CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

30 de diciembre de 2008

POEMA DE LA DUDA




Nuestro amor ya es inútil como un mástil sin lona,
como un cause sin agua, como un arco sin flecha,
pues, lo que enciende un beso lo apaga una sospecha
y en amor es culpable el que perdona.

Ya es sombra para siempre lo que miró la duda
con su mirada amarga como una fruta verde;
y el alma está perdida cuando pierde
el supremo pudor de estar desnuda.

Así frente a la noche te he de tender la mano
con un gesto cordial de despedida
y tú no sabrás nunca lo que pesa en mi vida
la angustia irremediable de haberte amado en vano.

Jose Angel Buesa

LIED 1


Era el alba,
cuando las gotas de sangre en el olmo
exhalaban tristísima luz.
Los amores
de la chinesca tarde fenecieron
nublados en la música azul.
Vagas rosas
ocultan en ensueño blanquecino
señales de muriente dolor.
Y tus ojos
el fantasma de la noche olvidaron,
abiertos a la joven canción.
Es el alba;
hay una sangre bermeja en el olmo
y un rencor doliente en el jardín.
Gime el bosque,
y en la bruma hay rostros desconocidos
que contemplan el árbol morir.

Jose Maria Eguren

AVECES. CUANDO EN LA ALTA NOCHE





A veces, cuando en alta noche tranquila,
sobre las teclas vuela tu mano blanca,
como una mariposa sobre una lila
y al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra
filtran por la ventana rayos de luna,
que trazan luces largas sobre la alfombra,
y en alas de las notas a otros lugares,
vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
y en gótico castillo donde en las piedras
musgosas por los siglos, crecen las yedras,
puestos de codos ambos en tu ventana
miramos en las sombras morir el día
y subir de los valles la noche umbría
y soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos
mientras que el viento afuera suspira y llora!

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan sus manos!

Jose Asunción Silva

A PARTIR DE AHORA


A partir de ahora, todo será diferente.
Si queremos sobrevivir,
cada uno tendrá que construirse
a sí mismo, una y otra vez, cada día,
en la soledad mas absoluta,
en la intimidad de las palabras.
Nadie recordará su pasado,
porque está muerto, y se ha
edificado para ser olvidado.
A nadie le interesará tu historia
de párvulo amaestrado, tus sueños
de bachiller cursi.
Ayer te enseñaron los prejuicios
en un libro, las inhibiciones te las
metieron en el subconsciente
a bofetadas.
Las ideas te las castraron limpiamente.
Y las creencias, ahí están hermosas,
amenazadoras, inamovibles,
machaconamente repetidas,
en la iglesia, en los periódicos,
en la televisión, hasta que nos
las aprendemos.
A partir de ahora, todo será
diferente.....
nos vamos a morir de asco.

Jose Antonio Azpeitia

MATEO 25:30




El primer puente de Constitución y a mis pies
Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro.
Humo y silbatos escalaban la noche,
Que de golpe fue el Juicio Universal. Desde el invisible horizonte
Y desde el centro de mi ser, una voz infinita
Dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras,
Que son mi pobre traducción temporal de una sola palabra):
-Estrellas, pan, bibliotecas orientales y occidentales,
Naipes, tableros de ajedrez, galerías, claraboyas y sótanos,
Un cuerpo humano para andar por la tierra,
Uñas que crecen en la noche, en la muerte,
Sombra que olvida, atareados espejos que multiplican,
Declives de música, la más dócil de las formas del tiempo,
Fronteras de Brasil y del Uruguay, caballos y mañanas,
Una pesa de bronce y un ejemplar de la Saga de Grettir,
Álgebra y fuego, la carga de Junín en tu sangre,
Días más populosos que Balzac, el olor de la madreselva,
Amor y víspera de amor y recuerdos intolerables,
El sueño como un tesoro enterrado, el dadivoso azar
Y la memoria, que el hombre no mira sin vértigo,
Todo eso fue dado, y también
El antiguo alimento de los héroes:
La falsía, la derrota, la humillación.
En vano te hemos prodigado el océano,
En vano el sol, que vieron los maravillosos ojos de Whitman;
Has gastado los años y te han gastado,
Y todavía no has escrito el poema.

Jorge Luis Borges


SALIR DE ACAPULCO





....Aun diviso tu sombra en la ribera,
Salpicada de luces cintilantes,
Y aun escucho a la turba vocinglera

De alegres y despiertos habitantes,
Cuyo acento lejano hasta mi oído
Viene el terral trayendo, por instantes.

Dentro de poco ¡ay Dios! Te habré perdido,
Ultima, que pisara cariñoso,
Tierra encantada de mi Sur querido.

Me arroja mi destino tempestuoso,
¿Adónde? No lo sé; pero yo siento
De su mano el empuje poderoso.

¿Volveré? Tal vez no; y el pensamiento
Ni una esperanza descubrir podría
En esta hora de huracán sangriento.

Tal vez te miro el postrimero día,
Y el alma que devoran los pesares
Su adiós eterno, desde aquí te envía.

Quédate pues, ciudad de los palmares,
En tus noches tranquilas arrullada
Por el acento de los roncos mares.

Y a orillas de tu puerto recostada,
Como una ninfa en el verano ardiente
Al borde de un estanque desmayada.

De la sierra el dosel cubre tu frente,
Y las ondas del mar siempre serenas
Acarician tus plantas dulcemente.

¡Oh suerte infausta! ¡Me dejaste apenas
De una ligera dicha los sabores,
Y a desventura larga me condenas!

Dejarte ¡oh Sur! Acrece mis dolores,
Hoy que en tus bosques quedase escondida
La hermosura y tierna flor de mis amores,

Guárdala ¡oh Sur! Y su existencia cuida
Y con ella alimenta mi esperanza
¡Porque es su aroma el néctar de mi vida!

Mas ya te miro huir; en lontananza
Oigo alegre el adiós de extraña gente,
el buque, lento en su partida avanza.

Todo ríe en la cubierta indiferente;
Sólo yo con el pecho palpitando,
Te digo adiós con labio balbuciente.

La niebla de la mar te va ocultando;
Faro, remoto ya, tu luz semeja;
Ruge el vapor, y el Leviatán bramando.

Las anchas sombras de los montes deja.
Presuroso atraviesa la bahía,
Salva la entrada y a la mar se aleja;

Y en la llanura lóbrega y sombría
Abre en su carrera acelerada
Un surco de brillante argentería.

La luna, entonces, hasta aquí velada,
Súbita brota en el zafir desnuda,
Brillando en alta mar: Mi alma agitada
Pensando en Dios, la inmensidad saluda.

Ignacio Manuel Altamirano

27 de diciembre de 2008

TE DIGO ADIOS, AMOR



Te digo adiós, amor, y no estoy triste.
Gracias, mi amor, por lo que ya me has dado,
un solo beso lento y prolongado
que se truncó en dolor cuando partiste.

No supiste entender, no comprendiste
que era un amor final, desesperado,
ni intentaste arrancarme de tu lado
cuando con duro corazón me heriste.

Lloré tanto aquel día que no quiero
pensar que el mismo sufrimiento espero
cada vez que en tu vida reaparece

ese amor que al negarlo te ilumina.
Tu luz es él cuando mi luz decrece,
tu solo amor cuando mi amor declina.

Rafael Albertti

POEMA SIN NOMBRE





He de amoldarme a ti como el río a su cauce,
como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
He de correr en ti,
he de cantar en ti,
he de guardarme en ti ya para siempre.
Fuera de ti ha de sobrarme el mundo
omo le sobra al río el aire, al mar la tierra,
a la espada la mesa del convite.
Dentro de ti no ha de faltarme
blandura de limo para mi corriente,
perfil de viento para mis olas,
ceñidura y reposo para mi acero.
Dentro de ti está todo; fuera de ti no hay nada.
Todo lo que eres tú está en su puesto;
todo lo que no seas tú me ha de ser vano.
En ti quepo, estoy hecha a tu medida;
pero si fuera en mí donde algo falta, me crezco...
Si fuera en mí donde algo sobra, lo corto.

Dulce María Loynaz

DEJAME SER ASI

Amigo, mi amigo:
Déjame seguir siendo este silencio
que se viste de risa en las mañanas,
cuando el sol, como un regalo luminoso y cálido
me derrite la vida de alegría.
Déjame que yo siga persiguiendo respuestas
y esculcando en mi alma
para hallar mis estrellas,
para saber cuanto de luna
o de lucero tengo
o si soy, simplemente,
una nada que sueña.
Déjame seguir siendo monacal y pequeña,
hermana de la hormiga,
amiga de los libros,
de las noches muy noches
y de mi misma dueña.
Déjame ser un poco triste,
un tanto extraña,
un mucho libre en mi bosque
de dudas y preguntas.
No ves que estoy creciendo,
mirándome por dentro,
buscándome en la calma?
No te asombres amigo...
Mejor déjame seguir siendo
este silencio que se viste de risa en las mañanas.

Beatriz Rivera

22 de diciembre de 2008

TODO, MENOS EL TEDIO ME DA TEDIO



Todo menos el tedio me da tedio.
Quiero sin tener sosiego sosegar.
Tomar la vida todos los días
Como un remedio,
De esos remedios que hay para tomar.
Tanto aspiré, tanto soñé que tanto
De tantos tantos me hizo nada en mí
Mis manos quedaron frías
Sólo de aguardar el encanto
De aquel amor que las calentara al fin.
Frías, vacías, Así.

Fernando Pessoa

ATARDECIO SIN TI



Atardeció sin ti. De los cipreses...
a las torres, sin ti me estremecía.
Qué desgana esperar un nuevo día
sin que me abraces y sin que me beses.

A fuerza de tropiezos y reveses
la piel de la esperanza se me enfría.
Qué agonía ocultarte mi agonía,
y qué resurrección si me entendieses.

Atardeció sin ti. Seguro y lento,
el sol se derrumbó, limón maduro,
y a solas recibí su último aliento.

Quién me viera caer, lento y seguro,
sin más calor ni más resurgimiento,
gris el alma y frustrada entre lo oscuro.

Antonio Gala

POEMA FUNERARIO





El pájaro de lujo ha mudado de estrella
Aparejad bajo la tempestad de las lágrimas
Vuestro ataúd a vela
Donde se aleja el instrumento del encanto
En las vegetaciones de los recuerdos
Las horas en torno de nosotros hacen sus viajes
Va rápido
Va rápido impulsado por los suspiros
El mar está cargado de naufragios
Y yo he alfombrado el mar para su paso
Así es el viaje primordial y sin pasaje
El viaje instructivo y secreto
En los corredores del viento
Las nubes se apartan para que él pueda pasar
Y las estrellas se encienden para mostrar el camino
Qué buscas en los bolsillos de tu chaqueta
Has perdido la llave
En medio de ese zumbido celeste
Vuelves a encontrar en todas partes tus horas envejecidas
El viento es negro y hay estalactitas en mi voz
Dime Guillermo
Has perdido la llave del infinito
Una estrella impaciente iba a decir que hace frío
La lluvia aguzada comienza a coser la noche

Vicente Huidobro

VENUS Y ADONIS



Cuando apenas, al sol, con semblante escarlata
le da el último adiós la bella aurora en lágrimas,
Adonis se dispone al placer de la caza,
a la que tanto ama, que del amor se mofa;
mientras Venus, enferma de deseo, le acosa
y cual audaz amante, trata de enamorarle.

«Tú, tres veces más bello, que yo soy» le declara.
«Cuya flor y dulzura, ciegamente ama el prado,
que a las ninfas empañas, y que eres como el hombre,
más blanco que las rosas y las propias palomas.
Te hizo un día Natura, con ella en competencia
para decirle al Mundo que con tu muerte acaba.

Baja de tu caballo, portento de hermosura,
sujeta su cabeza al fuste de la silla
y si este favor me haces, por ello, te prometo,
descubrirte mil veces los secretos más dulces;
siéntate junto a mí, donde no haya serpientes
silbando alrededor, mientras te beso amante,

sin que tu labio sienta, que se apaga este fuego,
que sentirás más ganas entre tanta abundancia,
pasando del rubor a la albura al instante,
que diez besos serán cual uno y como veinte:
Que un día de verano será como una hora
derrochada entre gozos donde el tiempo se pierde.»

Después de esto le toma, su sudorosa mano,
tan llena de vigor y de vitalidad,
y temblando de ardores, le nombra como bálsamo
terrenal soberano, que hasta las diosas cura
y ya en pleno delirio su anhelo le da fuerzas,
para bajarlo ciega y audaz de su caballo.

Sobre su brazo cuelgan las riendas del corcel,
mientras el otro abraza al dulce y tierno joven,
que con rubor y enfado y con frío desdén,
indiferente al juego no expresa algún deseo;
ella ardiente y roja cual relumbrante brasa,
él rojo de vergüenza, pero incapaz de amarla.

La ornamentada brida a una rama nudosa
ella ata prontamente ¡Cuál ligero es Amor!
El caballo está atado y en ese mismo instante
trata de sujetar al rebelde jinete;
lo hace retroceder hacia donde ella quiere
y con fuerza le obliga pero no con lujuria.

Una vez él en tierra se tumba ella a su lado,
cada uno apoyado, en codos y caderas,
si le acaricia el rostro, él se enoja y se enrabia
reprendiendo su gesto; ella le cierra el labio
y besándolo le habla con lascivo lenguaje:
«Si me regañas, nunca, podrás abrir los labios.»

El arde de vergüenza y ella trata con lágrimas
mitigar el pudor de sus rojas mejillas;
mientras con sus suspiros y dorados cabellos
pretender abanicar su rostro hasta secarle;
él la llama soberbia y la acusa su falta,
aunque después a todo ella con besos mata.

Cual un águila hambrienta punzada por ayuno,
desgarra con su pico, plumas, carnes y huesos,
y batiendo sus alas, devora ávidamente,
hasta sentirse harta y acabar con su presa;
ella besa su frente, su mejilla y mentón,
y allí donde termina vuelve de nuevo al juego.

El se siente forzado, mas nunca la obedece,
yaciendo sobre ella y exhalando su aliento,
del cual ella se nutre tal como en una presa:
Oh celeste humedad y aire de gracia;
convirtiendo su rostro en floridos jardines
que el aliento de él, riega con finas lluvias.

Mirad, tal como un pájaro, atrapado en la red,
así yace en sus brazos, Adonis maniatado;
vencida su vergüenza, se despierta su cólera,
la cual da más belleza al enfado en sus ojos:
pues la lluvia agregada a un río caudaloso
por fuerza causará un gran desbordamiento.

Ella sigue implorando, graciosamente implora
modulando el decir para un gentil oído;
él abatido aún airado la amenaza,
con la roja vergüenza y cenicienta cólera;
ella así aún más le ama y al ver su palidez
aumenta su pasión con un gozo más vivo.

Que él se muestre a su gusto, ella sólo ha de optar
por el amor, y jura, con su mano inmortal
no apartarse jamás del seno de su amante,
hasta que él no pare de llorar largamente,
cuyas lágrimas riegan sus divinas mejillas,
y un dulce beso paga esta deuda sin cuenta.

Ante esta promesa él levanta su cara,
tal como un somormujo que emerge de una ola,
que al verse descubierto, de nuevo se sumerge;
así ofrece entregar él lo que ella le pide,
mas cuando ella está lista y le ofrece sus labios
él parpadea y vuelve sus labios a otra parte.

Nunca viajero alguno, en el verano ardiente,
ansió beber como ella la dulce concesión.
Ella ve su remedio, mas no puede lograrlo
y aunque en agua se baña su fuego sigue ardiendo:
«¡Oh, piedad!» ella grita «¡Pedernal corazón!
Sólo un beso te imploro; ¿por qué eres tan esquivo?

He sido cortejada, cual te cortejo ahora,
por el fiero y terrible dios de la misma guerra,
cuya cerviz jamás fue en batalla inclinada,
y el que conquista y triunfa en todos los combates,
ha sido mi cautivo y a la vez fue mi esclavo,
y a mendigado aquello que te doy sin pedirlo.

El sobre mis altares ha colgado su lanza,
su golpeado escudo y su triunfal cimera,
y aprendió por mi gozo juegos dulces y danzas,
a ser loco y simpático, divertido y afable
desdeñando el tambor y la bandera roja;
fue su campo mis brazos y su tienda mi cama..

Si todo él dominaba, yo a él le dominé,
cautivo en un rosario de rosas encarnadas:
obediente su acero a una fuerza más fuerte
mas servil, sin embargo, ante mi frialdad.
¡No seas orgulloso ni del poder te jactes,
dominando a quien rinde al dios de los combates!

Toca al menos mis labios con los tuyos tan bellos
-que aun que no tan hermosos, son iguales de rojos-
y así el beso será tan tuyo como mío;
¿qué miras sobre el césped? Levanta tu cabeza,
y verás tu belleza en mis propias pupilas;
¿y si juntos los ojos, juntemos, también labios?

¿Te da vergüenza el beso? Cierra, pues bien los ojos,
tal como yo los cierro y hagamos noche el día,
que donde dos se encuentran se descubre el amor;
se osado, que este juego nuestro, no está a la vista:
y estas azules venas en que nos apoyamos
no podrán delatarnos ni saber nuestro anhelo.

La tierna primavera sobre tu ansiado labio
revela inmadurez; que merece probarse:
usa bien este tiempo, la ocasión es propicia;
la belleza no debe ser en sí malgastada:
que si la flor hermosa no es cogida en su punto
se consume y marchita apenas pasa el tiempo.

Si es que yo fuera fea, detestable o arrugada,
rústica de modales, contrahecha y de voz ronca,
usada y despreciada, reumática y fría,
de mirada borrosa, flaca estéril sin jugo,
podías vacilar que no te merecía
mas, no teniendo taras, ¿por qué tú me aborreces?

No eres capaz de ver ni una arruga en mi frente;
son mis ojos azules, brillantes y vivaces;
y cual la primavera renuevo mi belleza,
apretada de carnes y de médula ardiente;
húmeda mano y lisa que al tacto de tu mano,
capaz de disolverse o fundirse en tu palma.

Ordena que razone y encantaré tu oído,
tal como hace un hada flotaré sobre el césped,
o cual lleva una ninfa desmelenado el pelo,
bailando en las arenas sin dejar huella alguna
que el amor es espíritu todo compuesto en fuego,
que no se hunde, ligero, capaz de evaporarse.

Es testigo este prado en que feliz reposo,
las flores y los árboles que mi cuerpo soportan;
dos débiles palomas me arrastran por el cielo,
desde la fiel mañana hasta la dulce noche
y en todo tiempo allí donde jugar anhelo,
siendo el amor ligero ¿cómo en ti es tan pesado?

¿Está tu corazón prendado de tu rostro?
¿Puede tu mano diestra, hallar en la otra amor?
Se tú quien te corteje y tú quien te rechace,
quítate tu albedrío, y lamenta tu robo.
De esta forma Narciso, se prendió de sí mismo
y murió por besar en la fuente su imagen.

Para dar la antorcha luz. La joya por lucirla,
para el sabor el manjar, juventud para el gozo,
las hierbas por perfume, para granar las plantas,
lo que crece por sí, abusa de su aumento:
del grano nace el grano, y de lo lindo el lindo;
tú que tal has nacido, tu deuda es concebir.

¿Por qué tú te alimentas de la fecunda tierra
si la tierra no puede de ti fecundizarse?
Por ley de la Natura te obliga a que tú engendres
a los que han de vivir cuando tú ya no existas;
y así, a pesar de todo, tú en ellos sobrevives,
y lo que a ti parece eterno tendrá vida.»

Ora la reina enferma de amor, está sudando,
pues de donde ella estaba, se ha marchado la sombra,
y el Titán, fatigado de su alto mediodía,
con su quemante ojo, ardiente los miraba,
anhelando que Adonis fuera su conductor,
y él al lado de Venus, reemplazar al amante.

Por entonces, Adonis, cansado de su fuerza,
y con gesto sombrío y mirar desdeñoso,
ojos ensombrecidos, con sus cejas fruncidas,
tal cuando los vapores empañaban el cielo,
exacerbado exclama: «¡Fuera, basta de amor!
que el sol quema mi rostro y tengo que partir.»

«¡Ay de mí, -gime Venus- tan joven y tan cruel!
¡Con qué vanos pretextos te quieres alejar!
Suspiraré el aliento celestial cuyo soplo
refrescará el ardor de este sol que derrite:
haré para ti sombra con mis propios cabellos;
y si también ardieran los apago con llanto.

Brilla el sol desde el cielo, brilla pero calienta,
y mira donde estoy, entre aquel sol y tú:
El calor que recibo del sol poco me daña;
la llama de tus ojos es la que a mí me abrasa
y si inmortal no fuera, aquí me moriría,
entre el sol celestial y este sol terrenal.

¿Insensible, eres roca, duro como el acero?
O más que roca o piedra que la lluvia ablanda:
¿De mujer eres hijo, y no puedes sentir
que es amar y el tormento del deseo de amor?
Si tu madre tuviera espíritu tan duro,
no hubiera conocido la maternal ternura.

¿Quién soy para que tú me desprecies así,
o que gran amenaza se esconde tras mi ruego?
¿Qué mal haré si pongo un beso en vuestros labios?
Hermoso, habla primores, o ten la lengua muda:
Dame tan sólo un beso, que yo devolveré
con otro más intenso, y si quieres dos más.

¡Fuera, cuadro sin vida, fría piedra insensible,
ídolo bien pintado, opaca imagen muerta,
estatua que contenta solamente a los ojos,
tan parecido al hombre, pero jamás parido!
Aunque tengas aspecto de hombre, tú, no eres hombre,
pues por instinto el hombre siempre tiende a besar.»

Dicho esto, la impaciencia ahoga su voz rogante,
y el excitado enojo le provoca una pausa;
muestran su gran enfado sus ojos y mejillas,
pues siendo en amor juez, no ganará su causa:
y ora llora, ora intenta hablar tan débilmente
que su llanto interrumpe lo que intenta decir.

Agita su cabeza, lo coge de la mano,
unas veces lo mira, otras mira a la tierra;
lo envuelve entre sus brazos como si fuera un cinto:
y encadenarlo entre ellos, pero el bien se resiste,
y a veces cuando lucha por evadirse de ellos,
ella anuda sus dedos de pálida azucena..

«Bien mío -ella le dice- ya que aquí te he encerrado,
dentro de este contorno de pálido marfil,
yo seré como un parque y tú cual un venado;
comiendo donde quieras, sobre el monte o llanura:
pasto sobre mis labios, y si hubiera sequía,
desciende donde están las fuentes del placer.

Dentro de este lugar está lo que desees,
llanuras deliciosas con abundante hierba,
redondeadas colinas, y bosques sombreados
para encontrar refugio de tempestad o lluvia.
Sé, pues, tú, mi venado ya que yo soy tu parque
y aunque ladren mil perros, no te perseguirán.»

Adonis ante esto, con tal desdén sonríe,
que hay en cada mejilla dos bonitos hoyuelos:
hizo Amor estos huecos, para ser enterrado
en caso de morir en tan sencilla tumba,
quizá ya previniendo que si él allí yacía,
donde el Amor estaba, jamás el moriría.

Estos huecos perfectos, estos dulces fositos,
se abren para tragarse la pasión de la Venus.
Loca, ¿cómo podrá recobrar la razón?
Ya mortalmente herida, ¿para qué un nuevo golpe?
¡Oh reina del amor, destronada en su reino;
amar a una mejilla que con desdén sonríe!

Ahora, ¿hacia qué camino? ¿qué tendrá que decir?
su verbo ha sido inútil, sus dolores aumentan;
con el paso del tiempo, su pasión quiere huir,
de los brazos de ella, él lucha por salir.
«¡Piedad, algún favor, algo de compasión!»
El emprende la fuga y corre hacia el caballo.

Mas, de pronto, de una espesura vecina,
una robusta yegua, juvenil y arrogante,
al caballo de Adonis, espía enamorada,
se adelanta corriendo, relinchando y soplando
y el alazán al verla, aún a un árbol atado,
fuerte, rompe sus riendas y corre hacia la yegua.

El, altanero brinca, relincha aún amarrado,
deshace el gran tejido de sus fuertes amarres;
marca su duro casco en la tierra que pisa,
que en su seno resuena como un trueno del cielo;
el hierro del bocado, entre sus dientes rompe,
pasando a dominar lo que le sometía.

Empina las orejas, sus crines se le erizan,
en ondas deslizantes sobre su esbelto cuello,
aspira el aire ansioso y otra vez lo despide:
cual pasa con un horno despidiendo vapores:
y en sus altivos ojos, brillantes como el fuego,
muestra su gran coraje y su ardiente deseo.

A veces trota como, si sus pasos contaran,
con gentil majestad y modesta jactancia;
de pronto salta y se encabrita y relincha
cual queriendo decir: «Mirad mi fortaleza;
y hago esto por ver, si cautivo el mirar,
de esa yegua tan linda que está cerca de aquí.»

¿Cómo poder fijarse en su jinete airado,
en su mimoso «¡Hola!» o en su «¡Quieto te digo!»
¿Qué le importan a él las espuelas o bridas
o la rica gualdrapa o las vistosas galas?
El sólo ve su amor incapaz de otra cosa,
que a su altiva mirada, nada más le complace.

Mirad, cuando un pintor, a la vida supera,
dibujando un caballo tan bien proporcionado
que rivaliza en arte con la propia Natura,
cual si lo muerto fuera más real que lo vivo;
así este corcel gana a otro corcel corriente
en forma, en valentía, andar y condición.

Cascos y andares bellos, larga y tupida crin,
gran pecho y ojos grandes, proporcional cabeza,
alto cuello, y orejas cortas, robustas patas,
crines y espesa cola, gran grupa y liso pelo
todo lo que es belleza a él no le faltaba,
excepto un buen jinete para sus buenos lomos.

A veces se distancia y arrogante se planta,
otras le causa espanto el temblar de una pluma;
otras trata que el viento compita en su carrera
y no sabe si corre y no sabe si vuela,
ya que en su crin y cola el fuerte viento canta,
ondeando sus crines como emplumadas alas.

Mira a su dulce amor, y por ella relincha;
ella responde cual si su pensar supiera,
sintiéndose cual hembra, al verse cortejada;
se hace la indiferente, mas bien parece arisca
rechazando al corcel y de su ardor burlándose,
despreciando con coces sus amables caricias.

Entonces, melancólico, muestra su descontento,
y hasta baja la cola cual penacho flotante,
buscando alguna sombra para el sudor del anca:
piafa, y muerde a las pobres moscas con su gran rabia.
Su amor, dándose cuenta de cómo está de airado,
se torna más mimosa y apacigua su furia.

Mas su impaciente amo, trata de sujetarlo,
y a la indomable yegua le da temor el verlo,
tratando velozmente de no ser aprendida,
el caballo la sigue, dejando solo a Adonis.
Como locos se esconden en el espeso bosque
dejando atrás los cuervos que vuelan sobre ellos.

Por el correr cansado, Adonis, renegando
contra su impetuosa caballería indomable:
y ahora, una vez más, la feliz ocasión
da al enfermo de Amor, redoblada insistencia,
pues los amantes dicen que hay triple sufrimiento
si al corazón le niegan la ayuda de la lengua.

Como un horno cerrado o un río detenido,
aquel es más ardiente, y hay más furia en el agua,
tal se puede decir del dolor reprimido;
que hablar libre mitiga el fuego del amor;
pero si el defensor del corazón se calla,
el cliente se hunde, abatido en su causa.

Cuando la ve venir, empieza a enrojecer,
cual revive en el viento un carbón apagado,
guardando en su bonete su faz más enojada;
pone la vista en tierra con su turbado ánimo,
sin poner atención en la presencia de ella,
pues sus ojos apenas la miran de soslayo..

¡Oh, que gran espectáculo, verla tan anhelosa,
acercarse furtiva al tozudo muchacho,
observando la lucha del color en su cara,
cómo el carmín y el blanco uno a otro se destruyen!
Su mejilla que estaba pálida, poco a poco,
se enciende como un gran relámpago del cielo.

Ella al verle sentado, a su lado se sienta
y como amante humilde a sus pies se arrodilla:
con una de sus manos le libra del sombrero,
mientras la otra acaricia sus hermosas mejillas:
las mejillas conservan la huella de su mano,
como guarda la nieve al caer cualquier huella.

¡Qué guerra de miradas se desata entre ellos!
Los ojos de ella ruegan suplicantes los de él,
pero los ojos de él hacen que no la miran,
ella mira y cautiva, él mira y la desdeña,
hasta que el mudo drama termina con sus actos,
con un coro de lágrimas de los ojos de ella.

Ella con gran ternura lo toma de la mano,
cual lirio aprisionado en su cárcel de nieve,
o pálido marfil en faja de alabastro;
tan blanca amiga abraza a tan blanca enemiga:
pero este gran combate de agresión y de fuerza
es como dos palomas ambas picoteándose.

Ella maquina un nuevo y dulce parlamento:
«¡Oh, tú, el más hermoso, caminante del mundo!
Si fueras lo que yo y yo fuera un muchacho,
estaría insensible y tú con esta herida
y por un mirar dulce quedarías sanado,
aunque sólo la ruina me buscara al salvarte.»

«¡Devuélveme mi mano!», dice él «¿por qué la estrechas?»
«¡Dame mi corazón!» dice ella, «y la tendrás;
¡dámelo no suceda que se acere en el tuyo
y al volverse de acero no pueda suspirar
y quedar para siempre ajena a todo amor;
si el corazón de Adonis el mío endurecía.»

«Por pudor», él le grita «dejarme ya partir;
perdí mi diversión, ha huido mi caballo,
y sólo por tu culpa así lo perdí todo:
idos de aquí, os ruego, dejadme por fin solo,
pues mi alma y mi ser, tan sólo se preocupan
de apartar mi caballo de esa salvaje yegua.»

A esto ella le responde «Tu corcel, obediente,
le da la bienvenida al cercano deseo;
pues la pasión es brasa que se debe enfriar,
pues en caso contrario, arderá el corazón:
el mar tiene sus límites, el deseo ninguno,
por tanto no te extrañe, que tu corcel se vaya.

¡Parecía un rocín, atado en aquel árbol,
dominado sumiso por una sola rienda!
Pero al ver a la yegua tan joven como un premio,
miró con gran desdén su inútil cautiverio,
destrozando la brida de su encorvada testa,
dejando libre el pecho, sus ancas y la boca.

¿Quién al ver a su amada, desnuda sobre el lecho,
sobre sábanas blancas, con un color más blanco,
podrá saciar sus ojos glotones de deseo,
sin que pretendan tanto todo el entendimiento?
¿Quién tan tímido es que con valor no intente
aproximarse al fuego cuando el invierno aprieta?

Permite que disculpe a tu corcel muchacho;
he implora el corazón que del corcel aprendas
a dar uso a los goces que a veces se presentan;
aunque yo quede muda, tu instinto te dirá;
¡oh! aprende a enamorarte, la lección es bien simple
y una vez que lo intentes, jamás lo olvidarás.»

«No conozco el amor, ni pienso conocerlo,
no, si es un jabalí, para acosarlo entonces;
es excesivo el préstamo y no quiero deber;
mi amor por el amor es sólo de desprecio;
pues tengo por oído, que es en la vida muerte,
y que risas y llantos van en el mismo aliento.

¿Quién llevará un vestido sin forma y sin remate?
¿Quién arranca el capullo antes que brote hoja?
Si las cosas que nacen se mutilan creciendo,
se ajan en primavera, y pierden su valor:
el potro que se monta o carga cuando es joven
jamás será robusto, pues pierde su arrogancia.

Me hacéis daño en la mano, con apretar. Partamos
y cese el tema inútil, la charla sin sentido:
retirar el asedio sobre mi corazón,
que no abrirá sus puertas a las armas de amor:
dejad vuestras promesas, la lágrimas fingidas,
que un corazón de acero no permite estas huellas.»

«¿Por qué puedes hablar? ¿Por qué tienes la lengua?
¡Ojalá no tuvieras o yo estuviera sorda!
Con tu voz de sirena me haces el doble daño,
ya tenía mis cargas para aguantar más nuevas:
celestial melodía, áspera resonancia,
dulce música oída que hiere el corazón.

Si en vez de ojos, oídos, tuviera, te amarían,
esa belleza interna, secreta e invisible,
o si yo fuera sorda, se me conmovería
cada una de las partes de mi ser más sensibles
que sin ojos ni oídos, para verte y oírte,
de ti me prendaría tan sólo por el tacto.

Y aún si de ese sentido del tacto careciese,
y no pudiese ver, ni escuchar, ni tocar,
con tener sólo olfato para poder guiarme,
aún con esto mi amor por ti sería grande,
pues del dulce alambique de tu admirable rostro
se desprende un perfume que hace amar al olfato.

¡Qué gran banquete fueras para el sentir del gusto,
tú que puedes nutrir a todos los sentidos!
¿No desearían estos por siempre este festejo,
diciendo a la Sospecha de cerrar bien la puerta
por que nunca los Celos, siempre mal acogidos
no inquietaran la fiesta con su amargo avasallo?»

Una vez más se abrió el portal del sonrojo
que cedió dulce paso al discurso de él,
como una aurora roja que al momento presagia
naufragio a los marinos, tempestad a los campos,
tristeza a los pastores y a las aves angustia,
vendaval y borrasca al ganado y vaqueros.

Del presagio nocivo, ella, hábil se percata:
tal como calla el viento antes de cualquier lluvia,
o como muestra el lobo los dientes al aullar,
o tal como la baya se abre antes de teñir,
como la mortal bala de un ruidoso cañón,
ella todo adivina antes de oírle hablar

Mas ante su mirada, la diosa se desploma,
pues la miradas matan y el amor resucitan,
una sonrisa cura la herida de un mal gesto,
mas, ¡bendito quien sufre y el amor lo enriquece!
El cándido inocente, creyendo que está muerta,
golpea sus mejillas hasta darles color;

y asombrado por todo, renuncia en su intención
de reprenderla duro cual planeo al principio.
¡Qué astuto es el Amor, qué habilidad la suya
mediante una caída, pretextar la defensa!
Ya que ella permanece cual muerta sobre el césped
y que el aliento de él, le de una nueva vida.

El su nariz aprieta, golpea sus mejillas,
le hace doblar los dedos, y los pulsos aprieta,
frota los labios de ella, buscando mil maneras
de reparar el daño que causó su rudeza:
él la besa, y la diosa, por propia voluntad,
jamás se repondría, por que la bese siempre.

La noche del dolor se vuelve claro día:
ella abre débilmente sus azules ventanas
tal cual sol luminoso, que con lozano adorno,
alegra la mañana y hace vivir la tierra
y, al igual que el brillante sol glorifica el cielo,
así el rostro de ella se enciende con sus ojos;

que se quedan prendidos en el rostro del joven,
cual si de este prestado tomaran su fulgor.
Nunca se habían mezclado cuatro luces iguales,
si no hubiese él nublado con su ceño las suyas;
dando sus propias lágrimas la luz más transparente,
cual la luna nocturna se refleja en el agua.

«¿Dónde estoy?» dice ella, «¿en el cielo o la tierra,
sumergida en el mar o metida en el fuego?
¿Será esta hora la aurora o la tarde expirando?
¿Me deleito muriendo, o deseo la vida?
Yo vivía y la vida era un dolor de muerte:
Yo moría y la muerte era viva alegría.

¡Ya que tú me mataste: vuelve a darme la muerte:
tu corazón tutor tan hábil a tus ojos
ha enseñado mil tretas, y un fingido desdén,
que ha asesinado al pobre corazón de mi pecho;
cual estos ojos míos, fieles guías de mí,
sin tus piadosos labios, jamás hubieran visto.

¡Pueda ellos besarme por mi bien largamente!
¡No descolores nunca sus vivos carmesíes!
¡Qué mientras ellos duren, su perpetua frescura
combata la infección en años de peligro!
Para que los augures que pronostican muerte
digan que fue tu aliento, quien dio fin a la peste.

Castos y dulces labios impresos en los míos,
¿qué puedo hacer porqué, jamás sean sellados?
En venderme consiento, y consiento gustosa,
si me pagas y compras y usas la buena compra,
y si tal compra haces, para evitar las trampas,
estámpame tu sello sobre mis rojos labios.

Que por mil besos doy mi propio corazón,
pagando como quieras, si quieres uno a uno,
¿qué son diez centenares, para ti, de caricias?
¿Tal raudo que se cuentan, velozmente se dan?
Y si al faltar el pago la deuda se doblara,
¿son veinte centenares de besos un problema?»

«¡Oh, reina», dice él, «si algún amor os causo
medir mi timidez por mis contados años:
antes que me conozca no intentéis vos hacerlo;
que ningún pescador repara en alevines:
cae la fruta madura, la verde está prendida
y cogerla a destiempo, agria el buen paladar.

El que consuela el mundo, con marcha fatigosa
su trabajo de día termina en el Oeste;
chilla el búho, que es, heraldo de la noche,
va al redil el ganado, las aves a sus nidos;
y nubes cual carbones la luz del cielo apagan,
nos dicen que partamos, dándonos buenas noches.

Diga yo "buenas noches", y dilo tú también;
que si lo hacéis tendréis un dulce y largo beso.»
«Buenas noches» murmura y antes que él diga «adiós»,
se cobra el dulce pago que es de la despedida:
los brazos de ella ciñen su cuello en dulce abrazo;
fundidos en un cuerpo al unir ambos rostros.

Hasta que él, sin aliento, se desliga y retira
la humedad celestial de sus corales labios
que conocen sus labios sedientos de dulzura,
labios que ya saciados se quejan de sequía:
el por tanta abundancia, ella por la escasez,
juntos los labios de ambos, caen a tierra enlazados.

Se apodera el deseo de la vencida presa,
y glotona la Venus nunca está satisfecha,
ella domina el labio, los de él obedecen,
y pagan el rescate que pide la agresora;
buitre rapaz que pide, alto precio retando
en desecar el rico tesoro de sus labios.

Pues habiendo sentido del botín la dulzura,
ella con rara furia empieza a saquear;
su cara exhala humo, y su sangre está hirviendo,
su lujuria sin freno le da nuevo coraje;
proclamando el olvido, ataca la razón
sin pensar en pudores o el honor naufragando.

Encendido y cansado por los abrazos de ella,
cual pájaro salvaje que amansan las caricias,
o como el ágil corzo fatigado al correr;
cual el lloroso infante que al mecerlo se aplaca,
así obedece Adonis, se entrega y no resiste,
mientras ella se sacia, sin lograr lo que quiere.

¿Qué cera por dureza no se disuelve al fuego
y cede finalmente, a la más leve forma?
A veces la esperanza se otorga a la osadía,
sobre todo en amor, donde no existen leyes.
El amor no desmaya, cual pálido cobarde,
sino que quiere más y más si es más difícil.

Si ante el gesto ceñudo, ella hubiera cedido,
el néctar de sus labios no hubiera relamido.
Los rechazos orales no aplacan a un amante,
que aunque la rosa tiene, espinas, se la toma,
y si veinte cerrojos, guardaran la belleza
aún, así, destruyéndolos el amor entraría.

Ni por piedad consigue retener al amante
y el muchacho suplica que le deje partir:
ella por fin resuelta a dejar de tenerlo
le dice adiós y vea su corazón con pena,
el cual se lleva Adonis, lo jura por Cupido,
porque su corazón está en el pecho de él.

«Dulce amante, esta noche, tendré tantos dolores
que enfermo el corazón, vigilarán mis ojos.
Oh, dueño de mi amor, ¿nos veremos mañana?
Dime, ¿nos chocaremos? ¿Aceptas este reto?»
El le dice que no, que mañana él planea
cazar el jabalí con algunos amigos.

«¡El jabalí!» exclama, con palidez extrema
como un velo extendido sobre su roja cara,
traidora su mejilla, tiembla ante esta noticia,
y le rodea el cuello con sus brazos, cual yugo:
De pronto se desploma, colgada aún de su cuello,
y él cae sobre su vientre, ella sobre su espalda.

Ahora ella se encuentra en su campo de amor,
su campeón montado para el ardiente encuentro:
mas todo lo que piensa es pura fantasía,
el no quiere montarla aún siendo ya jinete,
aún mucho más que Tántalo, ella está atormentada,
pues abrazó el Elíseo, sin gozar sus placeres.

Cual pájaro engañado por uvas dibujadas,
que aún saciando los ojos desfallecen el buche,
así ella languidece en su propia desgracia,
como esos pobres pájaros ante frutas pintadas,
los efectos eróticos que en él están ausentes,
trata ella de inflamar con sus continuos besos.

Pero en vano esta reina, puede conseguir algo,
pues la pobre ha ensayado todo su repertorio,
y sus ruegos merecen que el pago sea mayor.
Ella que es el amor, no es amada aún amando.
«¡Quítate!» él le dice, «quiero partir me abrumas,
que el retenerme, así, es una sinrazón.»

«Yo te hubiera dejado, Oh mi dulce doncel,
si tú no hubieras dicho ir tras el jabalí,
¡oh, amado, se prudente! que tú ignoras lo que es
herir con una lanza a un animal salvaje
que en vez de acobardarse, afila sus colmillos,
como una feroz fiera, dispuesta a darte muerte.

Sobre su inmenso lomo desata una batalla
de púas erizadas en constante amenaza;
sus irritados ojos brillan como gusanos,
mientras con el hocico va excavando las fosas,
derriba en su carrera cuanto encuentra a su paso,
y, al pobre que le embiste, sus defensas desgarra.

Sus flancos resistentes, armados de mil cerdas,
fueron hechos a prueba de tu afilada lanza;
su cuello, grueso y corto, es difícil de herir;
que un jabalí furioso, a un gran león se enfrenta:
las zarzas espinosas y el enlazado arbusto,
temerosos se apartan cuando le ven correr.

El jabalí salvaje no aprecia el bello rostro
que los ojos de amor pagan por sus miradas,
ni tus manos, ni labios, ni cristalinos ojos
cuya completa obra es asombro del mundo;
pero al tenerte enfrente ¡Oh, terrible portento!
tu beldad segaría, cual la hierba es segada.

¡Oh, déjalo tranquilo, en su inmunda guarida!
La belleza no puede con nocivos rivales,
no pongas por capricho, tu voluntad a su alcance;
que los buenos consejos hacen que el hombre triunfe:
y al jabalí nombrarme, sinceramente tengo
miedo por tu fortuna y han temblado mis miembros.

¿No miraste mi rostro? ¿No estaba palidísima?
¿No viste el temor acechando mis ojos?
¿No sentí un gran mareo? ¿No me caí de espaldas?
Mas dentro de mi pecho, en el cual tú te apoyas,
mi corazón palpita, por los malos augurios
y como un terremoto, sobre mí te sacude.

Que dónde el amor reina, la celosa inquietud,
se instala sola, como, vigía del afecto,
y da falsas alarmas, sugiere amotinarse,
y en horas de paz grita: ¡Alerta! ¡Siempre alerta!
molestando al amor en su dulce deseo,
como el aire y el agua, apagan siempre el fuego.

Este agrio delator, este cobarde espía,
este cáncer que roe el tallo del Amor,
delator disidente, tal como son los Celos,
que entre noticias ciertas y entre noticias falsas,
llama a mi corazón y me dice al oído
que si te estoy amando debo temer tu muerte.

Y mucho más aún hace: presentar a mis ojos
la imagen de un furioso jabalí babeante
y hay bajo sus colmillos, ya caída de espaldas,
la imagen de la tuya, manchada de coágulos
de una sangre esparcida entre lozanas flores,
que muertas de dolor han perdido sus pétalos.

¿Qué podría yo hacer, al verte de esta guisa,
cuando si lo imagino, ya comienzo a temblar?
Sólo de pensar sangra, mi corazón dolido,
que en el temor que siente, él todo lo adivina.
Profetizo tu muerte, ¡Oh, mi dolor más vivo!
Si con el jabalí, mañana tropezaras.

Mas si el cazar te urge, sigue sólo mis órdenes:
suelta los perros contra la liebre fugitiva
o contra la ágil zorra que vive de la astucia,
o contra el mismo corzo, que no se te opondrá;
persigue a los miedosos que corren por los llanos,
con tu fuerte caballo y tus perros de caza.

Y cuando halles el rastro de la miope liebre,
mira al pobre animal, cuando trata de huir,
al viento se adelanta y con veloz cuidado
en zigzag cruza y cruza en miles de rodeos;
las muchas madrigueras que salta en su carrera,
tal como un laberinto, que despista al rival.

A veces corre entre un rebaño de ovejas
por burlar el olfato del astuto lebrel,
y otras desaparece en nidos conejeros
para no percatarse del ladrido del perro;
a veces se confunde entre algunos venados;
que ante el peligro tiene su instinto varias tretas.

Porque al mezclar su olor con el de las ovejas,
confunde a los lebreles que siguen tras su pista,
cesando sus ladridos un momento después,
mientras tratan de hallar las huellas que han perdido;
volviendo a abrir sus bocas y el eco les responde
cual si otra cacería corriera por los aires.

Cuando la pobre liebre, descansa sobre un alto,
se sienta sobre ella con el oído atento
por ver si sus rivales aún la persiguieran;
mas de repente escucha sus ladridos de guerra,
y puede compararse su angustia y su terror
cual moribundo oyendo la fúnebre campana.

Verás a la infeliz liebre toda encharcada
de rocío, sin tregua, cual loca por la ruta;
mientras que los zarzales tratan de herir sus patas;
le asusta cada sombra, la para cada ruido
ya que la desventura por todos es pisada
y al caído se sabe, nadie presta socorro.

Quédate así un momento y escucha un poco más:
no te rebeles porque no te levantarás.
Sólo porque tú odiaras cazar el jabalí
me oíste fabular de una manera extraña,
dándole esto a aquello, de esta manera y de otra,
que amor debe avisar de todos los peligros.

¿Dónde quedé?...» le dice. «No importa», dice él,
«déjame partir, sea, termine bien la historia;
que la noche se acerca.» «¿Y qué?» replica ella,
«Me aguardan mis amigos», Adonis le responde,
«y como ya está oscuro seguro que tropiezo.»
«De noche» dice ella, «ve mejor el deseo.

Mas si es cierto que caes piensa por un momento,
que a la tierra cautivas con tu dudoso paso,
y te robara un beso, que el honrado se vuelve
ladrón cuando la presa, que se ofrece es valiosa.
y tus labios convierten taciturna a Diana,
que por robarte un beso, teme morir perjura.

Percibo ahora la causa de esta noche sombría:
por pudor, Cintia, apaga sus fulgores de plata,
hasta que la falsaria Natura se condene
por robar los divinos, moldes que eran del cielo,
donde has sido formado a pesar del Oráculo,
para que el sol de día y ella de noche sufran.

Por eso a sobornado a los precisos Hados,
para que por fin frustren la gran obra del orbe,
mezclando la belleza con las enfermedades,
la pura perfección con las imperfecciones
haciéndolos sujetos a la vil tiranía
de accidentes casuales y todas las desgracias.

Fiebres abrasadoras, palideces y fríos,
pestes que te envenenan la vida, mal, locuras
la vil enfermedad que corroe los huesos
y que corrompe ardiendo la médula y la sangre;
el desánimo y náuseas, que todo lo condenan
juran muerte a Natura por hacerte tan bello.

Y el menor de estos males, es sabido que puede,
derribar la belleza en un solo minuto;
todo: finura, gracia, color y cualidades,
y todo lo que encanta los ojos imparciales,
todo se ve arruinado, disuelto y consumido,
cual derrite la nieve el sol del mediodía.

Por tanto y a despecho de vestales estériles
sin amor, o las monjas que se aman a sí mismas
y que quisieran dar a la tierra escasez,
tanto como de hijas, tanto como de hijos,
sé pródigo, la lámpara que arde toda la noche
acaba con su aceite por darle luz al mundo.

¿Qué es tu cuerpo, sino es, tumba devoradora
que aparenta enterrar tanta prosperidad
que, según ley del tiempo, te querrán elegir,
si tú no las destruyes en el oculto germen?
Si lo haces así el mundo, te lo desdeñará
al destruir tu orgullo hermosas esperanzas.

Así, tú sólo en ti, tú mismo te destruyes,:
desgracia peor que guerras, entre los ciudadanos
que en contra de sí mismos llegan hasta las manos,
o el sanguinario padre, que del hijo reniega;
o el corrosivo orín, carcomiendo lo oculto,
ya que el oro en su uso, produce aún más oro..»

«Entonces...» dice Adonis, «ya vuelves otra vez
al siempre fastidioso y repetido tema;
por lo visto mi beso, ha sido dado en vano,
y tú más vano luchas en contra de corriente
pues juro que esta noche, nodriza del placer,
hace que cada vez me gustes algo menos.

Si amor te hubiera dado prestadas lenguas miles
y fuese cada una más terca que la tuya,
encantando como hacen los cantos de sirenas,
su tentador acento, no oirían mis oídos,
ya que mi corazón vigila lo que escucho
y no deja de entrar ningún traidor sonido.

No fuera que se entrara la armoniosa armonía
en el recinto en paz de mi tranquilo pecho
y entonces perturbado, mi pobre corazón,
se viera así privado de paz en su aposento.
Mi corazón, señora, no aspira a estar llorando,
sino que duerme bien mientras que duerme solo.

¿Qué cosa dices tú, que yo negar no pueda?
Fácil es el sendero que al peligro conduce:
no odio el amor sino, tu engañoso artificio,
prestándole caricias a todos los extraños.
Por procrear lo haces: Extraña es la disculpa,
cuando cordura es sierva de abusos de lujuria.

No llames a esto amor, pues este voló al cielo,
desde que la lujuria ha usurpado su nombre,
y ante tal semejanza se ha dado el alimento
de la beldad lozana, manchándola con críticas,
pues la ardiente tirana la deshonra y despoja
cual hacen las orugas con las hojas más tiernas.

Conforta amor cual sol, después de toda lluvia,
pero lujuria es tal, cual tempestad tras sol;
amor es primavera, con toda su frescura;
pero lujuria invierna sin que el verano acabe.
Amor nunca se sacia, lujuria es insaciable;
el amor es verdad, falacia la lujuria.

Podría hablar aún más, pero ya no me atrevo;
el texto es muy antiguo y el orador novicio,
y por lo tanto, parto, bien apesadumbrado.
Mi rostro se enrojece, mi corazón se abruma,
mi oído al escuchar, tu frívolo diálogo,
y arden por encontrarse demasiado ofendidos.»

Ella al fin se desprende del dulcísimo abrazo,
de los hermosos brazos que a su seno encadenan,
y a su albergue él se va, por los claros del bosque,
dejándola tendida y hondamente afligida.
Cual estrella brillante disparada del cielo,
así se pierde Adonis de la vista de Venus.

Ella sigue mirándolo, como quien se despide
de un amigo que parte en un barco por mar,
hasta que al fin las olas, pugnan embravecidas
con las nubes que impiden, el verlo una vez más;
lo mismo que la noche oscura y despiadada:
envuelve el dulce objeto que sus ojos nutrían.

Sorprendida de pronto, como quien por descuido
ha dejado caer su alhaja en la corriente,
vacilante, cual suelen, estar sendas nocturnas,
para los caminantes en bosque oscurecido,
así, yace confusa, ella en la oscuridad,
pues perdió aquel brillante que guiaba su ruta.

Y ahora su corazón, golpeando y gimiendo,
de tal modo que todas sus cavernas se turban,
repitiendo verbales sus continuadas quejas,
y su dolor profundo, nuevamente redoblan.
«¡Ay de mí!» grita y veinte veces, también «¡Desdicha!»
y veinte nuevos ecos responden a su grito.

Ella, inicia al oírlos una llorosa nota
que entona repentina su canto de lamento;
como amor vence al joven y hace al viejo el chocheo,
es prudente en locura y loco en la prudencia,
su antífona más grave concluye en un lamento
y siempre el mismo coro de ecos igual responde.

El tedio de su canto duró toda la noche,
que las horas amantes son largas y no cortas:
si se complacen ambos, piensan que todo es gozo,
en similar momento, con placer parecido;
sus cuantiosas historia, mil veces empezadas,
terminan sin audiencia y nunca se concluyen.

Más, ¿a quién tiene ella para pasar la noche,
sino inútiles sones que parecen parásitos,
y que cual taberneros de ágil lengua responden
cada llamar serviles a espíritus bizarros?
La diosa dice «Así es» y todo dice «Así es»
y hubieran repetido «No» si ella dice «No».

¡Mirad! La dulce alondra, cansada del reposo;
desde su húmedo nido se remonta hacia el cielo;
despierta a la mañana, que en su pecho de plata,
se alza el ardiente sol con toda majestad
dirigiéndole al mundo, mirada tan gloriosa,
que cedros y colinas son como oro bruñido.

Venus va y lo saluda con este «¡Buenos días!
¡Oh, tú, diáfano dios, padre de toda luz,
que lámpara y estrella tienen su luz prestada
y el hermoso poder que las hace brillar;
cual un niño en el pecho de madre terrenal
que le presta su luz, cual tú a otros se la prestas!»

Dicho esto, se dirige, hacia un bosque de mirtos,
admirada al ver como avanza la mañana,
sin tener referencia de su querido amante;
trata de oír los perros y su trompa de caza:
y enseguida ella oye un estruendo ruidoso,
y corriendo se acerca al lugar de los gritos.

Y mientras va corriendo por entre los arbustos,
unos prenden su cuello y otros besan su rostro,
otros por detenerla en sus muslos se enredan;
mas ella vivamente desprende estos abrazos;
cual lactífera gama, aún dolidas sus mamas,
tratando de dar leche al cervatillo oculto.

En esto siente oír perros acorralados;
y se estremece cual descubre una culebra
enroscada en funestas espinas en su senda,
y el miedo hace que empiece de nuevo a tiritar:
así el gran alarido de los perros aullando
aterran sus sentidos y confunden su alma.

Ahora de da cuenta del peligro en la caza,
del feroz jabalí, del oso y del león,
ya que todo este ruido es del mismo lugar
donde los perros lanzan sus terribles ladridos;
al encontrarse enfrente de tan vil enemigo,
dejando en cortesía, quien empieza el combate.

Este lamento lúgubre retumba en sus oídos,
a través del cual entra hasta su corazón
que vencido en la duda, y el pálido temor,
paraliza en flaqueza a todos sus sentidos;
tal como al ver vencido el soldado a su jefe,
que huyen viles y no osan presentar resistencia.

Así ella permanece en éxtasis medroso,
hasta que por tratar de animar sus sentidos,
les dice que no hay base para esta fantasía;
que fue un error pueril lo que a ellos les asusta;
que desechen su espanto, como ella lo desecha;
y al decir estas cosas, divisa al jabalí.

Cuyo baboso hocico, manchado de encarnado
es tal como una mezcla de sangre con la leche,
la cual al ver la llena, de un segundo terror;
que la impulsa a correr sin saber donde va;
y aunque toma un camino, no lo quiere seguir,
y vuelve por llamar al jabalí asesino.

Mil angustian la llevan a mil malos lugares;
pisando los senderos que había recorrido;
alterna su premura con nuevas detenciones,
y obra de tal manera que parece un borracho,
tan llena de atención, que a nada se la presta;
y aunque lo emprende todo, no lleva nada acabo.

Aquí, ve como un perro se enreda en un helecho,
y le pregunta al pobre infeliz por su dueño;
allí divisa a otro lamiendo sus heridas,
el bálsamo infalible del veneno en la llaga;
aquí encuentra un lebrel de entristecido ceño
al cual cuando le habla, responde con aullidos.

Y cuando cesa el perro su lamentoso aullido,
otro de boca herida, negro y mal encarado,
contra el gran firmamento descarga sus aullidos:
y uno más, y otro mas, al rato le responden,
batiendo con sus colas tan hermosas el suelo,
moviendo sus orejas sangrantes mientras andan.

Tal como los humildes de este mundo se espantan
por las apariciones, señales y prodigios,
que han mirado con ojos temerosos ha tiempo,
y que a todos producen profecías siniestras,
ella ante estos indicios, hasta el aliento pierde
y otra vez suspirando se dirige a la Muerte.

«Tirana descarnada, fea, flaca y horrible,
del amor vil divorcio», ella dice a la Muerte
«fantasma de mal gesto, gusano ¿qué pretendes?
¿Extinguir la belleza y robar el aliento
de quien, cuando vivía, con su aliento y belleza
daba brillo a la rosa y aroma a la violeta.?

Si él estuviera muerto... ¡Oh, no, no puede ser!
¡Por qué al ver su belleza no podrías herirla!
¡Oh sí, porque no tienes ojos para mirar,
ya que llena de odio, golpeas a la ventura!
Tu blanco es la edad débil, pero tu dardo erróneo
se tuerce y atraviesa el corazón de un joven.

Si le hubieras dispuesto, él te hubiera hablado
y al oírle tu fuerza, perdería poder.
Las Parcas te odiarán por este golpe malo;
que en vez de arrancar hierba tú arrancaste una flor;
¡la flecha del amor es la que debe herirlo,
y no el dardo de muerte, por quitarle su vida!

¿Te provoca el beber lágrimas tanto llanto?
¿De qué te ha de servir un pesado suspiro?
¿Por qué en tu sueño eterno, tú tratas de fundir
a esos ojos que enseñan, vivir a los demás?
Natura es indolente hoy a tu mortal fuerza,
al ver su mejor obra por tu rigor en quiebra.»

Al llegar a este punto, cual ser desesperado,
sus párpados entorna, que cual excusa paran,
el flujo cristalino que corre en sus mejillas,
que dulces van cayendo por su precioso seno;
y a través de sus presas esta lluvia de plata
se cierra y vuelve a abrirlas con enorme violencia.

¡Cuál se obsequian y prestan sus ojos y las lágrimas!
Estas miran sus ojos y los ojos las lágrimas;
en ambos se refleja el mal de cada uno,
dolor que los suspiros intenta de secar;
pero cual un mal día, con viento o con lluvia
lo que un suspiro seca, moja otra vez las lágrimas.

Se mezcla la emoción en su constante angustia,
disputándose a quien más le va su dolor;
todas estas pasiones, tienen sitio e insisten,
que aquel que esté presente sea el más importante;
mas ninguno es mejor: entonces se reúnen
cual conjunto de nubes que auguran un mal tiempo.

De pronto se oye el grito de un cazador lejano:
jamás canción de cuna, tanto deleitó a un niño.
Las horribles quimeras que tanto perseguía
ella intenta expulsar con el son de esperanza,
que esta nueva alegría le ofrece regocijo
y la ilusión de haber oído la voz de Adonis.

Otra vez vuelve entonces, al manantial de lágrimas,
que prisioneras quedan cual perlas de cristal;
aunque a veces desprende una gota de oriente,
que su mejilla absorbe temiendo que se vaya
a lavar la faz sucia de la fangosa tierra
que es capaz de embriagarse cuando ella esta afligida.

¡Desconfiado Amor! ¡Que extraño te declaras
no creyendo, no obstante, ser tan cándido y crédulo!
Que extrema es tu desgracia y tu felicidad;
enojo y esperanza te hacen un ser ridículo:
una halaga con casi pensamiento imposible,
la otra mata veloz con ideas realizables.

Ahora está deshaciendo la tela que tejía:
Vive Adonis, la Muerte, no merece censura;
ella, Venus, cúlpola, de que nada valía;
ahora le añade títulos de honor a su vil nombre
¡oh, reina de las tumbas! ¡oh, tumba de los reyes!
suprema soberana de las mortales cosas.

«No, no, oh dulce Muerte, tan sólo bromeaba;
perdona por favor, sentí como un temor
cuando vi al jabalí, ensangrentada bestia,
que ignora la piedad y siempre es inhumana;
oh, mi clemente sombra, confieso la verdad;
te ofendí, pues temía, la muerte de mi amor.

Culpa fue de la bestia, al excitar mi lengua,
de él debieras vengarte, oh dominio invisible,
la bestia, vil criatura, fue la que te ha ofendido,
yo he sido el utensilio, él, autor de la infamia.
El dolor es dos lenguas, y jamás mujer pudo
usar sin el ingenio, de otras diez mujeres.»

Así con la esperanza de que Adonis aún vive,
se excusa presurosa, de su loca sospecha,
y por que la beldad de él quede protegida,
se insinúa a la Muerte, y humildemente le habla
de trofeos, de estatuas, de tumbas y le cuenta
sus triunfos, sus victorias y también de sus glorias.

«¡Oh, Júpiter!» exclama «¡Oh, que insensata fui!
por tener este espíritu tan débil y sencillo,
llorándole la muerte al que morir no puede,
si no es con el desastre de toda especie humana;
porque una vez él muerto, toda belleza acaba,
y muerta la belleza, vuelve el oscuro Caos.

¡Fuera! Febril Amor, estás lleno de miedo,
como quien carga el oro y ve acechar ladrones;
ilusiones absurdas de los ojos y oídos,
que con falsas alarmas el corazón inquietan.»
Y dichas las palabras oye una alegre trompa,
y si antes se abatía, ahora salta de gozo.

Como el halcón que vuela hacia su presa, parte,
no pisa ni la hierba, la roza levemente,
y, en su apresuramiento, distingue por desgracia
el triunfo de la bestia sobre su bello amado;
y al ver esto sus ojos, se nublan como muertos,
tal como las estrellas por el día espantadas.

O cual el caracol al tocar sus antenas,
se encoge y fatigoso vuelve a entrar en su antro,
y encogido del todo, permanece en la sombra,
por el tiempo que teme, sin querer deslizarse;
y ante el sangriento acto sus ojos se refugian
en las cuencas sombrías y hondas de su cabeza.

Resignados allí, su oficio y su luz,
pone a disposición de su alterado seso,
y ordena que se asocie por siempre con la noche,
y nunca al mirar hiere su dulce corazón,
y éste, perplejo tal, como un rey en su trono,
por apremio de aquellos, lanza un gemido lúgubre.

Cada súbito, tiembla, al llegar a este punto,
y como el viento preso en el fondo del barro,
lucha y sacude al tiempo los cimientos del mundo,
y en su terror confunde las almas de los hombres.
Sorprendido su cuerpo del motín del sentido,
sus ojos nuevamente, de sus órbitas saltan.

Y, abiertos, con pesar, lanzan su nueva luz
sobre la extensa herida que el jabalí causó,
en el costado de él, cuya albura de lirio
se inunda por las lágrimas que lloraba su herida.
No hay flor cerca, ni hierba, ni planta, hoja o raíz,
que no robe su sangre y con él se desangre.

La desdichada Venus, nota esta concordancia,
e inclina su cabeza sobre uno de sus hombros;
y si es muda su ira, su delirio es frenético;
y piensa que él no puede morir, que no está muerto.
Sofocada su voz sus brazos no articulan,
y sus ojos se enfadan por su continuo llanto.

Mira tan fijamente la herida del amante,
que se ofusca su vista, y hace la herida triple,
y ella, entonces, reprende, la crueldad de sus ojos
por mostrar más heridas en lugar de ninguna,
y en él ve ya dos caras, y cada miembro es doble,
pues a la vista engaña su alterado cerebro.

«Si mi lengua no expresa dolor por un Adonis
y me dice que veo a dos Adonis muertos;
mis suspiros volaron, mis lágrimas se agotan,
fuego tengo en los ojos, plomo en el corazón,
¡ojala el corazón, se fundiese en mis ojos,
así me moriría, con mi ardiente deseo.

¡Ay, indigente mundo, qué tesoro has perdido!
¿Qué rostro vivo queda digno de ser mirado?
¿Qué lengua es musical? ¿De qué te jactarás
ya sea en el pasado o ya en el porvenir?
Tiene la flor esencia, color, frescura y gala,
más la beldad perfecta, vivió y murió con él.

¡Qué ninguna criatura lleve bonete y velo!
Que ni viento ni sol tratarán de besarla:
pues sin tener belleza, no debe temer nada;
el sol la menosprecia, y hasta la silba el viento.
Mas cuando vivía Adonis, el sol y el áspero aire,
cual bandidos trataban de robar su hermosura.

Por esto se cubría, con su lindo bonete,
donde el sol se esforzaba, por sus bordes entrar;
y el viento lo apartaba, para una vez caído,
con sus bucles jugar, mientras lloraba Adonis,
condoliéndose él mismo, por sus años tan tiernos,
mientras que viento y sol, quieren secar sus lágrimas.

Sólo por ver su rostro, correteaba el león,
siempre oculto entre arbustos, para no darle un susto;
como cuando cantaba sólo por diversión,
y el tigre se amansaba y atento lo escuchaba;
y si le hubiera dicho, "deja tu presa" al lobo,
estaría ese día, tranquilo el fiel cordero.

Como cuando miraba su sombra en el arroyo,
los peces extendían sus aletas doradas,
o causaba en las aves tan inmensa alegría
que si unos le cantaban otros entre sus picos
le traían las moras y las rojas cerezas;
y si al verle se nutren, él lo hace con sus frutos.

Pero la horrenda bestia, con su erizado hocico,
cuyos rastreos buscan siempre una oscura tumba,
nunca vio la belleza, que a él lo revestía:
Y es testimonio el trato que nunca supo darle;
y si miró su rostro, pienso que su intención
fue tan sólo besarlo, y no pensó en matarlo.

De esta forma, es verdad, fue destruido Adonis:
él con su aguda lanza, corrió hacia el jabalí
que no afilaba en contra del muchacho sus dientes,
sino que desarmarlo quería con un beso,
y haciéndole caricias el amoroso puerco
le hundió sin darse cuenta su colmillo en el pecho.

De tener yo colmillos, cual la fiera, confieso,
le hubiera dado muerte a besos la primera;
¡mas muerta su beldad, jamás bendecirá,
mi juventud con él, y aún quedo más maldita!»
En esto cae a tierra, y su rostro se mancha,
con la sangre de él, que ya está coagulada.

Mira en esto sus labios: que están descoloridos;
lo toma de la mano, y siente que está fría;
y al oído le murmura su gran desesperanza,
cual si él pudiera oír sus amargas palabras;
le levanta los párpados que le cierran los ojos;
y ve dos apagadas luces allá en lo oscuro.

Dos cristales, adonde, acostumbró a mirarse
mil veces, y que ahora, ya nada le reflejan,
perdida la virtud en que antes rebosaban;
cada beldad que tuvo ha perdido su efecto.
«¡Maravilla del tiempo!» dice, «este es mi despecho:
que aún estando tú muerto, tenga más luz el día.

Dado que ya está muerto, he aquí mi profecía:
desde hoy, el dolor, que acompañe al amor;
y que sean los celos para siempre su escolta;
será el comienzo dulce, como el final insípido;
y sea alto o bajo, jamás tendrá equilibrio:
que no compense el gozo del amor sus dolores.

Será falso y voluble y repleto de fraude;
y el soplo que lo vea nacer lo verá ajarse;
veneno habrá en su fondo, y su cima impregnada
de dulzuras que engañan la vista más aguda;
y el cuerpo más robusto, lo ha de mudar en débil,
al sabio le hará mudo y al necio le hará hablar.

Será parco a la vez que sea disoluto,
enseñando a los viejos a bailar con medida;
el rufián perturbado le hará estar en silencio,
dará la ruina al rico y el tesoro a los pobres;
unirá lo exaltado con la casta inocencia,
hará del joven viejo y del viejo hará un niño.

Despertará sospechas donde exista temor,
y no tendrá temor donde sienta recelo;
complaciente será y mucho más severo,
más engañoso cuando parezca ser más justo;
será perverso cuando se muestre más sumiso;
dará miedo al valiente y al cobarde coraje.

Será causa de guerras y funestos eventos
sembrará la discordia entre el padre y el hijo;
y súbdito y esclavo de los más descontentos
tal como para el fuego las materias más secas;
si se llevó la muerte a mi amante tan joven
aquellos que bien aman, que nunca lo disfruten.»

El joven que yacía, muerto junto a la diosa,
se evaporó al instante ante su propia vista,
y en su sangre esparcida por el fango del suelo
brotó la flor más roja matizada de blanco
tal como eran sus pálidas mejillas y a la sangre
vertidas cual esféricas gotas sobre su albura.

Ella aspira el aroma de la nacida flor
y compara la esencia con el aliento de él;
y dice que esta flor reposará en su seno
ya que él fue por la muerte, arrancado de ella.
Pero al cortar el tallo, del rasgón se desprende
una savia que ella compara con las lágrimas.

«¡Pobre flor!» dice Venus, «dulce hija de un padre
mucho más dulce aún, que tu propio perfume;
al más pequeño esfuerzo, sus ojos se rociaban;
pues todo su deseo se basaba en sí mismo,
tal como lo es el tuyo, mas sabe que es igual
que marchite en mi seno o que lo haga en su sangre

¡El lecho de tu padre, aquí estuvo, en mi seno!
¡Tú eres la más cercana a su sangre y te atañe!
Ven, reposa en el hueco, donde estuvo su cuna:
que de noche y de día te acune mi latir;
y ni un solo minuto, pasará en cada hora
sin que bese la flor, más dulce de mi amor.»

Fatigada del mundo, se aleja y apareja
sus palomas de forma, que con su ágil ayuda,
llevan a su señora, a través de lo cielos
vacíos, en un leve carro, que velozmente,
hacia Pafos dirige su marcha, donde Venus,
entrará en tal clausura que nunca más se vea.

William Shakespeare

20 de diciembre de 2008

POEMA AL MAR



Mientras tu canto resuena,
yo pienso en la patria mía…
Por sólo enterrar mi pena
en tus orillas de arena,
vine de mi serranía.
Vine por dejar mis males
en tus hondos arenales…
Mas, a tu abierto horizonte,
prefiero mi oscuro monte,
y a tus algas, mis rosales…
No cambio mis negras frondas
por tus aguas de colores;
mas vine a oír sus rumores,
porque dicen que tus ondas
curan los males de amores…

María Enriqueta Camarillo