hay sitio, temor, espera o duda
en donde tú, como trasfondo en alba,
no finques la silueta de tu amparo.

En mi vigilia, a oscuras,
como los ciegos sigo con el tacto
los relieves que escribes en el papel nocturno,
y los capto agitados en asedio amoroso:
amor de un muerto que jamás olvida
la sangre que ha dejado trasvasada.

Yo quisiera que la imagen que de ti conservo
se azogara la espalda,
para mirar, siquiera unos instantes,
cómo el deslinde al incolor procrea
tu claridad auténtica de ángel.

Elias Nandino

2 de enero de 2012

A BLANCA



¡Tu belleza mirífica no asoma
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que llega del jardín cual un aroma,
pero cual un aroma que cantara!

¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que viene de un amor, cual un almíbar,
pero cual un almíbar que cantara!

Salvador Díaz Miron