CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

28 de noviembre de 2008

MIS ENLUTADAS



Descienden taciturnas las tristezas
al fondo de mi alma,
y entumecidas, haraposas, brujas,
con uñas negras
mi vida escarban.

De sangre es el color de sus pupilas,
de nieve son las lágrimas,
hondo pavor me infunden..., yo las amo
por ser las solas que me acompañan.

Aguárdolas ansioso, si el trabajo
de ellas me separa,
y búscolas en medio del bullicio,
y son constantes
y nunca tardan.

En las fiestas, a ratos se me pierden
o se ponen la máscara,
pero luego las hallo, y así dicen:
-¡Ven con nosotras!
Vamos a casa.

Suelen dejarme cuando, sonriendo,
mis pobres esperanzas
como enfermitas ya convalecientes
salen alegres
a la ventana.

Corridas huyen, pero vuelven luego
y por la puerta falsa
entran trayendo como nuevo huésped
alguna triste,
lívida hermana.

Abrese a recibirlas la infinita
tiniebla de mi alma,
y van prendiendo en ella mis recuerdos
cual tristes cirios
de cera pálida.

Entre esas luces, rígido tendido,
mi espíritu descansa;
y las tristezas, revolando en torno,
lentas salmodian,
rezan y cantan.

Escudriñando el húmedo aposento
rincones y covachas,
el escondrijo do guardé cuitado
todas mis culpas,
todas mis faltas,
y hurgando mudas, como hambrientas lobas,
las encuentran, las sacan,
y volviendo a mi lecho mortuorio
me las enseñan
y dicen: Habla.

En lo profundo de mi ser bucean,
pescadores de lágrimas,
y vuelven mudas con las negras conchas
en donde brillan
gotas heladas.

A veces me revuelvo contra ellas
y las muerdo con rabia,
como la niña desvalida y mártir
muerde a la arpía
que la maltrata.

Pero en seguida, viéndose impotente,
mi cólera se aplaca.
¿Qué culpa tienen, pobres hijas mías,
si yo las hice
con sangre y alma?

Venid, tristezas de pupila turbia,
venid, mis enlutadas,
las que viajáis por la infinita sombra
donde está todo
lo que se ama.

Vosotras no engañáis; venid, tristezas,
oh, mis criaturas blancas
abandonadas por la madre impía,
tan embustera,
por la esperanza!

¡Venid y habladme de las cosas idas,
de las tumbas que callan,
de muertos buenos y de ingratos vivos...
Voy con vosotras,
vamos a casa.

Manuel Gutiérrez Najera

26 de noviembre de 2008

NEUROTICA



Se fajó una novela donde un príncipe rante
se quedaba en la vía por timbero y mishé,
pero como a la reina la tenía de amante
se aguantaba la mala con paciencia y con fe.
Cierto paje vivillo, batidor y atorrante,
campaneando el "affaire" dijo: ¡Araca, me armé!
Si la reina no quiere que el deschavo le cante
va a tener que arreglarme con mucho "parné".
Se hizo un lío debute. Cuando el rey cierto día
se enteró por el paje del merengue que había
a la reina y al coso los mandó envenenar.
¡Ah! las novias sublimes, ¡qué tragedias pasamos!
exclamó la lectora de los cien kilogramos
y largó la novela pa' ponerse a llorar...

Celedonio Flores

LA VISPERA





Millares de partículas de arena,
ríos que ignoran el reposo, nieve
más delicada que una sombra, leve
sombra de un hoja, la serena

margen del mar, la momentánea espuma,
los antiguos caminos del bisonte
y la flecha fiel, un horizonte
y otro, los tabacales y la bruma,

la cumbre, los tranquillos minerales,
el Orinoco, el intrincado juego
que urden la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las leguas de sumisos animales,

apartarán tu mano de la mía,
pero también la noche, el alba, el día...

Jorge Luis Borges

LA LUNA PUDO DETERSE AL FIN



La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.
Un rayo de luz violenta que se escapaba de la herida
proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.

La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,
pero los cálices eran de viento y al fin llenaba los zapatos.
Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente
ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.
Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.
Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.
Un sastre especialista en púrpura
había encerrado a tres santas mujeres
y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.
Las tres en el arrabal rodeaban a un camello blanco,
que lloraba porque al alba
tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.
¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!
¡Oh espina clavada en el hueso hasta que se oxíden los planetas!
Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.
Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:
Esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.
La muchedumbre cerraba las puertas
y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón
mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores
y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.

Esa maldita vaca
tiene las tetas llenas de perdigones,
dijeron los fariseos.
Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos
estrellaban ampollas de lagunas sobre las paredes del templo.
Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida.
Porque la luna lavó con agua
las quemaduras de los caballos
y no la niña viva que callaron en la arena.
Entonces salieron los fríos cantando sus canciones
y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del rio.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita
no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle
dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.

Fue entonces
y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.

Federico Garcia Lorca

23 de noviembre de 2008

EFIMERAS

Idos, dulces ruiseñores.
Quedó la selva callada,
y a su ventana, entre flores,
no sale mi enamorada.
Notas, salid de puntillas;
está la niñita enferma...
Mientras duerme en mis rodillas,
dejad, ¡oh notas!, que duerma.
Luna, que en marco de plata
su rostro copiabas antes,
si hoy tu cristal lo retrata
acas, luna, la espantes.
Al pie de su lecho queda
y aguarda a que buena esté,
coqueto escarpín de seda
que oprimes su blanco pie.
Guarda tu perfume, rosa,
guarda tus rayos, lucero,
para decir a mi hermosa,
cuando sane que la quiero

Manuel Gutiérrez Najera

ROMANCE DE LA PENA NEGRA




Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las sierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, cama y ropa.
¡Ay mis camisas de hilo!
¡Ay mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!

Federico García Lorca

LA POESIA ES UN ATENTADO CELESTE




Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años
Se cansaron de esperarme y se sentaron

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol Cuántas cosas me he ido convirtiendo en
[otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura

Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio

Vicente Huidobro

LA VIOLACION DE LUCRECIA-TERCERA PARTE




Después, salta del lecho donde estaba tendida
y busca una herramienta que pueda darle muerte,
mas la casa no alberga agentes criminales
que abran un largo paso a su respiración,
que se esfuma en su boca ya allí se desvanece,
como el humo del Etna se consume en el aire
o como el que se escapa de un cañón preparado.

«En vano» exclama ella «vivo y en vano busco
algún medio feliz que acabe con mis penas,
temía que el cuchillo de Tarquín me hiriera,
sin embargo, no temo buscar algo que mate.
Cuando tenía miedo era una fiel esposa,
lo que ahora no soy ni ya podré ser nunca.
Tarquino me ha robado la dicha de mi estado.

¡Ahora está perdida mi razón de vivir,
por lo tanto no tengo, ningún miedo a morir!
¡Y si limpia la muerte, la mancha, doy al menos,
galón de más honor a la honra de mi ropa!
Una vida muriente y una viviente infamia,
irremediable ayuda: Después de hurtado el oro
quema el cofre inocente que guarda sus valores.

Bien, mi buen Colatino, nunca conocerás
el sabor corrompido de mi violada honra,
no dañaré tu amor de esta forma injuriosa,
no podría dañarte con falsos juramentos;
el injerto bastardo, no llegará a ser flor,
quien pudrió tu raíz nunca dirá ostentoso
que eres el tierno padre de su malvado fruto.

Ni de ti a de mofarse en su secreta mente,
ni hará alarde de ello entre sus camaradas,
porque debes saber que nunca me he vendido,
sino que fui forzada fuera de tu aposento.
En cuanto a mí, soy dueña, de mi propio destino
y mi pecado nunca me será perdonado,
pagando con mi vida el precio de la ofensa.

No te envenenaré con mi asquerosa infamia,
ni cubriré mi falta con excusas banales,
ni pintaré de negro mi alfombra de pecado,
para ocultar el hecho de esta pérfida noche.
Y aunque yo diga todo, mis ojos son esclusas,
bajando como fuentes del monte hacia los valles,
querrán con sus corrientes purificar mi historia.»

Con esto Filomena, concluye su lamento,
el gorjeo armonioso de su dolor nocturno,
mientras baja la noche con paso lento y triste,
hacia el infierno, cuando: La sonrosada aurora,
a los ojos más bellos que han de tomarla a préstamo,
da luz, mientras Lucrecia, se avergüenza al mirarse,
y quisiera seguir enclaustrada en la noche.

Revela, espía, el día, por cualquier hendidura,
como indicando el sitio donde sentada llora.
En medio de su llanto, exclama: «Ojo de ojos,
que espías mi ventana. Cesa en tu espionaje,
molesta con tus rayos a los que están dormidos,
mas no marques mi frente con tu luz penetrante,
que el día no es culpable de las faltas nocturnas.»

Así, en loca disputa con todo lo que mira:
El dolor como un niño es chinche y caprichoso
y cuando quiere algo con nada se conforma,
los crónicos dolores, no los que son recientes,
el tiempo los mitiga, mas lo recientes, bravos,
cual nadador novel, que siempre se zambulle,
se ahoga por su exceso y falta de costumbre.

De este modo, Lucrecia, sumergida en su mar,
emprende una disputa con todo lo que observa
y todo mal, compara, con su propio dolor,
sin que nada remedie la fuerza de su ira.
Si uno desaparece el nuevo le remplaza:
A veces su dolor no encuentra las palabras
y otras veces airado da un mitin excesivo.

Los pájaros que entonan su gozo matinal,
exasperan su llanto con su dulce cantar,
pues hiere el regocijo al alma atormentada.
Los espíritus tristes, mueren con la alegría
y el dolor sólo quiere dolor de compañía,
que el pesar verdadero halla un buen alimento,
cuando al fin simpatiza con un dolor gemelo.

«Es doble muerte ahogarse, cuando se ve la playa.
Mil veces más ayuno mirando el alimento.
Ver el remedio hace la herida más doliente.
Sufre más una pena, si el alivio la mira.
Loa dolores profundos son pausada corriente,
mas si encuentran obstáculos desbordan sus riberas.
La desgracia exaltada no tiene ley ni límite.

¡Oh, pájaros burlones! ¡Sepultad vuestros trinos,
en la gruta latiente del emplumado pecho
y para mis oídos ser sordos y ser mudos,
mi angustia intermitente, no desea intervalos,
una anfitriona triste no soporta sus fiestas;
deleitad con los trinos los oídos que gozan,
que la melancolía es acorde del llanto.

Ven, Filomena, tú, que cantas violación,
construye tu enramada en mi revuelto pelo,
como la tierra húmeda solloza ante su agobio,
así, en el triste acorde, yo, verteré una lágrima.
Sostendré el diapasón con mis hondos gemidos
y diré en mi cantar el nombre de Tarquino,
mientras que tú, maestra, dirás el de Tereo.

Contra una aguda espina, tú cantarás tu parte,
por mantener más vivos tus inmensos dolores.
Trataré de imitarte. Contra mi corazón,
yo me pondré un puñal, para asustar mis ojos,
así, si pestañean, caerán y morirán.
Estos medios cual trastes, afinaran las cuerdas
de nuestros corazones, para el dolor real.

Y tú, pájaro pobre, que no trinas de día,
temeroso de que otros te oigan y contemplen,
buscaremos un sitios aislado del camino,
que no conoce el hielo ni el ardiente calor,
y allí le enseñaremos a las bestias feroces,
las tonadas que cambien su fiel naturaleza.
Si el hombre es una bestia, que ellas lleven su alma.»

Como el pobre venado que asustado contempla,
con su instinto, el camino, por donde debe huir,
o como quien se pierde en medio de la selva
y no pueden sus medios encontrar la salida,
así, Lucrecia, tiene, con ella este debate.
dudando si es mejor la vida que la muerte
cuando es tan vil la vida y la muerte deshonra.

«¿Matarme?» dice ella, «mas esto no sería,
sino contaminar con mi cuerpo mi alma?
Quien pierde algo, soporta, con paciencia su pérdida,
mientras quien pierde todo la confusión le traga.
Actúa cruel la madre que teniendo dos niños,
si la muerte le quita a uno de los dos,
quiere matar al otro por no criar ninguno.

¿Cuál era más querido de mi cuerpo o mi alma,
cuando el uno era puro y el otro era divino?
¿El amor de cual de ellos yo sentía más cerca
si ambos los guardaba para el cielo y mi esposo?
Cuando al pino se arranca su arrugada corteza
sus hojas se marchitan y se pierde su savia.
Lo mismo está mi alma por robar su corteza.

Saqueada su casa, su inquietud alterada,
su mansión abatida por el reptil rival,
su templo profanado, manchado y saqueado,
desvergonzadamente cubierto por la infamia:
que no se diga nunca que es impío, si hago
en esta fortaleza un agujero nuevo,
por donde pueda salir mi atormentada alma.

Mas antes de morir, hablaré con mi esposo,
para darle razones de mi imprevista muerte,
y que en mi triste hora, al oírme me jure,
venganza en el villano que detuvo mi aliento.
Legaré al vil Tarquino mi sangre corrompida
que al ver a su verdugo, le arrancará las venas
y con ella el legado escribiré cual deuda.

Mi honor lo legaré al piadoso puñal,
que hiera el deshonrado cuerpo que me atormenta
que es honroso acabar con mi propia deshonra.
Morirá la deshonra y el honor vivirá,
así, de las cenizas de mi propia vergüenza,
se engendrará mi fama, matando al menosprecio
y muerta mi venganza, renacerá mi honor.

¡Oh querido señor! De la joya perdida,
de la valiosa joya ¿qué puedo a ti legarte?
Mi conclusión, amor, será tu ostentación
por cuyo ejemplo debes, ejecutar venganza.
Aprende en mí del trato que has de dar a Tarquino.
Yo, tu amiga, al matarme, mato en mí a tu enemiga
y tú debes tratar igual al vil Tarquino.

Ese breve resumen cumple mi voluntad:
Sea mi alma y cuerpo del cielo y de la tierra,
toma tú, esposo mío, mi gran resolución;
mi honor será el puñal que cause mi herida.
Mi vergüenza de aquel que me causo el oprobio
y todo lo que viva, de mi gloria ha de darse,
a todos los que viven y me siguen honrando.

Velarás, Colatino, mi postrer voluntad
¡y verás como fui por sorpresa entregada!
Mi sangre lavará de mí toda calumnia
y al final de mi vida me dará la pureza.
No temas, corazón, y di: "llévese a cabo"
sométete a mi mano y esta te vencerá
y una vez los dos muertos seremos victoriosos.»

Cuando este plan de muerte se pacta y se ha fijado
se enjuga de sus ojos unas perlas saladas,
con destemplada voz llama a su fiel criada,
que en ágil obediencia rauda acude a su lado,
que el deber tiene alas y pluma el pensamiento.
La cara de Lucrecia, es para la criada,
como un prado de invierno derritiendo su nieve.

Formal le da a su dama un claro «buenos días»
con voz leve y calmada propia de su modestia
y adopta una tristeza que acompaña el dolor,
de su propia señora, cuya cara se viste
de pesar, mas no osa, preguntar a su dueña,
porqué se han eclipsado los ojos de su cara
ni porqué sus mejillas son ríos de dolor.

Y así, como la tierra, llora al ponerse el sol
y la flor se humedece con un ojo turbado,
comienza la doncella a mojar con sus lágrimas,
sus irritados ojos, llenos de simpatía,
de los soles que ha puesto el cielo en su señora,
los cuales apagados, se extienden por el mar,
esto le hace llorar como una noche húmeda.

Por un breve momento permanecen las dos,
cual puentes marfileños, que llenaran cisternas
de coral. Una llora en justicia y la otra
con su llanto acompaña el dolor de su dueña,
que ambas son de ese sexo que el llanto necesita.
Intuitivas se afligen de ajenas aflicciones
y se inundan sus ojos o el corazón se rompe.

Tiene el hombre, de mármol el alma y la mujer
de cera y se modulan, tal como el mármol quiere
débiles, oprimidas, reciben la impresión
por fuerza o por engaño, o por la habilidad.
No se las llame entonces, autoras de su mal,
que, no hay malignidad, en la cera estampada,
con la cara y figura del propio Satanás.

Su suavidad parece una verde campiña,
abierta al más humilde gusano que se arrastre,
en los hombres se ocultan como en la espesa selva,
vicios que están durmiendo en lúgubres cavernas.
A través de un aumento, un punto se hace un globo,
el hombre disimula con su gesto sus crímenes
y el rostro femenino es libro de sus faltas.

Que nadie se rebele contra la flor marchita,
sí, contra el crudo invierno que maltrata la flor.
Aquello que devora, nunca lo devorado,
merece ser culpable. ¡nadie acuse las faltas
de la infeliz mujer cuando esta es deshonrada
por el viril abuso! Esos reos culpables
que hacen del seso débil esclavas de su ofensa.

Precedente es el caso de la infeliz Lucrecia,
asaltada en la noche por viles amenazas,
de una inmediata muerte y de que esta vergüenza
traería a su esposo un daño irreparable.
Estos peligros crean su propia resistencia,
cuando un miedo mortal le invadió todo el cuerpo.
¿Quién no puede abusar de un cuerpo recién muerto?

La benigna paciencia hace hablar a Lucrecia,
marchando hacia la humilde que imita su dolor:
«Hija mía» ella exclama «¿por qué viertes tus lágrimas,
que caen como la lluvia por tus blancas mejillas?
Si tu llanto es por este dolor que me compete,
sabe, gentil doncella, que no ayuda a mi enfado,
pues si ayudara el llanto, bien me habría hecho el mío.

Pero dime, muchacha, ¿cuándo partió de aquí
-y aquí lanza un suspiro- el príncipe Tarquino?»
«Antes de levantarme» responde la criada.
«Mi indolente pereza es también reprobable,
sin embargo, bien puedo, disculpar esta falta,
diciendo que salí antes de amanecer
y antes de levantarme ya no estaba Tarquino.

Mas, señora, si dejas a vuestra fiel criada
implicarse y saber de vuestra pesadumbre...»
«¡Calla!» exclama Lucrecia. «Si la pongo al corriente
de mi historia, con ello, no rebajo mi pena,
que es más grande y extensa que todas las palabras,
que esta honda tortura puede llamarse infierno,
cuando no hay oraciones que mi dolor describan.

Traerme, aquí al tormento, papel, tintero y pluma,
mas, olvida el encargo, que tengo aquí de todo
¿Qué quería decir? Al siervo de mi esposo
dile que se disponga su inmediata salida
y que lleve esta carta a mi dueño y señor.
Ordena que la lleve con ágil prontitud.
La carta lo requiere y pronto estará escrita.»

Al partir la doncella se dispone a escribir,
al comienzo dudando su pluma en el papel.
El honor y el orgullo riñen en fuera lid.
Lo escrito con razón, la reflexión lo borra;
demasiada finura, esto es cruel y brutal;
cual una muchedumbre en la cruz de salida
duda su pensamiento quien ha de ser primero.

Por fin comienza y pone: «Digno y magno señor,
de esta indigna mujer que te quiere y saluda.
¡Qué Dios esté contigo! Concédeme el favor,
amor, si quieres ver, a tu amada Lucrecia,
de ponerte en camino para venir a verme.
Así, a ti me encomiendo, desde tu casa en duelo,
que mi dolor es grande y mis palabras breves.»

Después dobla el mensaje de su inmenso dolor,
insegura expresión de su dolor real.
Por el breve resumen, Colatino, sabrá,
su pena, pero nunca, su verdadero alcance.
Ella no se ha atrevido a revelar su infamia,
para que a él no le alcance lo grave de su falta,
antes de que su sangre lave su propio honor.

La vida y la energía de su exasperación,
ella va almacenando para cuando él la escuche,
cuando con sus lamentos, quiere adornar la gracia,
de su propia desgracia y así poder limpiarla,
de sospechas que el mundo abrigue sobre ella.
Para evitar la mancha, no emborrona el papel,
hasta que con palabras busque su comprensión.

Ver una triste escena, conmueve más que oírla,
pues el ojo interpreta a sus propios oídos,
la triste pesadumbre que con su luz observa..
Cuando cada sentido responde de su parte,
el oído no escucha del dolor más que parte.
Poco ruido hace el agua que corre por el vado
y el discurso, El daño, levanta tempestades.

Una vez que ha sellado su carta en ella escribe:
«Con la mayor urgencia. A mi señor. Ardea.»
Llegado el mensajero le entrega la misiva,
ordenándole al mozo que se apresure tanto,
como el ave tardía cuando presiente el Norte,
mas esta rapidez aun le parece lenta.
Las acciones extremas son siempre radicales.

El rústico cliente se inclina ante su dueña,
ruboroso y cortés y con sus ojos fijos,
recibe la misiva sin decir sí, ni no,
y parte a toda prisa con su ingenua inocencia.
Mas aquellos que ocultan en su pecho una falta,
imaginan que advierte cada ojo su mancha,
por esto, ella imagina, el rubor del sirviente.

Cuando ¡cándido siervo! Más lo sabe, se turba
por falta de entereza y audacia temeraria;
semejantes criaturas mantienen un respeto,
que hablan bien de sus actos. Otros son descarados
que prometen la prisa y luego se demoran.
Modelo de carácter de virtudes pasadas,
al siervo contrataban por su honesta mirada.

Su instinto del deber enciende su recelo,
lo cual en rojo fuego enciende sus miradas,
ella piensa que el mozo, sabe lo de Tarquino,
y ansiosamente observa sus enrojecimientos.
Mas su honesta mirada, más aun la confunde.
Cuanto más presentía la sangre en sus mejillas,
tanto más sospechaba de que él sabe su falta.

Queda un tiempo, Lucrecia, esperando el retorno
y sin embargo, el siervo, acaba de alejarse.
El fatigoso tiempo, no sabe entretener,
pues agotó su llanto, sollozos y suspiros.
El dolor se consume y el gemido descansa,
así, poquito a poca, aplaca sus querellas,
buscando un nuevo medio de desesperación.

Le viene a la memoria un lugar donde cuelga,
un cuadro que es la estampa de la Troya de Príamo.
Frente a ella, pintada, el poder de la Grecia,
destruye la ciudad por el rapto de Helena
y amenaza su enojo a la orgullosa Ilión.
El pintor representa a una ciudad que altiva,
ve como hasta los cielos besan sus nobles torres.

A mil dolientes cosas, el arte, desdeñando
la fiel Naturaleza, le dio una inerte vida.
Mas de una gota seca representa una lágrima,
vertida por la esposa sobre el marido muerto.
Humeaba la sangre, por afán del pintor,
y e ojo de los muertos con su luz cenicienta,
eran como carbones en la noche monótona.

De verlo, hubierais visto, al labrador primero
bañado en su sudor y cubierto de polvo
y en las torres de Troya, también aparecían
los ojos de los hombres, vivos, por las troneras,
contemplando a los griegos con escaso deseo.
Tal arte se veía en esta bella obra,
que aun de lejos se observa la tristeza en los ojos.

Se veía en los jefes su porte y majestad.
Podríais ver triunfantes sus rostros vencedores,
en los ágiles jóvenes sus gestos y destreza,
mientras aquí y allí el pintor insertaba
los pálidos cobardes con paso vacilante.
A rudos campesinos, tanto se asemejaban,
que uno jura al mirarlos verles estremecer.

Entre Ajas y el Ulises, ¡oh!,cuánta exactitud,
de rasgos y carácter podían apreciarse.
Ambos rostros revelan la expresión de sus almas
y sus rostros perfectos la magnitud del ser.
En los ojos de Ajax, el rigor y al ira
y en la suave mirada, de Ulises, el tranquilo
domino de sí mismo y gran observación.

También el grave Néstor, arengando a su tropa
e incitando a los griegos al fragor del combate,
con sus graves y sobrios ademanes de mano,
que encantaba la vista llamando la atención.
Al hablar se observaba su barba plateada,
ir arriba y abajo, mientras que de sus labios,
su aliento en espiral subía hacia la altura.

En torno suyo había mil rostros boquiabiertos,
que devorar parecen su sensato consejo.
Tal atención prestaban con sus variados gestos
cual si alguna sirena su oído sedujera.
Eran altos y bajos y el pintor fue tan hábil,
que las testas de muchos parecían dispuestas
a saltar aun más alto, burlando al que los mira.

Aquí una mano de hombre en la cabeza de otro,
en sombras su nariz por causa del vecino,
aquí, otro, apretujado, retrocediendo rojo,
otro que casi ahogado expresa sus enojos
y en sus cóleras muestran tales signos de ira,
que si a perder no fueran, las palabras de Néstor,
con airadas espadas en lid se enzarzarían.

William Shakespeare

20 de noviembre de 2008

SE HA HECHO TARDE



Se ha hecho tarde
se fue el acoso del espliego
y el aire que huele
a sierra encendida
y romería.
Pero esperaré esta madrugada
hasta las siete en punto,
luego será metal
y recuerdos rebeldes.
Por la tarde tan sólo tu retrato,
tus labios como fruta,
nubes y corazón en hilachas.

Felipe Servulo

LA MUCHACHA QUE NO A VISTO EL MAR



Rosa, la pobre Rosa, no ha visto nunca el mar.


Echa a volar su sueño en el campo vecino,
a la alondra demanda el secreto del trino
cuando lanza a los vientos su canción matinal;
sabe de dónde nace la fuente rumorosa,
distingue con su nombre a cada mariposa
y oye correr el agua y se pone a soñar...


Yo le pregunto: Rosa,
¿no has visto nunca el mar?


En infantil asombro menea dulcemente
la cabecita rubia; sobre la blanca frente
cruza por vez primera una sombra fugaz,
y se sacian sus ojos en el breve horizonte
que a dos pasos limitan la verdura del monte,
el arroyo de plata y el tupido juncal.
Oye hablar a la selva, cuya voz escondida
guarda aun su misterio... ¡Es tan corta la vida
para saberlo todo...! Siente la inmensidad
de lo breve y humilde en el ritmo diverso
que palpita en el alma de su pobre universo,
y ante lo ignoto siente un ansia de llorar.
Del instante que pasa, la virtud milagrosa
le revela el espíritu que vive en cada cosa
y su blanca inocencia pugna por alcanzar
un recóndito enigma...


Y yo pienso que Rosa
no ha visto nunca el mar...



Enrique González Martínez

OFELIA


I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;

y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.

Arthur Rimbaud

17 de noviembre de 2008

TOCARTE



Despertar contigo,
respirar en tu espalda,
sentir que tus pechos
piden tiernos mis manos.
Descubrirte lentamente
ver sobre las sábanas
el dibujo suave de tus formas,
palpar tu piel incandescente
y sobre todo ser consciente
de estar allí, a tu lado.

Podría ser en paisaje desolado,
o en medio de un torrente humano,
en la cálida noche estival.
o en el frío más frío y cerrado,
en el sueño más soñado
o en este mundo real,
en el cielo, rodeado de nubes
o en el infierno voraz,
o en este lecho,
donde respiro en tu espalda,
y siento que tus pechos,
piden tiernos mis manos.

En cualquier lugar
en forma cualquiera,
habrá en mí algo inalterable,
y será que tu quieras a quien quieras
el amor por ti
de mi locura,
será siempre el culpable.

Miguel Angel Turco

LA LUNA SIEMPRE



Redonda, hinchada de frotarse contra el cielo
rasga mi piel con su delgada luz
Cae sobre mi pelo
con la levedad de una sirena
que no se hubiera dado cuenta
que no posee piernas
Solivianta mi sangre
me enciende de locura
me regala una piel fosforescente
y me convierte
aceite hirviendo
en fauna
(cascos y cuernos y cabello desbocado
bajo el lúbrico soplo de lo oscuro)

Ana Maria Rodas

LO QUE YO QUIERO




I
Quiero ser las dos niñas de tus ojos,
las metálicas cuerdas de tu voz,
el rubor de tu sien cuando meditas
y el origen tenaz de tu rubor.
Quiero ser esas manos invisibles
que manejan por si la creación,
y formar con tus sueños y los míos
otro mundo mejor para los dos.
Eres tu, providencia de mi vida,
mi sostén, mi refugio, mi caudal;
cual si fueras mi madre, yo te amo...
¡y todavía más!.

II
Tengo celos del sol porque te besa
con sus labios de luz y de calor...
¡del jazmín tropical y del jilguero
que decoran y alegran tu balcón!
Mando yo que ni el aire te sonría:
ni los astros, ni el ave, ni la flor,
ni la fe, ni el amor, ni la esperanza,
ni ninguno, ni nada más que yo.
Eres tu, soberana de mis noches,
mi constante, perpetuo cavilar:
ambiciono tu amor como la gloria...
¡y todavía más!.

III
Yo no quiero que alguno te consuele
si me mata la fuerza de tu amor...
¡si me matan los besos insaciables,
fervorosos, ardientes que te doy!
Quiero yo que te invadan las tinieblas,
cuando ya para mí no salga el sol.
Quiero yo que defiendas mis despojos
del más breve ritual profanador.
Quiero yo que me llames y conjures
sobre labios y frente, y corazón.
Quiero yo que sucumbas o enloquezcas...
¡loca sí; muerta si, te quiero yo!
Mi querida, mi bien, mi soberana,
mi refugio, mi sueño, mi caudal,
mi laurel, mi ambición, mi santa madre...
¡y todavía más!

Almafuerte

12 de noviembre de 2008

A UNA SOMBRA



Sólo te vi un instante…
Ibas como los pájaros:
sin detener el vuelo,
sin mirar hacia abajo…

Cuando quise apresarte
en la red de mis manos,
sólo llevaba el viento
un perfume de nardo,
y ya lejos, dos alas,
borrábanse en ocaso…

¡Oh, visión que brillaste
como fugaz relámpago!
¡Oh, visión peregrina
que, cual ave de paso,
cruzaste por el cielo
de mis soñares vagos!

Tras ti, cual mariposas,
mis anhelos volaron,
y aun no tornan del viaje
que soy fiel y te amo.

Te amo con locura
porque en tu vuelo rápido,
no viste que se alzaban
hacia ti mis dos manos…

Porque ante mí pasaste
como sueño fantástico,
porque ya te extinguiste
como los fuegos fatuos.

¡Oh, aparición divina,
bella porque has volado!
¡No retornes del viaje!

Yo, con pasión te amo,
porque fuiste en el cielo
de mis soñares vagos,
solamente dos alas
y un perfume de nardo…


María Enriqueta Camarillo



MILAGRO


Yo era una casa sola
deshabitada de presencias,
de dueños, de inquilinos.
Era una casa abandonada y triste
llena tan solo de recuerdos viejos.
Vivía sombríamente, como ella
derruida por dentro,
acabada por fuera,
no obstante, nunca quise
alquilarla (ni alquilarme)
venderla (ni venderme)
dejarla que muriera (ni morirme).
De pronto, una mañana
más mañana que todas las auroras
un hilillo de sol
tan fino como el fugaz destello
de un diamante,
rompió la oscuridad,
quemo sus soledades y las mías,
señalo sin pudores mi flaqueza,
me rescato del hueco
en que yacía
y un milagro de luz que no comprendo
me encendió el corazón
con la alegría,
derritió el abandono
y la tristeza,
abrió todas las puertas
y ventanas
y me habito de nuevo
con la vida.

Beatriz Rivera

LUZ DE TU PRESENCIA



¿Tú venías buscándome desde playas y sierras?
¿Venías presintiéndome por todos los caminos?
¿Escuchabas mi voz en los ecos del viento
y tocabas mis manos en el agua del río?
Me hallaste en una tarde de soledad y música.
Suavemente llegabas con tu amor a mi vida.
Al fondo las montañas heridas por la lluvia
Y en medio de los muros la lámpara encendida.
Yo entendí tu presencia porque un fuego de angustia
destructor y quemante se apagó entre mis venas.
Porque el agua invasora de una inmensa amargura
desplegó hacia el olvido sus oscuras mareas.
Te di mi lejanía de bruma y de silencio
-la tienes en tus manos como una flor de sombra-,
en cambio tú me has dado tu claridad sonora
que resucita muros en mis ciudades rotas.

Maruja Vieira

7 de noviembre de 2008

AZOTADME




¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado...
¡Como hubiera deseado!

Oliverio Girondo

VIENES A MI


Vienes a mí, te acercas y te anuncias
con tan leve rumor, que mi reposo
no turbas, y es un canto milagroso
cada una de las frases que pronuncias.
Vienes a mí, no tiemblas, no vacilas,
y hay al mirarnos atracción tan fuerte,
que lo olvidamos todo, vida y muerte,
suspensos en la luz de tus pupilas.
Y mi vida penetras y te siento
tan cerca de mi propio pensamiento
y hay en la posesión tan honda calma,
que interrogo al misterio en que me abismo
si somos dos reflejos de un ser mismo,
la doble encarnación de una sola alma.

Enrique González Martínez

SOLAMENTE


Ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios.
Ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida.

Alejandra Pizarnik

4 de noviembre de 2008

POEMA DEL AMOR AJENO



Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo

como queda un perfume donde había una flor.

Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo;

y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor.



La vida nos acerca y la vez nos separa,

como el día y la noche en el amanecer...

Mi corazón sediento ansía tu agua clara,

pero es un agua ajena que no debo beber...



Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo,

nunca te vas del todo, como una cicatriz;

y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo,

pues al perder la espiga retiene la raíz.



Tu amor es como un río, que parece más hondo,

inexplicablemente, cuando el agua se va.

Y yo estoy en la orilla, pero mirando al fondo,

pues tu amor y la muerte tienen un más allá.



Para un deseo así, toda la vida es poca;

toda la vida es poca para un ensueño así...

Pensando en ti, esta noche, yo besaré otra boca;

y tú estarás con otro... ¡pero pensando en mí!




José Ángel Bueza

EL SONETO DE TU VOZ



Blanda en mi entraña, como tibia lluvia,
beso aplastado corazón a vena;
tiembla en mis ojos, como sol en río
tañe en mis pulsos dolorida plata.
Pincel que te dibuja estremecida
rama en el agua azul de mis anhelos
pasa por mí, y se lleva mi dulzura
como un rayo de luz que fuese abeja.
Ave a quien le nací con viento y nido,
su ala sabe el curso de mi arroyo,
y en el ángulo agudo de su vuelo
-punta de corazón hiriendo en flecha-
una gota de sangre nueva siempre
recarmina las rosas del deseo.

Josefina Pla

ENVILECE....




Envilece, devora, enferma, embriaga
La vida de ciudad: se come el ruido,
Como un corcel la yerba, la poesía.
Estréchanse en las casas la apretada
Gente, como un cadáver en su nicho:
Y con penoso paso por las calles
Pardas, se arrastran hombres y mujeres
Tal como sobre el fango los insectos,
Secos, airados, pálidos, canijos.
Cuando los ojos, del astral palacio
De su interior, a la ciudad convierte
El alma heroica, no en batallas grandes
Piensa, ni en templos cóncavos, ni en lides
De la palabra centelleante: piensa
En abrazar, como un haz, los pobres
Y adonde el aire es puro, y el sol claro
Y el corazón no es vil, volar con ellos.

Jose Marti

2 de noviembre de 2008

DELIRIUM TREMENS


Llegaron mis amigos de colegio
Y absortos vieron mi cadáver frío;
«¡Pobre!» exclamaron, y salieron todos...
Ninguno de ellos un adiós me dijo.
Todos me abandonaron. En silencio
Fui conducido al último recinto;
Ninguno dio un suspiro al que partía,
Ninguno al cementerio fue conmigo.
¡Cerró el sepulturero mi sepulcro...
Me quejé, tuve miedo y sentí frío,
Y gritar quise en mi cruel angustia,
Pero en los labios espiró mi grito!
El aire me faltaba, y luché en vano
Por destrozar mi féretro sombrío.
Y en tanto.., los gusanos devoraban,
Cual suntuoso festín, mis miembros rígidos.
¡Oh mi amor! dije al fin, ¿y me abandonas?
Pero al llegar su voz a mis oídos
Sentí latir el corazón de nuevo,
Y volví al triste mundo de los vivos.
Me alcé y abrí los ojos. ¡Cómo hervían
Las copas de licor sobre los libros!
El cuarto daba vueltas, y dichosos
Bebían y cantaban mis amigos.

Ismael Enrique Arciniegas

EL PECADO CONTIGO




Descubro en tu forma sinuosa
el mágico aliento de una pasión

y recorro con furia tus poros

y me inundo en el sudor de tu piel,

me ahogo en la miel de tus pechos,
y tu espalda es como un latir
de sangre caliente
y urgente
que hace a mis ansias vivir.
Me arrojo entregado a tus brazos

y me siento a la vez el dueño
de tus besos,
de tu boca, de tus sueños,

que son el invisible pero fuerte lazo

que me ata a tu ardiente existir,

y si me dieran a poder elegir

entre un mundo dorado y perfecto
y la pequeña burbuja donde te amé,
no dudes que ahora estaría
en ella,
contigo, sin miedo a perder.

Me roza tu piel y me hierve la sangre
mitigan tus besos mi sed y mi hambre,

me miran tus ojos y se escapa mi pecho
a buscar en el cálido lecho
la razón que se vuelve pecado...

Miguel Angel Turco