CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

31 de diciembre de 2010

EL RIO Y EL ARROYO


Naciendo uno de ella al par
El otro en remoto suelo,
Un río y un arroyuelo
Llegaban juntos al mar.

En ancho cauce y profundo
Turbio corría el primero;
Estrecho, claro y somero
Deslizábase el segundo.

Huyendo la muchedumbre
Y de un niño en compañía,
Un hombre a dar acudía
Su paseo de costumbre.

Este rato de solaz
Aprovechóle en correr,
Hizo gana de beber
Y beber quiso el rapaz.

Díjole el padre: «No ves
Que estás en sudor bañado?
Reposa un tanto a mi lado
Para que bebas después».

El muchacho obedeció,
Que era de condición buena,
Y sentándose en la arena
A refrescarse esperó.

Como está impaciente, muda
Una y otra vez de asiento,
Mas parándose un momento,
Formal expone una duda:

«Por qué será, padre mío,
Esto que siempre reparo?:
¿Cómo está el arroyo claro
Y no lo está nunca el río?.»

«Hijo, allí cerca del mar
Nace puro el arroyuelo,
Y nada encuentra en el suelo
Con que se pueda enturbiar;

Si hallare casualmente
Tierra que enturbiarle deba,
Nunca a los mares la lleva
Su escasa y débil corriente.

Viene de lejanas tierras
Este río caudaloso
Y por terreno fangoso
Y por montes y por sierras.

Y pasa por las ciudades
Cuya inmundicia, hijo mío,
Enturbia el agua del río
Como el alma sus maldades.

Y más la orilla dilata
Y cada vez más potente,
Su irresistible corriente
Todo al pasar lo arrebata.

Enturbiado éste y profundo,
Claro y no profundo aquél,
Nos presenta un cuadro fiel
De lo que pasa en el mundo:

El que apacible y serena
Busca sencilla la vida,
¿Habrá cosa que le impida
Hallarla dichosa y buena?

Mas sintiendo la inquietud
De alguna grande pasión
Peligra en el corazón
La ventura y la virtud.

No olvides nunca, hijo mío,
Que es difícil, te lo juro,
Ser como el arroyo puro
Y ser grande como el río.»

Concepción Arenal

ODA A FELIPE RUIZ




¿Qué vale cuanto vee,
do nace y do se pone, el sol luciente,
lo que el Indio posee,
lo que da el claro Oriente
con todo lo que afana la vil gente?

El uno, mientras cura
dejar rico descanso a su heredero,
vive en pobreza dura
y perdona al dinero
y contra sí se muestra crudo y fiero;

el otro, que sediento
anhela al señorío, sirve ciego
y, por subir su asiento,
abájase a vil ruego
y de la libertad va haciendo entrego.

Quien de dos claros ojos
y de un cabello de oro se enamora,
compra con mil enojos
una menguada hora,
un gozo breve que sin fin se llora.

Dichoso el que se mide,
Felipe, y de la vida el gozo bueno
a sí solo lo pide,
y mira como ajeno
aquello que no está dentro en su seno.

Si resplandece el día,
si Éolo su reino turba, ensaña,
el rostro no varía
y, si la alta montaña
encima le viniere, no le daña.

Bien como la ñudosa
carrasca, en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada;

querrás hundille y crece
mayor que de primero y, si porfía
la lucha, más florece
y firme al suelo invía
al que por vencedor ya se tenía.

Esento a todo cuanto
presume la fortuna, sosegado
está y libre de espanto
ante el tirano airado,
de hierro, de crueza y fuego armado;

El fuego dice enciende;
aguza el hierro crudo, rompe y llega
y, si me hallares, prende
y da a tu hambre ciega
su cebo deseado, y la sosiega;

¿qué estás? ¿no ves el pecho
desnudo, flaco, abierto? ¿Oh, no te cabe
en puño tan estrecho
el corazón, que sabe
cerrar cielos y tierra con su llave?;

ahonda más adentro;
desvuelva las entrañas el insano
puñal; penetra al centro;
mas es trabajo vano,
jamás me alcanzará tu corta mano.

Rompiste mi cadena,
ardiendo por prenderme: al gran consuelo
subido he por tu pena;
ya suelto encumbro el vuelo,
traspaso sobre el aire, huello el cielo.


Fray Luis de León

30 de diciembre de 2010

SE QUERIAN


Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Vicente Aleixandre

29 de diciembre de 2010

SIGUE



Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pares,
sigue.

Cuando pase por su casa
no le diga que me viste;
camina, caminante,
sigue.

Sigue, no te pares,
sigue;
no le mire si te llama,
sigue;
acuérdate que ella es mala,
sigue.

Nicolas Guillen

28 de diciembre de 2010

LIBRO PRIMERO CANTO SEGUNDO


I

Cayó la flor al río!
Los temblorosos círculos concéntricos
Balancearon los verdes camalotes,
Y en el silencio del juncal murieron.
Las aguas se han cerrado;
Las algas despertaron de su sueño,
Y a la flor abrazaron, que moría,
Falta de luz, en el profundo légamo...
Las grietas del sepulcro
Han engendrado un lirio amarillento;
Tiene el perfume de la flor caída.
Su misma palidez... La flor ha muerto!
Así el himno sonaba
De los lejanos ecos;
Así cantaba el urutí en las ceibas.
Y se quejaba en el sauzal el viento.
Siempre llorar la vieron los charrúas;
Siempre mirar al cielo,
Y más allá... Miraba lo invisible
Con sus ojos azules y serenos.
El cacique a su lado está tendido.
Lo domina el misterio;
Hay luz en la mirada de la esclava.
Luz que alumbra sus lágrimas de fuego,
Y ahuyenta al indio, al derramar en ellas

II

Ese dulce reflejo
De que se forma el nimbo de los mártires,
La diáfana sonrisa de los cielos.
Siempre llorar la vieron los charrúas,
Y así pasaba el tiempo.
Vedla sola en la playa. En esa lágrima
Rueda por sus mejillas un recuerdo.
Sus labios las sonrisas olvidaron.
Sólo brotan de entre ellos
Las plegarias, vestidas de elegías,
Como coros de vírgenes de un templo.

III

Un niño, llora. Sus vagidos se oyen
Del bosque en el secreto,
Unidos a las voces de los pájaros
Que cantan en las ramas de los ceibos.
Le llaman Tabaré. Nació una noche
Bajo el obscuro techo
En que el indio guardaba a la cautiva
A quien el niño exprime el dulce seno.
Le llaman Tabaré. Nació en el bosque
De Caracé el guerrero;
Ha brotado en las grietas del sepulcro
Un lirio amarillento.
Sonrisa del dolor, hijo del alma,
¡Alma de mis recuerdos!
Lo llamaba gimiendo la cautiva
Al estrecharlo en el materno pecho.
Y al entonar los cánticos cristianos
Para arrullar su sueño:
Los cantos de Belén que al fin escucha
La soledad callada del desierto.
Los escuchan las dulces alboradas,
Los balbucen los ecos
Y, en las tardes que salen de los bosques,
Anda con ellos sollozando el viento.
Son los cantos cristianos, impregnados
De inocencia y misterio,
Que acaso aquella tierra escuchó un día,
Como se siente el beso de un ensueño.

IV

El indio niño en las pupilas tiene
El azulado cerco
Que entre, sus hojas pálidas ostenta
La flor del cardo en pos de un aguacero,
Los charrúas, que acuden a mirarlo,
Clavan sus ojos negros
En los ojos azules de aquel niño
Que se reclina en el materno seno.
Y lo oyen y lo miran asombrados
Como a un pájaro nuevo
Que, unido a las calandrias y zorzales,
Ensaya entre las ramas sus gorjeos.
Mira el niño a la madre. Está llorando,
Lo mira y mira el cielo,
Y envía en su mirada al infinito
Un amor que en el mundo es extranjero.
Mas ya ama al bosque, porque da su sombra
Al indiecito tierno;
Ya es para ella más azul el aire,
Más diáfano el ambiente y más sereno.
La tarde, al descender sobre su alma,
Desciende como el beso
De la hermana mayor sobre la frente,
Del hermanito huérfano;
Y tiene ya más alas su plegaria,
Su llanto más consuelo,
Y más risa la luz de las estrellas,
Y el rumor de los sauces más misterio.
.........................

V

¿Adónde va la madre silenciosa?
Camina a paso lento
Con el niño en los brazos. Llega al río.
¡Es la hermosa mujer del Evangelio
¡E invoca a Dios en su misterio augusto!
Se conmueve el desierto.
Y el indio niño siente en su cabeza
De su bautismo el fecundante riego.
La madre le ha entregado sollozando
El gran legado eterno.
El Uruguay, al ofrecer sus aguas
Entona en el juncal un himno nuevo.
Se eleva, en transparentes espirales
El primitivo incienso;
Una invisible aparición derrama
De su nimbo la luz entre los ceibos.
Se adivinan cantares
A medio pronunciar que flotan trémulos.
Y de que seres absortos los escuchan
Se cree sentir el contenido aliento;
Hay sonrisas posadas
Entre los puros labios entreabiertos
De un invisible coro que, en el aire,
Bate a compás sus alas en silencio.
Hay contacto del cielo con la tierra...
¡Es que hay allí misterio!
Vacila el hombre ante su influjo y mudo
Cierra los ojos, para ver más lejos.

VI

Madre: ¡no llores más! Siempre en tus ojos
Gotas de llanto veo
Que humedecen tu voz y tus miradas,
Tus cantos y tus besos;
Con ese llanto siempre
Al despertar te encuentro
Quién lleva, pobre madre, tantas lágrimas
Hasta el mismo silencio de tus sueños?
¡No llores más! Porque no llores nunca
Yo rezo, siempre rezo
La oración qué despierta en mis auroras
Y se duerme conmigo cuando duermo.
¿Por qué lloras? Las tribus no te ofenden.
¿Oyes? Están muy lejos.
Beben sangre de Palmas y algarrobos,
Y después dormirán no tengas miedo.
En la cruz que reciben las plegarias,
En esa que has clavado entre los ceibos,
A hacer su nido bajarán los ángeles
Y a recoger mis ruegos.
No llores, que la virgen invisible
Que me enseñas a amar, vendrá por ellos.
Y a ti también te besará en la frente,
Y a nuestro lado velará tu sueño.
La madre sollozaba;
Estrechaba a su hijo sobre el seno,
Y sus miradas húmedas
Escalaban los mundos ascendiendo.
Huían de la tierra, hasta posarse
En el regazo eterno
Pero el cielo ansiosas descendían
El indio niño a acariciar de nuevo.

VII

Cayó la flor al río,
Y en el obscura légamo
Derramó su perfume entre las algas.
Se ha marchitado, ha muerto.
Las algas la estrecharon
En sus brazos de hielo...
Ha brotado en las grietas del sepulcro
Un lirio amarillento.

VIII

Duerme, Hijo mío. mira: entre las ramas
Está dormido el viento;
Así tu llanto
No será acerbo.
Yo empaparé de dulces melodías
Los sauces y los ceibos,
Y enseñaré a los pájaros dormidos
A repetir mis cánticos maternos.
El niño duerme, Duerme sonriendo.
La madre lo estrechó dejó en su frente
Una lágrima inmensa, en ella un beso,
Y se acostó a morir. Lloró la selva
Y, al entreabrirse, sonreía el cielo.

XI
¿Sentís la risa? Caracé el cacique
Ha vuelto ebrio, muy ebrio.
Su esclava estaba pálida, muy pálida...
Hijo y madre ya duermen los dos sueños.

Juan Zorrilla de San Martin

27 de diciembre de 2010

PEQUEÑA LETANIA

Pequeña letanía en voz baja
Para el recuerdo de Roque Molinari Laurin.
-Donde estuviere.




Elegiré una Piedra.
Y un árbol.

Y una Nube.
Y gritaré tu nombre
hasta que el aire ciego que te lleva
me escuche.
(En voz baja).

Golpearé la pequeña ventana del rocío;
extenderé un cordaje de cáñamo y resinas;
levantaré tu lino marinero
hasta el Viento Primero de tu Signo,
para que el Mar te nombre
(En voz baja).

Te lloran: cuatro pájaros;
un agobio de niños y de títeres;
los jazmines nocturnos de un patio paraguayo.
Y una guitarra coplera.
(En voz baja).

Te llaman:
todo lo que es humilde bajo el cielo;
la inocencia de un pedazo de pan;
el puñado de sal que se derrama
sobre el mantel de un pobre;
la mirada sumisa de un caballo,
y un perro abandonado.
Y una carta.
(En voz baja).

Yo también te he llamado,
en mi noche de altura y de azahares.
(En voz baja).

Sólo tu soledad de ahora y siempre
te llamará, en la noche y en el día.
En voz alta.

Herib Campos Cervera

26 de diciembre de 2010

LAS VIEJECITAS


En los pliegues sinuosos de las viejas capitales,
Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,
Espío, obediente a mis humores fatales,
Los seres singulares, decrépitos y encantadores.

Estos monstruos dislocados fueron antaño mujeres
¡Eponina o Lais! Monstruos rotos, jorobados
O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas
Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.

Trepan, flagelados por el cierzo inicuo,
Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,
Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,
Un saquito bordado de flores o de arabescos;

Trotan, muy parecidos a marionetas;
Se arrastran, como hacen las bestias heridas,
O bailan, sin querer bailar, pobres campanillas
De las que cuelga un Demonio sin piedad. Destrozados

Como están, tienen ojos taladrantes cual una barrena,
Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;
Tienen los ojos divinos de la tierna niña
Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.

—¿Habéis observado que muchos féretros de viejas
Son casi tan pequeños como el de un niño?
La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales
Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,

Y cuando entreveo un fantasma débil
Atravesando de París el hormigueante cuadro,
Me parece siempre que este ser frágil
Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;

A menos que, meditando sobre la geometría,
Yo no busque, en el aspecto de esos miembros discordes,
Cuántas veces es preciso que el obrero varíe
La forma de la caja donde se meten todos esos cuerpos.

—Esos ojos son pozos abiertos por un millón de lágrimas,
Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas...
¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos
Para aquel que el austero Infortunio amamanta!


II

De Frascati difunta Vestal enamorada;
Sacerdotisa de Talía, ¡ah!, de la que el apuntador
Enterrado sabe el nombre; célebre evaporada
Que Tívole antaño sombreaba en su flor,
¡Todas me embriagan! Pero, entre esos seres débiles
Los hay que, haciendo del dolor una miel,
Han dicho al Sacrificio que les prestaba sus alas:
Hipógrifo poderoso, ¡llévame hasta el cielo!

La una, por su patria en la desdicha ejercitada,
La otra, que el esposo sobrecargó de dolores,
La otra, por su hijo Madona traspasada,
¡Todas habrían podido formar un río con sus lágrimas!


III

¡Ah! ¡Cómo he seguido a esas viejecitas!
Una, entre otras, a la hora en que el sol poniente
Ensangrienta el cielo con heridas bermejas,
Pensativa, se sentaba apartada sobre un banco,

Para escuchar uno de esos conciertos, ricos en cobre
Con los que los soldados, a veces, inundan nuestros jardines,
Y que, en esas tardes de oro en las que nos sentimos revivir,
Vierten cierto heroísmo en el corazón de los ciudadanos.

Aquélla, erecta aún, altiva y oliendo a la regla,
Aspirando ávidamente ese canto vivido y guerrero;
Su mirada, a veces, se abría como el ojo de una vieja águila;
¡Su frente de mármol parecía hecha para el laurel!


IV

Tal como camináis, estoicas y sin quejas,
A través del caos de vivientes ciudades,
madres de sangrante corazón, cortesanas o santas,
De las que, antaño, los nombres por todos eran citados.

Vosotras que fuisteis la gracia o que fuisteis la gloria,
¡Nadie os reconoce! Un beodo incivil
Os enrostra al pasar un amor irrisorio;
Sobre vuestros talones brinca un niño flojo y vil.

Avergonzadas de existir, sombras encogidas,
medrosas, agobiadas, costeáis los muros;
Y nadie os saluda, ¡extraños destinos!
¡Despojos de humanidad para la eternidad maduros!

Pero yo, yo que de lejos tiernamente os espío,
La mirada inquieta, fija sobre vuestros pasos vacilantes,
Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh, maravilla!
Saboreo sin que lo sepáis placeres clandestinos:

Veo expandirse vuestras pasiones novicias;
Sombríos o luminosos, veo vuestros días perdidos;
¡Mi corazón multiplicado disfruta de todos vuestros vicios!
¡Mi alma resplandece de todas vuestras virtudes!

¡Ruinas! ¡Mi familia! ¡oh, cerebros congéneres!
¡Yo cada noche os hago una solemne despedida!
¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias,
Sobre las que pesa la garra horrorosa de Dios?

Charles Baudelaire

25 de diciembre de 2010

NACIMIENTO DE CRISTO


De la más fragante rosa
Nació la abeja más bella,
A quien el limpio rocío
Dio purísima materia.

Nace, pues, y apenas nace,
Cuando en la misma moneda,
Lo que en perlas recibió
Empieza a pagar en perlas.

Que llora el alba, no es mucho
Que es costumbre en su belleza;
Mas ¿quién hay que no se admire
De que el sol lágrimas vierta?

Si es por secundar la rosa,
Es ociosa diligencia,
Pues no es menester rocío
Después de nacer la abeja.

Y más cuando en la clausura
De su virginal pureza
Ni antecedente haber pudo,
Ni puede haber quien suceda,

¿Pues a que fin es el llanto,
que dulcemente riega?
Quien no puede dar más fruto
¿qué importa que estéril sea?

Mas ay, que la abeja tiene
Tan íntima dependencia
Siempre con la rosa, que
Depende su vida de ella;

Pues dándole néctar puro,
Que sus fragancias engendran,
No sólo antes le concibe
Pero después le alimenta.

Hijo y madre, en tan divinas
Peregrinas competencias,
Ninguno queda deudor,
Y ambos obligados quedan.

La abeja paga el rocío
De que la rosa la engendra,
Y ella vuelve a retornarle con
Lo mismo que la engendra.

Ayudando el uno al otro
Con mutua correspondencia,
La abeja a la flor fecunda,
Y ella a la abeja sustenta.

Pues si por eso es el llanto,
Llore Jesús, norabuena,
Que lo que expende en rocío
Cobrará después en néctar.

Sor Juana Ines de la Cruz

24 de diciembre de 2010

PASTORES QUE VELAIS


¡Ah, pastores que veláis,
por guardar vuestro rebaño,
mirad que os nace un Cordero,
Hijo de Dios Soberano!

Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar,
que el lobo os le ha de llevar,
sin que le hayamos gozado.
Gil, dame acá aquel cayado
que no me saldrá de mano,
no nos lleven al Cordero:
¿no ves que es Dios Soberano?

¡Sonzas!, que estoy aturdido
de gozo y de penas junto.
¿Si es Dios el que hoy ha nacido,
cómo puede ser difunto?
¡Oh, que es hombre también junto!
La vida estará en su mano;
mirad, que es este el Cordero,
Hijo de Dios Soberano.

No sé para qué le piden,
pues le dan después tal guerra.
Mía fe, Gil, mejor será
que se nos torne a su tierra.
Si el pecado nos destierra,
y está el bien todo en su mano,
ya que ha venido, padezca
este Dios tan Soberano.

Poco te duele su pena;
¡oh, cómo es cierto del hombre,
cuando nos viene provecho,
el mal ajeno se esconde!
¿No ves que gana renombre
de pastor de gran rebaño?
Con todo, es cosa muy fuerte
que muera Dios Soberano.

Santa Teresa de Jesus

23 de diciembre de 2010

OH CRISTO


»Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;
ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
sin que yo me angustie y llore;
ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
¡oh, Cristo!
»En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
¡oh, Cristo!

»¡Que importan males o bienes! Para mí todos son bienes.
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
¿Rosas de pasión?‚ ¡Que importa! Rosas de celeste esencia,
purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
¡oh, Cristo!»

Amado Nervo

22 de diciembre de 2010

TROPOS


Toco
toco poros
amarras
calas toco
teclas de nervios
muelles
tejidos que me tocan
cicatrices
cenizas
trópicos vientres toco
solos solos
resacas
estertores
toco y mas toco
y nada
Prefiguras de ausencia
inconsistentes tropos
qué tú
qué qué
qué quenas
qué hondonadas
qué máscaras
qué soledades huecas
qué sí qué no
qué sino que me destempla el toque
qué reflejos
qué fondos
qué materiales brujos
qué llaves
qué ingredientes nocturnos
qué fallebas heladas que no abren
qué nada toco
en todo

Oliverio Girondo

21 de diciembre de 2010

NUESTRAS VIDAS SON LOS RIOS


Yo tenía una sola ilusión: era un manso
pensamiento: el río que ve próximo el mar
y quisiera un instante convertirse en remanso
y dormir a la sombra de algún viejo palmar.

Y decía mi alma: turbia voy y me canso
de correr las llanuras y los diques saltar;
ya pasó la tormenta; necesito descanso,
ser azul como antes y, en voz baja cantar.

Y tenía una sola ilusión, tan serena
que curaba mis males y alegraba mi pena
con el claro reflejo de una lumbre de hogar.

Y la vida me dijo: ¡Alma ve turbia y sola,
sin un lirio en la margen ni una estrella en la ola,
a correr las llanuras y perderte en el mar!

Luis G. Urbina

20 de diciembre de 2010

LA ARAÑA




Entre las hojas de laurel, marchitas,
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida,
un triunfo no alcanzado me recuerda,
una araña ha formado
su lóbrega vivienda
con hilos tembladores
más blancos que la seda,
donde aguarda a las moscas
haciendo centinela
a las moscas incautas
que allí prisión encuentran,
y que la araña chupa
con ansiedad suprema.

He querido matarla:
Mas... ¡imposible! Al verla
con sus patas peludas
y su cabeza negra,
la compasión invade
mi corazón, y aquella
criatura vil, entonces,
como si comprendiera
mi pensamiento, avanza
sin temor, se me acerca
como queriendo darme
las gracias, y se aleja .
después, a su escondite
desde el cual me contempla.

Bien sabe que la odio
por lo horrible y perversa;
y que me alegraría
si la encontrara muerta;
mas ya de mí no huye,
ni ante mis ojos tiembla;
un leal enemigo
quizás me juzga, y piensa
al ver que la ventaja
es mía, por la fuerza,
¡que no extinguiré nunca
su mísera existencia!
En los días amargos
en que gimo, y las quejas
de mis labios se escapan
en forma de blasfemias,
alzo los tristes ojos .
a mi corona Vieja,
y encuentro allí la araña,
la misma araña fea
con sus patas peludas
Y su cabeza negra,
¡como oyendo las frases
que en mi boca aletean!

En las noches sombrías
cuando todas mis penas
como negros vampiros
sobre mi lecho vuelan,
cuando el insomnio pinta
las moradas ojeras,
y las rojizas manchas
en mi faz macilenta,
me parece que baja
la araña de su celda,
y camina y camina...
y camina sin tregua
por mi semblante mustio
hasta que el alba llega.
¿Es compasiva? ¿Es mala?
¿Indiferente? Vela
mi sueño, y, cuando escribo,
silenciosa me observa.
¿Me compadece acaso?
¿De mi dolor se alegra?
¡Dime quién eres, monstruo!
¿En tu cuerpo se alberga
un espíritu? Dime:
¿Es el alma de aquella
mujer que me persigue,
todavía, aunque muerta?
¿La que mató mi dicha
y me inundó en tristeza?

Dime: ¿Acaso dejaste
la vibradora selva,
donde enredar solías,
tus plateadas hebras,
en las obscuras ramas
de las frondosas ceibas,
por venir a mi alcoba,
en el misterio envuelta,
como una envidia muda,
como una viva mueca?
¡Te hablo y tú nada dices,
te hablo y no me contestas!
¡Aparta, monstruo, huye
otra vez, a tu celda!

Quizás mañana mismo,
cuando en mi lecho muera,
cuando la ardiente sangre
se cuaje entre mis venas
y mis ojos se enturbien,
tú, alimaña siniestra,
bajarás silenciosa
y en mi obscura melena
formarás otro asilo,
formarás otra tela,
sólo por perseguirme
¡hasta en la misma huesa!

¡Qué importa!... nos odiamos,
pero escucha: no temas,
no temas por tu vida,
¡es toda tuya, entera!
¡Jamás romperé el hilo
de tu muda existencia!
Sigue viviendo, sigue,
pero... ¡oculta en tu cueva!
¡No salgas! ¡No me mires!
No escuches más mis quejas,
ni me muestres tus patas,
¡ni tu cabeza negra!...
Sigue viviendo sigue,
inmunda compañera,
entre las hojas de laurel marchitas
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida
¡un triunfo, no alcanzado, me recuerda!

Julio Flores

19 de diciembre de 2010

LA ESTRELLA MENSAJERA


Al fin te asomas entre las nubes,
al fin te asomas y a verte voy...
Estrella mía que a oriente subes
¿qué tal te ha ido de ayer a hoy?

Toda la tarde lloviendo estuvo,
toda la tarde, para mi mal,
por las regiones del aire anduvo
rodando nieblas el vendaval.

¡Ah, no es posible que yo te diga
cuánto he sufrido, cuánto temí
que no pudieras, mi dulce amiga,
con este tiempo brillar aquí!

Tú eres el solo consuelo mío,
tú me recuerdas mi grato ayer,
tú eres mi sueño, mi desvarío...
Cuando me faltas no sé qué hacer.

A tu destello se alzan dos frentes
y se coronan de resplandor,
tú eres la cita de los ausentes...
¡Yo te bendigo, cita de amor!

Cuando no vienes, estrella, gimo;
tú eres mi solo, mi solo bien,
tú eres el beso que yo le imprimo
todas las noches sobre la sien.

Tu luz, calmando mi amargo duelo,
dentro de mi alma se hace canción;
tu luz, efluvio de flor de cielo,
trasciende a esencia de corazón.

* * *

Dime, Lucero, tú que la viste,
si la encontraste pensando en mí,
si estaba alegre o estaba triste...
Habla, Lucero... contesta, di.

Habla, Lucero; tu voz escucho.
¿Acaso estaba durmiendo ya?
¿Acaso estaba soñando mucho?
¿Leyendo un libro de amor quizá?

¿Quizá en un claro del bosque umbrío
cogiendo rosas para el placer
o en la ventana mirando el río,
mirando el río correr, correr?

¿Siguiendo la ola que en las riberas,
que en las riberas parece hablar,
y en las neblinas de las quimeras
dejando su alma volar, volar?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Cuando distantes los dos estemos
y eche la sombra su gran capuz,
allá en el éter nos juntaremos
al par mirando la misma luz.
Eso juramos cuando partiste,
cuando el destino nos separó.
Y hoy he sabido que no cumpliste...
La misma estrella me lo contó.

Salvador Díaz Mirón

18 de diciembre de 2010

SAUDADE


Com muita saudade…
Minha terra linda…
Vejo-te de outra maneira…
Vejo-te linda e fria…
Linda mas feia…
Mas…
Quem feio ama…
Bonito lhe parece…
E ao olhar…
Casas e ruas…
Sinto frio na alma…
E a tristeza do nada…
E aqui…
Deste cantinho…
Frio mas quente…
Eu sinto a saudade…
E quero recordar-te…
Como te deixei…

Lili Laranjo

17 de diciembre de 2010

NO ME LLAMES POETA


No me llames poeta -un nombre con laurel-
porque mi voz apenas para cantar acierta;
acaso suavizada por amorosa miel,
tal vez unos acentos armoniosos concierta.

Puede sí que me escurra por el alto dintel
hacia regiones mágicas tras mi azulada puerta,
o que salve los mares en barco de papel
para poblar de trinos la comarca desierta.

Mi voz no fuera el tono para belleza tanta
ni tienen mis adentros un germen de tal genio,
el prodigio se opera por la fe simplemente,

lo mismo que madura la minúscula planta
a los rayos del sol, milagroso convenio
de la abeja y la flor, del ave con la fuente.

Marilina Rebora

16 de diciembre de 2010

NOCHES DE HOTEL



Se distraen las penas en los cuartos de hoteles
con el heterogéneo concurso divertido
de yanquis, sacerdotes, quincalleros infieles,
niñas recién casadas y mozas del partido.

Media luz... copia al huésped la desconchada luna
en su azogue sin brillo; y flota en calendarios,
en cortinas polvosas y catres mercenarios
la nómada tristeza de viajes sin fortuna.

Lejos quedó el terruño, la familia distante
y en la hora gris del éxodo medita el caminante
que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo:

que van pasando juntos por el sórdido hotel
con el cosmopolita dolor del moribundo
los alocados lances de la luna de miel.

Ramon Lopez Velarde

15 de diciembre de 2010

A LA LIGEREZA Y PERDIDA DEL TIEMPO


¡Con qué ligeros pasos vas corriendo!
¡Oh, cómo te me ausentas, tiempo vano!
¡Ay, de mi bien y de mi ser tirano,
cómo tu altivo brazo voy sintiendo!

Detenerte pensé, pasaste huyendo;
seguíte, y ausentástete liviano;
gastéte a ti en buscarte, ¡oh inhumano!
mientras más te busqué, te fui perdiendo.

Ya conozco tu furia, ya, humillado,
de tu guadaña pueblo los despojos;
¡oh amargo desengaño no admitido!

Ciego viví, y al fin desengañado,
hecho Argos de mi mal, con tristes ojos
huir te veo, y veo te he perdido.

Luis Carrillo de Sotomayor

14 de diciembre de 2010

HORA QUE FUE FELIZ Y AUN INCOMPLETA


Hora que fue, feliz y aun incompleta,
nada tiene de mí más todavía,
sino los ojos que la ven vacía,
despojada de mí, de ella sujeta.

La vida no se ve ni se interpreta;
ciega asiste a tener lo que veía.
No es, ya pasada, suyo lo que cría
y ya no goza más lo que sujeta.

Es el eterno gozo quien apura
el ocio vivo y la pasión futura.
Sobreviviendo a su interior abismo,

el amor se obscurece y se suprime,
y mira que la muerte se aproxime
a la vana insistencia de mí mismo.

Jorge Cuesta

13 de diciembre de 2010

LOS ESPINOS


Verdor nuevo los espinos
tienen ya por la colina,
toda de púrpura y nieve
en el aire estremecida.

Cuántos cielos florecidos
les has visto; aunque a la cita
ellos serán siempre fieles,
tú no lo serás un día.

Antes que la sombra caiga,
aprende cómo es la dicha
ante los espinos blancos
y rojos en flor. Vé. Mira.

Luis Cernuda

12 de diciembre de 2010

CANCION DE MI SOMBRA MINUSCULA



A veces la vida me quiere estallar en canciones
de angustia inesperada!

Yo quisiera quedarme en el secreto de mis penas
punzantes como estrellas,
pero mi alma no puede alcanzar el silencio
del poema sin palabras,
y salta por mis labios hecha polvo de vibraciones íntimas.

Hay una sola puerta abierta en el camino a donde va mi vida
desconocida de sonrisas.
Me echo a buscar su rastro,
como si el cosmos se hubiese concentrado en su energía
y hasta ella fuese mi emoción hecha pedazos
de mariposas destrozadas.

Mi emoción rueda ahora por una de esas islas salvajes
de dolor.
Me he sentido llegar allí donde se mueren
las canciones felices,
y el dolor se da cita con la pintura transparente del cielo.

Me duele aquella rosa prematura que se cayó en mis ojos
herida por los pétalos rosados;
y la última mirada de una novia del aire
que se murió de castidad al sentirse de carne
para el beso del hombre.

Sangra en el dolor del atardecer caído en mis espaldas
la pena del crepúsculo que no volverá a enamorar
la margarita pálida del bosque.

Solloza de misterio en mi vuelo de nube
una gota de lagrima que se subió al espacio
llevada por una espiga de rocío.

Todo el dolor que rueda en el instante abandonado
viene a danzar su ritmo en mi carne atormentada
de ansiedad cósmica.

Y la emoción me estalla en canciones inútiles,
dentro de este espejismo de grandeza
de donde parte,
minúscula,
mi sombra...

Julia de Burgos


10 de diciembre de 2010

REGRESARAN UN DIA


I

Por
los caídos por la libertad de mi
pueblo y para los que viven para
servirla, esta constancia.

¿Veis esos marineros aún vestidos de pólvora;
y esos duros obreros cuya sangre de fuego
circula como un río de encendidas raíces
bajo el denso quebracho de sus torsos?

¿Y esas pequeñas madres, de tan leve estatura,
que parecen hermanas de sus hijos?

¿No visteis, no tocasteis el rostro fragoroso
de esos adolescentes cubiertos de relámpagos;
seres rotos, usados, gastados y deshechos
en una mitológica tarea?

¿Los veis? -Son los Soldados
de una hora, de un día, de una vida:
todos los Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra,
que es mía y es de todos
los muertos de esta lucha.

¿Veis esos ojos con dos rosas de lágrimas
colgadas de sus órbitas azules?

¿Veis todas esas bocas despojadas de labios;
con trozos de guitarras colgados de sus bordes;
todas deshilachadas, arrojadas de bruces
sobre la inocencia triste del pasto y de la arena?

¿Los veis allí, hacinados,
bajo la misma luna de los enamorados;
agrediendo la clara piedad de la mañana
con su despedazada sonrisa?

¿Veis todo ese tumulto de la sangre temprana;
que camina de día, de noche, a todas horas
hacia los más profundos niveles de la tierra,
donde se están labrando los moldes transparentes
de todos los Soldados de las luchas futuras?

Abiertos en canal, de Norte a Norte,
-desde donde nacía la Semilla del Hombre-,
hasta el caliente refugio del grito, yacen.

Miran las altas luces del alto día del duelo,
mostrando los horóscopos helados de sus manos
y sus frentes de piedra amanecida
y la cal valerosa de sus huesos.


II

No moriré de muerte amordazada.
Yo tocaré los bordes de las brújulas
que señalan los rumbos del Canto liberado.
Yo llamaré a los Grandes Capitanes
que manejan el Viento, la Paloma y el Fuego
y frente a la segura latitud de sus nombres,
mi pequeña garganta de niño desolado
fatigará a la noche, gritando:

«¡Venid, hermanos nuestros!
¡Venid, inmensas voces de América y del Mundo;
venid hasta nosotros y palpad el sudario
de este jazmín talado de mi pueblo!

«¡Acércate a nosotros, Pablo Neruda, hermano,
con tu presencia andina, con tu voz magallánica;
con tus metales ciegos y tus hombros marítimos;
acércate a la sombra de tu estrella despierta
y contempla estas llagas ateridas!

«¡Ven, Nicolás Guillén,
desde tu continente de tabaco y de azúcar,
y con esa segura nostalgia de tus labios
ponle un exacto nombre a esta agonía!

«¡Y tú, Rafael Alberti -marinero en desvelo,
pastor de los olivos taciturnos de España,
tú, que una vez cuidaste la sangre de los héroes
que puso a tu costado mi patria guaraní-,
dibújanos el mapa
de estos desamparados litorales de muerte!

«¡Venid, hombres absortos; madres profundas; niños:
buscadores de Dioses; pordioseros;
máscaras evadidas y nocturnas del vicio;
patentados jerarcas de la virtud de feria;
venid a ver el rostro del martirio!

«Venid hasta el remanso de este dolor antiguo;
simplemente venid: así, sin lámparas;
sin avisos, sin lápices y sin fotografías
y dejad, si podéis, en las riberas:
la memoria, los ojos y las lágrimas.

«Tocad con vuestras manos estos lirios dormidos;
tocad todos los rostros y todas las trincheras;
la numerosa muerte de todos los caídos
y el polvo que sostuvo esta batalla.

«Apartad con la punta de vuestros pies desnudos
todos estos metales de nombres extranjeros;
estos lentos escombros de torres agobiadas;
esta antigua morada de la miel
y la verde pradera
de esta selva temprana de soldados».

Sí. Todas estas torres de acumuladas ruinas,
son nuestras.
Aquella sangre rota y estas manos deshechas,
son nuestras:
son nuestro honor de ayer y de mañana.

Yo lo proclamo ahora desde el hondo reverso
de esta paz de cadáveres:
todas estas banderas
y estos huesos, abrumados de luchas,
son el metal de nuestro riesgo;
son el emplazamiento de nuestra artillería;
nuestro muro blindado;
nuestra razón de fe.


III

Porque no está vencida la fe que no se rinde;
ni el amor que defiende la redonda alegría
de su pequeña lámpara, tras el pecho del Hombre.

Con estas simples manos y estas mismas gargantas,
un día volveremos a levantar las torres
del tiempo de la vida sin sonrojos.

Desde el fondo de todas las tumbas ultrajadas,
crecerán las praderas del tiempo de soñar.

Aquí, cerca, en las márgenes de la tierra pesada;
junto a la sal antigua del mar innumerable;
en la madera espesa y el viento de los árboles,
están creciendo ya.

Yo sé que en la mañana del tiempo señalado,
todos los calendarios y campanas
llamarán a los Hijos de este Día.

Y ellos vendrán, cantando, con su misma bandera;
con su mismo fusil recuperado;
vendrán con esa misma sonrisa transparente
que no tuvieron tiempo de enterrar.

Vendrán la Sal y el Yodo y el Hierro que tuvieron;
cada terrón de arcilla les tomará los ojos;
la cal de su estatura se asomará a su cauce
y alguna eterna Madre de un eterno Soldado
los llevará en la noche caliente de su sangre.

Y en la hora y el día de un tiempo señalado,
regresarán, cantando, y en la misma trinchera
dirán, frente a la misma bandera de mil años:

«¡Presente, Capitana de la Gloria!
¡Aquí estamos de nuevo para cuidar tu rostro,
tu ciudadela intacta; tu imperio invulnerable,
Libertad!».

Herib Campos Cervera

9 de diciembre de 2010

OCTAVAS


1

A una fiesta de toros

Oh tú, ladrón cornífero de Europa,
hermosa ninfa que desengañada
pasaste por el mar con viento en popa
sobre tu espalda, sin mojarse nada,
dame de consonantes una tropa
para cantar la fiesta celebrada
de unos toros que vi, y el mundo escuche
mi voz, dulce rumor de sacabuche.

Hiciéronse tablados y ventanas
en un yermo lugar de cierta aldea
por festejar las presunciones vanas
de un gran señor que no diré quién sea.
Hubo señores de Corte y cortesanas,
con otra no muy poca tararea
de toscas labradoras y de payos,
gentiles hombres, pajes y lacayos.

Si queréis escucharme, estad atentos,
que va de relación: Ya sale un toro,
hijo del diablo y padre de los vientos,
cara de hereje, que le aguarde un moro;
no se para la bestia en cumplimientos
ni le hace turbar silbo sonoro;
casi no hay tomador que se le escurra,
que a todos les va dando linda zurra.

Otro toro, el color de monicongo,
que corría ligero y sin fatiga,
a dos rocines les vació el mondongo
y fueron como perro con vejiga;
a un mozo un tropezón se dio en el hongo
que llaman el envés de la barriga,
y, sin embargarle los calzones,
quedó como quien hace cirribones.

Salió un aventurero Don Quijote
en un caballo magro como arenque
a dar zancada a un moro mazacote
que pudieran dar con un rebenque;
quiso clavarle el hierro en el cogote,
no hizo, rodó junto a un palenque,
y llevó dos cornadas de barato,
no lo hiciera peor Poncio Pilato.

Salió después un sastrecillo zurdo,
bizco de piernas y medio tuerto y romo,
y como era el toro lerdo y burdo,
una garnacha le clavó en el lomo.
Por San Crispín bendito que me aturdo
de que hiciese tal suerte, y no sé cómo
su injuria el toro no dejó vengada,
que un zurdo bien merece una cornada.

Salió otro buey, y a un negro de Mandinga,
buñuelo de nariz, gira el hocico,
el cuerno le zampó como jeringa,
perdónanos ansí mano físico;
«mal haya el picarón que no te pringa»,
dijo un chisgaravís cara de mico,
«negro borracho», otro estornudóle,
y un gitano dos priscos disparóle.

El buen gitano, que era como un gato
al embestir y escurrir la bola,
jugando anduvo con el toro un rato,
y a veces le tiraba por la cola
-pudiérale mecer con un zapato-,
y hubo en la plaza tanta rabaola
por ventanas, tablados y barreras
que todos parecían verduleras.

Éstos son los sucesos memorables
de los toros que hubo en Boceguillas,
escritos por Beltrán en admirables
octavas, no en giciales redondillas.
¡Oh sacro Apolo, queden perdurables
en cuanto hubiere capas y capillas,
en cuanto hubiere ermitas de dios Baco,
y no falten cofrades del abaco.


2

Mucho me pesa Don Rodrigo, hermano,
de veros apear de caballero;
¿adónde está el aplauso cortesano?
Aunque con mil resabios de escudero,
mejor os estuviérades villano
y escapáredes de cuartos un caldero:
del hado fue profética amenaza
pendencia con Verdugo y en la plaza.

Juan de Tassis

8 de diciembre de 2010

EL AMOR INDECISO


Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta...
Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.

Yo le digo al amor: -¿Que te trae a mi casa?
Y el amor no responde, no saluda, no pasa...

Es un amor pequeño que perdió su camino:
Venía ya la noche... Y con la noche vino.

¡Qué amor tan pequeñito para andar con la sombra!...
¿Qué palabra no dice, qué nombre no me nombra?...

¿Qué deja ir o espera? ¿Qué paisaje apretado
se le quedó en el fondo de los ojos cerrado?

Este amor nada dice... Este amor nada sabe:
Es del color del viento, de la huella que un ave

deja en el viento... -Amor semi-despierto, tienes
los ojos neblinosos aun de Lázaro... Vienes

de una sombra a otra sombra con los pasos trocados
de los ebrios, los locos... ¡Y los resucitados!

Extraño amor sin rumbo que me gana y me pierde,
que huele las naranjas y que las rosas muerde...,

Que todo lo confunde, lo deja... ¡Y no lo deja!
Que esconde estrellas nuevas en la ceniza vieja...

Y no sabe morir ni vivir: Y no sabe
que el mañana es tan sólo el hoy muerto... El cadáver

futuro de este hoy claro, de esta hora cierta...
Un amor indeciso se ha dormido a mi puerta...

Dulce Maria Loynaz

7 de diciembre de 2010

NOCTURNO


De Occidente la luz matizada
se borra, se borra;
en el fondo del valle se inclina
la pálido sombra.

Los insectos que pasan la bruma
se mecen y flotan,
y en su largo mareo golpean
las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube
la nítida tropa
de las larvas que, en ramas desnudas,
se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda
que ciñen las rocas,
bengalíes se mecen dormidos,
soñando sus trovas.

Ya descansan los rubios silvanos
que en punas y costas,
con sus besos las blancas mejillas
abrazan y doran.

En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño
semblante se torna.

Que así viene la noche trayendo
sus causas ignotas;
así envuelve con mística niebla
las ánimas todas.

Y las cosas, los hombres domina
la parda señora,
de brumosos cabellos flotantes
y negra corona.

Jose Maria Eguren

6 de diciembre de 2010

CARAVANA


Hoy tuvimos noticia del poeta:
Entre el arrullo de los órganos de boca
Y colgados los brazos de las últimas estrellas,
Detuvo su caballo.

El campamento de mujeres batía palmas,
Aderezando las tortillas de maíz.
Las muchachas mordían el tallo de las flores,
Y los viejos sellaban amistades lacrimosas
Entre las libaciones de la honda madrugada.

Acarreaban palanganas de agua,
Y el jefe se aprestaba
A lavarse los pechos, la cabeza y las barbas.

Los alfareros de las siete esposas
Acariciaban ya los jarros húmedos.
Los hijos del país que no hace nada
Encendían cigarros largos como bastones.

Y en el sacrificio matinal,
Corderos para todos
Giraban ensartados en las picas
Sobre la lumbrarada de leños olorosos.

Hoy tuvimos noticia del poeta,
Porque estaba dormido a lomos de caballo.
Dijo que llevan a Dios sobre las astas
Y que tiene la noche ácidas rosas
En las alfombras de los dos crepúsculos

Alfonso Reyes

5 de diciembre de 2010

BRUMAS Y LLUVIAS


¡Oh, finales de otoño, inviernos, primaveras cubiertas de lodo,
Adormecedoras estaciones! yo os amo y os elogio
Por envolver así mí corazón y mi cerebro
Con una mortaja vaporosa y en una tumba baldía.

En esta inmensa llanura donde el austro frío sopla,
Donde en las interminables noches la veleta enronquece,
Mi alma mejor que en la época del tibio reverdecer
Desplegará ampliamente sus alas de cuervo.

Nada es más dulce para el corazón lleno de cosas fúnebres,
Y sobre el cual desde hace tiempo desciende la escarcha,
¡Oh, blanquecinas estaciones, reinas de nuestros climas!,

Que el aspecto permanente de vuestras pálidas tinieblas,
—Si no es en una noche sin luna, uno junto al otro,
El dolor adormecido sobre un lecho cualquiera.

Charles Baudelaire

4 de diciembre de 2010

SONETOS


1

Retrato de Su Majestad por Martínez Montañés, esculpido en barro.

Ya el polvo no es rüina, sino aliento.
Ya lo inmortal de lo mortal se fía.
Aquí paro en acierto la porfía,
y esculpió sus ideas el intento.

Próvido elige el barro el instrumento,
buscando proporción a su osadía,
que, como a darle espíritu atendía,
atribuyó lo humano a su elemento.

Ya, pues, que le inspiró lo eterno al vulto,
donde vuelve a nacer el sol de Iberia,
le fía al barro el andaluz Lisipo.

Que el bronce y mármol presumieran culto
de los años por sólida materia,
y para eterno bástase Filipo.


2

Argumento del retrato panegírico.

Viendo España la pérdida temprana
de Carlos, que hoy los astros acrecienta,
a deidad memoriosa se lamenta,
que en Templo no mortal reside ufana

Divina en ciencia y en respuesta humana,
no sólo con alivios la alimenta,
mas en glorioso rapto la presenta
a Carlos, que hace su querella vana.

Satisfechas se vencen sus querellas:
las de llanto son ya de gozo fuentes.
Mirando un godo ejército cristiano

contempla a Carlos entre formas bellas;
añadido a sus altos ascendientes
parte alegre, y consuela al gran hermano.


3

Una señora, viuda encontró impensadamente un retrato
de su amado esposo de quien le quedaron felices hijos

Filis, en cuyo amante muerte fiera
robó mas alma que dejó a su vida,
y de su esposo la mortal herida
en huérfanas reliquias hoy venera,

vio un retrato, una imagen lisonjera,
de verdadero amor, sombra fingida,
y, en viéndola, a consuelo introducida,
conoció no ser alma verdadera.

Escrupulosa en ver que se divierte,
«¡ay! -dijo- amante amado, no me atrevo
a ver tu sombra, pues de ti me privo;

tan toda el alma concedí a tu muerte
que ya no he de poder sentir de nuevo
ni aun el dolor de no mirarte vivo».


4

Segunda columna o metáfora de la vida y de la muerte de
la Reina Nuestra Señora

Nace en el suelo la azucena pura,
mas su naturaleza no es del suelo,
pues, arrancada del materno velo,
se conserva olorosa, intacta, y pura

Más cometa del prado su hermosura,
cuando mas elevado erige el vuelo;
como que sabe merecer el cielo,
inclina el cuello en oblación segura.

Fue Isabel, azucena soberana,
en Francia flor, pero en España fruto.
¿Quien vio hasta aquí fecunda la azucena?

Sol del prado lució en una mañana
En el cielo conserva su instituto,
menos vecina, pero más serena.


5

Hablando con su dama ya difunta

Cobróte el cielo en tu primer mañana,
humana flor, no muerta, interrumpida,
en fe de que viviste aquí ofendida
ese instante no más que fuiste humana.

¡Que temprano quedó tu nieve en grana
de las iras del viento sacudida!
¡Que tarde a mi esperanza con tu vida
has enseñado a escarmentar de vana!

Si es que a la patria de la luz que pisas
ruego mortal de amante voz alcanza,
en merito de amar lo que no veo,

si tu poder en tu piedad avisas,
pues sabe que moriste mi esperanza,
haz que sepa que faltas mi deseo.


6

Amante que desmiente la pretensión que se juzga por su
llanto

Lloro, Filis, mas es sin apariencia,
que sé dolerme, mas quejarme ignoro.
Lloro hacia el corazón: sepa que lloro
el dolor, pero no la diligencia.

Aunque es agua, no opone resistencia
al fuego que encerré como tesoro;
que no llorara yo si mi decoro
aumento no le diera sin violencia.

Sale el fuego del pecho y vuelve al pecho,
cual reloj que en hilando las arenas
las mismas otra vez en sí recibe

Porque faltaran al amor sospecho
ya penas contra mí, y así apercibe
que en mí, como en reloj, vivan las penas.


7

A la conversión de un pecador

Señor, estoy de vos tan alcanzado,
cuando el discurso al contemplar permito,
que, aunque me habéis sufrido de infinito,
representáis paciencia de olvidado.

Yo que dormí, de vuestra voz llamado,
hoy despierto a la voz de mi delito,
y al primer dolor de verle escrito
le dais los privilegios de borrado

Deuda, Señor, es ya, no confianza,
pensar que el dolor, el sacrificio,
grato aroma se salve donde ascienda.

Aun me dejáis sin dudas las esperanza,
que quien trocó la ofensa en beneficio,
¿qué mérito dará a la misma ofrenda?


8

Persuadiendo a un amigo que no haga juicio del pecho de
su dama por los desdenes exteriores

Aunque de Europa el robador divino
siente el desdén, a Europa disculpaba;
queriendo ser vencida, peleaba,
que hay defensas que muestran el camino.

Del rencor femenil es tan vecino
el gusto que en el gusto siempre acaba;
no quiere ser esquiva la mas brava:
esquiva quiere parecer, Licino.

Si Filida te escucha y te responde,
aunque de amor se te figure exenta,
con blandos ruegos su dureza excita.

Gobiérnete su pecho en lo que esconde,
porque no es no pecar lo que ella intenta:
pecar, mas con disculpa solicita


9

Al túmulo del doctor Nicolás Bocángel, mi señor y padre,
médico de cámara de Su Majestad y de la serenísima
Infanta Margarita, y antes de la augustísima Emperatriz.

Epitafio


Huésped, no yace aquí, falta severo
aquel que, con doctísima experiencia,
al mismo Apolo, que le dio la ciencia,
sólo en tiempo le deja ser primero.

Porque durase con la muerte el fuero,
incompatible ya con su presencia,
faltó, ni se cumpliera la sentencia
a no estar él de parte de su acero

No en humana salud, que al tiempo miente
(en vida sí, que el tiempo no acabase),
pudo parar su idea esclarecida

Lloremos, pues, de envidia en su occidente,
que primero labró, que no faltase
a todos la salud y así la vida.


10

Hirió una dama con una escopeta a un pájaro que bajó a
sus manos

Amante ruiseñor que das al viento
las quejas, donde vive mi esperanza,
que, aunque el viento es imagen de mudanza,
sólo en él mi dolor vive de asiento

En ti turbó la paz de tu elemento
aquel brazo que a toda vida alcanza;
también me hirió, mas con mayor pujanza,
cuanto el golpe de envidia es mas violento.

A los dos sólo un golpe dio la muerte
(porque de único asunto no presumas):
a mí los ojos, cuando a ti las balas

¡Oh, cuánto mas te mejoró la suerte!
Hiérete amor, y dejate con plumas
para seguir un ofensor con alas.

Gabriel Bocangel y Yunzueta

3 de diciembre de 2010

CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS


Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su
carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.
El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
¡sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!
Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba
su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No ha pasado nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todas los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.
Somos la orquídea de acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.
Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.
Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.
Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.
Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso,
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
em el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta.
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre
la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del
cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de
huérfanos.
Es el dolor entero.
No pueden haber lágrimas ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.

Joaquin Pasos