CafePoetas es un Blog sin animo de lucro donde se rinde homenaje a poetas de ayer, hoy y siempre.

29 de septiembre de 2008

CUANDO VA A SER LA NOCHE



Clavan su presencia palpitante
sobre un oro cansado de ceniza,
pájaros oscuros que se mecen
en el dorso del agua estremecida.

Silencios sus gargantas amontonan,
inertes van las alas en sus flancos.
Ni ojos que los miren ni una frente
que les piense. Sólo pájaros.

La hora está en su fin. Todo se acaba
o todo va a empezar... Si se supiera
que fin y que principio son lo mismo
acaso este presente nos cediera

la almendra de su luz, nos entregara
la pulpa del saber a qué vinimos;
si somos elegidos de otros mundos
o somos sus esclavos, con destino

de darnos en sustento de su vida.
El oro es una ausencia, la ceniza
responde al acoso infatigable...
Lo eterno se concentra en su manida.

Carmen Conde

EL REINO DE LOS BEODOS




Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual por ley justa se previno:
-Ninguno cate el vino.-
Con júbilo el mas loco
aplaudióse la ley, por costar póco:
acatarla después, ya es otro paso;
pero en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco.

Extrañado que el pueblo no la entienda.
El Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: Ninguno cate el vino,
añadió, blanco, al parecer, con tino.
Respetando la enmienda el populacho,
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto ¡mas qué instinto!
que el privado en tal caso no era el tinto.

Corrido ya el Senado,
en la segunda enmienda, de contado
-Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto,- les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.
Tercera vez burlado,
- dijo el Senado;

Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeis que luégo lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de ese modo al cesar dió un manifiesto:
La ley es red, en la que siempre se halla
descompuesta una malla,
por donde el ruin que en su razón no fía,
se evade suspicaz... ¡Qué bien decía!

Y en lo demás colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
Jamás la ley enfrena
al que a su infamia su malicia iguala:
si se ha de obedecer, la mala es buena;
mas si se ha de eludir, la buena es mala.


Ramon de Campoamor

EN MI PECHO FELIZ

No he buscado poder ni mental,
mas viví en una marcha nupcial...
Me parece que por amar tanto
voy bebiendo una copa de espanto.
Claroscuro de noche y de día;
corazón y cabeza y hombría,
los tres nudos que tiene mi ser
a la buena y la mala mujer.
En mi pecho feliz no hubo cosa
de cristal, terracota o madera,
que abrazada por mí, no tuviera
movimientos humanos de esposa.
¡Desdichado el que en la hora lunar
en su lecho no huele a azahar!
Desposémonos con la sencilla
avestruz, con la liebre y la ardilla...

Ramón López Velarde

28 de septiembre de 2008

SOL Y CARNE



Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...
El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!

JeanArthur Rimbaud

TU PARA MI



I

Tú para mí, yo para ti, bien mío
-murmurabais los dos-
«Es el amor la esencia de la vida,
no hay vida sin amor» .
¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!...
¡Qué albos rayos de sol!...
¡Qué tibias noches de susurros llenas,
qué horas de bendición!
¡qué aroma, qué perfumes, qué belleza
en cuanto Dios crió,
y cómo entre sonrisas murmurabais:
«¡No hay vida sin amor!»


II
Después, cual lampo fugitivo y leve,
como soplo veloz,
pasó el amor..., la esencia de la vida...;
mas... aún vivís los dos.
«Tú de otro, y de otra yo» , dijisteis luego.
¡Oh mundo engañador!
Ya no hubo noches de serena calma,
brilló enturbiado el sol!...
¿Y aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,
mujer, tu corazón?
No es tiempo ya de delirar, no torna
lo que por siempre huyó.
No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno
frío y desolador.
Huella la nieve, valerosa, y cante
enérgica tu voz.
¡Amor, llama inmortal, rey de la tierra,
ya para siempre, adiós!

Rosalía de Castro

26 de septiembre de 2008

EL AMOR NUEVO



Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.

En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.

Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la ruina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...
¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?

-Es que tú no supiste amar...

Amado Nervo

REALIDAD




En el dulce reposo de la tarde
cuando al ponerse el sol en occidente
su luz dorada, de la vida fuente,
como una hoguera en los espacios arde,
o de la noche en el silencio umbrío
cuando la luna con fulgor de plata
alumbra a trechos el sonante río
y en sus límpidas ondas se retrata,
entre las sombras de la vida hay horas
en que la realidad que nos circuye
a detener el ímpetu no alcanza
de nuestra alma que a lo lejos huye
y a la región de lo ideal se lanza...
Y entonces cuando pienso en tus amores
nuestras dos vidas deslizarse veo
no cual la realidad que aja sus flores
sino cual la ilusión de tu deseo.
No por las conveniencias separados,
soñando tú conmigo, yo en tus sueños,
sino juntos los dos en los collados
de la Arcadia risueños;
asidos por las manos a lo lejos
buscando el fin de la campiña amena
a los pálidos rayos de la luna.
O del ardiente sol a los reflejos,
dejando transcurrir una por una
las no cantadas horas venturosas
que no mancha la sombra de una pena
libando amor... y deshojando rosas...
Del verdor y del musgo en lo sombrío
ocultos en lo ignoto del boscaje
radiante aún de gotas de rocío
de virgen fuerza y de vigor salvaje;
sentados a la orilla del torrente
tú escuchando los ecos del follaje
yo acariciando -trémula la mano-
tus rizos al caer sobre tu frente...
••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
Otras veces trayendo a la memoria
los fantasmas de un tiempo ya pasado
junto con ellos cual sencilla historia
los ideales de tu amor soñado.
Y es entonces un gótico castillo
de altivas torres de musgosas piedras
en cuyo muro gris crecen las hiedras
teatro de nuestro amor santificado.
Y en reducida y perfumada estancia
cuyos tapices abrillanta y dora
el fuego de la antigua chimenea,
juntos los dos oímos a distancia
diciéndonos protestas de ternura
la voz del agua que al perderse llora
y el viento que en los árboles cimbrea
entre el silencio de la noche oscura.
O en frágil barca en plácida mañana
de lago azul flotando en los cristales
con la mirada errantes contemplamos
el cielo, la ribera, los juncales,
y las nieblas que inciertas, vaporosas,
van a perderse en la región lejana
como se pierda la esperanza humana
o el postrimer aroma de las rosas.
Mas cuando el alma en sus ensueños flota,
la realidad asoma de improviso
no más resuena la encantada nota...
Brotan espinas do la rosa brota,
y en cruel se torna el paraíso.
Vuelvo a mirar... y pienso que nacimos
para vivir por siempre separados,
que no es una la senda que seguimos
y que la lumbre que cercana vimos
fue visión de tu amor y tus cuidados.
Y al comparar la realidad penosa
con los paisajes de ideal que miro
en el fondo del alma lastimosa
para tu dulce amor -niña piadosa-
para tu dulce amor surge un suspiro.

José Asunción Silva

ELEGIA PARA DECIRME





Yo le recuerdo aquí: donde me duele
el color que le trajo a mi esperanza;
y le recuerdo aquí porque soy triste
y ya no puedo echarme entre sus lágrimas.

¿Qué corazón saldría de este insomnio
si yo supiera ser una muchacha;
si no me pareciera tanto a mis ojeras,
ni a esta tarde de invierno, así doblada!

Pero me acuerdo aquí de que anda lejos
el que vivió a la vuelta de mi espalda.
Me acuerdo de su nombre perezoso
que casi no quería ser palabra.

Me acuerdo de su risa mal abierta
riñéndole por dentro a la mirada,
y de su frente que crecía;
y de su voz inútil como el alba

y de un secreto que quedó inconcluso
aquel domingo en que amó la nada.
¿Qué corazón saldría de este insomnio
si yo supiera ser una muchacha!

Pero me duele aquí, donde me canso,
aquel hombre agobiado por crisálidas.
Pero me duele aquí, donde soy sola,
esta verdad metida entre dos alas.

Qué corazón saldría de este insomnio...
Pero soy todo el blanco que se acaba,
y no me porto bien con la alegría
por lo que traigo al sur de mi garganta.

Carilda Oliver

24 de septiembre de 2008

TU QUE NUNCA SERAS




Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, mas juega y rueda el dado.

Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,

y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, más me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.

Alfonsina Storni

TANGO DEL VIUDO



Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola pena podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre,
y ya no podrás recordar, mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún,
quejándome del trópico, de los coolíes coringhis,
de las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.

Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre solo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.

Pablo Neruda

NO, NO DIGAS NADA




¡No: no digas nada!
Suponer lo que dirá
tu boca velada
es oírlo ya.
Yo oí lo mejor
de lo que dirías.
Lo que eres no viene a la flor
de las frases y los días.
Es mejor de lo que tu.
No digas nada: lo sé!
Gracia del cuerpo desnudo
que invisible se ve.

Fernando Pessoa

21 de septiembre de 2008

ULTIMO AMOR



Yo andaba entre la sombra, cuando como un fulgor
llegaste tú de pronto con el último amor.
Pero bastó un efluvio de antiguas primaveras
para reconocerte, para saber quien eras.

Y eras la misteriosa mujer desconocida,
que entristeció de ensueño lo mejor de mi vida.
La de las tardes grises y los claros de luna,
la que busqué entre tantas y no encontré en ninguna.

Y hoy tal vez como un premio, tal vez como un castigo,
lo mejor de mi vida será morir contigo.
He pensado esta noche, sintiéndote tan mía
que así como llegaste, pudieras irte un día.

Lo he pensado eso es todo. Pero si sucediera...
Dejaré que te vayas sin un adiós siquiera.
Y cuando te hayas ido... yo que nunca me quejo,
me vestiré de luto y aprenderé a ser viejo.

Pero si me muriera sin poder olvidarte
y después de la muerte se llega a alguna parte,
preguntaré si hay sitio para mí junto a ti,
y Dios seguramente responderá que sí.

Jose Angel Buesa

UNO NO ESCOGE




Uno no escoge el país donde nace;
pero ama el país donde ha nacido.

Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;
pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.
Nadie puede taparse los ojos, los oídos,
enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir,.
una historia que nacer
una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo:
Ahora podemos hacer el mundo
en que nacerá y crecerá
la semilla que trajimos con nosotros.

Gioconda Belli

LA FLAUTA DEL PASTOR




Una flauta en la montaña...
es la flauta del pastor...
la luna los campos baña...
¡Vuelve el antiguo dolor!

Esa música que viene

un recuerdo a despertar,
¡cuán honda tristeza tiene!
¡cómo hace a solas llorar!

Cogiendo en el huerto

flores una mañana la vi.
La misma canción de amores,
cogiendo flores, le oí.

Tocando, en la noche en calma,

su flauta sigue el pastor.
Llora el recuerdo en el alma...
¡Volvió el antiguo dolor!

Ismael Enrique Arciniegas

16 de septiembre de 2008

UN AMOR INDECISO






Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta...
Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.
Yo le digo al amor: - ¿Qué te trae a mi casa?
Y el amor no responde, no saluda, no pasa...
Es un amor pequeño que perdió su camino:
Venía ya la noche... Y con la noche vino.
¡Qué amor tan pequeñito para andar con la sombra!...
¿Que palabra no dice, qué nombre no me nombra?...
¿Qué deja ir o separa? ¿Que paisaje apretado
se le quedó en el fondo de los ojos cerrados?...
Este amor nada dice... Este amor nada sabe:
Es del color del viento, de la huella de un ave.
(...) Extraño amor sin rumbo que me gana y me pierde,
que huele las naranjas y que las rosas muerde...
Que todo lo confunde, lo deja... ¡Y no lo deja!
Que esconde estrellas nuevas en la ceniza vieja...
Y no sabe morir ni vivir: Y no sabe
que el mañana es tan solo el hoy muerto...
El cadáver futuro de este hoy claro, de esta hora cierta...
Un amor indeciso se ha dormido a mi puerta...

Dulce Maria Loynaz

SOLEDAD



Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitable el polo.



Rosalía de Castro

SIEMPRE AMOR




No sólo por gozarte te he buscado:
también te quiero para padecerte,
porque el solo placer de poseerte
no da la plenitud de haber amado.

El vivo resplandor de lo gozado
menos amor es siempre que aquel fuerte
dolor de corazón que nos advierte
la dicha cruel de estar enamorado.

Te sufro con dolor, con alegría,
con deleite, con odio, con dulzura,
y la felicidad es agonía.

Si algún día nací, fue para verte;
por saber tu pasión y tu hermosura,
para gozarte, Amor, y padecerte.

Dora Castellanos

EL CREPUSCULO MATUTINO




La diana cantaba en los patios de los cuarteles,
Y el viento de la mañana soplaba sobre las linternas.
Era la hora en que el enjambre de los sueños malignos
Tuerce sobre sus almohadas los atezados adolescentes;

Cuando, cual un ojo sangriento que palpita y se menea,
La lámpara en el amanecer es una mancha roja;
Cuando el alma, bajo el peso del cuerpo rudo y pesado,
Imita los combates de la lámpara y del día.

Como un rostro en llanto que las brisas enjugan,
El aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan,
Y el hombre está fatigado de escribir y la mujer de amar,
Las casas, aquí y allá, comienzan a humear,

Las hembras de placer, el párpado lívido,
Boca abierta, dormían con su sueño estúpido;
Las pordioseras, arrastrando sus senos fláccidos y fríos,
Soplaban sobre sus tizones y soplaban sobre sus dedos.

Era la hora en que, entre el frío y la roñería
Se agravan los dolores de las mujeres yacientes;
Cual un sollozo cortado por un vómito espumoso
El canto del gallo, a lo lejos, rasgaba el aire brumoso;

Un mar de nieblas bañaba los edificios,
Y los agonizantes en el fondo de los hospicios
Exhalaban su postrer estertor en hipos desiguales.
Los libertinos regresaban, destrozados por sus esfuerzos.

La aurora tiritante, vestida de rosa y verde,
Avanzaba lentamente sobre el Sena desierto,
Y la sombra de París, frotándose los ojos,
Empuñaba sus herramientas, anciano laborioso.

Charles Baudelaire

15 de septiembre de 2008

CHORRO



Cantilena rasposa de tu triste miseria
que escuchastes de pibe en el vago bulín,
aguantando a tu vieja las fajadas de histeria
y a tu viejo el rosario de tarugo manghín.

Nadie tuvo un consejo pa' tu vida de reo,
tras el largo reproche iba el faje fatal,
malanfiaste de salto, pelechastes bien feo
y la escuela fue un mito de liturgia ancestral.

No tuviste respeto a la ley, a la hombría,
y al derecho ganado por herencia o acción;
por los pobres buracos de tus pilchas, un día
se piantó la nobleza de tu buen corazón.

Por diabluras de pibe conocistes la cana
y barristes las cuadras en más e una ocasión,
te tirastes en contra de la gente bacana
pues creístes que el rana es pequero o ladrón.

Vos nacistes pa' chorro como yo pa' hacer versos,
como el gato pa' gato, como el león pa' ser león,
el destino que rige tus instintos perversos
es el mismo que rige mi cordial vocación.

Pa' qué vas a decirme que sos manso y sos bueno
si yo sé que en el fondo sin querer me engrupís;
por vivir tu existencia sin medida y sin freno
te dirá "Caro fratte" San Francisco de Asís.

Celedonio Flores

AMANTE




Es igual que reír dentro de una campana:
sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.

Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo
y yo te transparento: soy tú para la vida.
No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.
No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya
esta mortal ausencia que se duerme en mi boca,
cuando clama la voz en desiertos de llanto.

Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,
y el amor se consuela prodigando su alma.
Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,
y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.

Solamente tú y yo (una mujer al fondo
de ese cristal sin brillo que es campana caliente),
vamos considerando que la vida..., la vida
puede ser el amor, cuando el amor embriaga;
es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;
es, segura, la luz, porque tenemos ojos.

Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres
de desear y ser mucho más que la vida...?
No. Ya lo sé. Todo es algo que supe
y por ello, por ti, permanezco en el Mundo.

Carmen Conde

12 de septiembre de 2008

PASION




Unos besan las sienes, otros besan las manos,
otros besan los ojos, otros besan la boca.
Pero de aquél a éste la diferencia es poca.
No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Pero, encontrar un día el espíritu sumo,
la condición divina en el pecho de un fuerte,
el hombre en cuya llama quisieras deshacerte
¡como al golpe de viento las columnas de humo!

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda,
haga noble tu pecho, generosa tu falda,
y más hondos los surcos creadores de tus senos.

¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine
te encienda al rojo-blanco, y te arda, y te calcine
hasta el seco ramaje de los pálidos huesos!


Alfonsina Storni

A OFELIA PLISSE




Yo no te vi jamás; pero hubo un día
En que un patriota y joven peregrino
Que de esa tierra donde existes, vino
Hasta las playas de la patria mía,
Conmovido me habló de tu hermosura
Que de una diosa el don llamarse puede,
Y que admirable y rara, sólo cede
A la santa virtud de tu alma pura.
Cruzaba yo, me dijo tristemente,
Mi camino erial desfallecido
Temiendo sucumbir, mas de repente
Me encontré sorprendido
Al levantar mi dolorida frente,
Con un carmen florido;
Que resguardan altivos cocoteros,
Que embalsaman obscuros limoneros,
Y que esmaltan jazmines y amapolas,
Y que mecen pujantes
De dos océanos las inmensas olas.
Es Panamá la bella; la cintura
De la virgen América, allí donde
Del mundo de Colón el cielo esconde
La grandeza futura.
Como símbolo santo, hermoso y puro
De esa edad venturosa y anhelada,
Cuya luz ya descubre la mirada
Del porvenir en el confín obscuro,
Existe una beldad, joven, risueña,
Inteligente, dulce y seductora
Como un amante en sus afanes sueña,
Como un creyente en su delirio adora.
Es Ofelia, la diosa de ese suelo,
La maga de ese carmen encantado,
De dicha imagen ideal deseado,
El astro fulgurante de aquel cielo.
La perfumada flor, la que descuella,
De corola gentil, fresca y lozana,
Abriéndose a la luz de la mañana
En los jardines ístmicos, ¡es ella!
Allí la admiración le erigió altares,
Incienso le da Amor, la Poesía
Le consagra dulcísimos cantares;
Y un himno inmenso Libertad le envía
Entre el ronco suspiro de los mares.
Yo la vi, la adoré cual peregrino
A quien la mano del dolor dirige;
Adorarla y pasar fue mi destino.
¡Ay! Yo me alejo, mi deber lo exige,
Mas su recuerdo alumbra mi camino;
Yo llevaré su imagen por do quiera,
Y confundiendo en uno mis dolores
Y en un objeto uniendo mis amores,
Yo escribiré su nombre en mi bandera.
Tú a esa tierra lejana
En las dóciles alas de los vientos
Envía de tu lira los acentos
A esa beldad que he visto, soberana.
Así me dijo el joven peregrino
Y siguió con tristeza su camino.

Ignacio Manuel Altamirano

SINTESIS




Vive tu vida y ámala, sea buena
o mala para ti: ese es tu sino.
Si te punzan las zarzas del camino
haz un yambo votivo de tu pena.

Ten tu copa de amor bullente y llena,
y embriágate de amores y de vino,
Baudelaire te lo dijo: haz un divino
canto a pan de tu vida ardiente y plena.

Musicaliza todo : tus dolores,
tus placeres, los páramos, las flores,
vive en perenne Domingo de Ramos.

Y espera anacreóntico la muerte
diciendo ante el enigma de la suerte
como Rubén: -¡Señor!... ¿A dónde vamos?...


Hilarión Cabrisas

EL BRINDIS DEL BOHEMIO




En torno de una mesa de cantina,
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.

Los ecos de sus risas escapaban
Y de aquel barro quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.

El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al revolverse en nada
la vida de los sueños.

Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky y ajenjo.

Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que melosa y delicada,
la música de un verso.

A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos
del grupo, y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.

Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del felíz año, nuevo ...

Una voz varonil dijo de pronto;
Las doce, compañeros.
Digamos el requiscat por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¡Brindemos por el año que comienza!
porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos.

Brindo, dijo otra voz, por la esperanza,
que a la vida nos lanza
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza nuestra, dulce amiga
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.

Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara a mi, sino
una pálida estrella: Mi esperanza.

¡Bravo!, dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste breve, bueno y sustancioso.

El turno es de Raúl: alce su copa
y brinde por ... Europa,
ya que su extranjerismo es delicioso.

Bebo y brindo, exlamó, el interpelado,
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría;
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mia ...

Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre la negrura,
mi corazón esparza sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de delirios, de desvelos.

Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonrie, que canta y que enamora.

Brindo porque mis versos cual saetas
lleguen hasta las grietas
formadas de metal y de granito
del corazón de la mujer ingrata
que a desdenes me mata ...

¡Pero que tiene un cuerpo muy bonito!
Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos,
porque con creces mi pasión me apague ...

¡Vamos!, porque me embriague
con el divino nectar de sus besos.

Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones y reir y todo.

Se brindó por la Patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen de un valladar una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llenan de rosas,
y hacen de la mujer la cortesana.

Sólo faltaba un brindis, el de Arturo,
el del bohemio puro, de noble corazón
y gran cabeza; aquel que sin ambages
declaraba que sólo ambicionaba
robarle inspiración a la tristeza.

Por todos estrechado alzó la copa
frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento.

Los inundó en la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento:

Brindo por la mujer, mas no por esa
en la que halláis consuelo en la tristeza
rescoldo de placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos,
cuando besáis sus risos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,
brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos;
por la mujer que me arrulló en la cuna.

Por la mujer que me enseñó de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero,
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dió en pedazos
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi madre! bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio la vida
y ternura y cariño, por la que fue la luz del alma mía
y lloró de alegría, sintiendo mi cabeza
en su corpiño.

Por esa brindo yo,
dejad que llore, y en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina.

Dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infelíz que gime y llora
y que del cielo implora,
que vuelva yo muy pronto a estar con ella,
por mi madre, bohemios,
que es dulzura vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella ...

El bohemio calló, ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente,
un poema de amor y de amargura.

Guillermo Aguirre y Fierro

LA PERCANTA AQUELLA



Entró por la rueda del milongamiento
una tarde, sola, porque se aburría,
y el candombe triste de un tango aquel día
le quitó la pena y el aburrimiento.

Así se dio el juego de remanyamiento
con un bacanejo que la requería,
embrión de cafishio, bacán de avería,
canchero en las lides de amarrocamiento.

Y hoy tiembla la alfombra si suena la orquesta
y sale a la pista la yunta dispuesta
a rayarse un tango y hacerse notar...

¡Casal de palomas manchadas de fango
que hilvanó un cariño al compás de un tango...
de un tango tan triste que hacía llorar!...


Celedonio Flores

9 de septiembre de 2008

LA SALIDA DEL SOL




Ya brotan del sol naciente
los primeros resplandores,
dorando las altas cimas
de los encumbrados montes.
Las neblinas de los valles
hacia las alturas corren,
y de las rocas se cuelgan
o en las cañadas se esconden.
En ascuas de oro convierten
del astro rey los fulgores,
del mar que duerme tranquilo
las mansas ondas salobres.
sus hilos tiende el rocío
de diamantes tembladores,
en la alfombra de los prados
y en el manto de los bosques
sobre la verde ladera
que esmaltan gallardas flores,
elevan sus frente altiva
los enhiestos girasoles,
y las caléndulas rojas
vierte al pie sus olores.
Las amarillas retamas
visten las colinas, donde
se ocultan pardas y alegres
las chozas de los pastores.
Purpúrea el agua del río
lame de esmeralda el bordo,
que con sus hojas encubren
los plátanos cimbradores;
mientras que allá en la montaña,
flotando en la peña enorme,
la cascada se reviste
de iris con los colores.
El ganado en las llanuras
trisca alegre, salta y corre;
cantan las aves, y zumban
mil insectos bullidores
que el rayo del sol anima,
que pronto mata la noche.
En tanto el sol se levanta
sobre el lejano horizonte,
bajo la bóveda limpia
de un cielo sereno. . . Entonces
sus fatigosas tareas
suspenden los labradores,
y un santo respeto embarga
sus sencillos corazones.
En el valle, en la floresta,
en el mar, en todo el orbe
se escuchan himnos sagrados,
misteriosas oraciones;
porque el mundo en esta hora
es altar inmenso, en donde
la gratitud de los seres
su tierno holocausto pone;
y Dios, que todos los días
ofrenda tan santa acoge,
la enciende de Sol que nace
con los puros resplandores.

Ignacio Manuel Altamirano

PENA Y ALEGRIA DEL AMOR

Mira cómo se me pone
la piel cuando te recuerdo.
Por la garganta me sube
un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos
y en mi sien una corona
hecha de alfileres negros.
Mira cómo se me pone
la piel ca vez que me acuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.
Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo.
¡Ay, pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría,
quererte como te quiero!
Cuando por la noche a solas
me quedo con tu recuerdo
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento.
Y luego, qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía,
luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta
siempre pendiente del techo.
Salgo de mi casa al campo
sólo con tu pensamiento,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.
Ayer, en la Plaza Nueva,
—vida, no vuelvas a hacerlo—
te vi besar a mi niño,
a mi niño el más pequeño,
y cómo lo besarías
—¡ay, Virgen de los Remedios!—
que fue la primera vez
que a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
y aunque la tierra se abra
y aun cuando lo sepa el pueblo
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Rafael de León

EN EL ESCORIAL



Resuena el marmóreo pavimento
del medroso viajero la pisada,
y repite la bóveda elevada
el gemido tristísimo del viento.

En la historia se lanza el pensamiento,
vive la vida de la edad pasada,
y se agita en el alma conturbada
supersticioso y vago sentimiento.

Palpita allí el recuerdo, que allí en vano
contra su propia hiel buscó un abrigo,
esclavo de sí mismo, un soberano
que la vida cruzó sin un amigo;
águila que vivió como un gusano,
monarca que murió como un mendigo.

Vicente Riva Palacio

LA VIOLACION DE LUCRECIA-PRIMERA PARTE



De la sitiada Aldea, apresuradamente,
impulsado por alas de un infame deseo,
abandona Tarquino su ejército romano
y lleva hacia Colatino, el mal fuego sin lumbre,
que oculto entre cenizas, acecha ese momento
de lanzarse y ceñir con llamas la cintura
de la casta Lucrecia, amor de Colatino.

Quizá aguzó el deseo el nombre de la casta
su embotado filo despertó su lujuria,
cuando el buen Colatino, quizá imprudentemente,
no dejó de alabar la mezcla rosa y blanco
que fulgía triunfal en su felicidad,
donde luces mortales, igual a las del cielo
a él sólo se le daban en peculiar encanto.

Pues la noche anterior, hablando con Tarquino,
le había descubierto su tesoro de dicha,
esa inmensa riqueza donada por el cielo,
al poseer por siempre a su bella consorte,
cotizando su dicha a tan alto valor,
que podían los reyes casarse con más glorias,
pero ni rey ni par con dama parecida.

¡Oh, clamorosa dicha, gozada por tan pocos
y que apenas se obtiene se esfuma y se termina,
cual plateado rocío fundido en la mañana
con los primeros rayos del resplandor del sol!
¡Oh, plazo que ya expira antes de su comienzo!
La honra y la belleza en los brazos del dueño
son débiles defensas para el pérfido mundo.

La belleza, por serlo, resalta sin ayudas
a los ojos del hombre sin pregonar su fama:
¿para qué es necesario hacer su apología,
de una cosa por rara, siempre tan singular?
¿por qué Colatino, el público orador
del valor de su joya, que debió proteger
de oídos de raptores por ser su bien preciado?

Tal vez hacer alarde de la bella Lucrecia,
sugestionó a este infame, primer hijo de rey,
que por nuestros sentidos, se tienta al corazón.
O tal vez fue la envidia de prenda tan valiosa,
que sin igual retaba toda ponderación,
la que picó en su mente y un súbdito gozara
de un lote tan dorado, que para sí quisiera.

Mas sea lo que fuere, su osado pensamiento,
le instigó con la prisa y sin mediar razones
de honor o de linaje, de asuntos o amistad,
olvidándolo todo, se alejó raudamente,
para apagar la brasa que en hígado ardía.
¡Oh falso arder envuelto en helado pesar,
primavera marchita que no envejece nunca!

Cuando llegó a Colatio, este pérfido noble,
Fue muy bien recibido por la dama romana,
en cuya faz luchaban, virtudes y belleza
¿cuál de las dos tendría mejor reputación?
Al loar la virtud la otra enrojecía
y si esta se jactaba del rubor, por despecho,
la virtud lo borraba con palidez de luna.

Mas sabe la belleza, que recibe su albura
de palomas de Venus y acepta el bello reto;
la virtud le reclama su carmín a la otra,
pues fue un préstamo dado a las edades de oro,
para servir de escudo a rostros plateados,
enseñando su uso al rubor que defiende
de todas las vergüenzas, la dulce palidez.

Este blasón tenía el rostro de Lucrecia
el rojo de belleza y el blanco de virtud;
respectivos colores de su real poder,
probando su derecho desde el Génesis mismo,
mas su ambición le instiga a proseguir la lucha
y son tan soberanas estas dos combatientes
que intercambian sus tronos en cada nueva lid.

Esta silente guerra de lirios y de rosas,
Tarquino contemplaba en la faz de Lucrecia.
Entre las castas filas sus ojos se aposentan
y entre estas combatientes teme verse morir.
Ya vencido y cautivo el cobarde se entrega,
ante los dos ejércitos. Mas le dejan partir
antes que ver su triunfo, sobre un falso enemigo.

Ahora piensa que el verbo del elocuente esposo,
el pródigo avariento, que tanto la ensalzó,
a pesar de su esfuerzo, no explicó la hermosura,
pues esta, excede en mucho la estéril narración.
Así a las alabanzas de aquel fiel Colatino,
hechizado Tarquino, responde con su mente,
sin dejar de mirar con asombrados ojos.

Esta santa terrestre por Satán adorada,
sospecha poco o nada del falaz orador
que el noble pensamiento rara vez sueña el mal.
Las aves no apresadas no temen a las sombras,
por eso confiada le da la bienvenida
y acoge con respeto al príncipe de huésped,
cuya interior maldad, no refleja su aspecto.

Amparado se encubre en su elevada estirpe
ocultando sus fines entre pliegues reales.
Nada en él revelaba su lujuria y desorden,
si acaso la excesiva mirada de sus ojos
que abrazándola toda no le satisfacía,
pues, pobre en su riqueza, carece de abundancia
y hastiado de lo mucho aspira siempre a más.

Y ella que no compite con miradas extrañas,
no puede hallar malicia en la osada mirada,
ni leer sus secretos, aun siendo transparentes,
escrito en el cristal de semejante libro
y al no usar tentaciones no temía el anzuelo,
ni presentir siquiera en su falsa mirada,
ya que sólo veía unos ojos mirándola.

El le cuenta al oído, la fama de su esposo,
adquirida en los llanos de la fértil Italia
y cubre de alabanzas la gloria de su nombre,
ilustrando el valor del alto caballero,
de sus melladas armas y coronas de triunfo.
Ella expresa su gozo, elevando sus manos
y agradece en silencio los triunfos del marido.

Con fingidos pretextos que ocultan sus motives
se excusa el vil Tarquino de su impronta llegada.
Ninguna nube indica un tiempo de tormenta
en su divino cielo, ni ella presiente nada.
Pero al llegar la noche madre de los terrores-
derrama sobre el mundo sus oscuras tinieblas
y esconde en su cubil el luminoso día.

Para entonces Tarquino, reclamará un buen lecho,
simulando cansancio y fatigado espíritu,
pues después de la cena, alarga sus historias
a la casta Lucrecia, mientras la noche llega.
Lucha el sueño de plomo con las aladas fuerzas.
Es hora del reposo, excepto los ladrones
y mentes turbulentas en permanente insomnio.

Igual que estos, Tarquino, medita más que yace,
los peligros que encierra obtener su deseo.
Su voluntad resuelve conseguir su capricho,
débiles fundamentos le aconsejan ser cauto.
Desesperado insiste para lograr el éxito,
que el premio que le espera aunque la muerte implique,
bien merece el intento, sin reparar en nada.

Los que mucho codician se muestran tan ansiosos
por adquirir sus logros, que por lo que no tienen,
disipan y derrochan sus propias pertenencias.
Y en espera del más, obtiene siempre el menos,
o si en algo mejoran, el fruto de su esfuerzo
es tan escaso y pobre, tan lleno de inquietudes,
que arruinan su riqueza, pagando el interés.

La esperanza de todos es mantener la vida
con honor y con dicha en la edad del descenso
y es preciso lograrlo, salvando los obstáculos,
al exponer los bienes en falsas mutaciones.
Por el honor, la vida, en las crueles batallas,
o el honor por el oro y más cuando este entraña,
la muerte de los seres y todo lo perdemos.

Así, nos exponemos y siempre abandonamos,
aquello que tenemos por lo que ya esperamos
y hay en la odiosa fiebre de la vil ambición,
un oculto tormento: El de la mezquindad
de lo que poseemos, de suerte que olvidarnos
nuestro bien personal y faltos de razón,
reducimos las cosas por querer agrandarlas.

Una suerte gemela, padecerá Tarquino,
al pignorar su honor por su sed de lujuria,
para satisfacerse, necesaria es su ruina.
¿Dónde hallar la verdad si uno no cree en sí mismo?
¿Cómo espera encontrar justicia en un extraño,
cuando él mismo se pierde y sin razón se entrega,
a las lenguas infames y a los días más tristes?

Ahora el tiempo ha robado la vacilante noche,
donde un sueño pesado hace entornar los ojos.
Ninguna luz de estrella le presta claridad.
Sólo se escucha al lobo y el grito de los búhos,
Ha llegado el momento de poder sorprender
al cordero inocente. Duerme la mente en paz
mientras el ladrón vela sus armas de matar.

Tarquino, lujurioso, abandona su lecho,
sobre su brazo lanza bruscamente su manto
y se agita febril de deseo y temor.
El deseo le halaga y el temor le recela,
pero el honesto miedo, al conjuro del otro,
no le instiga ni apremia para que se retire,
batido en la violencia del más loco deseo.

Golpea con su espada un duro pedernal,
para hacer salir lumbre de la gélida piedra.
De esta manera enciende una antorcha de tea,
cual estrella polar de sus lascivos ojos.
Deliberadamente le dice a sí a la llama:
«Como he logrado el fuego en esta fría piedra,
forzare a que Lucrecia se rinda ante mi fuerza.»

Pálido de temores medita en ese instante
los peligros que encierra, su detestable empresa
y en su interior discute los males venideros,
que pueden por desgracia acarrear sus actos.
Mas arroja temores y sus ojos desprecian
la indefensa armadura de su voraz lujuria
y censura en justicia su injusto pensamiento.

¡Oh, mi brillante antorcha, no le preste la luz
al rostro de Lucrecia, cuya luz te supera!
¡Y, morid pensamientos sacrílegos que manchan
con vuestras impurezas, aquello que es divino!
¡Ofreced puro incienso, en su sagrada ermita
y dejad que los hombres aborrezcan la acción,
que empaña la modesta túnica del amor!

¡Oh, vergüenza del arma y de los caballeros!
¡Oh, deshonor innoble del familiar sepulcro!
¡Impiedad que encarcela a sus horribles daños!
¡Un hombre tan marcial, esclavo de este amor!
El valor verdadero debiera ser respeto.
Mas mi acto es tan vil, mi condición tan baja,
que quedará grabada para siempre en mi rostro.

¡Moriré y el escándalo ha de sobrevivirme,
hiriendo la mirada que vea mi armadura!
Inventará el heraldo la barra degradante,
que atestigüe el exceso de mi propio delirio
y mis hijos y nietos, también avergonzados,
maldecirán mis huesos para salvar su alma,
al desear que el padre nunca hubiera existido.

¿Mas qué gano si obtengo aquello que deseo?
Soñar, un soplo, espuma de un mal furtivo gozo.
¿Por gozar un minuto, llorar una semana?
¿Vender la eternidad por lograr un juguete?
Por un dulce racimo ¿quién a ruina una viña?
¿Qué loco pordiosero, por tocar la corona,
se expondría a morir por el peso del cetro?

Si viera Colatino en sueños mi intención
¿no se despertará y en una rabia loca,
correrá a este lugar a prevenir mis actos,
este asedio constante de su buen matrimonio,
este borrón de imberbe, percance de cordura,
virtud agonizante, superviviente mancha,
cuyo crimen arrastra una deshonra eterna?

¡Oh! ¿Qué excusa podrá imaginar mi falta,
cuando en justicia acuses de tan oscura acción?
¿Será muda mi lengua? ¿Mis piernas temblaran?
¿Se quedará al fin ciego mi falso corazón?
Cuando la culpa es grande, el temor es mayor
y llevado a ese extremo ni lucha ni se esconde,
sino que de terror muere, como un cobarde.

Si Colatino mata a mi padre o mi hijo
o tiende una emboscada para buscar mi muerte,
si no fuera mi amigo, quizás este deseo
de ultrajar a su esposa, tendría alguna excusa;
quizás en la vergüenza o lavar las ofensas.
Pero como es pariente y mi preciado amigo
la vergüenza y la falta no encontrarán excusas.

Que vergüenza si el hecho llegara a conocerse,
es vil, pero no existe, el odio si se ama.
Imploraré su amor, sabiendo que es de otro,
mas lo peor sería que ella me rechazara.
Mi voluntad es fuerte, mas mi razón es débil.
Quien teme una sentencia o el refrán de un anciano,
se deja intimidar por un cuadro pintado.

Irreprensiblemente, mantiene la disputa,
con la fría conciencia y al ardiente pasión,
hasta que al fin despide los buenos pensamientos
y estimula en su uso lo peor de su mente,
la cual en un instante, confunde y aniquila,
los impulsos honestos y van tan en vanguardia
que hasta lo vil parece una acción virtuosa.

Y se dice a sí mismo: «Ella fue afectuosa
y ha mirado en mis ojos buscando las noticias,
de algún nuevo desastre de la facción guerrera,
en la que bravamente luchaba Colotino.
¡Oh, cómo su terror la hizo ruborizarse!
Primero, como rosas, volcadas sobre lino
y luego como el blanco del lino sin las rosas.

Y ¡cómo fue su mano en la mía encerrada,
que me obligó a temblar como temblaba ella!
Esto la entristeció y se aferró más fuerte,
hasta que se enteró del bien del buen esposo.
Entonces. sonreía, tan dulce y tan alegre,
que si el propio Narciso así la hubiera visto,
nunca se hubiera ahogado por amor así mismo.

¿Por qué voy a la caza de pretextos o excusas?
El orador es mudo si litiga belleza
y al pobre desgraciado le remuerden sus faltas.
El amor no prospera si el alma tiene sombras.
La pasión me conduce por ser mi capitán
y si está desplegado el alegre estandarte,
el más cobarde lucha sin rendirse jamás.

¡Fuera, pues, pueril miedo! ¡Muere vacilación!
¡La razón y el respeto escoltan a los viejos!
Mi corazón, jamás, irá contra mis ojos.
Meditar lo pensado es trabajo de sabios,
mi papel es del joven que en escena los tira.
El deseo es mi guía. La belleza mi premio.
¿Quién teme, pues, hundirse, mirando su tesoro?»

Como el trigo se ahoga entre las malas hierbas,
la quietud se sofoca si media la lujuria.
Se desliza este príncipe con el oído atento,
con su esperanza infama y recelo febril.
Ambos son servidores de la vil injusticia,
que le turban con tantas, contrarias persuasiones,
que ora proyecta un pacto y luego una invasión.

Mas dentro de su mente, sólo existe Lucrecia
y en aquel mismo trono, se sienta Colatino.
Con uno de sus ojos adora a la más bella
y con el otro admira la fuerza del guerrero,
mas este no se inclina por atender razones
y trata de atraer al noble corazón,
el cual ya corrompido toma el peor partido.

Y entonces estimula sus serviles poderes,
los cuales halagados por su jocundo jefe,
le llenan de lujuria, como el reloj de horas
y creen en la audacia que el capitán le inspira,
pagando un homenaje más servil del que deben.
Locamente guiado por su infame deseo
va el príncipe romano al lecho de Lucrecia.

Los cerrojos que existen, entre alcoba y deseo,
forzados por su ira, retiran sus escudos,
pero al dejarle paso critican su maldad
con su rechinamiento. Apenas reflexiona:
Los cerrojos chirrían advirtiendo mi paso,
nocturnas comadrejas, chillan cuando me ven,
me asustan, mas no sabe, que doy pavor al miedo.

Cada vez que una puerta le franquea la entrada,
a través de rendijas, de puertas y balcones,
quiere el viento apagar su antorcha y detenerle
y le sopla en los ojos el humo que despide
tratando de que muera la claridad que guía.
Su ardiente corazón, abrasado en deseos,
aviva con un soplo la luz de aquella antorcha.

Con la luz reanimada, acierta a descubrir,
un guante de Lucrecia, donde prende una aguja,
lo coge de la estera en que está abandonado
y al tomarlo, la aguja, le aguijonea un dedo,
como para decirle: «Este guante no usa
de juegos tan lascivos, vuelve atrás raudamente
ya ves que somos castos, por ser de la señora.»

Los frágiles obstáculos no logran detenerle,
e interpreta el reproche en el peor sentido:
Puertas, vientos y guantes apenas le retardan
y tal como accidentes que le prueban, los toma.
O el resorte que impulsa la hora del cuadrante
y retardan el tiempo que miden con su marcha,
porque cada minuto quede en paz con su hora.

¡Bah! dice, estos obstáculos son para mi aventura,
como fugaz helada en primavera,
para añadir encanto a los hermosos días
y ofrecer a las aves la razón de su canto.
Paga con interés, la fatiga, sus prendas.
Las rocas, vendavales, piratas y mal tiempo,
son terror del que merca, su tesoro a su patria

Llega en este momento, al umbral de la alcoba,
que cierra a cal y canto el cielo de su mente.
Mas sólo hay un cerrojo que le impide la entrada
y separa en su busca el deseado objeto.
La impiedad le enajena a tal punto su alma,
que por lograr su infamia, incluso reza al cielo,
como si el cielo fuera cómplice de su crimen.

Mas en medio de aquella, plegaria infructuosa,
después de haber pedido la mediación divina,
que le otorgue a Lucrecia para gozar su infamia
y que en este momento los hados le consuelen,
se detiene y exclama: «¡Difícil es mi empresa!
los poderes que invoco, me repudian el hecho.
¿cómo podrán estar a mi lado en el acto?

Sean, pues, mis estrellas, mi amor y mi fortuna.
Mi voluntad se apoya en mi resolución.
El pensamiento es sueño, si no prueba su efecto.
El pecado más negro, la absolución lo limpia.
El hielo del temor el amor lo derrite.
Ciego se encuentra el cielo, la noche tenebrosa
cubrirá la vergüenza, tras el dulce deleite.»

Con su mano culpable, salta el leve pestillo
y abre con su rodilla de par en par la puerta.
La paloma ante el búho, duerme profundamente.
La traición, así obra, cuando no es descubierta.
Quien descubre la sierpe se aparta de su lado,
mas ella nada teme en su dormir profundo,
yaciendo a la merced de la mortal punzada.

Ya dentro de la alcoba el vil se precipita
y contempla aquel lecho, puro e inmaculado.
Corridas las cortinas, ronda a su alrededor,
sus insaciables ojos en sus órbitas giran.
Su alma se alucina por su enorme traición,
que da en seguida orden a la traidora mano,
para apartar la nube que esconde al bello sol.

Igual que el reluciente sol de rayos de fuego,
que supera las nubes y ciega nuestros ojos,
corridas las cortinas, los ojos de Tarquino,
parpadean cegados por una luz mayor.
Quizás el resplandor que emana ella dormida,
ofusca su mirada o un resto de pudor,
mas están tan cerrados que al abrirlos se nublan.

¡Si se quedaran ciegos en su oscura prisión!
Quizás hubiera visto el fin de su maldad

y hubiera Colatino, reposado a su lado
tranquilo y confiado en su honorable lecho.
Pero es preciso abrirlos y matar esta unión
y que la santa esposa abandone su dicha,
su alegría, su vida y su goce del mundo.

En su mano de lirio, descansa su mejilla,
como impidiendo el beso de la legal almohada,
que airada ante el desprecio, se divide en dos partes,
buscando en las orillas la gloria que le falta.
Entre las dos colinas sepulta su cabeza
y tal así se ofrece, cual virtuosa estatua,
al libertino ojo del profano Tarquino.

Su otra mano se posa, fuera del dulce lecho,
sobre la colcha verde y su albura perfecta
es una margarita de Abril sobre la hierba,
con el sudor perlado, cual rocío nocturno.
Son sus ojos, caléndulas, cerradas a la luz
y engastados en sombras, confiados reposan,
hasta que en su abertura se adorne el nuevo día.

Sus dorados cabellos, jugaban con su aliento.
¡Oh, castidad lasciva! ¿Apasionada casta!
Tal lucía la vida sobre el mapa mortal
y la sombría muerte, sobre el último aliento.
En su tranquilo sueño, las dos eran hermosas,
como si no existiera rivalidad alguna
y la vida y la muerte, vivieran hermanadas.

Sus senos como globos de marfil azulados,
inmaculados mundos, aun sin conquistar,
no saben de otro yugo, que el de su buen señor
y bajo juramento, le eran fidelísimos.
Estos mundos engendran la ambición de Tarquino
y usurpador se acerca su instinto criminal
a derrocar del trono a su fiel propietario.

¿Qué podía mirar, que mitigue el deseo?
¿Cómo amainar su anhelo, sin codiciar el mal?
Todo cuanto contempla le produce delirio
y su voraz mirada se ceba con sus ansias.
Hay más que admiración en aquello que admira:
Las azuladas venas, el cutis de alabastro,
sus hoyuelos de nieve y el coral en sus labios.

Como el león furioso que juega con su presa,
cuando el hambre se calma con la fácil conquista,
así, Tarquino, goza, ante el alma dormida
y su feroz deseo se calma con la vista
aunque no se contiene, porque estando a su lado,
sus ojos que demoran su propia rebelión,
excitan a su sangre a un tumulto mayor.

Estímulos esclavos del mísero pillaje,
cual vasallos curtidos por brutales proezas.
Asesinos que gozan con toda violación,
sin respetar el llanto de niños ni de madres,
se inflaman con su orgullo esperando el ataque:
Su corazón latiendo, da la señal de alarma,
advirtiendo cautelas en la fogosa carga.

El latir de su pecho ilumina sus ojos
y su ardiente mirada es guía de su mano.
Orgullosos los dedos de tanta dignidad,
humeantes de orgullo, toman su puesto armado,
en el desnudo pecho del dulce territorio.
La mano va escalando las venas hacia el seno,
que pálidas se esfuman por las erguidas torres.

Las venas se dirigen al tranquilo aposento,
donde duerme y reposa su dueña y soberana,
advirtiéndole al punto del inminente asedio.
Asustada la dama por los confusos gritos,
bruscamente despierta con asombrados ojos
y al tratar de mirar el confuso tumulto
se sienten deslumbrados por la humeante antorcha.

Figurarse a Lucrecia en la profunda noche,
arrancada del sueño por la horrible visión,
de un lúgubre fantasma sin saber si es real,
cuyo horroroso aspecto le hace temblar el alma.
¡Qué terror! Pero ella aun siente más terror,
pues, salida del sueño, claramente distingue,
la aparición que vuelve su sueño realidad.

Confundida y envuelta por miles de temores,
como un pájaro herido por la certera muerte,
no se atreve a mirar mas ve en su parpadeo,
los terribles espectros que raudamente pasan.
Piensa que estas visiones, son sueños del cerebro,
furioso al ver que el ojo se oculta de la luz,
castigando su sombra con visiones peores.

La mano de él, que aun yace, sobre el pálido seno.
¡Rudo ariete que arroya, semejante muralla!
Nota su corazón. ¡Pobre esclavo asustado!
Que herido ya de muerte, se levanta y derrumba,
golpeando la mano que saquea su cielo.
Tarquino hierve en rabia sin la menor piedad,
tratando de abrir brecha en la dulce ciudad.

Primero a trompetazos, comienza con su lengua,
a hablar en son de paz a su tímida amiga,
la cual bajo la sábana, asoma su mentón
de albura y se pregunta la razón de este ataque.
El le explica las causas, con gestos, sin palabras,
mas ella le suplica que no existe razón,
ni motivo que albergue el color de su daño.

Tarquino le replica: «El color de tu cara,
que aun colérico hace palidecer al lirio
y enrojecer la rosa púrpura de vergüenza,
abogarán por mí y mi historia de amor.
Bajo ese colorido he venido a escalar
tu inconquistable torre; tuya, pues, es la culpa,
ya que han sido tus ojos los que a mí te entregaron.

Y quiero anticiparme si quieres engañarme:
Tu belleza es la trampa que ha tendido este lazo,
en la que tú, paciente, debes ceder al acto,
te eligió mi deseo a este gozo terrestre,
al que con mi gran fuerza, traté de dominar,
pero cuando el reproche y la razón lo matan,
la luz de tu belleza, le daba nueva vida.

También veo los males que ha de causar mi empresa
y sé que las espinas defienden a las rosas.
Un aguijón defiende el robo de la miel
y esto bien lo comprende la voz de mi prudencia.
Pero el deseo es sordo y no escucha el consejo,
pues sólo tiene ojos para ver tu hermosura
y al ver tanta belleza, va contra toda ley.

Aun en mi propia alma, esto lo he debatido
y el daño y la vergüenza y el dolor que ello engendra;
pero nada controla mi curso de pasión,
ni ha de parar la furia de su ciega salida.
Lágrimas de pesar, seguirán a este acto,
mil reproches, desdenes y enemistad mortal,
sin embargo, yo insisto en abrazar mi infamia.»

Dicho esto, va y blande, su romano jastial,
como un halcón que extiende en el aire sus alas,
cubriendo así a la presa con la sombra del vuelo.
Su pico la amenaza si trata de elevarse
y ella bajo el insulto de su espada romana,
oyendo lo que dice, se siente inofensiva,
como cuando las aves son presa del azor..

«¡Lucrecia!» exclama, loco, «te gozaré esta noche
y si tú me rechazas, me abrirá ese camino,
mi fuerza, que en tu lecho, trata de destruirte,
tras lo cual, mataré a tu mísero esclavo,
para quitarte vida y honra al mismo tiempo.
Después, le dejaré, en tus brazos inertes,
jurando darle muerte, cuando le vi abrazarte.

De esta forma tu esposo, si es que aun sobrevive,
será objeto de mofa de todo ser viviente.
Tus deudos, de vergüenza, no mirarán de frente
y todo tu linaje tendrá un nombre bastardo,
mientras que tú, la autora, de tu propia deshonra,
verás que tu delito será citado en rimas
y cantado por siempre por los niños a coro.

Mas si cedes, te juro, ser tu amante secreto
y una falta ocultada es sólo un pensamiento
y si un pequeño daño, alcanza un buen final,
es en cualquier política un empeño legal.
Cuántas veces, la hierba venenosa, se mezcla
con un compuesto puro, y una vez aplicada
la ponzoña en su efecto, por el se purifica.

Así, pues, por el bien, de tu esposo y tus hijos,
escúchame este ruego: no legues a tu dote,
la vergüenza que ellos, jamás podrán borrar,
la mancilla que nunca podrá ser olvidada,
cual marca del esclavo o cruz de nacimiento,
pues la señal del hombre, si la lleva al nacer,
son faltas de Natura, no de su propia infamia.»

William Shakespeare